I
Antes
que los rayos de sol disipen la frescura provocada por la neblina de la madrugada,
Alfonso se dirige en su caballo blanco hacia las tres esquinas. Cabalga a paso
lento, sin prisa. Persistente espera buenas lluvias, distribuidas de tal forma que
provoquen la floración de los cultivos. Baja del caballo, lo asegura en un
poste del cerco, camina hacia la puerta de alambre; al intentar abrirla tres
perros furiosos le ladran, defienden su territorio. Se abre la puerta de la
casa.
— ¡Buenas!, ¿cómo amanece mi
amigo? —saluda Alfonso receloso y pendiente de los perros que no parar de
ladrar.
— ¡Buenas! —responde Payin. —
¡Sooo, perros! ¡Échense! —agrega dirigiéndose amenazante con una tajona a los
perros; dos entran a la casa y el otro se echa bajo una carreta. — ¿Qué lo trae
tan temprano por estos lados? —dice mientras abre la puerta de alambre sin esfuerzo
para sacar el lazo del poste.
— Lo ando buscando porque
quiero arar unas tierras, es tiempo de prepararlas —dice Alfonso estrechando su
mano.
— Pase adelante, platiquemos
aquí —dice Payin y le señala una banca de madera ubicada frente a la casa. —
¡Maritza, tráenos dos tazas de café! —grita a su mujer que prepara el desayuno.
— ¡Ya te lo llevo, espérame que
baje la porra de frijoles! —responde desde el fondo de la cocina.
— Son cinco manzanas —dice Alfonso
luego de sentarse en la banca y estirar sus largas piernas. Ya tengo asegurada
la semilla del rojito y, a como veo las cosas, el precio va a estar bueno por
la escasez provocada por las inundaciones en el Pacífico —agrega con mirada
vivaz y fija en la de Payin esperando respuesta.
— Ya es tiempo. Las tierras
están bien secas, perfectas para removerlas. Hay que aprovechar este veranillo
de octubre —dice Payin.
— ¡Buenos días, Don Alfonso!
—saluda Maritza mientras le entrega una taza grande con café Toro recién colado
y caliente, desprende un aroma estimulante, mañanero. — Tomá la tuya, dulzuda
como te gusta —le dice a Payin con tono alegre al entregarle la taza y regresar
a sus labores.
— Ayer le preparé dos manzanas
a Palacios, también va a sembrar frijoles —dice Payin luego de saborear su
café.
— ¿Cuándo puede arar las mías?
— Hoy no puedo, tengo un
compromiso. Debo hacer dos viajes de leña con la carreta. Mañana como a las
siete voy a pasar por donde usted para que nos pongamos de acuerdo.
— Perfecto, lo estaré esperando.
Estrecha nuevamente la mano de Payin y , antes de salir hacia su caballo,
grita, “¡Gracias por el café Doña Maritza!”
— ¡De nada, Don Alfonso, salúdeme
a su señora! —responde Maritza.
Al
cerrar la puerta de alambre, Payin se dirige hacia la cocina. Un plato abundante
con frijoles, huevos revueltos, tortilla y queso lo esperan para llenarlo de la
energía necesaria que gasta en sus labores del día. Debe caminar junto a su
carreta, jalada por sus incondicionales bueyes, ocho kilómetros de regreso en
cada viaje, además de cargarla con la ayuda de Melesio.
— ¿Para qué te quería Alfonso?
—pregunta Maritza inquieta mientras le sirve otra taza de café.
— ¿Para qué más puede ser?,
quiere que le vaya a arar unas tierras —responde luego de saborear la comida y
dar un sorbo de café.
— ¡Ve, qué bueno!, si no me
equivoco en este mes ya llevas unas cuarenta manzanas aradas —afirma al
sentarse en la mesa frente a Payin.
— Ojalá todos los meses así
fueran. Marzo, abril, octubre y noviembre son los mejores, el problema es que
todos esperan a última hora para preparar las tierras y andan apurados buscando
quién les haga el trabajo —dice Payin.
— No te podes quejar. En este
año te ha ido bien. Hasta le compraste a la Ángela esos dos novillos que estás adiestrando
para bueyes —dice Maritza intentando darle ánimos.
— Lo sé mujer, no me quejo. Muchos
me buscan porque arar las tierras con tractor es demasiado caro, no les resulta.
— ¿Cuándo vas a ir donde Alfonso?,
ya sabes que tiene problemas con sus tierras, ese conflicto parece que nunca va
a terminar y no te olvides que sacó tus bueyes de sus potreros.
— No te preocupes, siempre le
he preparado sus tierras. Mañana lo voy a visitar para ponernos de acuerdo. El
problema de los bueyes fue su culpa, se los presté y nos los ocupó, los fui a
traer porque tenía que ararle unas tierras a Piña. Además, él me vino a buscar
y con esa arada voy a reparar la carreta, la madera está pudriéndose. Me voy,
se me hace tarde.
— Parece que ya vino Melesio.
Que te vaya bien. Voy a ir al mercado a comprar un pollo para hacerte una
sopita. No vengas muy tarde —dice Maritza al despedirse. “Este Payin cada día lo
veo más cansado, ya no es el mismo de antes. Toda la vida se la ha pasado
arando tierras, entrenando bueyes y jalando leña para poder mantenernos”, piensa
Maritza al verlo partir.
II
Alfonso
llega a la casa después de recorrer los linderos de su finca. Desde que un
grupo de cuarenta toma-tierras hicieron champas en una parte de ella, todos los
días practica la misma rutina inspeccionando los linderos palmo a palmo en
busca de indicios. Inspecciona el estado de los postes, el alambre, las puertas
y, al pasar cerca de sus vecinos, apresura el paso del caballo con el fin de que
lo observen en su labor. Lleva enfundada y colgada a su cinturón una pistola Magnum 457. Es un
hombre de sesenta años, su cabello muestra canas y lo lleva un poco largo.
— ¡Santito padrino! —dice
Julián al acercarse con las manos juntas a Alfonso.
— ¡Santito Julián! ¿Cómo estuvo
el ordeño? —dice Alfonso al bajarse del caballo, tocarle las manos y dirigirse
a la hamaca que cuelga en el corredor.
— Peor que ayer patrón, hoy
dieron quince litros. Ya los fui a dejar a la casa del pueblo —dice Julián
luego de amarrar el caballo.
— Este veranillo está fuerte.
Los pastos no rinden y las vacas no se acostumbran a comer la caña que
sembramos el año pasado. A tiempo vendí aquellas cinco que daban poca leche
para pagarle al abogado —dice Alfonso mientras se quita las botas sentado en la
hamaca.
— Ojalá ese abogado le resuelva
de una vez el problema de las tierras —dice Julián a la vez que busca un banco
para sentarse.
— Eso espero. Si desde un inicio
hubiera negociado con el sinvergüenza de Nicasio, pagándole para que me diera
la escritura de la finca, hoy no tendría este problema. Estuviera inscrita en
el registro de la propiedad de Bluefields y no andaría metido en estos clavos
—dice Alfonso al acostarse en la hamaca.
— Usted me va a disculpar
patrón, pero ¿por qué no lo hizo?
