lunes, 23 de octubre de 2023

Y, ¿CÓMO OLVIDAR A JUIGALPA?

No puedo dejar de verla, aun cuando se ausenta por varios días. La Puki me la recuerda porque siente su presencia imborrable en la casa, en el sofá que ella ocupa o en la mecedora del corredor donde pasa las tardes calurosas.

En los espacios compartidos su presencia siempre se devela en pequeños detalles colocados en la mesa de noche, debajo de la almohada, en el tocador, en el espejo, en las gavetas, y su aroma ha impregnado la mitad de todo: la casa, la habitación y los recuerdos.

Ahora que regresa, ya entrando la noche más allá de la etapa del adormecimiento, coloca en la cama varias fotos que una de sus amigas le ha regalado, todas de ella, de su época de chavala, de su juventud, una etapa de su vida que siempre recuerdo y, más aún, en su ausencia.

Veo una foto y le digo que esa es Daniela, nuestra nieta, porque es igualita a ella. Una foto del Clarín de niño, también es idéntico a ella. Una foto donde camina con Cecilia Wheelock, después de visitar el parque de Palo Solo, una foto pérdida y ahora vuelve a despertar los recuerdos de ese pasado inolvidable, ella con cabello al estilo afro y su short cortito mostrando sus piernas de atleta, caminando hacia el oeste, en dirección a la esquina donde se ubica la casa del chele Laguna, pasando por las viviendas de don Edgard Matus, la familia Flores, la de la Chelita donde vivía Milcíades, la casa de doña Petrona y la que hoy habita la familia Marín.

Volviendo a las fotos, en una de ellas se baña en la quebrada de Carca, embarazada de Emiljamary y la rodea un chavalero que goza de alegría en uno de esos meses calurosos en Juigalpa, antes más frescos que ahora.

Y, ¿cómo olvidar a Juigalpa? Es imposible porque Juigalpa está en su sangre, Juigalpa es la ciudad de mis hijos, Juigalpa es una parte de mi vida.

Juigalpa en la época que estudié en el liceo agrícola, cuando todavía no la conocía por cosas del destino o ironías de la vida. Los trabajos de campo eran dirigidos por el profesor Guillermo “el Papito” Tablada: ¡organicen un grupo para hacer rondas de fuego! ¡otro grupo para hacer eras! ¡un grupo para recoger mierda de vaca en sacos para abonar las plantas!, grupo que nunca me gustó, ¡ustedes, vayan a la bodega a buscar baldes y regaderas que van a regar todas las eras de allá abajo, las que están a la orilla del río y cerca de los árboles de Mango!, y nos organizábamos para hacer las labores. Un día, la voz autoritaria del director, Alejo Gallo Montenegro, dice al estudiantado en formación: ¡prepárense, hoy van a pelonear a los de primer año! Mostrándonos dóciles, seremos el plato del año para los alumnos de segundo año, la revancha por lo que ellos también sufrieron. ¡Reúnanse en un solo lugar!, ¡no pongan resistencia!, ¡las tijeras brillan de tanto filo que tienen!, ¡cuidado les cortan una oreja!, ¡cuidado con los ojos!, gritaban los cabecillas de segundo año, entre ellos Adolfo Chávez. Vamos de uno en uno, pasando en la fila y dos nos caen como zopilotes, sosteniéndonos de los hombros, pasan sus brazos por el cuello para inmovilizarnos, sostienen con fuerza la cabeza para dar los tijerazos, varios atrás, en el occipital, otros en el copete, otros a los lados de las orejas, ¡no te movás pilinjoyo hijo de puta!, pero los más fuertes, los más arrechos, los que no se dejan oponen resistencia y salen en defensa de la mayoría, entre ellos está Luis Alonso Conrado, y se arma la cachimbeadera, los golpes no los pueden resistir los de segundo, y se mira caer noqueado a Waneban Soza, boaqueño, luego que recibe un golpe de Luis Alonso y, entre la samotana que se arma, la mayoría de pilines salimos en desbandada. La rebelión de los alumnos de primer año en el liceo es el tema de conversación en la ciudad por varios días. Luego de ir al barbero, mostramos la pelona con mucho orgullo por las calles, en el cine Cynthia y en el parque. Ese fue el último año que pelonearon a los estudiantes de primer año en el liceo agrícola. Luego me integré al equipo de beisbol. Éramos un equipo fuerte, imponente, ningún equipo nos vencía. Mi cátcher siempre fue Henry Avilez, “el chiquito”. De ese corto tiempo que estuve en el liceo, surgió la amistad con Fulvio Orozco, la Pepa Montiel, Sergio Orozco Carazo, Luis Alonso Conrado, Chu Báez, Rodolfo García, Renato Meneses, Cicerón Gadea, el Chiquito Avilez y otros muchos más. Una época relajada, en plena juventud. 

