Desde que
nacemos estamos propensos a las caídas. Si no nos sostienen en el momento que
llegamos confundidos a este mundo, sin dudarlo sufriríamos nuestra primera
caída. Los seres humanos, quizás porque nos sostienen, no consideramos normal tener una caída, pero durante toda la vida las sufrimos.
De niños, jóvenes
y en la adultez sufrimos caídas. Un gen que llevamos en nuestros cromosomas
hace que las superemos. Con el tiempo, luego de una caída sufrimos raspones,
heridas y hasta fracturas, y luego de meditar sobre ellas nos reímos y la
contamos como una historia o un chiste a nuestros seres queridos y amistades.
Hay caídas que
nos marcan para siempre como aquella que nos ha dejado con fracturas pero también
las hay que sin daños físicos nos hacen daños psicológicos por no obtener lo
que ambicionamos en nuestra vida. No obtener el empleo deseado luego de luchar
muchos años por ello nos marca para siempre, no conquistar el amor de una mujer
de la que nos hemos enamorado apasionadamente y muchos más aspectos nos llevan
a una caída de nuestro estado de ánimo y a muchos a sufrir de estrés permanente.
Las caídas son
eso, caídas, y debemos superarlas porque está en nuestro ADN el lograrlo. Y
como al nacer, el entorno familiar contribuye a ello. Las caídas son más
frecuente en los niños y niñas y en las personas mayores, además es una de las
causas principales de muerte. Según la OMS se calcula que anualmente mueren en
todo el mundo unas 646,000 personas debido a caídas, y más de un 80% de esas
muertes se registran en países de bajos y medianos ingresos.
Yo he sufrido
varias caídas pero me he recuperado. Un día de estos tuve una de las más
chistosas, y claro sin sufrir lesión alguna. Desperté de la siestecita que hago casi todos los días y al salir al patio de
enfrente de la casa me di cuenta que mi hija Emiljamary nos visitaba con sus
hijas, mis nietas, Daniela y María Fernanda. Al verlas les grité: ¡Mis
princesas! María Fernanda corrió hacia mí al verme, gritando: ¡Abuelooo! Bajé
un peldaño del andén que tiene una pendiente de más o menos un 15% de declive
hacia la dirección en que ella se encontraba corriendo. Para abrazarla y poder
levantarla me bajé de cuclillas al nivel del suelo. Llegó veloz a mí, nos abrazamos
y besé a mi princesa. Unos segundos después me incliné para levantarme pero su
peso me sacó de desbalance y no pude sostenerme. Al darme cuenta que estaba
teniendo una caída con ella en mis brazos pude balancearme en dirección a la
grama y nos caímos. Mi mujer y mi hija nos observaban desde la galera del
jardín y vieron la caída. Mi hija corrió veloz hacia nosotros y nos levantó del
suelo. ¡Abuelo, me botaste!, dijo mi princesa y todos nos reímos a carcajadas.
Espero que en el
futuro María Fernanda no tenga miedo de correr hacía mi para que la abrace y
levantarla en mis brazos. Esa sería una gran pérdida emocional, una caída
lamentable porque no disfrutaría ese contacto cariñoso, casi angelical, con mi
nieta.
28/11/2017
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