— Porque a su mujer ya le había
pagado por la tierras. Eso fue cuando él estuvo preso. Después que estuvo preso
por somocista, porque no creas que era buena cosa, era guardia, él quería que
le pagara por ese papel. Ahora el borracho las reclama como suyas y ha
comenzado a vender lotes a un montón de sinvergüenzas que jochea para que se
metan en la finca, como el otro día.
— Pero patrón, si usted le pagó
a la mujer por la tierra, él no tiene por qué reclamarlas, las tierras ahora
son suyas. Usted tiene más de veinte años de tenerlas —dice sentado junto a la
hamaca.
— Julián, vos no sabes nada de
estos enredos. Mira, yo tengo la escritura que me dio la mujer, pero él tiene
el título real inscrito en Bluefields. Al venderme no se deslindó de ese título
que le dio el IAN. Solo me dio posesión y por eso él las reclama como propias.
Ella no podía hacerlo.
— La verdad es que no entiendo,
patrón. Eso es un enredo. Para mí las tierras son suyas porque pagó por ellas.
— Así debería de ser pero las
leyes son jodidas. Mañana va a venir Payin, estate pendiente para que le vayas
a enseñar la parte que vamos a arar para los frijoles, las que pegan al lado de
la carretera. Yo voy a venir después para arreglarme con él.
— Estaré pendiente, no se
preocupe. Bueno patrón, me disculpa, voy a ir a limpiar la yuca —se despide
tomando el machete y un sombrero de paja.
— Va pues, dentro de un rato me
voy para el pueblo. Este problema me tiene cansado y sofocado, no puedo dormir
bien.
Sus
pensamientos se nublan de incertidumbre al recordar la compra de las tierras. Tan
baratas las compre en esos tiempos, piensa. Si algo bueno dejó la guerra a los
que teníamos realitos fue la posibilidad de comprar tierras. La Amanda andaba desesperada
sin saber qué hacer para poder sobrevivir mientras el viejo Nicasio se pudría
en la cárcel. Tanto insistió en que le comprara que terminó convenciéndome. Si
hubiera sabido que este sinvergüenza saldría con el cuento que le pagara por darme
la escritura, desmembrando la finca, jamás las hubiera comprado. Bien hice al
lotificar esas diez manzanas pegadas a la zona seis y venderlas a necesitados
de terreno para construir sus casas, lo mismo que Nicasio quiere hacer ahora
con las mías. Al final este capricho me ha salido más caro. Le hubiera hecho
caso a mi mujer, así tendría un arreglo con él, pero ahora es tarde, es por la
ley que nos arreglaremos. Minutos después sus ronquidos inundan la casa
perturbando la quietud de la mañana, en la copa de una Ceiba el pájaro gua se lamenta con su canto pidiendo insistente la
refrescante lluvia.
III
Al
salir de su casa, Payin le indica a Melesio que los bueyes escogidos para
trasladar la leña son el Gorrión y el Zanate. Inmediatamente procede a arrear
al Bonito y el Ojo Negro hacia la plazuela que se ubica detrás de la casa. En
ese espacio los encierra luego de pastorearlos una parte de la tarde en la
antigua pista de aterrizaje, a donde los lleva desde que Alfonso le negó el
pasto de sus potreros. Melesio arrea los bueyes, los junta y con la ayuda de
Payin acomoda el yugo, quien lo observa atento comprobando el aprendizaje de
Melesio, un joven que capacita en el oficio por encargo de su comadre Juana.
— ¡Espérate, espérate!
Acomódalos en la parte plana para amarrar la carreta al yugo —dice Payin.
— ¡Cejaaa, cejaaa, cejaaa! — grita
Melesio a el Gorrión y el Zanate, inmediatamente se detienen.
— ¡Viste, viste! —dice Payin
admirado porque los bueyes obedecen a la misma vez. Ya están quebrantados, ya
los tenemos educados. Son tres meses de estarlos preparando.
— Yo pensé que iban a dilatar
más —responde Melesio entusiasmado.
— Todavía les falta aprender,
hace falta que los pongamos a arar. Al paso que van dentro de unos días los
podemos probar con el arado. A ver, amarremos la carreta con cuidado.
Entre
ambos levantan el tiro de la carreta y lo colocan en el centro del borde
inferior del yugo. Payin lo amarra con fuerza alrededor de la cuña de seguridad
del tiro formando una equis con el mecate. Ambos se montan y, al grito de
cejaaa y un leve hincón con una vara fina de Cortéz, emprenden su marcha hacia
la parcela. Al bajar de las tres esquinas y tomar la carretera pedregosa hacia
Los Ángeles, la carreta comienza a crujir como tratando de desprenderse de sus
partes. El estaquero se mueve continuamente y el limón, la base donde van
incrustados, se desplaza lentamente en un movimiento lateral. Payin vuelve la
mirada hacia atrás de la carreta y le pide al Señor que no se desintegre, que
le permita realizar los dos viajes de leña que tiene encargada.
— ¿Cree que aguante los dos
viajes? —pregunta Melesio.
— Eso espero. Esteban me
entrega la madera por la tarde y el fin de semana Chanco Chingo va a repararla.
La madera está escasa y carísima, ni comparado con aquellos tiempos que me vine
de Ticuantepe para estos lados.
— ¿Desde cuándo se vino para
Nueva Guinea?
— Hace añales, cuando tenía
cuarenta y cinco años —responde Payin inquieto por el crujir de la carreta. Son
cuarenta y dos años los que tengo de haber venido.
— Yo ni había nacido —dice
Melesio mirando las arrugas de la cara y manos gruesas de Payin.
— Esa época fue cuando comenzó
el proyecto Rigoberto Cabezas, el PRICA le decían. Vendí mis bueyes y con esos
realitos me vine. Imagínate que me ganaba veinticinco córdobas por arar una
manzana. En esos tiempos no habían tractores y en la buena temporada araba de
sol a sol.
— ¿Cómo aprendió a arar?, ¿quién
le enseñó?
— Preguntás mucho. Préstale
atención al camino, no dejes que los bueyes se vayan por las piedras gruesas.
Este alcalde que tenemos habla mucho y no hace nada. Ya tienen más de tres años
de no darle una patroleada a este pedregal. Solo viven sacando material del
lado de Tierra Blanca y con esos camiones cargados es que han jodido el camino.
— ¡Ideay Payin!, ¿no es que
usted es liberal?
— Las carreteras no tienen
partido político. Aunque con ellas toda la vida ilusionen a la gente que vive
en la montaña haciéndoles promesas que nunca cumplen. Al menos ellas nos sirven
para trabajar y sacar la cosecha.
— No se me vaya desviando, parece
que ya se cambió de bando. Cuénteme como es que aprendió a arar —insiste
Melesio.
— Vos tenés más o menos diecisiete
años. Cuando aprendí allá en Ticuantepe tenía apenas siete. Vieras qué difícil
es aprender en esos cerros, aquí en estos llanos es sencillo. Un primo hermano
que tenía llamado Eudijes me enseñó a gobernar los bueyes y a arar. Era un buen
hombre, trabajador y honrado. Él también me enseñó que lo mejor que uno puede
tener es palabra y ser honrado. ¡Mira, allá viene aquel IFA que chifla!, ¡hace
la carreta hacia un lado y detené a los bueyes que no están muy quebrantados!
—ordena Payin preocupado al ver el polvazal que levanta el camión.
