Para Lidia López
el día comienza con el alba, antes que el sol nos regale sus primeros rayos de
luz. Todos los días se levanta a las 4:30 a.m. y se dirige al pequeño tramo del
mercado municipal donde, junto a dos compañeras, hace tortillas para lograr el
sustento de su familia.
A las 5:30 de la
mañana me encontraba en la terminal de buses, luego de caminar desde mi casa en
busca de un radiante amanecer, y escuché en la distancia un sonido ronco, seco
y continuo. Como sabueso atravesé el laberinto
de tramos, aún sucios por el trajín del día anterior, escuchándolo cada vez más
cerca y, al girar a la derecha en dirección a los tramos de comidas, las vi y escuché
clarito el ¡pu...pa!, ¡pu...pa! de las manos que palmean la masa para elaborar
las tortillas.
Desde el fondo
del pequeño tramo salió Jerónimo Duarte, el corresponsal de La Prensa, y me
sorprendí. “Me quedé esperando las fotos de la marcha contra el canal”, me
dijo. “Se me perdió el papelito donde anotaste tu dirección de correo”, le
contesté. “Pero ahora andas una camarita, ¿y la grandota?”, dijo al ver la cámara
compacta que tenía en la mano. Noté que las mujeres estaban pendientes de la plática
pero sin detenerse en sus labores. “Una de estas tenés que comprar”, respondí y
le mostré las diferentes funciones de la cámara compacta Sony Cyber-shot y,
para que la viera en acción, le pedí permiso a Nidia para fotografiarla. “Una
sonrisa, una sonrisa”, le pedí y zas la foto. “Una de esas voy a buscar”, dijo
y se despidió alejándose del tramo.
Le mostré su
foto a Lidia y luego a su compañera Adilia. Entre tres mujeres hacen 1800
tortillas al día que las venden a un córdoba por unidad. De un quintal de maíz
elaboran la masa para hacerlas. Noté que no había humo en el ambiente, no usan
leña por el efecto nocivo del mismo para la salud, tampoco usan comal sino que
emplean una cocina industrial que tiene una plancha de acero en uno de sus
extremos donde echan las tortillas, y en el otro, quemadores para preparar diversos
alimentos.
“¿Usted sólo
echa las tortillas?”, le pregunté a Lidia. “No, que va, nos turnamos entre las
tres”, agregó Adilia. “Cuando llego a mi casa, no quiero tocar nada de nada, no
aguanto las manos, que tal si lo hiciera solita”, dijo Lidia. “Es la necesidad,
los compromisos que una tiene los que nos obligan a penquiarnos muy de mañanita”,
dijo Adilia sin dejar de hacer el singular ¡pu…pa!, ¡pu…pa!, al golpear con la
palma de sus manos el motetito de masa para una tortilla que ya tiene medido
por su expertis.
Vi hacia el lado
izquierdo y noté que llovía. “Ahora me voy a mojar”, les dije. “Va a llevar
tortillas”, me respondieron en coro. “Otro día porque no ando ni un peso”,
respondí. “Ah, pues me trae la foto”, agregó Lidia y me retiré buscando la
salida por el Monumento, pensando en el gran esfuerzo que hacen estas
mujeres para sustentar a sus familias, sin perder la autoestima y la alegría de
vivir la vida a pesar de las múltiples desavenencias que todos, desde
diferentes realidades, enfrentamos.
Ya voy a
imprimir la foto de Lidia y Nidia para entregársela y decirles esto que escribo
para que las conozcas, para que te des cuenta de su esfuerzo.
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