Desde hace muchos años no probaba la
carne de tortuga. Es uno de mis platillos favoritos, consumirla es parte de la
cultura caribeña y prepararla es un arte culinario ancestral que se recrea en
las comunidades misquitas y creole. En El Rama la preparan, desde chavalo la comí
en la casa de mis padres, quizás de una manera refinada, con un toque oriental tendiendo un
poco a lo dulce por la influencia de mis ancestros chinos, pero la que acabo de degustar
en el comedor de Miss Stella tiene un gusto peculiar, un sabor característico
de la comida creole, fuerte, bien condimentada y jugosa por la leche de coco.
Llegué por la mañana a Tasbapounie
para hacer negocios mediante el acopio de pescados. Desde hace meses lo he
estado pensando y decidí abrir una marisquería en Managua que se complemente
con el restaurante que tengo cerca de la carretera a Masaya. Viajé por tierra
desde El Rama a Laguna de Perlas y luego tomé una panga para cruzar la laguna. Por
recomendación de Rosario Alegría, mi prima, hice contacto con Miss Stella para
alojarme en su hospedaje. Es un lugar familiar, su vivienda está ubicada al
lado de las cuatro cabañas que ha construido para facilitar alojamiento a los
visitantes que llegan a Tasbapounie. Desde mi cabaña se aprecia la playa con
sus cocoteros, las pangas de los pescadores y los cayos pintados de amarillo al
atardecer. Miss Stella maneja el negocio con Newton, su marido, y fue a través de
ellos que logré hacer el contacto para reunirme con el Comunnity Board con el
fin de solicitar el permiso de pesca y acopio. Pensaba en la exquisitez de la
comida y en dicha reunión que sostendré mañana cuando escuché tocar la puerta.
—Good… good evening Tíaa —dijo una voz en inglés
creole.
Me di cuenta que era Ray Green, el
chambero que había cargado mis maletas desde el muelle. Miss Stella, fina y
amable, lo invitó a pasar. Ray Green tenía un aspecto distinto, estaba bien
vestido, sin la ropa que imagino siempre usaba para hacer su trabajo de
chambero.
—Siéntate Ray, aquí con nosotros, al lado de Hannibal
—dijo Newton en inglés señalando la silla que estaba a mi lado.
—Quieres probar la tortuga que he preparado —dijo Miss
Stella en español.
—Gracias… gracias pero ya comí donde mamá —respondió
Ray Green sin tomar el lugar que le ofrecían—. Vengo… vengo para contarle
cuentos al jefecito —agregó dirigiéndome la mirada.
—Qué bien, perfecto. Él sabe muchas historias de la
comunidad, pero sus cuentos no son gratis —dijo Newton.
Miss Stella y Newton cruzaron miradas
y sonrieron entre ellos. Pensé que sería oportuno salir a caminar con Ray Green
por la comunidad para hacer la digestión. Mi reloj marcaba las siete.
—Quisiera caminar y conocer un poco de Tasbapounie
—dije.
—Yo… yo te llevo jefecito —expresó Ray Green.
—Perfecto Mr. Hannibal —dijo Miss Stella —. Lleva a
Mr. Hannibal al bar de Mr. George, así caminan por el centro de la comunidad —agregó,
dirigiéndose a Ray.
Salimos y cruzamos el andén. Al llegar
al segundo, el del centro de la comunidad, caminamos en dirección hacia el
norte. El cielo estrellado se infiltraba entre las copas de los árboles de
fruta de pan, almendros y cocoteros. Las familias compartían sentadas en los
corredores de las casas de madera y Ray Green les daba saludos que respondían
con gentileza. La música ya no era estridente como en la mañana y me llamó la
atención que las familias vieran televisión en una comunidad tan distante.
—¿Cómo les llega la señal de televisión? —pregunté.
—Todos… todos tienen antena para satélite —respondió
Ray Green.
Luego de recorrer el andén por
unos quince minutos, Ray Green giró nuevamente hacia la derecha, en dirección a
la playa. Caminamos sobre la grama, sentí las rachas de viento proveniente del
mar y el revoloteo de las palmeras en lo alto.
—Aquí… aquí es el bar de Mr.
George —dijo señalando la casa.