— ¡Sooo, sooo!, ¡Paree, paree!,
¡Cejaaa, cejaaa! —grita Melesio a los bueyes y se detienen mientras el IFA pasa
veloz cubriéndolos totalmente de polvo.
— Ve qué desgraciado ese
chofer, como que no pudiera bajar la velocidad, ya nos bañó de polvo. Por eso
es que a cada rato se dan vuelta pero nadie hace nada por controlarlos—dice
Payin malhumorado, sacudiéndose el polvo con el sombrero.
Llegan
a su parcela, llamada la
Pedrera por haber sido explotado un promontorio para sacar
piedras por la Alcaldía
y el Ministerio de Transporte. Deben pasar un río que ostenta una pequeña pero
profunda poza. En los meses secos es frecuentada por muchas familias para
aplacar el sofocante calor veraniego mientras que por las noches, calurosas o
lluviosas, parejas incursionan el promontorio de piedras, inundándolo de pasión
y mezclando sus arrebatos clandestinos con el canto de pájaros nocturnos, grillos,
chicharras y ranas. En una plazuela cercana a la casa detienen los bueyes. Sus
dos hijos la manejan pastoreando diez vacas y sobreviven con la venta de la
leche. No deja a los bueyes en esos potreros porque quedan muy distantes del
pueblo donde se encuentra su clientela. Luego de saludarlos se adentra con
Melesio en los potreros a cortar leña de los árboles sembrados como cercas
vivas. No tumban árboles, hacen cortes de ramas de buen grosor, las cortan en
trozos de una vara de largo amontonándolas en diversos puntos hasta completar la
carga acarreándolas en manojos sobre sus espaldas hasta llenar la carreta.
Cuatro horas después terminan agotados, descansan un rato y emprenden el viaje
de regreso al ritmo de los bueyes. Ambos caminan detrás de la carreta, evitan
cualquier sobresalto que interrumpa el esfuerzo de los bueyes y están atentos a
los vehículos que se aproximan para detenerlos. Payin le habla a los bueyes en
tono bajo, como tratando de darles ánimos y aligerar su carga.
Al
pasar un vado cercano a la finca de Ángela, quebrado y lleno de hoyos por el
paso de los pesados IFA’s, camiones ganaderos y volquetes, se escucha el resonar
de la carreta y se desprende el limón derecho con todos sus estaqueros, regando
la leña en el pedregoso camino como vómito insostenible de un intoxicado por
herbicidas.
— ¡Melesio, para los bueyes,
detenélos! —grita Payin apartándose para evitar golpearse con la leña que se
amontona en el camino.
— ¡Hasta aquí llegamos! ¡No
aguantó más! —dice Melesio luego de detener y sostener el yugo.
— Como que sabía que esto nos
iba a pasar —dice Payin al inspeccionar el lado quebrado de la carreta.
— Al menos el estaquero aguantó
tanto tiempo y ahora lo va a tener que vender como leña —dice Melesio mientras Payin observa el promontorio de leña y ríe a
carcajadas.
— Vos sos ocurrente. No sólo el
estaquero, toda la madera la voy a tener que vender, no ves que ya no sirve
para nada. Lo bueno es que estamos cerca del pueblo. Ándate rápido a la punta
de la pista y busca a Pablo Crespo para que se lleve la leña en la Waza. Aquí
te espero, no te dilates.
Payin
hace cálculos. Con la venta de la carga obtendrá unos seiscientos córdobas, menos
el costo del viaje de la Waza que estima en unos ciento cincuenta córdobas, le
sobra suficiente para darlos como adelanto en el puesto de madera de Esteban.
Con la arada de las tierras de Alfonso paga el resto y le cancela la mano de
obra a Chancho Chingo por repararla. Media hora después aparece Melesio con Pablo
Crespo.
— ¡Ideay Payin!, ¿qué le pasó?
—pregunta Pablo Crespo inspeccionando la carreta.
— Hasta aquí llegó —responde
Payin melancólico viendo el medio de transporte que por años ha utilizado.
— Toda la madera está podrida
—dice Melesio.
— Esto ya no le sirve para nada
—dice Pablo Crespo.
— Hombre, ¿andas algo allí con
que podamos arrancarle toda la madera? —pregunta y agrega — que quede solo el
tiro y las ruedas, es lo único que nos puede servir.
— Ando un macito en la cabina,
ya lo traigo.
— Pensaba repararla pero veo
que la tengo que volver a hacer los limones, la telera y el estaquero. Es como
hacerla nueva.
Entre
los tres cargan la Waza y Payin le indica que de una vez lo lleve a la zona dos
donde doña Elisa, la señora que hace rosquillas y cosas de horno a entregar la
leña, luego donde Esteban a retirar la madera y por último donde el carpintero
a entregarla. Montado en la cabina con Pablo Crespo regatea el precio del
recorrido mientras que Melesio arrea los bueyes que ahora jalan solamente el
tiro y las ruedas, el resto va en la tina de la Waza como leña.
Al
caer la tarde Payin regresa a las tres esquinas. Melesio ha llevado a pastorear
los bueyes donde fue la pista de aterrizaje y le ha contado a Maritza lo
sucedido después de encerrarlos en la plazuela. Al llegar a la casa cabizbajo,
le da ánimos con una suculenta sopa de pollo que lo espera desde el mediodía.
IV
A
las cinco de la mañana Payin se levanta silencioso, se dirige a la cocina,
enciende la radio y sintoniza la Manantial para escuchar el programa “amanecer
ranchero”. No se ha acomodado en la mesa cuando Maritza ya ha despertado,
enciende el fogón y le prepara café. Esa rutina se presenta todos los días como
un juego entre ambos, un juego que practican desde hace más de cincuenta años.
— ¿Cómo amaneciste?, ¿dormiste
bien? —pregunta Maritza observando fijamente su mirada. Está al tanto que toda
la noche pasó inquieto moviéndose en la cama.
— Más o menos, me dormí tarde.
Soñé que me ahogaba en la poza de la Pedrera —dice Payin mirándola en espera de
la interpretación del sueño.
— Tenías rato de no soñar.
Soñar con el agua a veces es bueno. Como la poza siempre está limpia eso
significa que te va a ir bien, que vas a lograr lo que deseas.
— Lo que más quiero es tener mi
carreta lista lo más pronto posible.
— ¿Cuándo te la entrega Chancho
Chingo?
— Me dijo que el lunes de la
próxima semana.
— No te desesperes hombre, solo
son seis días —dice Maritza al servirle la taza de café humeante en la mesa. Te
voy a freír unos frijolitos para que desayunes.
— Ya vengo, voy a llevar a los
bueyes a la pista mientras viene Melesio —dice Payin luego de tomar lentamente
un trago de café.
Recorre
doscientos metros hasta la pista arreando los cuatro bueyes. Piensa en el sueño
y en lo que ha dicho Maritza. Los deja cerca de la arbolada de acacia amarilla
y regresa a la casa.
— Ya está listo el desayuno
—dice Maritza al ofrecerle el plato con frijoles, cuajada y tortilla. ¿Qué más
soñaste?, te veo preocupado.
— Nada más, ya te dije que me
ahogaba en la poza.
— ¿Qué vas a hacer hoy?
— Voy a ir donde Alfonso a
ararle las tierras.
— Allí está Melesio, ya vino. Ofrécele
desayuno que quedan frijolitos —dice Maritza mientras prepara un plato.
