Juan Pérez me llamó por teléfono.
Desde que lo escuché me di cuenta que volvía con sus mentiras. “No te
preocupes, es cierto que la cosecha de naranjas estuvo malísima, pero los
palitos que tengo están llenos. El domingo voy a cortar para llevarte un saco lleno y hagas tu fresquito mañanero”, dijo.
Al primero que se lo dije fue a
Ronald Tadashi, mi nieto. Llamé a Juan Pérez el domingo y me salió diciendo
que no estaba en Nueva Guinea, que andaba haciendo unos mandaditos y que no me
preocupara; nunca dice dónde se encuentra, aún vive en aquella época cuando conspiraba permanentemente.
A Ronald Tadashi no se le olvidó.
Hoy pasó toda la tarde siguiéndome y recordándome las naranjas. “Abuelo, y las
naranjas”, decía insistentemente. “Juan Pérez es mentiroso”, le dije. “Pero
abuelo, yo quiero naranjas”, seguía diciendo detrás de mí.
“Hombre, te voy a quitar esas
ganas”, le dije y llamé a Ronald Jr. “Ronald, vamos a buscar naranjas donde don
Pedro Figueroa para que se le quiten las ganas”, le dije y salimos hacia la
finca de don Pedro en el jeep Suzuki Samurai.
Al pasar por el banco de material
me di cuenta que tenía varios meses de no transitar por ese camino. Hoy se ha
convertido en un plantel de maquinaria pesada y se encuentra sobreexplotado,
sus laderas se han ensanchado en tres costados, y si no pasara por allí el
camino, estoy seguro que el pequeño riachuelo que se cruza al doblar hacia la
izquierda en dirección a la finca de don Pedro ya lo hubieran sepultado.
Bajamos despacio para cruzar el
río El Zapote. “Papá, papito, por qué no cruzamos por el puente”, dijo Ronald
Tadashi. “Quiero cruzar por el puente”, insistía. “Vas a cruzarlo caminando
cuando regresemos”, le dijo Ronald. El agua del río se encuentra limpia en esta
época del año porque las lluvias han bajado de intensidad y te dan ganas de
darte un chapuzón aunque esté helada.
Frente al rancho de palma saludamos
a uno de los hijos de don Pedro y nos indicó que se encontraba al lado del
corral. Al llegar don Pedro tomaba agua de un galón de plástico. “Que sorpresa”,
dijo al verme. Nos saludamos y le presenté a Ronald Tadashi. “El retoño, el
segundo retoño”, dijo al darle la mano a Ronald Jr.
“Estoy viendo varios cambios”, le
dije. “Venga, sígame que le voy a enseñar la casa que estoy construyendo”,
dijo. Es una casa de dos pisos. Entramos por el espacio que será la cocina,
pasamos al comedor y, al asomarme por las ventanas, pude observar la
majestuosidad de la cordillera de Yolaina porque está construida al borde de
una ladera. Todo el verdor del trópico húmedo se aprecia en sus distintas
tonalidades. “Desde aquí ve salir el sol”, le dije. “Aquí es la sala, esta será
mi oficina y en este lugar, al otro lado de la sala, vamos a tener un área para
empacar canela, clavo de olor, café y otros productos. Aquí vamos a tener una
habitación y allá arriba vamos a tener más cuartos porque ya me voy a trasladar
a vivir a la finca”, dijo. “La sala es grande porque en ella voy a realizar
reuniones con otros productores”, agregó y salimos nuevamente por la cocina. “Aquí,
en este lado voy a construir un horno al estilo antiguo y también poder ahumar
carne y cuajadas”, dijo mostrando el sitio.
Ronald Tadashi volvió con las
naranjas. “Y las naranjas”, dijo. “Vamos a ir a buscarlas”, le dijo don Pedro y
mostró la ampliación que le está haciendo a la galera donde ordeña las vacas
lecheras que posee.
Nos dirigimos en el Suzuki
Samurai hacia el área donde posee café robusta combinado con naranjas. Continuamos
conversando y estimó que ha cosechado 2000 quintales de café. Noté que los caminos de acceso a los diferentes cultivos se encuentran en buen estado. Al llegar al
sitio Ronald Tadashi se impresionó de ver tantas naranjas maduras caídas,
picadas por pájaros y comenzó a recogerlas. “Por aquí”, dijo don Pedro y nos
adentramos entre los surcos en busca de un árbol con suficientes naranjas para
cortarlas. “Tenés que subirte”, le dijo a Ronald Jr. “Es bajito, con las manos
las corto”, dijo y comenzó a bajar ramas para cortarlas. En menos de 15 minutos
se habían cortado más de 50 naranjas. Ronald Tadashi dijo que quería subirse al
árbol y don Pedro lo subió. Terminamos de cortar las naranjas y regresamos al
Jeep.
“Don Pedro, le voy a hacer una
entrevista, un video, para que explique porqué se encuentra mejor que antes”,
le dije.
Luego regresamos juntos a Nueva
Guinea. Ronald Tadashi volvió con sus ganas de pasar caminando por el puente
pero ya entraba la noche. “Vamos a regresar mañana y nos vamos a bañar en el
río”, le dije.
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