El sol apenas comenzaba a asomarse en el horizonte, tiñendo
el cielo de tonos rosados y naranjas. Ivania se encontraba en el parque,
corriendo en su habitual rutina matutina. Sus pies golpeaban el suelo con un
ritmo constante, como un latido que resonaba en su ser. La brisa fresca
acariciaba su rostro, y cada inhalación llenaba sus pulmones de aire puro,
mientras el mundo despertaba a su alrededor.
Su mente se deslizaba a través de los recuerdos y las
preocupaciones. El pueblo, con parte de sus calles adoquinadas y su gente de
rostros conocidos, era tanto su hogar como su prisión. Había crecido entre los cuentos
de las mujeres que habían forjado su historia, pero a menudo sentía que no eran
suficientes. Quería contar la historia de las Mujeres Fundadoras de Nueva
Guinea, aquellas que habían luchado y sacrificado tanto, pero su padre no
comprendía su deseo.
"¿Por qué escribir un libro?", se preguntaba
mientras sus piernas avanzaban. "¿Acaso no es suficiente estudiar historia
en la universidad? ¿Por qué no simplemente buscar un trabajo convencional como
todos los demás?" Las preguntas flameaban en su mente, como llamas persistentes
que nunca desaparecían.
A pesar de sus dudas, el deseo de ser escritora ardía dentro
de ella, como lava de un volcán que amenaza con erupcionar. Quería capturar las
voces de esas mujeres, darles vida a través de las palabras, y mostrar al mundo
su fortaleza y vulnerabilidad. En su cabeza, visualizaba cada página, cada
capítulo, como un tributo a su historia. Sin embargo, la inseguridad y el miedo
a fracasar la acechaban, envolviéndola como una neblina densa.
También reflexionaba sobre sus amistad con Lesbia, su
excompañera de universidad y emprendedora exitosa. Esa conexión había ido
creciendo en los últimos meses, pero no estaba segura de qué significaba
realmente. La insinuación de Lesbia la desconcertaba y a veces la llenaba de
confusión. ¿Era el amor lo que ella deseaba, o era una complicación más en su
ya tumultuosa vida? Con cada zancada, el aire arrastraba sus dudas, llevándose un
poco la carga emocional que llevaba en su corazón.
La carrera continuó y se permitió sumergirse en sus
pensamientos, dejando que la adrenalina y el ejercicio la liberara
momentáneamente de sus inquietudes. La libertad era su mayor anhelo, pero
también un concepto que la aterraba. En su mundo de ideas, cada carrera era un
paso más cerca de alcanzar sus sueños, aunque a veces se sentía como una niña
perdida en el vasto océano de la vida.
Al regresar a casa, aún sumida en sus reflexiones, se
encontró con la figura de su padre, plantada en la entrada como una valla bloqueando
su camino. Ivania sintió que el aire se volvía denso y pesado.
—Ivania —dijo él, su voz grave resonando con autoridad—,
necesitamos hablar.
El tono de su padre no dejaba espacio para la evasión. Ivania
respiró hondo, preparándose para la confrontación.
—¿Sobre qué? —preguntó, manteniendo la calma, aunque su
corazón latía con fuerza.
—Sobre tus sueños. ¿De verdad piensas que vas a poder
escribir ese libro? La vida no es un cuento de hadas.
Lo miró a los ojos, buscando entender la razón detrás de su
dureza. Pero no había tiempo para eso.
—Quiero escribir —dijo con firmeza, cada palabra era un acto
de resistencia, como un escudo ante el ataque.
—¿Y qué hay de la realidad, la distribuidora, los negocios?
—insistió él, como si cada frase de Ivania fuera un desafío a su autoridad.
La respuesta de Ivania se convirtió en un susurro, cargado
de significado.
—La realidad es como
el aire que empuja. El silencio se instaló entre ellos, palpable y doloroso. Decidida
a proteger su esencia, dio un paso atrás. —No estoy ignorando nada —agregó, su
voz más suave—. Solo elijo no pelear.
Su padre permaneció en silencio, y en ese momento, la
distancia entre ellos se volvió un abismo. Mientras ella se alejaba, sintió
cómo sus sueños se aferraban a ella, recordándole que la libertad a veces
requería enfrentar las tormentas más feroces.