Después
de desayunar Melesio regresa a la pista y arrea los bueyes hasta las tres
esquinas. Al llegar, Payin le indica que encierre al Gorrión y al Zanate. Hoy
nos llevamos al Bonito y el Ojo Negro, están descansados le dice. Una vez
enyuntados, ambos levantan el pesado arado de madera y lo acomodan invertido
sobre el centro del yugo de tal forma que la reja, esteva y cama quedan
sostenidos y proceden a amarrarlo mientras el timón queda colgando. Las
belortas y el rabizo son amarradas en los costados de los bueyes.
— ¡Maritza, ya nos vamos!
—grita.
— ¡Espérate un segundo, ya voy!,
¡estoy terminando de alinearles la comida! —responde desde la cocina.
— Melesio, arrea los bueyes, a
las siete debemos estar en la finca de Alfonso, ya te alcanzo —indica Payin al
sentarse en la banca pensativo, nostálgico por su carreta al observar
únicamente el tiro y las ruedas frente al cerco.
— Aquí está la comida —le dice
Maritza al entregarle dos porta-viandas de aluminio de tres depósitos cada una
y un galón de pinolillo.
— Voy a regresar tarde, vengo
como a las cinco y media — dice Payin despidiéndose luego de acomodar la comida
en una mochila que carga en su espalda.
— Que te vaya bien, no te
preocupes tanto, sólo faltan seis días para que te entreguen la carreta. Ándate
con cuidado —dice Maritza al verlo partir de la tres esquinas.
V
Entran
a la finca de Alfonso a través de una puerta de alambre y se dirigen hasta la
casa ubicada al pie del único árbol de Ceiba existente a los alrededores de
Nueva Guinea, reliquia del pasado, sobreviviente de la Plywood y de madereros
actuales. Al llegar, Julián los espera, ya ha ordeñado y trasladado la leche a
la casa del pueblo. Luego de los saludos los conduce al área que será arada para
que Payin las inspeccione.
— Esas son las cinco manzanas
—indica con las manos. Son tres lotes. La división de la izquierda son dos, el
de la derecha y aquellas del fondo son de manzana y media cada uno.
— Vamos a medirlas cuando
terminemos de ararlas —dice Payin.
— Como usted diga. Recuerde que
vamos a sembrar frijoles en ellas —dice Julián.
— Parece que están limpias
—dice Melesio inspeccionado el terreno con la mirada.
— Hace dos semanas el patrón
las mandó a chapiar —aclara Julián y agrega — una parte fue fumigada con
gramoxone.
— Ojala todos tuvieran limpias
las tierras antes de ararlas —dice Payin.
— Bueno pues, vamos a hacer los
surcos a una distancia de media vara porque es para frijoles. A ver Melesio y
vos Julián, sostengan el timón para soltarlo y luego bajamos el resto.
Proceden
a bajar las partes del arado y lo arman para iniciar a arar comenzando por el
orden en que observaron los lotes. Payin se dirige a un arbusto y bajo sus
sombras resguarda el galón de pinolillo y las portas-viandas. Regresa al lado
de los bueyes para iniciar la labor y observa a Alfonso que se aproxima en su
caballo blanco. Al llegar al punto donde se encuentran da una vuelta completa alrededor
de ellos sin saludar, como tratando de imponer dominio y autoridad.
— Buenos días —saluda sin
desmontarse. El caballo blanco cabecea insistente.
— Buenos días —responden a la
vez Payin y Melesio mientras Julián se acerca a saludar con el acostumbrado
santito.
— Ya le mostré las tierras que
va a arar —dice Julián luego que Alfonso le corresponde el santito.
— ¿Viste que te las tengo bien
limpias? Así no te va a costar mucho ararlas —le indica a Payin.
— Sí, ya las vimos. Cuando
terminemos de arar las medimos —contesta Payin.
— Son cinco manzanas. Al fin,
¿en cuánto me las vas a arar?
— El surco es para sembrar
frijoles. Ahora el costo de la manzana es de novecientos córdobas —dice Payin y
agrega — si fuera para sembrar Yuca vale setecientos porque el surco va a cada
cinco cuartas.
— Muy caro estás cobrando. El
año pasado me las hiciste a seiscientos. Así ya no voy a poder arar las tierras
—responde Alfonso al hacer girar el caballo alrededor de ellos.
— Ese es el precio, puede
consultar con otros. Todas las cosas que necesito para mantenerme han subido de
precio. La leche ha subido, la carne y el queso ni se diga —responde Payin con
propiedad mientras Julián y Melesio escuchan expectantes.
— Vos no me podes contar de lo
caro que está todo. Las vacunas, los desparasitantes, la sal para el ganado,
todo, todo está caro. La semilla del frijol rojo que voy a sembrar me costaba
seiscientos el quintal ahora lo conseguí a novecientos.
— Para que se fije, pues
—contesta Payin. Usted conoce bien la calidad de la arada que hago, le protejo
los suelos arándole faldeado las tierras para que no se laven con las lluvias y
los surcos son parejitos.
— Bueno, no sigamos
discutiendo. Prepáralas a ese precio no vaya a ser que comience a llover en
estos días. ¿En cuánto tiempo las terminas?
— En tres días, trabajando de
sol a sol —confirma Payin.
— Dale pues, voy a regresar
dentro de tres días para allí nomás ver tu medida del terreno. Julián va a
estar pendiente de vos. Yo tengo que hacer gestiones con el abogado por el
problema de las tierras.
— Espere Alfonso. Necesito que
me dé un adelanto, estoy reparando la carreta y necesito unos realitos —dice Payin.
— Ve qué frescura la tuya, no
has comenzado y ya me pedís reales. Ahorita no tengo plata, todos los reales se
los he dado al abogado para resolver el problema. Cuando termines te cancelo
todo de una vez. Nos vemos —dice Alfonso volteando y espueleando el caballo
para retirarse apresuradamente.
Los
tres guardan silencio. Observan a Alfonso que se retira galopando en el caballo
blanco. Sus miradas se cruzan. Julián y Melesio se quedan viendo.
— ¡A ver, Melesio!, ¡apurémonos
para que terminemos lo más pronto posible! —dice Payin con acento de disgusto.
VI
Dirigen
los bueyes hacia el primer lote que será arado. Los acomodan en uno de los
extremos, a una vara de distancia del cerco que los divide. Melesio se ubica
frente a ellos mientras Payin toma el timón del arado, hinca a los bueyes con
el chuzo gritando ¡cejaaa, cejaaa!, iniciando el recorrido. Payin sostiene con
fuerzas el timón y el arado se hunde en la tierra removiéndola a ambos lados, abriendo
el surco de una cuarta y media de profundidad que posteriormente será cubierto
con la semilla de frijol. Al llegar al extremo del lote hacen girar a los
bueyes, calculan la media vara de distancia entre surcos y proceden a arar
regresando al punto de inicio.
Mientras
Payin y Melesio cumplen con su labor, Alfonso llega a su casa del pueblo. Su
esposa, Digna, ha estado inquieta esperándolo. Arquímedes, el abogado que a
nada ni a nadie le teme, el que resuelve todos los problemas legales, le ha
entregado una nota solicitándole que se presente en su oficina. Al leerla se da
cuenta que Nicasio ha introducido una demanda por las tierras.