Cruzamos una pared de madera y me
gustó el ambiente alumbrado tenuemente por bombillos rojos y azules, así como
la música country en inglés que sonaba por los parlantes con el volumen
tolerable para escuchar los cuentos de Ray Green. Un bordillo de bambú cerraba
el lado derecho y el fondo del espacio. A la izquierda estaba el bar y una
lámpara blanca que colgada del techo de palma lo iluminaba. Una joven mujer
creole salió de la barra a nuestro encuentro.
—Hola Ray, pasen adelante —dijo.
—Gracias… gracias Judith —dijo Ray. —Él es Hannibal… es
mi amigo, anda conociendo —agregó.
Judith me observó de arriba abajo con sus grandes ojos
intensos, con cierta desconfianza, pero me tendió la mano y al estrecharla
mostró su hermosa sonrisa de labios carnosos.
—Pueden ocupar la mesa que deseen, pasen, pasen
adelante —dijo Judith.
—¿Dónde... dónde quiere sentarse? —preguntó Ray.
—La que elijas —respondí al ver sólo dos mesas ocupadas.
Judith caminó nuevamente hacia la
barra. Noté que quebraba su cuerpo, movía con erotismo las caderas, volvió su
mirada hacía mí y, tras fijar su mirada en la mía, intensificó el parpadeo de
sus grandes ojos negros.
—Jefecito… jefecito, usted le gusta a Judith —expresó
Ray Green al notarlo.
—Es sexi, bastante sexy —respondí y entramos
al salón.
Nos acomodamos en una mesa del
fondo, pegada al lado del bordillo de bambú. Las sillas estaban construidas con
madera rolliza de mangle y la mesa con madera de caoba. Noté que al pie de la
barra estaba un pizarrón con el menú escrito con tiza: pollo frito, pescado
frito, camarones empanizados, cervezas, ron y gaseosas. En la parte inferior,
en letras grandes, estaba escrito: TURTLE PUNCH entre paréntesis.
La brisa proveniente de la playa
hacía placentero el lugar y los otros clientes conversaban amenos, siempre en
inglés creole, casi gritando. Al nuestro lado derecho, en el patio, observé
varios cocoteros enanos cargados de frutas.
—Si desean algo más, me avisan —dijo Judith al servir
los vasos, el ron, la gaseosa y una pana con hielo.
—¿Podrías conseguirme agua de coco? —le pregunté a
Judith.
—Lo que usted quiera —respondió con su gran sonrisa—.
Ray los puede cortar —agregó dirigiéndose a él.
—Claro… claro que sí, soy experto en cortar cocos
—dijo Ray Green.
Ray Green cortó los cocos y
Judith le dio un machete para que los pelara, luego sirvió el agua en un pichel
y regresó a la barra con el mismo erotismo al andar. Le serví un trago doble a
Ray Green, se empinó el vaso sin arrugar la cara y yo me lo serví mezclado con hielo
y agua de coco.
—Ahora… ahora sí jefecito, ahora
poder contarle cuentos.
Ray Green estaba ansioso de que
escuchara sus cuentos, pero me llamaba la atención el pizarrón de la barra, porque
el ponche de tortuga era parte del menú que ofertaban.
—Ray, ¿sabes cómo se prepara el turtle punch?
—Claro… claro jefecito, mi mamá saber hacerlo.
—Cuéntame cómo se prepara.
Cruzó sus piernas en la silla de mangle rollizo,
pidió que le sirviera otro trago de ron para aclarar su garganta y se lo tomó.
Adquirió una pose narrativa y empezó a hablar:
—Mamá… mamá lo hace desde que soy niño para papá. Ella…
ella consigue una aleta de tortuga y la pone en el fuego para quemar las
escamas. El fuego… el fuego deber estar bien encendido, ardiendo para quemar
bien. Después… después raspar las escamas con un cuchillo y lavar sólo con agua
para limpiarla. Cortar… cortar en trozos pequeños y cocer en agua para que
aleta suavizarse. Cuando… cuando enfría quitaba el pellejo del aleta… Umm… umm,
jefecito necesito otro trago.
—Doble, un doble para Ray —dije y se lo serví.
