El hombre ha pasado todo el día, desde las
cinco y media de la mañana hasta las seis de la tarde, espantando pájaros. Va y
viene, camina hacia el norte y les grita, regresa al sur y ajocha a sus tres
perros para que corran tras ellos, mientras que los zanates con su fuerte
graznido se comportan como burlándose de él. Va hacia el oeste y amarra en varios
postes de la parcela pedazos de sacos coloridos. Camina hacia el este gritando,
grita fuerte, son casi alaridos que acompañan los ladridos de los perros.
En el centro de la parcela, sobre el tronco de
un árbol recién talado, se detiene y poco a poco va dándole forma a un
espantapájaros, un asistente de trapo y plástico, sin forma humana, solamente
son pedazos, parches alrededor y encima del tronco que se mueven al ritmo del
viento, pero él lo mira con detenimiento, es su obra, su creación, ante la cual
se maravilla.
Y se ríe solo a carcajadas, mientras los perros
pequeños y ariscos, perros monteros, uno de color café y dos negros, giran a su
alrededor y ladrando en un tono distinto, un tono de alegría y de aprobación, le
transmiten al hombre algo como si le dijeran estamos orgullosos de vos y ahora sí vamos a librarnos de los pájaros,
mientras él les responde sobándoles la cabeza, dándoles una pequeña muestra de
cariño en esa inmensidad en la que revienta la semilla del maíz en el terreno
labrado hace pocos días, donde los granos germinados le van dando una tonalidad
verde incipiente y, al elevar la mirada, la ladera se muestra gloriosa entre el
verde claro, verde selva y el amarillo de los palos de agua florecidos a su
tiempo en lo alto de la colina.
El hombre se sienta al lado de su creación y
los perros se echan a sus pies. Ha caminado todo el día. Se nota cansado. Su
rostro muestra las arrugas de los años, su barba blanca y su cabello cano dan
fe del tiempo que ha pasado por su cuerpo ahora cansado. Son él y
sus perros, la tierra, los pájaros y la montaña. Estira las piernas, sus botas
de hule están terrosas. Bebe agua de una botella de plástico; saciado les
ofrece a los perros y en orden, de uno en uno, beben de un chorrito que les
deja caer sin desperdiciarla.
Unos minutos después el hombre se levanta y los
perros se arisquean. Una bandada de palomas San Nicolás se ha asentado en el
extremo este de la parcela. “Jucho, jucho”, grita el hombre y los perros salen
disparados hacia ellas. Al Norte se escuchan los graznidos de los zanates en
bandada que oscurecen el entorno y el hombre grita, grita fuerte, “hijos de
puta”, “hijos de puta” y corre en dirección a ellos.
24 de Mayo 2021.
Foto de Ronald Hill.