— ¡Ideay Arquímedes!, ¿cómo es
esto que Nicasio me está demandando? —dice Alfonso al entrar a la oficina de
Arquímedes.
— Cálmese, siéntese para que le
explique —responde Arquímedes con tono de preocupación mientras le ofrece una
silla.
— Cómo querés que me calme si
ya llevamos en esto más de un mes. Dijiste que ibas a resolver este problema en
dos semanas y nada —dice Alfonso al sentarse malhumorado.
— Deje que le explique. Tal
como quedamos procedí a hacer las gestiones en Bluefields para la cancelación
de la cuenta registral de la propiedad de Nicasio y evitar que siguiera vendiendo
lotes.
— Eso es lo que quiero. Mira
que le vendió al tal reverendo de Juigalpa diez manzanas y las fue a inscribir
a Bluefields —dice Alfonso con amargura en la cara y agrega — ¿al fin, le
anulaste la cuenta registral?
— Por eso es que lo mandé a
llamar. Nicasio contrató a un abogado de Juigalpa de apellido Medrano y este
introdujo ante la juez civil una demanda de nulidad del proceso.
— No estoy entendiendo, dijiste
que ya tenías convencida a la juez con la oferta que le hiciste. Explícame
bien.
— Pues sí, don Alfonso. El
abogado de Nicasio argumenta que no se pueden anular los títulos de propiedad
otorgados por el Estado de Nicaragua. Recuerde que a Nicasio nunca le
confiscaron sus tierras. La juez rechazó la demanda de nulidad que hizo el
abogado de Juigalpa, pero luego hizo una apelación que también rechazó.
— ¿Cuál es el problema?,
entonces —dice Alfonso intrigado.
— El problema es que recusaron
a la juez.
— A ver, a ver. Me estas
enredando, explícame bien.
— Mire, el abogado introdujo un
escrito solicitando que se separe a la juez del caso por intereses personales.
Prácticamente se han dado cuenta que le ofrecimos lotes para que fallara a su
favor.
— Esto cada día se complica
más. ¿Qué vamos a hacer?
— El caso ha pasado al juez de
distrito. Ha mandado detener todas las acciones que hemos hecho en el caso. Hay
que esperar que se pronuncie sobre la recusación que hizo el abogado de
Juigalpa.
— ¡Esperar!, ¿cuánto tiempo más
voy a esperar? ¡Si sigo esperando el viejo Nicasio va a vender hasta mi casa y
las vacas! —dice Alfonso.
— No podemos hacer nada más,
tenemos que esperar el fallo del juez de distrito. Hay que tener calma.
— ¿Cuánto tiempo?
— Pueden ser quince días, un
mes, tres meses. El tiempo que se tome el juez de distrito para fallar sobre la
recusación.
— Vos dijiste que lo ibas a
arreglar en quince días, te di cincuenta mil pesos y ahora me salís con el
cuento de que espere calmadito mientras el viejo Nicasio hace y deshace en mis
tierras.
— No se preocupe, todo lo vamos
a arreglar. Necesito diez mil córdobas para seguir haciendo gestiones a su
favor.
— Ya me salaste el día —dice
Alfonso al levantarse de la silla, entregarle el dinero y salir de la oficina
del abogado que a nada ni a nadie le teme.
VII
Tres
días después, Payin y Melesio han concluido de arar el último lote de tierras.
El olor que respiran a su alrededor es de tierra removida, colmada por el canto
alegre de pájaros que las han invadido para alimentarse de mazamorras y
gusanos. Igual de contento se encuentra Payin y proceden a medir los tres lotes
verificando que el área total arada es de cinco manzanas. Al caer la tarde con
la puesta de sol sobre las colinas del oeste, espera a Alfonso en la casa
ubicada al pie del árbol de Ceiba junto a Melesio y Julián.
— Mañana es sábado y vamos a
descansar dos días —dice Payin.
— ¿Y los bueyes? —pregunta
Melesio.
— También —responde Payin
mientras Julián le entrega una taza de café. Han trabajado bastante, sin parar
y se lo merecen, agrega.
— Son buenos bueyes —dice
Julián al entregarle el café a Melesio.
— ¿Cuándo le entregan la
carreta? Estoy con ganas de estrenarla —dice Melesio.
— Chancho chingo dijo que el
lunes por la mañana. Espero que la tenga lista —dice Payin.
— Allá viene Alfonso —dice
Julián señalando.
Al
llegar Alfonso se baja del caballo, Julián lo toma de las riendas y lo amarra
en un pilar del corredor de la casa. Alfonso se dirige a la hamaca y se quita
las botas.
— Ya están listas las tierras
—dice Payin.
— Desde aquí las estoy viendo
—dice Alfonso.
— Vamos a verlas para que las
reciba —dice Payin.
— No, para qué. Se ven bien
aradas. Vos haces un buen trabajo —dice Alfonso.
— Bueno, entonces necesito que
me cancele porque voy a ocupar esos reales para pagar la madera y la reparación
de la carrera.
— Mira Payin, ahorita acabado
de entregarle diez mil pesos al abogado y no tengo reales.
— Pero ese no es mi problema,
yo necesito que me cancele hoy mismo. Eso fue lo que acordamos, usted dijo que
al terminar me cancelaba el trabajo.
— Sí, eso te dije, pero para mí
es más importante resolver el problema de las tierras. Así que vas a tener que
esperarte unos días.
— Le doy hasta el domingo. Me
urgen, ya se lo dije.
— Llega a la casa del pueblo el
domingo por la mañana.
— Eso me hubiera dicho antes,
ahora le voy a quedar mal a Esteban y a Chancho Chingo. Usted sabe que la
carreta es mi machete.
— Mi finca vale más que tu
carreta y la arada de las tierras.
— A ver Melesio, vámonos. No
vuelvo a tratar con usted —dice Payin al salir del corredor. Le hubiera hecho
caso a la Maritza —agrega.
— ¿Caso de qué? —pregunta
Alfonso.
— Ese no es su problema, dedíquese
al de sus tierras. El domingo llego a buscarlo y me tiene listos los reales.
Vamos Melesio —dice Payin al hincar con fuerza los bueyes.
Melesio
observa que Payin camina de prisa y comienza a arrear los bueyes que cargan el
arado. “Va encachimbado”, dice Alfonso. En la puerta de alambre Payin lo
espera. Sus manos tiemblan y decide no entablar conversación. Al llegar a la
casa de las tres esquinas Payin se quita las botas de hule y se sienta en la
banca con los ojos perdidos, observando las deterioradas paredes del estadio de
béisbol. Los perros juegan a su alrededor, mueven la cola y lo olfatean
buscando la caricia acostumbrada pero no les presta atención, se encuentra
ausente. Melesio desmonta el arado y el yugo, saca a los bueyes de la plazuela
y los traslada a pastorear a la pista de aterrizaje. Al regresar encuentra a
Payin en el mismo estado. Entra a la casa buscando a Maritza y no la encuentra.
Vuelve a salir y decide acompañarlo hasta que regrese. Vuelve la mirada hacia
Payin y se da cuenta que de su ojos brotan lágrimas. Al llegar Maritza y
saludarlos con alegría, Payin continua inmutable. Melesio le explica lo
sucedido y se despide. No le contestó ni una sola palabra y así permaneció
hasta altas horas de la noche. Con todas sus fuerzas, dándole ánimos, lo metió
a la cama pero no pudo obligarlo a comer.
