sábado, 28 de agosto de 2010

UN AMIGO PARA SIEMPRE

Caminamos hasta el final del andén, donde el mar abraza la ensenada. Observamos juntos los últimos rayos del sol de aquella tarde de verano. Con un gesto que aún siento en mis hombros, pasó su brazo derecho sobre mí y, con una sonrisa que guardo en mi memoria, dijo: “Tu voz ha cambiado, estás dejando de ser un niño”. El cambio llegó como un susurro en el tiempo, casi imperceptible. Se convirtió en mi amigo eterno, en el amigo de mis amigos, esos que nunca se desvanecen en el olvido. Cuando me reencuentro con ellos, su presencia vuelve a nosotros en cada conversación, como si nunca se hubiera ido.

Foto de familia tomada por Frank Feurtado Hill.

Desde mi niñez, me guio con ternura a descubrir mis raíces. Con esmero, siempre me llevó al lado de sus padres: mis abuelos, tíos y primos. Al verlo junto a ellos, notaba cómo su carácter se transformaba: era amigo de todos en la isla, querido por todos, sin distinción. En especial, con los afrodescendientes, con quienes siempre encontraba un tema para conversar, una idea para debatir, una broma para compartir. Me enseñó cómo se ganan los pesos en tierra y en el mar. Sin embargo, nunca quiso que siguiera sus pasos de marino porque, según él, era una vida dura, y el corazón no debía perderse entre olas.

Con el tiempo, nuestras vidas tomaron caminos distintos. Alcé vuelo, y él se aseguró de que mis alas fueran lo suficientemente fuertes para soportar el viaje. Siempre estuvo pendiente de la travesía y, en los momentos más oscuros, iluminó mi sendero, especialmente cuando la ruta se tornaba difícil. Yo regresaba, y de vez en cuando, él me encontraba en el recorrido para darme aliento, renovar mis fuerzas y animarme a seguir. Conoció a todos sus nietos y los disfrutó tanto como le fue posible.

De pronto, como si fuera una ironía del destino, se marchó a su isla. Regresó para comenzar de nuevo y a sus sesenta años, volvió a navegar. Durante aquellos años de euforia, cambios y nuevas esperanzas, en medio de luchas, gritos, guerras, servicio militar y sacrificios en favor de los demás, él seguía a mi lado, aunque a la distancia, a través de llamadas telefónicas. Consciente de los peligros que me rodeaban, nunca perdió su sentido del humor; se reía al saber que ganaba varios millones de córdobas al mes, aunque solo alcanzaran para la comida. A pesar de las adversidades, nunca sugirió que abandonara el país; sabía, con la certeza de quien conoce el corazón, que no lo haría.

Volvimos a estar juntos. Nos reunió en su isla para una fiesta de Navidad y fin de año. Una vez más, la familia se congregó como en los días de nuestra niñez. El momento quedó inmortalizado en las fotografías que capturamos. Se inauguraba una nueva década, mientras los zapatistas sorprendían al mundo con sus acciones y manifiesto, en una época que parecía haber perdido su frescura. Los visité años después y regresó en varias ocasiones; siempre con el mismo fervor, volvía a enamorarse del trópico húmedo.

White Bush Hill y Ofelia Alvarez

Llegó la tragedia y perdió al amor de su vida. Desde entonces, dejó de ser el mismo: no deseaba permanecer en su isla, no podía soportar la soledad, la ausencia, el recuerdo de ella, a pesar de tener a la familia de mi hermana a su lado. Anhelaba escapar lejos. Cada mes, al llegar la fecha del fallecimiento de mi madre, lloraba como un niño y me abrazaba con la misma intensidad de aquel momento en que me dijo que me estaba haciendo hombre. Su vida había perdido todo sentido, y deseaba partir para encontrarse con ella. Al marcharse, me prometió que regresaría para quedarse a vivir conmigo.

