He estado allí y lo he visto:
árboles, polvo, lodo y la mar.
¿Estarán allí por siempre?
No impondré significados.
En Abril, la lluvia es un chisporroteo de alegría
entre las hojas secas que cubren la tierra agrietada.
Luego vendrá con su ímpetu arrollador,
aplausos sonando en las hojas nuevas.
Un proceso eterno que no se detiene, aún.
El viento, aliado de la lluvia, empuja el
agua
fuera de su curso, desbordando lagunas y
ríos,
en dirección hacia la mar donde las aguas se
aparean
dando nuevas vidas, vida en abundancia.
Desde el muelle pienso en esto.
El río desbordado, el agua saltando
como animal herido y la boca abierta.
El océano, un animal lleno de otros
animales.
Un zopilote viejo come el espinazo
de un pescado en el borde del muelle,
que apunta en dirección a El Bluff,
tras los picoteos desgarradores, lucha
contra otros más jóvenes que lo acechan
para tomar su turno y devorar lo que queda.
Desde la caseta del muelle de las pangas
veo el aleteo de los Cormoranes que en su
vuelo
hacen espumas en el agua y cantan de
alegría.
El atardecer se manifiesta con un viento
sutil.
Entre los pilares de la red eléctrica,
testigos silenciosos,
la silueta de los patos se eleva sobre el
verdor de los cayos.
Una ola, luego otra, revientan en los
cimientos del muelle,
en llantas parachoques, en el basurero
de la orilla de la bahía
donde mueren entre la inmundicia que libera hedores
tóxicos.
En el río seco cae el día. Los pájaros desesperados
se refugian entre las ramas de los árboles pidiendo agua con su canto.
Profundo verano, luego la lluvia.
En el borde del muelle respiro profundo.
El oleaje, el aire salado, el graznido de las gaviotas,
el rugir del motor de la panga.
Adiós Bluefields, bye bye Half Way Cay, welcome dice El Bluff.
Barcos hundidos, casco y mástiles oxidados.
Cuerpos enjutos, rostros amarillos con ojos tristes.
¿Estarán allí por siempre?
¿Quiénes los abandonaron?
Vamos a la deriva en un mundo
verde y azul que se derrumba.
7 de abril de 2024.
Foto propia.