El sol se ocultaba tras el horizonte, lanzando destellos
dorados a través de la ventana del modesto apartamento de Lesbia. Ivania se
acomodó en el sofá, sintiendo la calidez del lugar que, a pesar de su tamaño
reducido, se sentía acogida. El olor a café recién hecho flotaba en el aire,
mezclándose con la brisa que entraba por la ventana abierta. Lesbia estaba en
la cocina, preparando un par de tazas, mientras ella observaba los detalles del
lugar: un cuadro de paisajes naturales en la pared, libros apilados en una
esquina, y plantas que parecían vibrar con vida.
—Así que... ¿qué dijo tu padre? —preguntó Lesbia, con una
sonrisa que iluminaba su rostro.
Ivania suspiró, recordando la confrontación.
—Dijo que no puedo perder el tiempo escribiendo un libro.
Que debería enfocarme en algo más "realista", en comprometerme con su
negocios y la distribuidora.
Lesbia frunció el ceño, dejando las tazas en la mesa.
—¿Realista? ¿Y qué hay de tus sueños, Ivania?
Ivania dejó escapar una risa amarga. —Mis sueños son sólo
eso para él. Sueños. No entiende que quiero contar la historia de las mujeres
que han luchado aquí, en este pueblo.
—¿Y por qué no lo haces? —Lesbia se sentó a su lado,
inclinándose ligeramente hacia ella, su mirada intensa. —Podrías vivir aquí, en
mi apartamento. Tendrías tu propio espacio, y podrías escribir sin
distracciones.
Ivania sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La idea
resonaba en su mente, pero también había miedo. —¿Y si no funciona? No quiero
ser una carga.
—No serías una carga —Lesbia aseguró, su voz suave como el
terciopelo—. Serías mi amiga, y esto es un lugar donde podrías convertirte en
quien realmente eres. Imagínate: levantarte cada mañana y trabajar en tu libro,
sin que nadie te diga que no puedes. Me ayudas algunas horas trabajando en
línea con mis negocios y la pasaremos bien.
Ivania contempló la oferta, cada palabra de Lesbia resonando
en su corazón. La idea de estar alejada de la mirada crítica de su padre era
tentadora. Pero había algo más en la propuesta de Lesbia, una insinuación en su
tono, un deseo de conexión que Ivania no podía ignorar.
—No sé... —murmuró, insegura.
Lesbia se acercó un poco más, sus ojos brillando con una luz
que Ivania no había visto antes. —Ivania, a veces tenemos que arriesgarnos para
vivir plenamente. Este lugar podría ser el refugio que necesitas. Además, sería
divertido. Dos amigas en un apartamento. Podemos compartir las tareas, las
risas, y tú podrías escribir.
Sintió cómo su corazón latía más rápido. La conexión entre
ellas era palpable, como un hilo invisible que las unía. La posibilidad de
mudarse con Lesbia no era solo un escape de del dominio de su padre, sino
también una oportunidad para explorar esa complicidad que había ido creciendo
entre ellas.
—¿Y si todo sale mal? —preguntó, aunque en el fondo sabía
que ya había tomado una decisión.
Lesbia tomó la mano de Ivania, entrelazando sus dedos. —A
veces, lo que parece un riesgo es solo el primer paso hacia un sueño. No tienes
que hacer esto sola. Estoy aquí contigo.
El silencio se hizo presente, cargado de promesas no dichas
y un aire de intimidad que envolvía la sala. Ivania cerró los ojos un momento,
sintiendo el calor de la mano de Lesbia sobre la suya.
—Está bien —dijo finalmente, abriendo los ojos. —Me mudaré
contigo.
Una sonrisa iluminó el rostro de Lesbia, y Ivania sintió que
el peso que llevaba en el corazón se aligeraba. Estaba lista para enfrentar lo
que vendría, y en ese momento, comprendió que había elegido un camino lleno de
posibilidades. Su sueño de ser escritora podría finalmente convertirse en una
realidad, y quizás, solo quizás, también exploraría el nuevo territorio que se
estaba abriendo entre ellas.