Iba a abordar la avioneta para regresar. Al pie de la escalinata, vio bajar de la aeronave a su hermano Simeón. Ambos se sorprendieron al encontrarse. Su hermano insistió en que no se marchara, que tomara el vuelo de la mañana siguiente para pasar juntos esa tarde y noche. No logró convencerlo, y antes de despedirse, como siempre en broma, le dijo: “Como no vas a estar en tu casa, esta noche dormiré con tu mujer”.

Aquí lo esperábamos. Timbró el teléfono y no podía creer lo que decía mi hermana: la avioneta se había precipitado al mar, a unas cuatro millas de la costa. No podía hablar ni moverme; solo pensaba en él intentando salir de la avioneta, nadando como todo hombre de mar. Pasaron las horas, llegó la noche y siempre me decían lo mismo: no sabemos nada, los están buscando.

Salí en su búsqueda y llegué al tercer día. Fui de inmediato donde Simeón. “Vete al hospital, allí está, lo han encontrado”, me dijo mi tía Twila. En la morgue había un gran tumulto: llantos, gritos, los medios persiguiendo la noticia, cámaras por doquier, y de pronto apareció mi tío Henry. “No lo mires, no quiero que lo recuerdes así el resto de tu vida. Ya lo he visto, está intacto, completo, es él”, me dijo. De repente, su cuerpo estaba en un ataúd y partimos al atardecer hacia su isla en un cayuco veloz. Al llegar, nos esperaban: mi hermana Indiana, su marido, mis sobrinas y centenares de sus amigos. Fuimos directo al cementerio.

Simeón y White Bush Hill

Allí, en su sepelio, a campo abierto, al caer la noche, con luces instaladas para la ocasión, el pastor habló mientras comenzaban a bajar su cuerpo junto al de mi madre, para que descansara a su lado. Mis lágrimas corrían sin cesar; no podía evitarlo, lloré como nunca antes había llorado. Había perdido a mi amigo, aquel que siempre estaba cuando más lo necesitabas, y ya no podía abrazarme ni consolarme. Dejó de hacerlo aquel viernes 28 de agosto de 1999.

Siempre está conmigo. Lo llevo en el corazón. En los momentos de angustia y temor, lo busco; nunca me abandona. Regresa a mí, siento su presencia, ilumina mi camino y me da el ánimo necesario para seguir adelante.


Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
Viernes, 27 de agosto de 2010

jueves, 26 de agosto de 2010

LA ECONOMIA CAMPESINA Y EL PROBLEMA GENERACIONAL (RURAL ECONOMY AND THE GENERATIONAL PROBLEM)

Hace unos nueve mil años surge la agricultura como un proceso constante de prueba y error. Se hace arte y ciencia, permite el desarrollo y la evolución de las civilizaciones. Los principales sujetos que se decidan a ella se encuentran dispersos a lo largo del planeta y tienen algo en común: viven de los frutos de la tierra.

Se le ha llamado economía campesina a la práctica que realizan millones de unidades de producción familiares que a través de la misma logran el sustento de la familia, en contraposición a la llamada economía empresarial debido a la lógica de producción diferente. Para unos lo principal es alcanzar el sustento de la familia y para otros la tasa máxima de ganancia al hacer el cálculo económico entre egresos e ingresos. Por todas partes se escucha decir que la base de la producción agropecuaria en nuestro país descansa en los pequeños y medianos productores. Se nos ilustra con ejemplos en cuanto a su aporte de la producción de maíz, frijol, arroz, café, ganado de carne y producción de leche, producción de cerdos, etc. Es una realidad innegable.

Estos agricultores, los pequeños productores y medianos, tienen un espacio físico bien demarcado que muchos le llaman finca o parcela. En ese espacio de tierra, variable según las diferentes zonas del país, combinan sus activos. Entre ellos el más importante es la mano de obra, principalmente la familiar, así como la tierra, los implementos y los conocimientos prácticos adquiridos. En esa combinación, se prioriza aquello que le permita obtener los productos necesarios para satisfacer la necesidad básica más importante: la alimentación de la familia.

