Más de dos décadas han transcurrido desde la aprobación del Estatuto de la Autonomía para las Regiones Autónomas de la Costa Atlántica de Nicaragua. Su logro fue un proceso largo, rico, lleno de voces de diferentes grupos étnicos y líderes comunitarios cansados del abandono, la miseria y explotación foránea de sus recursos naturales, de las luchas interétnicas y de una guerra devastadora que desarticuló el tejido social comunitario, nublando el horizonte del porvenir y los sueños ancestrales de una vida en paz, libertad y armonía.
La Autonomía es real, no es un susurro que recorre la costa caribeña; es un proceso que día a día se construye con aciertos y errores. Muchos fundamentan sus argumentos en los errores con prosas marcadas por el desprecio, con eufemismos y descalificativos, llamando traidores a los que han jugado un rol protagónico, tanto ayer como hoy, en el proceso que marcha en el marco de la Ley; sueñan los mismos sueños, pero desde perspectivas distintas, en mundos diferentes, paralelos, adjudicándose la verdad y la visión iluminada que devela el camino en sus manifiestos.
Mejorar, enriquecer, cambiar el curso de la historia autonómica, solamente se logrará con la participación directa, asumiendo una actitud positiva, creadora, innovadora. Muchos sueñan que los diferentes pueblos de la costa caribe se levanten en hordas de exterminio al ritmo de roncos tambores, cortando cabezas a su paso, manchando los colores de la autonomía con sangre de hermanos, recuperando y confiscando tierras en uso productivo para vivir del usufructo ajeno, declarándole la guerra al Estado Nacional, aboliendo las instituciones autonómicas, expulsando a los partidos políticos para convocar a una asamblea de líderes y emprender un autogobierno que recupere la autonomía económica y administrativa, poniendo fin al “colonialismo nacional”. Suena alarmante, sombrío, pero en sus mentes, tras sus manifiestos con lenguaje sutil, es el escenario que desean: regresar a las primeras tribus que poblaron las Regiones Autónomas, donde se erigirán como los nuevos chamanes, sanadores de los males que aquejan a los pueblos caribeños.
Con la participación activa, inmersos en el proceso autonómico, haciendo valer las leyes, mejorándolas, inventándolas, construyendo los peldaños necesarios, se podrán alcanzar los sueños dela Autonomía. La juventud de la costa caribeña tiene en sus manos la oportunidad de hacerlos realidad, son el relevo histórico de aquellos primeros hombres y mujeres que se involucraron decididamente en ese viaje que no llega a su final.
El pueblo caribeño merece un futuro mejor. Los caminos para lograrlo están llenos de obstáculos, de contradicciones propias de un proceso complejo que busca alcanzar la unidad en la diversidad donde la demarcación de las tierras es clave para el desarrollo económico de las Regiones Autónomas. En un territorio demarcado y titulado, diferentes grupos viven en armonía, reconocen que el otro tiene iguales derechos sobre la tierra y conviven bajo distintas formas de propiedad, desde la comunal hasta la individual, respetando sus raíces culturales. Ese territorio se construye únicamente a través del dialogo entre pueblos hermanos y vecinos para llegar a acuerdos. El problema de las tierras y su demarcación debe dejar de verse como una responsabilidad del Estado, es un problema de todos y debe ser asumido como tal en mesas del dialogo y entendimiento donde no hay perdedores. Con límites y territorios impuestos no hay Autonomía, no hay estabilidad duradera.
Mejorar y profundizar la Autonomía solamente se logrará participando en el proceso; mezclándose en sus caudales, empapándose de sus aguas y, emergiendo desde sus profundidades con cambios de actitud, se podrá avanzar hasta alcanzar lo deseado por todos, sin exclusiones, sin la ceguera partidista que obstruye el porvenir. En el camino de la autonomía muchos desesperan, pero en ellos, hasta los nuevos chamanes tiene su lugar; sentados alrededor de la fogata autonómica, entre sus destellos, que levanten la voz al ritmo de sus roncos tambores para lograr el desarrollo en armonía de los pueblos caribeños.
La Autonomía es real, no es un susurro que recorre la costa caribeña; es un proceso que día a día se construye con aciertos y errores. Muchos fundamentan sus argumentos en los errores con prosas marcadas por el desprecio, con eufemismos y descalificativos, llamando traidores a los que han jugado un rol protagónico, tanto ayer como hoy, en el proceso que marcha en el marco de la Ley; sueñan los mismos sueños, pero desde perspectivas distintas, en mundos diferentes, paralelos, adjudicándose la verdad y la visión iluminada que devela el camino en sus manifiestos.
Mejorar, enriquecer, cambiar el curso de la historia autonómica, solamente se logrará con la participación directa, asumiendo una actitud positiva, creadora, innovadora. Muchos sueñan que los diferentes pueblos de la costa caribe se levanten en hordas de exterminio al ritmo de roncos tambores, cortando cabezas a su paso, manchando los colores de la autonomía con sangre de hermanos, recuperando y confiscando tierras en uso productivo para vivir del usufructo ajeno, declarándole la guerra al Estado Nacional, aboliendo las instituciones autonómicas, expulsando a los partidos políticos para convocar a una asamblea de líderes y emprender un autogobierno que recupere la autonomía económica y administrativa, poniendo fin al “colonialismo nacional”. Suena alarmante, sombrío, pero en sus mentes, tras sus manifiestos con lenguaje sutil, es el escenario que desean: regresar a las primeras tribus que poblaron las Regiones Autónomas, donde se erigirán como los nuevos chamanes, sanadores de los males que aquejan a los pueblos caribeños.
Con la participación activa, inmersos en el proceso autonómico, haciendo valer las leyes, mejorándolas, inventándolas, construyendo los peldaños necesarios, se podrán alcanzar los sueños de
El pueblo caribeño merece un futuro mejor. Los caminos para lograrlo están llenos de obstáculos, de contradicciones propias de un proceso complejo que busca alcanzar la unidad en la diversidad donde la demarcación de las tierras es clave para el desarrollo económico de las Regiones Autónomas. En un territorio demarcado y titulado, diferentes grupos viven en armonía, reconocen que el otro tiene iguales derechos sobre la tierra y conviven bajo distintas formas de propiedad, desde la comunal hasta la individual, respetando sus raíces culturales. Ese territorio se construye únicamente a través del dialogo entre pueblos hermanos y vecinos para llegar a acuerdos. El problema de las tierras y su demarcación debe dejar de verse como una responsabilidad del Estado, es un problema de todos y debe ser asumido como tal en mesas del dialogo y entendimiento donde no hay perdedores. Con límites y territorios impuestos no hay Autonomía, no hay estabilidad duradera.
Mejorar y profundizar la Autonomía solamente se logrará participando en el proceso; mezclándose en sus caudales, empapándose de sus aguas y, emergiendo desde sus profundidades con cambios de actitud, se podrá avanzar hasta alcanzar lo deseado por todos, sin exclusiones, sin la ceguera partidista que obstruye el porvenir. En el camino de la autonomía muchos desesperan, pero en ellos, hasta los nuevos chamanes tiene su lugar; sentados alrededor de la fogata autonómica, entre sus destellos, que levanten la voz al ritmo de sus roncos tambores para lograr el desarrollo en armonía de los pueblos caribeños.
Ronald Hill A.
La Colina
http://hillron.blogspot.com
Nueva Guinea, RAAS
Viernes, 29 de julio de 2011.
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