El primero de marzo de 1965, diecisiete campesinos pobres, que vivían en chozas de paja ubicadas en callejones de fincas en Carazo y Somoto, se encontraron en el Empalme de San Benito para iniciar la aventura de colonización más importante en la historia moderna de Nicaragua. Estos campesinos, entre ellos dos mujeres, motivados por el reverendo Miguel Torres, quien les había dicho que en la zona de Zelaya existían tierras libres, estaban convencidos de que allí encontrarían lo que buscaban y, además, que serían los pioneros de la fundación del primer pueblo de evangélicos en Nicaragua.
Junto al reverendo y varios funcionarios del entonces Instituto Agrario de Nicaragua (IAN), emprendieron camino hacia el corazón de la jungla, guiados por el pastor Uriel Gómez y Benito Luna, quien había sido un experto raicero y hulero de la zona. Avanzaron hasta donde llegaron los vehículos y después por un extenso trecho de cincuenta y dos kilómetros que sólo era transitable a pie, abriéndose paso al filo del machete.
Luego de cinco días de caminata, el 5 de marzo de 1965, llegaron a una inmensa zona boscosa. Encontraron un verdadero paraíso, el “Edén” del trópico húmedo. Toda la riqueza de la naturaleza fue descubierta y aprovechada por estos pioneros. Una montaña con diversidad de bosques primarios que alojaba múltiples especies de animales, atravesada por ríos y quebradas de aguas claras que les brindaban todo lo necesario para vivir. Fue así que iniciaron a construir sus primeras casas con techo de suita y paredes de tambor rajado; recolectaban frutos, pescaban y cazaban animales para sobrevivir en un mundo diferente a las secas e infértiles tierras de donde salieron.
Ese es el inicio de una historia sobre la que muchos han escrito; algunos apegados a la verdad y otros con exagerada imaginación elevando a niveles de epopeya los hechos, y de héroes y benefactores de las generaciones actuales a esos hombres de carne y hueso que buscaron y lograron mejorar sus vidas al llegar a “su luz en la selva”. Incluso, los que forman parte de la tercera generación de esos primeros diecisiete y otros que cada vez incrementan la lista, quisieran que los habitantes y autoridades de Nueva Guinea les rindan tributo celestial haciéndose merecedores, en muchos casos, de prebendas ya saldadas.
Con el IAN y el posterior Proyecto de Colonización Rigoberto Cabezas (PRICA), a esos “fundadores” se les entregó lo establecido en su momento: una hectárea de tierra para construir su vivienda y desarrollar economía de patio, criar gallinas y cerdos. Además, se les concedió una parcela de cincuenta hectáreas alrededor de la colonia de Nueva Guinea para cultivarla, facilitándoseles el apoyo necesario. Con el correr de los años, muchos de ellos, por diferentes motivos, se fueron deshaciendo de sus parcelas, bien por herencia o por venta ante la demanda creciente de tierras. La hectárea de tierra otorgada en el actual casco urbano también fue fraccionada, vendiéndose en lotes a pobladores necesitados de terreno para construir su vivienda o heredándola a sus familiares. Producto de ello, hoy se erige en esos antiguos lotes la cabecera municipal de Nueva Guinea.
En conmemoración de aquel hecho se celebra la fundación de Nueva Guinea cada 5 de marzo y los pocos fundadores que quedan, junto a los nuevos, hacen un desfile pomposo con carrozas por las principales calles de la ciudad. Su lucha es incesante y muchas de sus demandas han quedado obsoletas con el paso del tiempo.
La nueva generación de fundadores debería enfilar sus banderas de lucha contra la corrupción de organizaciones civiles donde sus “líderes” forman parte, ejercer presión sobre los gobiernos municipales para convertir las calles, lodosas en invierno y polvorientas en verano, en dignas de una ciudad; en la demanda justa contra los deficientes y encarecidos servicios de agua potable y energía eléctrica; por un mejor transporte colectivo hacia las comunidades rurales; en denuncia y clamor de justicia por la violación de niñas y niños; contra los altos índices de violencia doméstica donde el macho campesino se ensaña en la mujer; en la conservación y recuperación del bosque húmedo tropical y en la búsqueda del bien común que los nuevos tiempos exigen. Sus ancestros, osados y emprendedores, regresarían a encabezar sus demandas, obtendrían nuevos triunfos, unirían diversas voces y descansarían en paz.
Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
Viernes, 19 de noviembre de 2010