En el campo la media de miembros por unidad familiar es alta y popularmente se escucha decir que el campesino tiene “una chorrera de cipotes”. Entre mayor es la cantidad de miembros de la familia mayores esfuerzos debe dedicar (mayor área o diversificar los cultivos) para poder producir lo necesario para alimentarlos así como la intensificación del trabajo aplicado a los cultivos o labores. Cada vez es mayor esta tendencia debido al factor limitante del avance de la frontera agrícola en nuestro país.


Los hijos y las hijas aún siendo niños se incorporan en edad temprana al trabajo en la unidad familiar. En el campo se constituyen familias a edad temprana y es común encontrar a jóvenes en edades que oscilan entre los 17 y 20 años, ya casados y con hijos.


Dependen de la voluntad autoritaria del padre y en la inmensa mayoría de los casos no tienen remuneración por el trabajo que realizan. Deben buscar trabajo fuera de la unidad familiar y en la mayor parte de los casos emigran hacia los centros urbanos en busca de alternativas de empleo o hacia otro país. Esta situación es catastrófica debido a que los jóvenes hoy en día tienen un nivel educativo dos veces mayor que el de sus padres y rápidamente podrían incorporar nuevas tecnologías para la producción, al tener mayores habilidades y destrezas, incrementándose los niveles de producción y productividad en el agro.

El relevo generacional en la unidad de producción familiar se realiza de manera tardía porque existe la tradición en los padres de heredar hasta la muerte, lo que orgullosamente queda plasmado en el dicho popular “hasta que el chancho se muere suelta la manteca”.


En estos tiempos, el relevo generacional, sucesión o herencia de la unidad de producción se está realizando entre hombres de la tercera edad y entre adultos mayores, lo que no permite que los jóvenes puedan tener acceso a la tierra y mucho menos a emprender actividades económicas porque no son sujetos de crédito, no acceden a servicios de asistencia técnica porque no son los responsables de la parcela, etc. situación que es más agravante aún en el caso de las jóvenes.

En la mayoría de los casos, cuando el padre muere y hereda, los hijos se encuentran lejos de la finca desarrollando otras actividades, han creado diferentes redes, hábitos y costumbres y otras formas de capital social, lo que hace que al final vendan la finca a “afuerinos” con otras condiciones socioeconómicas, lo que va desfigurando el entramado social y la comunidad.


Los planes, programas y proyectos de desarrollo dirigidos al sector rural deben considerar esta realidad porque de lo contrario se seguirá perdiendo todo el esfuerzo que los jóvenes han hecho para alcanzar un nivel de educación mayor al de sus padres, el esfuerzo de la propia familia y del propio Estado. Se debe promover e incentivar el relevo generacional como un proceso gradual, de tal forma que los jóvenes, con mayor nivel educativo, contribuyan al enriquecimiento del agro y del país.


Ronald Hill
La Colina
Nueva Guinea, RAAS

lunes, 23 de agosto de 2010

CORN ISLAND Y SU FIESTA DE LIBERTAD

Un grupo de seis jóvenes afrodescendientes recolectores de coco observan en el horizonte una embarcación que se acerca cada vez más a la isla. Suben corriendo a Mount Pleasant y distinguen las insignias de la corona británica. Corren de prisa hacia los cuatro puntos cardinales anunciando el arribo de la embarcación. La nave recorre el costado oeste de la isla esquivando los arrecifes. La observan con mayor nitidez desde North End y Brig Bay. Siguen su recorrido desde la costa. Al pasar Waula Point gira hacia el oeste con decisión de tocar tierra. Ancla frente a Southwest Beach. Dos botes de remo llegan a la costa. Llaman a todos los nativos de la isla a reunirse para darles buenas nuevas.

Son más de noventa y se reúnen bajo la sombra de los cocoteros. Se presentan los extraños y Alexander McDonald, superintendente de la República de Honduras Británica, antes Belice y las Islas de la Bahía de Honduras, representante de la reina Victoria de Inglaterra en la Mosquitia y del Rey Misquito, Robert Charles Frederick, lee el edicto real que declara el fin de la esclavitud. Desde hoy son hombres y mujeres libres, dijo al finalizar la lectura el viernes 27 de Agosto de 1841.