Al
despertar, Payin se dirige a la cocina y enciende la radio. Ya se ha
recuperado, durmió como un niño, piensa Maritza. Escucha que abre la puerta de
la sala, se acomoda en la banca y llama a los perros. Maritza se levanta, se
dirige hacia él y se sienta a su lado.
— Veo que amaneciste mejor
—dice Maritza.
— Estoy pensando en vender al
Gorrión y al Zanate para no quedar mal con Esteban y Chancho Chingo —dice Payin
con sentimiento de pesar en su voz.
— Pero cómo los vas a vender,
apenas tienen tres meses de estar entrenándose. Si te los compran vas a
venderlos casi regalados —dice Maritza.
— Pero qué puedo hacer, ya
tengo el compromiso y no puedo faltar.
— A ver vení, vámonos para la
cocina, está muy helada la mañana. No vaya a ser que te me vayas a enfermar
—dice Maritza tomándolo de la mano y atrayéndolo hacia la puerta.
Payin
se acomoda en la mesa mientras Maritza enciende el fogón para preparar el café
y hacer desayuno. Maritza le pregunta sobre lo sucedido con Alfonso.
— Qué sinvergüenza es ese
Alfonso. Te dije que no te confiaras, desde que sacó los bueyes del potrero
supe que no era persona de fiar.
— Pero qué querías que hiciera
mujer, necesitaba hacer ese trabajo, además de eso es que vivimos.
— Yo sabía que algo iba a
pasar. El día que soñaste que te hundías en la poza de la Pedrera me di cuenta, pero
no te lo dije para evitarte preocupaciones.
— ¿Qué es lo que no me dijiste?
— Mira, cuando una persona
sueña que se está ahogando significa que lo van a engañar, que lo van a
humillar —dice Maritza al servirle la taza de café humeante.
— Pero vos dijiste que cuando
uno sueña eso es que le va a ir bien.
— Sí, es cierto, siempre y
cuando el agua sea limpia como la de la poza. Pero como te estabas ahogando
significa que te van a engañar —dice Maritza al servirle el desayuno y sentarse
a su lado.
— Aunque me lo hubieras dicho
no hubieras evitado que hiciera mi trabajo.
— Ya lo sé. No sigas
preocupado, a ver, comamos tranquilos —dice Maritza.
Mientras
desayunan, en radio Manantial anuncian el inicio del programa sabatino “el
abogado en su hogar”. Maritza presta atención al programa y Payin desayuna con
apetito amanecido. Todos los sábados, mientras Payin sale con los bueyes, ella
escucha ese programa. Lo considera de gran valor porque orienta a los
campesinos sobre los mecanismos a seguir para resolver los problemas legales,
familiares, de violencia doméstica, divorcios, herencias y problemas cotidianos
que se presentan en Nueva Guinea. Lo que más le gusta del programa es la
comunicación que se da entre los campesinos con el abogado, un joven llamado Armando,
que por muchos años se desempeñó como maestro en las comunidades y ahora ha
regresado graduado, ejerciendo la profesión para ayudar a los necesitados de asesoría
legal, haciéndose merecedor de prestigio y buena clientela.
— No deberías vender los bueyes
—dice Maritza.
— ¿Qué quieres que haga? No
puedo quedar mal, ya te lo dije. Palacios ya me ofreció comprarlos.
— No te desesperes. Alfonso te
dijo que te paga mañana, así que espéralo.
— No creo que me pague el
sinvergüenza.
— Nada pierdes con esperarlo.
Además necesitas descansar, has trabajado todos estos días y te hace bien.
— Está bien mujer, mañana voy
temprano donde Alfonso. Ya regreso, voy a llevar a los bueyes a pastorearlos en
la pista.
VIII
A
las diez de la mañana Payin se dirige a la casa de Alfonso ubicada en el
pueblo. Digna lo recibe, le ofrece pasar a la sala pero Payin decide quedarse
de pie en la entrada bajo el alero del corredor. Digna se despide porque debe
asistir a la iglesia. Minutos después aparece Alfonso.
— Buenos días, aquí estoy para
que me entregue el dinero.
— Mira Payin, no he podido
conseguirte esos reales. Deberías de ponerte en mi lugar, este problema de las
tierras me tiene jodido.
— Mire Alfonso, primero me dijo
que me cancelaba al terminar el trabajo, después que viniera hoy. Yo necesito
los reales con urgencia. Todos tenemos problemas.
— No compares mis problemas con
los tuyos, una simple carreta no es nada comparado con mi finca.
— Eso es lo que usted piensa.
Yo vivo de mi trabajo igual que usted de sus tierras. Si no trabajo no puedo
mantener mi casa. Usted tiene ganado, cultivos, tierras mientras que yo vivo de
arar y jalar leña.
— Tienes que entenderme y no te
queda más remedio que esperarme. Sólo son tres meses para que salga la cosecha.
Con lo que venda te voy a pagar esos miserables cuatro mil quinientos pesos.
— Miserables no son, me los he
ganado con mi trabajo. No crea que por el hecho de ser pobre usted se va a
aprovechar.
— Ya te dije, cuando salga la
cosecha te pago.
— Usted es una persona que
tarde o temprano va a pagar por todo lo que ha hecho. El de arriba tarda, pero
nunca olvida.
— No me sigas molestando. Ándate
y espérame.
Al
llegar a su casa, Maritza adivina por su semblante que Alfonso no ha cumplido
con el pago. Payin se sienta en la banca sin decir palabra. Le ofrece un vaso
de refresco y se sienta a su lado.
— ¿Qué pasó?, ¿qué te dijo
Alfonso?
— El sinvergüenza dice que no
tiene reales, que no puede pagarme por el problema de las tierras y que lo
espere hasta que salga la cosecha.
— ¿Cómo puede hacerte eso?
— Ni modo mujer, voy a tener
que vender los bueyes. El señor se las cobrara con él.
— Una de las cosas que siempre
he admirado de vos es que sos fuerte, trabajador y paciente —dice Maritza
pasándole la mano izquierda sobre su espalda.
— Hasta las fuerzas estoy
perdiendo —dice Payin con pesadumbre. Ya estoy cansado, cada día más viejo y
ahora con este problema me siento desesperado. En todos mis años de trabajo
nunca antes había tenido un problema de este tipo.
— Lo sé, ya estamos viejos para
tener problemas pero no puedes seguir siendo sumiso como los bueyes, mucho
menos benévolo con Alfonso. Ya te la ha hecho dos veces, primero te sacó los
bueyes por su propia falta y ahora no quiere pagarte. Pareciera que también se
hizo del movimiento de los que no pagan.
— No hay nada que hacer. Voy a
ir donde Palacios a ofrecerle los bueyes.
— No Payin, eso no puede
quedarse así. Tenemos que buscar ayuda.
— ¡Ayuda! Los únicos que me han
ayudado toda la vida son los bueyes, nadie te ayuda en estos tiempos.
— Busca al abogado en su hogar,
el que sale hablando en la radio Manantial. Se llama Armando y ayuda a resolver
problemas como estos —dice Maritza mientras en sus pensamientos vive cada uno
de los casos que los campesinos han expuesto al abogado en su hogar a través de
la radio.