Siete años después regresé con ella a su casa, a su Juigalpa de toda la vida. A la casa de su familia, de su madre María Gladys Chacón y sus hermanas y hermanos, la casa de grandes cuartos donde se acomodaban ella, su hermana y sus primos. Aún recuerda el movimiento de sombras y voces de cuando era niña, la cocina de leña con el fuego encendido todo el día, el corredor bajo el techo de tejas, las paredes de adobe, el árbol de Cacao Mico en el patio y el muro que brincaba la atleta de salto alto y largo para entrar a la casa. La misma casa de la esquina de Palo Solo, la casa de su abuelo Luis Chacón, el eterno conservador que siempre que había una rebelión real o ficticia contra Somoza, la guardia lo llegaba a buscar con trato humano, ¡que le alisten sus cosas!, decían los guardias porque ya estaban acostumbrados a ello.

En esa casa viví por más de 10 años. Me convertí en un habitante más de la ciudad de los caracolitos negros, y en amigo de sus amigos que ahora los veo en las fotos que ha traído después de un encuentro de compañeros de promoción de bachillerato del año 1974. Y en la vecindad, la amistad creció con los hijos de doña Comelia Zambrana: Rene, Ricardo, Rolando y Norma; con la Julita y Payín Chacón; con Modesto Cuadra, su esposa e hijos; con Diego Flores y familia; con Octavio “el Pelón” Gallardo que aún hoy tengo frente a mí su caricatura donde sostiene una enorme botella de ron en forma de pacha y expresando “Somos de la Vida”, con varios ídolos, libros y la cordillera de Amerrisque de fondo, una de las mejores amistades que logré cultivar en los años de Juigalpa, y también su hijo Fidel, Ficho; con los hermanos Molina, Héctor y Eddie, ambos poetas; con los hermanos Hernández; con don Nacho Duarte y doña Daysi y todos sus hijos e hijas; con Melba Suárez, María Elena Quezada y Carmen Mejía, sus amigas de toda la vida; con los amigos de mis hijos que me saludan al encontrarnos. También hice innumerables amistades por relaciones de trabajo en la delegación de gobierno o en el MIDINRA, y en el liceo y el INAP.  Fue una época maravillosa, donde los años de juventud los dedique al trabajo (tres empleos para sobrevivir con mi familia más los ingresos de ella que siempre resolvía los problemas y los sigue haciendo). Luego que la revolución perdió las elecciones en 1990, me quedé a la deriva, saliendo poco a poco de un naufragio de ilusiones a pesar de los estragos causados por la guerra.

Me quedé sin trabajo en Juigalpa, sin ninguna esperanza después de trabajarle un año al nuevo gobierno, hasta que un funcionario del Alto Comisionado de la Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), llego a la casa a buscarme para ofrecerme empleo y, poco después, me trasladé a Nueva Guinea.

Y ahora, ella regresa con esas fotos de Juigalpa, y me las muestra desde su teléfono, donde está con sus compañeros de promoción, conocidos todos ellos: Jorge Luis Oporta, Julián Báez, Francisco Medrano y ellas: Vilma Luna, Elia Dina Galo, Francis Morales, Nora García, Margarita Galarza y Aydalina Berroteran.