Ivania disfrutaba de su rutina matutina, corriendo por el
parque con el aire fresco acariciando su rostro. El sonido de sus pasos sobre
el pavimento se mezclaba con los susurros del viento que atravesaba las hojas
de los árboles. Mientras corría, su mente divagaba en el mundo de su libro,
visualizando las páginas llenas de historias sobre las Mujeres Fundadoras de
Nueva Guinea. Las palabras danzaban en su cabeza, fluyendo como un río en libertad,
llevándola a un lugar donde podía ser completamente ella misma.
Pensaba en Lesbia, en su risa y en cómo la hacía sentir. La
dulzura de su amiga le traía alegría, pero también incertidumbre. ¿Qué quería
realmente Lesbia de ella? Las caricias suaves y las miradas llenas de
complicidad a menudo la dejaban confundida. ¿Era solo amistad, o había algo
más?
En medio de sus pensamientos, al dar la vuelta en el andén,
se encontró de frente con su padre. Su corazón dio un vuelco. La mirada de él,
dura, pero con un leve destello de preocupación, le hizo frenar.
—Ivania —comenzó él, con una voz que intentaba ser suave—.
He venido a buscarte.
—¿Por qué? —respondió ella, tratando de mantener la calma,
su respiración agitada por el esfuerzo y la sorpresa.
—Quiero que regreses a casa. No puedes seguir con esta idea
de ser escritora. No tiene futuro, hija.
Sintió un nudo en el estómago. Las palabras de su padre
golpeaban su corazón como un martillo. Recordó las noches en las que había
soñado con convertirse en una escritora, de dar voz a las mujeres que habían
forjado su pueblo. Pero ahora, la realidad la enfrentaba.
—No puedo simplemente renunciar a lo que soy —respondió,
sintiendo la adrenalina recorrer su cuerpo.
—¿Y qué eres? —su padre insistió, un tono de frustración en
su voz—. ¿Una escritora? ¡No tienes idea de lo difícil que es eso! Vuelve con
nosotros, a lo seguro.
Ivania se quedó en silencio, el aire fresco alrededor de
ella contrastando con la opresiva tensión del momento. En su mente, imágenes de
su vida con Lesbia pasaron rápidamente: las risas compartidas, los cafés por
las mañanas, el sueño que comenzaba a florecer.
Finalmente, levantó la mirada, decidida. —Soy alguien que
quiere contar historias. Y aunque pueda no ser fácil, estoy dispuesta a luchar
por ello.
Su padre pareció aturdido por su respuesta. —Ivania,
piénsalo bien. No quiero que te lastimen.
—No soy una niña —dijo ella, sintiendo que la fortaleza que
había construido en los últimos meses la envolvía—. Quiero ser libre.
En ese instante, su padre pareció ver algo en su mirada.
Quizás entendió que ya no podía controlar su destino. Sin decir más, dio un
paso atrás, la tristeza reflejada en su rostro.
Respiró profundamente mientras lo veía alejarse, un peso
levantándose de sus hombros. Sabía que su decisión estaba tomada. Era hora de
vivir su verdad.
En el acogedor apartamento de Lesbia, se sentó frente a su
laptop, las ideas fluyendo de su mente a las teclas. Era un espacio pequeño,
pero lleno de vida, donde cada rincón parecía susurrar posibilidades.
Justo cuando se sumergía en su escritura, Lesbia apareció
con una taza de café humeante y unas rosquillas recién horneadas. Se acercó a
ella, dejando la taza en la mesa, y le dio un suave beso en la mejilla.
—Aquí tienes, escritora —dijo Lesbia, acariciando suavemente
la espalda de Ivania.
Sonrió, sintiendo un calor que se extendía por todo su ser.
Era en esos momentos que comprendía lo que realmente quería: ser ella misma,
con la libertad de escribir y la amistad y cariño de Lesbia a su lado.
—Gracias —respondió, respirando profundamente el aroma del
café. Se sintió viva, libre, como si el aire que llenaba sus pulmones la
impulsara hacia adelante.
Regresó a su computadora, las palabras fluyendo con más
intensidad que nunca. Sabía que su camino no sería fácil, pero también entendía
que estaba lista para enfrentarlo. Era su vida, su historia, y ahora tenía la
oportunidad de escribirla. Mientras los rayos del sol entraban por la ventana,
iluminando el espacio, sintió que el aire de la mañana la acompañaba en cada
palabra, recordándole que su libertad era su mayor tesoro.
25/10/2024
Foto Internet.