— Nunca en mi vida he buscado
un abogado, además si lo hago tendré que pagarle y al final vamos a quedar
igual, sin reales para pagar la madera y al carpintero.
Maritza
se queda pensativa y duda sobre la conveniencia de buscar a Armando. Tiene
claro que si se hace cargo del problema tendrán que pagarle. En un breve
instante recorre en sus pensamientos todos los casos que ha escuchado por la
radio y se levanta de la banca.
— Mira Payin, dejémonos de
lamentos. Vamos ahora mismo a buscarlo. En la radio dicen que vive en la zona cinco.
— Pero hoy es domingo, hoy no
trabaja.
— No perdamos tiempo. Nada
perdemos con contarle lo que te está haciendo el tal Alfonso.
— Cuando se te mete una cosa en
la cabeza nadie te saca de ella. A ver pues, vamos a ver qué hacemos —dice
Payin al levantarse de la banca y salir detrás de Maritza.
IX
Recorren
juntos la calle de cemento desde el rótulo de Nueva Guinea hasta el monumento
de los Cuatro Evangelios. Doblan a la izquierda, llegan a la escuela Rubén
Darío y Maritza pregunta en una vivienda de la esquina sobre el abogado en su
hogar.
— ¡Buenas! —saluda Maritza
mientras Payin espera en el anden frente a la casa construida después del
huracán Juana por el proyecto Español y remodelada con esmero.
— ¡Buenas! —responde una niña
que mira televisión en la sala. ¿Qué desea?
— Buscamos al señor Armando, el
abogado en su hogar.
— Espere un minuto, voy a
llamarlo.
— Ves, aquí está —le dice a Payin.
— Pasen adelante, está allá
atrás en el taller de carpintería. Pasen por aquel pasillo de al lado.
— ¡Buenas! —saluda Maritza a
tres hombres que con esmero lijan un juego de sillas abuelitas.
— ¡Buenas! —responde el más
joven de los tres.
— Buscamos al señor Armando, el
abogado en su hogar —dice Maritza mientras Payin observa a los otros en su
labor.
— Soy yo, en qué puedo
servirle. Disculpe que no les ofrezca asiento pero como ven estamos alistando
estos muebles.
Payin
procede a relatar lo acontecido. Armando los invita a conversar bajo la sombra
de un frondoso árbol de mango y escucha con atención. En la medida que Payin
explica el problema su semblante adquiere rasgos de desesperación y sus manos
tiemblan.
— ¿Anda su cédula de identidad?
—pregunta Armando.
— Si, aquí la ando —responde
Payin.
— Lo espero mañana a las diez
de la mañana en mi oficina. Queda cerca de la casa de piedra, allí pregunta. Voy
a tener lista una demanda en contra de Alfonso —dice Armando luego de anotar el
número de la cedula de identidad en su agenda.
— Pero dígame cuánto me va a
cobrar —dice Payin.
— No se preocupe, lo que le
interesa a usted es que Alfonso le pague y recuperar su carreta para trabajar.
Después nos arreglamos —dice Armando.
— Gracias, muchas gracias —dice
Maritza.
— De nada, lo espero mañana —le
dice tendiéndole la mano a Payin y al estrechársela nota que ha dejado de
temblar.
— Gracias, a las diez llego
—dice Payin
De
regreso en las tres esquinas Maritza nota que Payin se encuentra tranquilo. El
ambiente de desesperación que lo inundaba ha desaparecido, lo nota aliviado y
de buen humor. Después que almuerzan Payin le dice que va a dormir un rato y
luego buscará los bueyes. A las cinco de
la tarde aún duerme y Maritza lo despierta, le ofrece una taza de café y lo
observa reanimado, con nuevos brillos.
A
las diez de la mañana del día lunes, Payin se presenta en la oficina del
abogado en su hogar. Lo recibe con cortesía, le ofrece asiento y una taza de
café. Payin lo observa con inquietud imprimir un documento.
— Listo —dice Armando. Venga,
siéntese aquí —agrega mostrándole una silla ubicada frente a su escritorio. Este
documento es una demanda por acción de pago que vamos a introducir en el
juzgado civil en contra de Alfonso.
— Una demanda —dice Payin.
— Sí, una demanda. Con ella van
a notificar a Alfonso para que se presente a responder.
— Él puede decir lo que se le
ocurra —dice Payin.
— No se preocupe. También
nosotros vamos a estar presentes —le aclara Armando. Además de esta demanda, él
tiene otra por el problema de las tierras con Nicasio.
— Sí, por eso de las tierras es
que no me quiere pagar —dice Payin.
— Firme aquí —dice Armando.
— No sé firmar.
— No importa, no se preocupe.
Ponga su huella digital —le indica al pasarle un almohadilla con tinta.
— Perfecto. Puede irse a su
casa. Yo voy a ir al juzgado para que hoy mismo notifiquen a Alfonso. ¿Tiene un
número de teléfono donde pueda llamarlo?
— Sí, el que mantiene Maritza
en la casa —dice Payin.
— Nos vemos entonces —se
despide Armando luego de anotar el número en su agenda.
A
las dos de la tarde Arquímedes se presenta en la casa del pueblo de Alfonso. En
sus manos lleva la notificación del juzgado civil. Luego de recibirlo, Digna lo
invita a pasar a la sala, llama a Alfonso y sale a la calle.
— ¡Ideay! —dice Alfonso
sorprendido por la visita de Arquímedes. ¿Y ahora cuál es el problema?
— Tiene una demanda por acción
de pago en el juzgado.
— ¿Demanda de quién?
— Un tal Payin dice que usted
no ha cumplido con el pago de la arada de cinco manzanas.
— ¡Ve qué jodido este Payin!
¡No tiene nada de baboso!
— Usted no puede darse el lujo
de tener más problemas con demandas. El caso de sus tierras con Nicasio es
suficiente. Además la juez que ha sido recusada es la misma que tendrá que
conocer este caso. No podemos llegar con este problema al juzgado —dice preocupado
Arquímedes.
— ¿Y qué quieres que haga?
¿Cómo voy a pagarle? A vos te he dado hasta lo que no tengo para resolver el
problema de las tierras y nada.
— Ese es otro caso y el más
serio. Por estos cuatro mil quinientos pesos podemos perder todo lo que hemos
hecho y hasta las tierras.
— ¿Qué es lo que pasa ahora?
—pregunta Digna al regresar a la casa.
Alfonso
le explica lo sucedido mientras Arquímedes escucha atento los argumentos. Digna
es una mujer devota que pertenece a la organización de mujeres de la iglesia
católica y reconocida por sus gestos a favor de los pobres del casco urbano,
los campesinos pobres de las comarcas y el trabajo pastoral con mujeres que
sufren maltrato y violencia doméstica. En sus años de juventud estaba decidida
a convertirse en monja, pero desde que conoció a Alfonso se olvidó de amar
solamente al Señor.
— ¿Cómo es posible que le hagas
eso a Payin? No te da vergüenza quedar mal con un pobre viejo que vive de arar
las tierras —dice indignada.
— No puedo cancelarle el
trabajo. Todos los reales se los he entregado a Arquímedes para que resolvamos
el problema de las tierras, le acabo de dar los últimos diez mil pesos que tenía.
