miércoles, 10 de abril de 2013

UN PAJARITO SE BAÑA Y NO DEJA DE CANTAR

Hoy me puse a regar. La grama comienza a mostrar los estragos del periodo seco y muy temprano, antes que el sol se abriera espacio entre la densa neblina, conecté el irrigador a la manguera. La tierra está reseca, con surcos que se ensanchan a medida que el verano se intensifica y las plantas se muestran resentidas con hojas amarillas. Lo hago en cuadrantes para que el riego sea uniforme y la dosis de agua equitativa, evitando el desperdicio.

En uno de los cambios, un pajarito color café, de esos que son brincadores e inquietos, voló en círculos alrededor de una planta similar a la penca y a la sábila. Las gotas de agua comenzaban a irrigarla, llenando sus hojas dobladas en forma de espada con espinas en la punta. Luego de tres vueltas se posó arisco en una de sus hojas, zambullendo la cabeza en una concavidad que retenía el agua, doblándola hacia el dorso con rápidos aleteos y movimientos de la cola. Aun cuando el chorro golpeaba su cuerpecito no se iba y comenzó a cantar, un canto alegre, más fuerte que el de los otros pájaros posados en las ramas de los árboles; tan poderoso que se convirtió por ese instante en el rey de la mañana.

“Ve qué jodido, se está refrescando, se baña y no dejaba de cantar”, pensé. Seguramente notó mi presencia en un instante de lucidez porque se quedó calladito, viéndome como agradecido y voló hacia un pedernal que tengo en el patio. Busqué la cámara y le tome una foto. El pajarito desapareció por unos minutos y luego regresó con más confianza, siguió con su revoloteo entre las gotas esparcidas en círculos y se posó en tierra firme cantando alegremente, brincando en la grama.

Ese pajarito que se baña y no deja de cantar se convirtió en el rey de la mañana, nada le importaba más que refrescarse con la seguridad que no iba a ser agredido. Cuando el sol se apoderó del día y el agua esparcida desapareció en la tierra sedienta, el pajarito se dio la última zambullida entre las gotas de agua y se fue. No hizo nada más que darse una ducha refrescante, agradecer el gesto de irrigar su espacio, su grama y sus arbustos, con su canto lleno de felicidad. Al verlo y escucharlo fui parte de su dicha en este tiempo seco, polvoso, que durará unos meses más hasta que la lluvia regrese a cubrir las montañas, valles y colinas.

Ojalá, pienso ahora, hubiera tenido la suerte de descubrir en su alegre canto un presagio, una señal, un indicio develándome con claridad el camino que aún debo recorrer en esta lucha diaria por sobrevivir. Pero no, no lo hizo, sólo me acompaño una parte de la mañana, una parte de este día, alegrándome con su canto y con eso me basta. Aquí lo estaré esperando y, si regresa, seguiré siendo tan feliz como él.

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