Eufóricos, sin meditar aún sobre el significado de la libertad, se abrazan, besan, gritan de alegría, ruedan por el suelo, recuerdan con más claridad sus orígenes, sus ancestros. Se va la nave y no saben que hacer, son libres. Regresan a sus casas contentos a dar la buena nueva. Al caer la tarde se reúnen para celebrar pero como no tienen nada para ello, deciden ir al “swampo” a atrapar cangrejos y recolectar bananos para hacer sopa de cangrejos. Llega la noche y encienden una fogata. Toman la sopa y al ritmo de tambores bailan alrededor del fuego. Sacuden todo el cuerpo, caderas, torso, brazos y piernas, liberando el alma, se reencuentran con sus ancestros y juntos, se escapan, viajan en el tiempo, suben al cielo, encuentran sosiego y paz, liberándose de temores y pesares terrenales que los atormenta desde que fueron comercializados como esclavos. Amanecen extasiados, sudados y se bañan en las aguas cristalinas de la isla. Vuelen en si y descubren incrédulos que son libres. Han celebrado su libertad, la abolición de la esclavitud.

El ritual se repite cada año en Corn Island y los descendientes de los primeros liberados se preparan a lo grande. Sigue siendo el mismo pero con matices diferentes. Se elige a la reina de la isla, Miss Corn Island, entre las más bellas de los diferentes barrios, hay desfile de carrozas, competencias deportivas, juego de boliche, bailes tradicionales y la tradicional Crab Soup, sopa de cangrejos, modernizada con el paso del tiempo, la que se ofrece a los visitantes y participantes.

Esta fiesta, la fiesta de la libertad, comercializada como la fiesta del Cangrejo, es una de las más proyectadas en la Costa Caribe para incentivar y atraer el turismo, nacional e internacional. Por sus bellezas naturales, sus playas de arena blanca y aguas cristalinas en diferentes tonalidades, arrecifes de coral, la amabilidad de los cornaileños, la seguridad, las mejoras en la capacidad de alojamiento y hospedaje, la comida y la música caribeña, el ambiente de paz, los múltiples deportes acuáticos que se practican y los sitios históricos de la época esclavista hacen definitivamente que Corn Island y Little Corn Island sean unos de los mejores destinos turísticos del país.

Distante a 169 años de la abolición de la esclavitud, los retos de los habitantes de estas paradisíacas islas del Caribe, son mayores a los que se enfrentaron aquellos que escucharon el edicto real leído por Alexander McDonald declarándolos libres. Preservar la riqueza de sus mares, conservar sus arrecifes, luchar contra la narcoactividad, recuperar sus sitios históricos, luchar contra la discriminación y el racismo, dentro y fuera de su territorio, y mejorar constantemente los niveles de educación de las nuevas generaciones son algunos de ellos. La abolición de la esclavitud adquiere nuevos sentidos, nuevos retos.

Ronald Hill A.
La Colina.
Nueva Guinea, RAAS
Lunes, 23 de agosto de 2010

Fotografias cortesia de Nydia Taylor y Kenny Siu.

jueves, 19 de agosto de 2010

EL RECOLECTOR DE FRUTOS

George cumplió diez años y una tarde de verano, su padre, Lawrence James, le dijo que lo llevaría al bosque a recolectar frutos, oficio que ejercía y que fue heredado por sus ancestros. Esperaba desde siempre esa invitación.

Cuando su padre regresaba, luego de tres meses de recorrer los bosques, sus amigos se juntaban en el corredor de la casa a escuchar las historias y pormenores de cada viaje. George no era ajeno a estos encuentros. Acostado en una hamaca escuchaba con atención las pláticas de su padre y soñaba ser como él, como su abuelo y su bisabuelo: un recolector de frutos.