—¡Aah… aah! Cuando… cuando hacer turtle punch mamá siempre
cantar, siempre estar alegre. Ella… ella poner en licuadora con leche y licuar
bien. Después… después poner el cosa licuado a hervir con canela, nuez moscada,
pimienta y guaro… guaro suficiente. Papá… papá escuchar licuadora y acercarse a
la cocina. Mamá… mamá decirle que no estar listo, que ella va a llamarle. Papá…
papá regresar al corredor. Cuando… cuando el turtle punch estar listo ella
llamar a papá y servirlo en un pana caliente. Papá…papá tomarlo como sopa.
—¿Y le gusta a tu papá?
—¡Buay! Papá… papá comenzar a sudar después de
beberlo y caminar dando vueltas. Mamá… mamá llamarme y decirme: ¡Ray… Ray!, ¡ve
a jugar con tus amigos! Cuando… cuando regresar a la casa, papá estar acostado
en hamaca y mirarme con un gran sonrisa.
—Jajaja, vos si sabes contar cuentos —dije y serví
tragos para los dos.
Judith se acercó a la mesa después de servirles cervezas
a los clientes que estaban cerca de nosotros y la llamé.
—¿Desea algo más?
—Quiero probar el turtle punch —dije y Ray soltó una
carcajada.
—¡Oh no, no! —dijo Judith y caminó velozmente, sin su
cadencia erótica, hacia el pizarrón de la barra. Con un trapo borró las letras
del ponche de tortuga y regresó a nosotros.
Los hombres que conversaban en la
mesa de al lado dejaron de hacerlo, estaban atentos a nuestra conversación
después que Judith corrió a borrar el menú.
—¿Por qué lo has borrado? —pregunté.
—No vendemos más, no más turtle punch —respondió con
el semblante serio, sin mover las pestañas.
—Pero, ¿por qué? —insistí.
—El MINSA lo ha prohibido, no podemos venderlo porque
los hombres se vuelven locos, persiguen a las mujeres por la comunidad, no
respetan.
—Cierto… cierto jefecito —dijo Ray.
—La mamá de Ray lo prepara para su papá —dije.
—Solamente se puede consumir en casa, pero en los
bares está prohibido —dijo Judith.
—¿Vos lo has probado? —pregunté a Ray.
—Claro… claro que sí, jefecito. Todos… todos los
hombres de Tasbapounie comer turtle punch. Todas… todas mujeres hacerlo para sus
maridos. ¿Verdad amigos?
—Claro que sí, turtle punch es maravilloso —dijo uno
de los hombres.
—Cállate, no digas nada, porque vos sos de los que
persigues mujeres —dijo Judith, dirigiéndose al otro hombre.
El hombre no respondió, pero desde la mesa mostraba
una monumental sonrisa creole en su rostro.
—¿Cuáles son las maravillas que provoca el turtle
punch? —pregunté.
—Me voy, no quiero escuchar eso —dijo Judith y se
retiró hacia la barra.
—Cuerpo… cuerpo calentarse. Planta… planta del pie
desesperarse, querer moverse… moverse mucho, tener que caminar, no poder estar
quieto. Boca… boca secarse, ojos… ojos ponerse grande, brillantes. Corazón…
corazón querer explotar, ser un bombo —dijo Ray.
—El cuerpo se calienta. Necesita tener una mujer para
calmarse, si no tiene mujer debe buscar una, por eso la MINSA prohibirlo.
Turtle punch ponernos muy amorosos —dijo el hombre.
—No lo creo —dije.
—Jefecito… jefecito, turtle punch es la viagra natural
de nosotros —dijo Ray.
Antes de despedirnos le di
propina a Judith por atendernos amablemente. “Mr. Hannibal, si usted quiere
turtle punch yo puedo preparárselo en mi casa”, dijo con un tono sensual cuando
me disponía a salía del bar de George.
—Judith… Judith querer enloquecer
a jefecito —dijo Ray y no dejó de reírse en el trayecto de regreso al hospedaje
de Miss Stella.
Acostado en la cabaña pensé en mi
restaurante. Vi claramente un rótulo atractivo que anunciaba el turtle punch, a
hombres y mujeres haciendo fila, ordenándolo al mediodía para llenarse de
energía y eliminar el estrés de la calurosa Managua. Pensando en el acopio de
pescados y en la reunión del Comunnity Board me quedé dormido con el sonido de las
olas del mar reventado en los troncos de los cocoteros.
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