Ninguno de los
dos conocíamos Bilwaskarma pero sabíamos que ellas, Karen y Melania, lo dijeron
esa tarde en el estadio, estudiaban enfermería en esa localidad cercana a Waspán.
Los invitamos a Bilwaskarma, dijo Melania con una sonrisa seductora que
intercambiaba con Karen. Volví la mirada hacia Glass, ambos llevábamos puesto
el uniforme de la selección de béisbol de Bluefields diseñado para los juegos
de la serie del Atlántico que se jugaba en Waspan en 1975 ó 1976, no lo recuerdo
muy bien pero fue por esos años. Glass no titubeó y, sin consultarme, dijo que llegaríamos
a visitarlas antes del juego porque nos tocaba jugar contra Puerto Cabezas al
día siguiente por la tarde.
Glass era mayor
que yo, unos tres o cuatro años mayor, y más corpulento. Se había conocido con
Melania en Bluefields y ella lo miraba con esos ojos color de miel deslumbrados
que tiene como tratando de atrapar una estrella fugaz que se desvanece en su
recorrido. Por él fue la invitación, y me sentí como un aderezo en el plato
principal que habían preparado porque Karen se mostraba un poco distante,
nerviosa e indiferente conmigo.
Perfecto, dijo
Melania, los estaremos esperando y le dio un beso a Glass. Por la mañana sale
un bus de Waspán hacia Bilwaskarma, pueden abordarlo en el parque, el recorrido
es corto porque apenas hay diez kilómetros hasta allá. Karen por su parte me
extendió la mano, una mano un poco grande para su altura, suave y fría, pero la
expresión de sus ojos al tomarla me dejaron pensando que algo misterioso en ella quedaba expuesto al contacto con mi piel.
Y se marcharon,
caminaron juntas y nos volvían la mirada con una sonrisa de complicidad. Ahora
si, dijo Glass, la partimos. Se van a dar cuenta, Smith se va a dar cuenta y
nos van a sancionar, respondí. No te preocupes, el juego es hasta las dos de la
tarde, después que desayunemos nos vamos para Bilwaskarma.
El vehículo se
detuvo frente a la entrada del hospital – escuela de Bilwaskarma. Al bajar
ellas nos estaban esperando. El hospital se encontraba cubierto de un bosque
denso de pinares y estaba pintado de color blanco con verde. Caminemos, dijo
Melania, y la seguimos. Pensé que nos iban a mostrar el hospital pero en lugar
de caminar hacia las instalaciones tomaron un camino arenoso hacia la izquierda
del edificio. Sigan caminando sin detenerse, ya los alcanzamos, dijo Melania y,
siempre con sus sonrisas cómplices, regresaron al hospital.
Caminamos quizás
unos quince minutos y nos detuvimos en un promontorio de grandes rocas, piedras
azules regadas, esparcidas en un radio de unos quinientos metros en los alrededores.
Glass estaba ansioso y me decía que ahora sí, la partimos, estas chavalas no
andan con cuentos. Talvez Melania con vos pero a Karen la veo muy misteriosa,
le dije y subí al promontorio de rocas. Desde el borde de una gran roca vi una
laguna azul cubierta de árboles de pino, a una altura de unos diez metros desde
las rocas que la protegían. Volví la mirada hacia Glass y vi llegar a Melania
con Karen. Llevaban puestas sus batas de enfermeras, calzaban chinelas y ambas
cargaban bolsos. Desde allí me saludaron y vi a Melania tomar de la mano a
Glass, lo jaló hacia otro punto de la laguna mientras Karen se quedaba inerte,
sin moverse del lugar. La llamé y subió el promontorio.
Mientras Melania
y Glass se acomodaban en una de las piedras, al otro lado de donde me
encontraba, Karen llegó a mi lado. Ahora siempre pienso en Karen, dos o tres
veces al día, quizás más, talvez diez, siempre vuelve su recuerdo para estos
días de semana santa. Al llegar a mi lado dijo, no tardé ni cinco minutos en
subir, sí, eso dijo. Nos sentamos en una de las piedras y a su lado la laguna
me pareció mucho más bella. Vi a Melania en el otro lado quitándose la bata de
enfermera, a Glass quitándose la ropa, y tomados de la mano, se tiraron a la
laguna. Karen sonreía, siempre sonreía, sus labios carnosos mostraban al hacerlo
su blanquecina dentadura. ¿Cómo es tu vida en el hospital?, le pregunté. Ella
no dejaba de mirar a Glass y a Melania que nadaban con sus cuerpos sincronizados
en las aguas de la laguna azul.
Es triste, dijo.