Los años de la gloriosa juventud terminan, pero los buenos recuerdos perduran para siempre, al igual que las buenas amistades, muchas de la cuales están en mi segunda casa, la casa de su familia, su casa, la casa de Juigalpa.


La Colina, Nueva Guinea.
22 de octubre de 2023
Foto Propia.

viernes, 13 de octubre de 2023

EN UN ANDÉN MULTICOLOR

 


Después de los meses de verano, con la llegada de las primeras lluvias, las flores llamadas brujitas florecían a los lados del andén. Caminar sobre el concreto mezclado con basalto de color azul y arena de mar con los colores amarillos, rosa y blanco de las brujitas, creaba una sensación de querer estar allí, de arraigo, de pertenencia y de caminar y caminar sin que el trayecto llegara a su final, no importando la dirección del recorrido, si era hacia el lado de la iglesia católica o hacia el lado de los pescadores.

Nadie escapaba a ese embrujo llamativo provocado por las brujitas florecidas. Visitantes que se dirigían a la playa, parejas de enamorados, mujeres vendedoras de hornadas y pan dulce con sus panas bien protegidas, el vendedor de lotería, el barbero con su instrumental en el maletín, el vendedor de sorbetes con su carretón y su campanita insistente, afiladores de cuchillos y tijeras, estibadores, marinos mercantes, pangueros, gestores de aduana, la mayoría de ellos provenientes de Bluefields. Todos disfrutaban el ambiente florecido en su recorrido.

Y allí, al caer la tarde, la vi caminar por ese andén multicolor. Su figura delgada, alta, vestida con una camiseta del algodón, pantalón blue jeans y calzando tenis blancos, con su cabello castaño casi rubio ondeando al ritmo de la brisa proveniente de la playa de El Tortuguero, saludándome con un hola, un hola en una voz de extranjera, surgiendo de su boca y labios de señorita que lo ha traducido del inglés en su mente, y gesticulado con sus manos, su cuerpo en movimiento, sus pasos desplazándose sobre los colores, mostrando una sonrisa plena que brilla con la luz de sus ojos verde miel. Una chavala en vacaciones visitando a sus familiares que la agasajan todo el tiempo.

En la playa de El Tortuguero, con su bikini azul, es el centro de las miradas. Nada como atleta y deja que la cubran hasta el cuello de arena; le encantan las uvas de mar y los icacos; quiere agua de coco y  tres chavalos corren a subirse a los cocoteros; hace castillos de arena y los regala, este para vos y aquel para él; le fascina recolectar conchas de mar y las organiza en paletas de colores; quiere estrellas de mar y nuevamente corren en busca de ellas. Descansa en un tronco blanco de balsa y se extiende con la cara al sol. Su cuerpo no es voluminoso, está en desarrollo, pero se dibujan sus pechos, su vientre con un ombligo profundo, sus piernas largas y, al girarse para tener un bronceado ligero y uniforme, crea una superficie de arena inestable que cae desde el contorno más alto de su cadera. Levanta las piernas, las balancea hacia atrás y hacia adelante, las sostiene por varios segundos en alto, revelando la fuerza de su cuerpo que se contrae y expande al vaivén de sus movimientos. Se incorpora minutos después, está cubierta de arena, sacude su cuerpo, pasa con delicadeza sus manos por la cintura y corre hacia la playa. “Let´s go, let´s go", dice invitando con sus manos, y todos, embelesados, vamos detrás de ella.

