Un viaje inesperado.
Jeep,
carretera, hotel,
panga,
bahía, arena.
Sentado en
el alto tetraedro,
unidos por
miles forman un brazo,
tetrápodos
cerrando una herida,
recuperando la playa del mar.
Una pareja
corre tambaleante en la arena,
sonríe contra
el viento y las olas.
En su
alrededor picotean gaviotas
y pelícanos
en bandadas cruzan la escena.
Una
mototaxi roja se aproxima,
inaudible
deja atrás el verdor de la loma del faro.
Se
ralentiza en la arena profunda
y los
tetrápodos frenan su avance.
Allí viene
una familia de cinco.
Tres niños
corren a los arbustos.
El hombre
va tras ellos con un balde de plástico.
Mamá sacude
su falda, quejándose un poco.
El viento
del noreste desprende
palmas del
techo de los ranchos
y el oleaje
socava sus cimientos
ayudado por
negociantes de arena.
Los niños
saborean icacos.
Papá carga
el cubo de plástico.
Mamá sonríe
y dice adiós.
Caminan festejando sus pasos.
La pareja
en madera de balsa se explaya.
Cabello
negro largo y rizado el de ella.
Segura y
sonriente, enamorada,
entre los
hombros del él.
Caminantes van
al norte y vuelven al sur.
Cuerpos
cansados, raída y sucia la ropa.
Esperanzas
en sus pasos y ojos gatunos.
Bendiciones empacadas buscan al ir y venir.
Sentado con
los pies al aire,
el viento en la espalda y el rugir del oleaje.
La marea arrastra
la puesta del sol.
Gruesas y
gordas nubes lo cubren de chocolate.
Los niños
corren, gritan en la arena.
Los
enamorados se besan.
El oleaje
se calma.
Los caminantes
desaparecen.
En el hotel
frente a la cabaña,
todo se
nubla, estoy cansado.
Entro a la
cama, en calma busco
un poema en la arena.
sábado, 30
de julio de 2022.
Foto propia.