Y no sé de donde diablos se me ocurrió
decirle, que conmigo la tristeza había llegado a su final, que estaba allí para
alegrarla, para hacerle el amor, que quería que fuera mía en ese paraíso norteño
caribeño, en esas aguas azules rodeadas de pinos en abundancia. Karen se quedó
pensativa, dos, tres, cinco segundos. Se levantó, se quitó la bata blanca,
quedó desnuda ante mis ojos. ¡Madre santa, que mujer más hermosa!, me dije.
Toda ella, su cuerpo caneloso, su cintura generosa, su vientre tenso, su sexo
depilado, sus piernas acentuando su disposición, y su sonrisa, esa sonrisa blanca
en esos labios carnosos que me invitaban a descubrir lo desconocido me dejaron ensimismado,
mirándola, saboreándola, ella allí con el sol de la mañana a sus espaldas, el
verdor de los pinos de fondo, exhorto, soñándola. Primero debes bañarte
conmigo, dijo y me libró del ensueño.
Me tendió su
mano y la sensación del misterio volvió a atraparme, me jaló y caminamos al
borde de una roca. Sin dudarlo, estoy seguro que la laguna era su espacio de
diversión preferido, dio un salto que duró toda la eternidad, uno, tres, cinco,
siete segundos, hasta que su cuerpo color canela se sumergió en el manto azul
de la laguna dejándome expectante de la explosión del agua en espera de verla
resurgir con su sonrisa. Uno, tres, cinco, siete segundos, no lo sé, pero tardó
más que un orgasmo en volver para invitarme, llamándome con esa misma sonrisa
para que me precipitara en ese abismo a descubrir el secreto.
Y viéndola,
sensual, con su cuerpo bañado de azul, sus piernas en movimiento esparciendo el
agua, di un salto sin dejar de verla. Al contacto con el agua mi cuerpo se
cubrió de las gélidas aguas. Al salir del azul profundo ella se me acercó como
adivinando que necesitaba el calor de su cuerpo. Madre Santa, que agua más
helada, alcancé a decir y mi cuerpo dejó de responder a los intentos de nadar.
Ella se dio cuenta que estaba tiritando de frío y me abrazó, su cuerpo se
acercó al mío, tocó mis brazos y mi espalda y descubrió que temblaba. Sentí que
unas manos pegajosas que me jalaban desde el fondo de la laguna y entré en pánico,
traté de gritar y no pude hacerlo. No recuerdo nada más, creo que me quedé en
blanco.
La volví a ver
en la orilla, junto a una piedra, rodeado por sus brazos, con una toalla
cubriendo mi espalda y sus piernas enmarañadas con las mías. “Pensé que te
ahogabas”, dijo. Me tomó nuevamente con sus manos de misterio, me ayudó a
levantarme, subimos el promontorio, busqué con la mirada a Melania y a Glass
pero no logré verlos. “Aquí, siéntate aquí, respira, respira profundo”, dijo.
Unos minutos después
había salido del shock, pero el frío que sentía no había desaparecido. ¿Qué te
pasó?, pregunto Karen. Primero sentí un frío terrible, me quedé como congelado
y sentí que unas manos me jalaban desde lo profundo de la laguna, respondí.
Pensé que se iba a reír, pero no, no lo hizo, más bien se quedó pensativa, sin
hablar por uno, tres, cinco, siete segundos.
¿Me dices la
verdad?, preguntó. Sí, sí, no te miento, respondí. Volvió a sonreír, sus manos
buscaron las mías. Mírate los pies, dijo. Vi en pies, arriba de los tobillos,
una marca azul. ¿Y esto?, ¿Qué es esto?, pregunté. Es la marca de la reina de
la laguna, se enamoró de vos, le llaman Liwa Mairen, y te ha hecho un hechizo
de amor, dijo. ¿Cómo?, ¿Y ahora que va a sucederme? Nada, no te preocupes, dijo
y me dio un beso con sus labios carnosos y su cálida lengua. No logré contar
los segundos que duró el beso, no sé cuántos fueron, me sentí dentro de la
laguna, nadando, enmarañado con la Liwa Mairen, haciéndole el amor en círculos,
escuchando sus quejidos como cantos de sirena, con mi sexo atrapado en éxtasis
y teniendo uno, tres, cinco, siete orgasmos. Cuando Karen dejó de besarme,
Melania y Glass estaban a nuestro lado y mi cuerpo volvió a responderme.
Nunca más volví
a ver a Karen. Siempre recuerdo su sonrisa y el misterio que la cubría. No sé
si está viva ni donde vive, pero siempre pienso en ella para los días de semana
santa. Siempre vuelve a mí, vuelvo a vivir, a sentir, a disfrutar el beso que
me dio y los siete orgasmos que tuve dentro de las aguas de la laguna de
Bilwaskarma.
27/03/2018
Semana Santa
Nueva Guinea
RACCS.