José, un niño campesino, vivía con sus padres en una pequeña finca. Su vida era sencilla y tranquila, dedicada al cuidado de los animales y las plantas. Nunca había salido de su comarca ni había visto las luces y los adornos de la ciudad. Lo único que sabía de la Navidad era lo que le contaban sus padres y lo que escuchaba en la radio.
Un día, su madre le dio una noticia que lo llenó de emoción: sus tíos
los habían invitado a pasar la Nochebuena en La Fonseca, una colonia cercana
donde había una capilla católica con un árbol de Navidad. No podía
creerlo, iba a ver por primera vez un árbol de Navidad, ese símbolo mágico que
tanto le fascinaba. Le preguntó a su madre cómo era el árbol, y ella le dijo
que era grande y verde, con muchas luces de colores, bolas brillantes y una
estrella en la punta. Se imaginó el árbol como un gigante luminoso que
destellaba la noche con su resplandor.
Esperó con ansias el día en que vería el árbol de Navidad. Contaba
los días en el calendario y cada noche soñaba con el árbol. Le pedía a su padre
que le contara historias sobre La Fonseca, y él le decía que era un lugar muy
bonito, con gente amable y trabajadora, que celebraba la Navidad con mucha
alegría y fe, después de terminada la guerra que asoló todas las comunidades de
Nueva Guinea. Le dijo que sus tíos los recibirían con mucho cariño, y que les
prepararían una cena deliciosa, con gallinas rellenas, nacatamales y pasteles.
José se relamía los labios al pensar en la comida, pero lo que más le
interesaba era el árbol.
Por fin llegó el día esperado. José se levantó temprano, se vistió con
su mejor ropa, y ayudó a sus padres a empacar las cosas. Los tres montaron a
caballo y emprendieron el viaje a La Fonseca. El camino era largo y lodoso,
pero José no se aburría. Miraba con curiosidad el paisaje, los árboles, los
pájaros, las quebradas, los cerros y a las personas que se encontraban en la
travesía. Le parecía que todo era nuevo y diferente. Les preguntaba a sus
padres sobre todo lo que veía, y ellos le respondían con paciencia y amor.
Después de seis horas de viaje, llegaron a La Fonseca. Se
sorprendió al ver la colonia, que era más grande y bonita de lo que se había
imaginado. Había muchas casas de concreto, todas pintadas en colores
atractivos, con techos de zinc, rodeadas de jardines y árboles frutales.
También había una escuela pintada en azul y blanco, una cancha de fútbol, un
campo de béisbol, varias tiendas y una iglesia.
Vio a muchos niños jugando y corriendo, y sintió ganas de unirse a
ellos. Pero lo que más le llamó la atención fue la capilla católica, que estaba
al final de la calle principal. Era una construcción blanca y sencilla, con una
cruz en la fachada y un campanario. José se fijó en que había una ventana
grande en el frente, y a través de ella se veía algo que le hizo latir el
corazón: el árbol de Navidad.
Sus tíos los estaban esperando en la puerta de su casa, que quedaba
cerca de la capilla. Los saludaron con abrazos y besos, y los invitaron a
pasar. Se sintió acogido por la familia de sus padres, que lo trataron con
mucho afecto. Le presentaron a sus primos, que eran de su edad, y le ofrecieron
juguetes y dulces. Se divirtió con ellos, pero no podía dejar de mirar
hacia la capilla, donde el árbol de Navidad lo esperaba.
Cuando se hizo de noche, sus tíos los llevaron a la capilla, donde se
celebraba la misa de gallo. Entró con emoción, y se quedó maravillado al
ver el árbol de Navidad. Era tal como se lo había imaginado, pero más hermoso y
majestuoso. Estaba lleno de luces que parpadeaban en armonía, de bolas que
reflejaban los colores del arco iris, y de una estrella que brillaba con
intensidad. Se acercó al árbol, lo tocó con delicadeza. Sintió su textura
suave y fresca, y su aroma agradable y dulce. Se quedó hipnotizado por el
árbol, y se olvidó de todo lo demás.
Sus padres lo observaban con una sonrisa, y se sintieron felices de
verlo feliz. Le tomaron una foto junto al árbol, y se la guardaron como un
recuerdo. Luego, lo llevaron a sentarse con ellos, y escucharon la misa con
devoción. José también prestó atención a las palabras del sacerdote, que
hablaba del nacimiento de Jesús, el niño Dios que había venido al mundo para
traer la paz y el amor. José pensó que ese era el verdadero sentido de la
Navidad, y le dio gracias a Dios por haberle dado la oportunidad de ver el
árbol de Navidad y de compartir con su familia.
Después de la misa, regresaron a la casa de sus tíos, donde los esperaba
la cena. Comieron con gusto y brindaron por la Navidad. Se sintió
satisfecho y contento, y se acostó en una hamaca con sus primos. Antes de
dormirse, miró por la ventana y vio el árbol de Navidad, que seguía iluminando
la noche con su resplandor. Cerró los ojos y se durmió con una sonrisa.
Había cumplido su sueño de Navidad
José se convirtió en diácono. Su formación espiritual, humana, pastoral
e intelectual se desarrolló con los sacerdotes de la parroquia de Nueva Guinea
y en el seminario de Bluefields. Cuarenta años después de haber cumplido su
sueño, es el encargado de una capilla en una comunidad del Caribe Sur y de
arreglar con devoción el árbol que tanta ilusión sigue dándole. Cada año, recuerda con nostalgia y gratitud aquella noche en que vio por primera vez el
árbol de Navidad y cómo ese momento cambió su vida. José siente que Dios lo
llamó a servir a su pueblo, y que el árbol de Navidad es un signo de su
presencia y su amor.
Comparte su fe y su alegría con los demás y le cuenta su historia
a los niños que se acercan a ver el árbol. Es feliz y espera con esperanza
el día en que la luz del árbol permanezca para siempre en los corazones de los
hombres y mujeres, logrando la paz y el amor que tanto anhelan.
20 de diciembre 2023.
Nueva Guinea, RACCS.
Foto: Internet