Por la noche hay una fiesta en su honor en la Cabaña. El rancho está de gala para la ocasión. Los cocoteros a ambos lados del andén de acceso están iluminados por bombillos que invitan a recorrerlo. Al llegar a la puerta de acceso, ella está en el centro, de pie, dando la bienvenida a los invitados que le llevan regalos. Muchas gracias, no debieron molestarse, muy amables, dice en ese español tan propio de gringuita. Viste con sencillez: una falda ajustada a su cadera, una blusa que muestra sus hombros y la línea de sus pechos bronceados, calza sandalias de cuero. Lleva el cabello suelto. Su sonrisa colma la cabaña. Frente al amplio bar, una mesa grande es ocupada por sus familiares: abuelos, hermanos y primos. Mesas para cuatro están acomodadas en los otros espacios y en un costado un grupo musical de Bluefields afina sus instrumentos. Allí están los invitados y la mayor parte de los adolescentes del puerto. Los meseros recorren con bandejas el salón ofreciendo bebidas y cocteles. En la parte posterior de la Cabaña, bajando las gradas, se escucha el sonido de las olas reventando en la playa de El Tortuguero. La suave brisa marina mueve las ramas de los cocoteros y hace volar chispas desde los asadores donde se preparan carnes y mariscos para los invitados.

Suena la música, música de verano, y todos quieren bailar con ella. Ella, muy educada, se disculpa, “Oh, I´m sorry”, dice con esa gracia de bella gringuita, y son sus primos los primeros que se turnan para bailar con ella. Su rostro, su nariz y su boca buscan un poco de aire, necesita respirar porque no está acostumbrada a bailar de esa manera, a ese agarre extenuante, fuerte y con presión de su espalda y caderas contra el cuerpo de ellos. Sus manos descansan en los pechos de ellos, no cruzan sus hombros, y se nota como si estuviera atrapada en unas garras que creen poder merecer y conseguirlo todo. Entre piezas musicales va hacia la mesa familiar, aprovecho la ocasión, me acerco y extiendo mi mano invitándola a bailar y corresponde.

Nos hemos movido hacia el centro de la cabaña, ella ha caminado un poco más allá de la mesa de sus familiares. La música es parte del popurrí del grupo musical. Mi mano izquierda toma su mano y la derecha toca su espalda. Ahora, al acercar mi cuerpo al de ella, me doy cuenta de que es más alta. Mi mejilla llega un poco más arriba de la línea de sus pechos, su rostro sobresale por encima del mío y repentinamente me atrae hacia ella con un impulso desmedido. Sus piernas se entremezclan con las mías y me dejo llevar por su ritmo con movimientos laterales y ondulantes de caderas y de piernas hacia adelante y atrás. En ese constante roce, con el aroma de vainilla y canela que desprende su cuerpo, el peso de sus hombros sobre los míos, ella se separa un poco y me mira con sus ojos iluminados por toda la luz que inunda La Cabaña como si al fin me reconociera, como recordando el hola que me dijo al encontrarnos en el andén, “are you ok”, pregunta, traducido al español en su voz dulce de gringuita, y trato de procesar su pregunta, por qué lo hace, y me doy cuenta que mi corazón palpita a mil latidos por segundos, que mis manos la han apretujado con la fuerza de quien trata de salvarse aferrándose a lo que más quiere cuando un volcán está a punto de erupcionar. “You are so funny”, dice con una gran sonrisa, mirando mi rostro enrojecido. Nos separarnos, pero uno de sus primos aprovecha y le extiende la mano para que continúe bailando con ella.

Acostado en la cama pensé en ella con la brisa sacudiendo el mosquitero y acurrucándome entre las sábanas. Es bella, es linda, que no se vaya, que estudie en Bluefields para verla en el barco todos los días, que se quede por siempre, y así, en la oscuridad de la noche, la fui pensando hasta verla caminar por el andén azul, florecido a sus lados de brujitas blancas, rosadas y amarillas, con su pelo al vaivén de la brisa proveniente de la playa de El Tortuguero y entregándome su mano para caminar a su lado, escuchando su voz de gringuita encantadora al ritmo de sus pasos largos, en un ir y venir sin fin por el andén multicolor.

 

11/10/2023

Foto: Internet.