— ¡Hoy mismo arreglas ese
asunto! —dice Digna al dirigirse a la habitación y al salir agrega — Toma estos
dos mil pesos que he ido guardando de los reales de la leche. Anda a resolver
ese problema y arréglate con Payin.
— Vamos a la oficina de Armando
—dice Arquímedes al ver que Alfonso toma el dinero.
— ¡Aquí no regreses sin
resolver ese problema! —dice Digna al verlo salir de la casa junto a
Arquímedes.
— No se preocupe doña Digna, ya
voy a llamar a Armando para resolver este problema —dice Arquímedes al marcar
el número desde su teléfono celular.
A
las cuatro de la tarde Payin se presenta en la oficina de Armando. Reunidos en
la pequeña oficina del abogado en su hogar el ambiente se vuelve tenso para
Payin, nunca se ha enfrentado a una situación como ésta. La mayoría de sus
arreglos han sido verbales, confiando en la palabra de sus clientes, los que han
cumplido honrándola.
— Entonces lo que proponen es
que arreglemos esto con una medicación —dice Armando dirigiéndose a Arquímedes
y Alfonso.
— Este viejo es un terco, le
dije que le pagaría al levantar la cosecha —dice Alfonso viendo con destellos
de rabia a Payin.
— Un momento, por favor no
insulte a mi cliente. Si se han hecho presente en mi oficina es que han
aceptado llegar a un acuerdo. A ver, cuál es la propuesta que tienen para Don
Payin.
— Don Alfonso propone pagarle a
lo inmediato dos mil córdobas y los restantes dos mil quinientos al momento de
levantar la cosecha de frijoles —explica Arquímedes y agrega dirigiéndose a
Payin — usted conoce muy bien los problemas que enfrenta Alfonso con sus
tierras.
— Sí, me doy cuenta, pero yo
también tengo mis problemas —dice Payin.
— Entonces acepta lo que
propone Alfonso —le pregunta Armando.
— Lo acepto en parte —dice
Payin.
— ¿Cómo es eso que en parte?
Eso es lo que te propongo y no tienes para dónde agarrar —dice Alfonso.
— Explique lo que usted propone
—dice Armando.
— Acepto que me entregue hoy
mismo los dos mil córdobas, también acepto que me cancele la diferencia al
sacar la cosecha de frijoles.
— Eso es lo mismo que te
estamos proponiendo —dice Alfonso sonriendo.
— También le exijo que me
compense por el tiempo que debo esperarlo, son tres meses.
— Compensarte, ¿de qué estás
hablando? —dice Alfonso inquieto buscando con su mirada a Arquímedes.
— Díganos cómo espera que lo
compensemos porque con el pago de la diferencia se acaba este problema —dice
Arquímedes.
— Se acaba para ustedes, pero
cuando me entregue esa plata voy a comprar menos madera para reparar la carreta
y menos provisión para mi casa.
— ¡Ideay! ¡Este ya se volvió
economista! —dice Alfonso al levantarse de la silla señalando a Payin.
— Cálmese don Alfonso, siéntese
por favor —le indica Armando. Díganos cómo quiere ser compensado —se dirige a
Payin.
— Tengo cuatro bueyes que no
tengo donde pastorearlos. Mientras espero los tres meses le pido a Alfonso que
me deje alimentarlos en sus potreros.
— ¡Ve, qué lindo con lo que
salís! ¡Ahora son cuatro bueyes! Los que vos siempre has tenido son dos.
— Eso es lo que pido como
compensación por el tiempo que debo esperarlo —dice Payin mientras Alfonso hace
cálculos mentales.
— El alquiler de potrero por
animal vale ciento cincuenta pesos por mes —dice Alfonso. Sos un bandido. Te
voy a dar dos mil ahorita, los dos mil quinientos al sacar la cosecha de
frijoles y además el potreraje de esos bueyes que vale mil ochocientos. Al
final te voy a pagar seis mil trescientos pesos —dice Alfonso con tono
calculador.
— Por hacerme esperar los tres
meses. Usted me buscó y yo le hice el trabajo cuando lo necesitaba —dice Payin.
— Bueno, esa es la propuesta de
mi cliente. Pongámonos de acuerdo de una sola vez que otros clientes me esperan
—dice Armando dirigiéndose a Alfonso y Arquímedes quienes cruzan miradas. Arquímedes
asienta con la cabeza.
— ¿Qué dice don Alfonso?
—pregunta Arquímedes.
— Ni modo, para dónde agarro.
Si no resuelvo esta tontera la
Digna se pondrá furiosa. A ver, ¿dónde voy a firmar?
Armando
imprime satisfecho la mediación. Se la entrega a Arquímedes quien la lee en
voz alta mientras Alfonso escucha con atención y furia en su interior. Al
concluir la lectura le solicita a Alfonso firmarla y Armando a Payin que
estampe su huella dactilar.
— Ya sabes, sólo son tres meses
que te voy a dar potreraje —dice Alfonso dirigiéndose a Payin.
— ¿Y los dos mil pesos? Tenemos
que hacer un recibo para presentar este documento ante la juez —dice Armando.
— ¡Aquí están, toma! —responde
Alfonso y firma la mediación.
— Nos vemos —dice Arquímedes al
salir con Alfonso de la oficina del abogado en su hogar.
— Muchas gracias —dice Payin.
Sin su ayuda no hubiera podido resolver este problema. ¿Cuánto le debo?
— No se preocupe, aquí estamos
para servirle. Qué le parece si en pago me hace el arado de una manzanita que
quiero sembrar de frijoles.
— Con todo gusto. ¿Cuándo
quiere que le haga el trabajo?
— Venga a avisarme cuando esté
listo, después que resuelva el problema de la carreta.
— Gracias, muchas gracias por
su ayuda. La Maritza
me explicó bien lo que usted le dijo de la compensación.
— De nada don Payin, espero que
escuche junto a doña Maritza el programa en la radio. Allí le damos consejos a
los que enfrentan problemas como estos.
Al
día siguiente, con los primeros rayos de sol, Melesio se dirige hacia la casa
de las tres esquinas. Desde el portón principal de las oficinas de ENACAL se
sorprende. No lo puede creer. Al llegar, incrédulo observa dando vueltas
alrededor de la carreta nueva estacionada frente a la casa.
— ¡Ideay Payin!, ¿Cómo hizo
para resolver el problema con Alfonso? —dice sorprendido.
— Después te cuento. Anda saca
al Gorrión y el Zanate del potrero de Alfonso que está pegado a la plazuela.
Abrí la puerta de alambre que hice. Vamos a ir a arar unas tierras.
Se
dirigen hacia la colonia Río Plata y proceden a arar la manzana de tierra de
Armando. Al regresar se encuentran con Alfonso quien monta su caballo blanco.
Al pasar al lado le dice adiós a Payin. Melesio vuelve a sorprenderse. Le pide
insistente a Payin que le explique lo sucedido. Payin se queda pensativo y le
dice: “la vida es dura y nos enseña mucho. Hay que arar, plantar, cuidar el
cultivo, quitar malezas de los surcos y siempre tener esperanzas de que el
tiempo esté a nuestro favor para levantar una buena cosecha. Alfonso al final
es un buen hombre, por sus problemas actúa mal, ojalá resuelva pronto el
problema de sus tierras”.
Ronald Hill A.
Nueva
Guinea, RAAS
Nicaragua