Lawrence hacia sus viajes alternando cada año los territorios de recolección tal como sus antepasados le enseñaron. Hacia visitas a las zonas de Laguna de Perlas, Kukra Hill y al sur de Bluefields. En Laguna de Perlas se adentraba en las montañas al noroeste hasta Patch River y al norte de Orinoco, entre Wawashang y Punta Fusil. En la región de Kukra Hill recorría Loma de Mico, Laguna Malopi y el sur del Río Kama. En la región de Bluefields hacia el recorrido de Kukra River hasta Corn Creek para luego dirigirse más al sur hasta el río Punta Gorda pasando Torsuani y Willing Cay Creek.

En su primer viaje descubrió la pasión de su padre. De tanto escuchar las pláticas le pareció que nada de lo que miraba le era nuevo y comprendió que la naturaleza había sido generosa por muchos años con su familia al ver los cincuenta sacos de semilla o nueces de almendro, también llamado “Ibo” que habían recolectado para ser vendidos en Laguna de Perlas y Bluefields a lugareños e intermediarios. La venta era segura porque los habitantes de estas localidades preparaban con ellas una bebida típica llamada “fresco de ibo” con un sabor peculiar parecido a la vainilla.

Conoció el territorio de Laguna de Perlas, su gente, sus ríos, las aves, los animales silvestres, árboles de diferentes tipos pero quedó impresionado por el almendro de montaña, no por el hecho de dar los frutos que recolectaban ni por su gran tamaño, sino por la simbiosis que existía entre el árbol y las lapas verdes, porque anidaban en los huecos dejados por las ramas secas y se alimentaban de sus frutos.

George volvió a casa, a la escuela y sus amigos se aglomeraban a su alrededor para escucharlo. Su padre cada año partía a los diferentes territorios y con el paso del tiempo la cosecha cada vez era menor. Al cumplir veinte años, su padre recolectaba apenas la mitad de lo obtenido en su primer viaje pero los beneficios económicos eran mayores ante la alta demanda de Ibo. George escuchaba los lamentos de su padre y pensó que ya estaba muy viejo (tenía sesenta años), para las largas marchas así que decidió acompañarlo nuevamente y convertirse en el relevo generacional, en el nuevo recolector de frutos.

Regresaron al territorio de Laguna de Perlas, el mismo que recorrieron en su primer viaje. Su padre caminaba más despacio, su entusiasmo había disminuido y la pasión se había borrado de sus ojos. Está viejo, pensó George, convencido que era el momento de que su padre dejara el oficio. Caminaron la misma ruta hasta las profundidades del Patch River y observó gente nueva en las riveras del río, desconocidos para su padre, eran campesinos pobres que habían emigrado de Chontales y Matagalpa, sin ganado pero cultivaban frijol, maíz, yuca y chagüite, sus casas eran pequeños ranchos de madera rolliza y techo de palma y recién habían quemado el bosque para sus cultivos. Observó que muchos de los animales silvestres que antes se les cruzaban en la ruta habían abandonado el territorio pero sintió mayor decepción cuando llegaron al punto de mayor recolección de semillas de almendro y lo que encontraron fue un bosque devastado, quemado, con menos de veinte árboles de almendro, chamuscados por el fuego, sobrevivientes sin alma porque las lapas verdes también habían emigrado. Su padre se arrodilló a su lado y lloró como un niño. George no pudo llorar pero sintió que la sangre quería reventar sus venas y gritó varias veces con la mayor fuerza de su alma hasta caer al lado de su padre.

— ¿Y que pasó después? —le pregunté con mucha inquietud al ver que su mirada se nublaba y esquivaba la mía.

Pasaron varios segundos y no respondió. Se incorporó, levantó su mochila, la acomodó en sus hombros, me regresó la mirada, ahora más clara.

— ¡Me convertí en recolector de frutos! —dijo sonriente. ¡Apúrate, la panga está por salir y nos deja! —agregó apresurando el paso.

Lo seguí, salimos al muelle de Orinoco y abordamos la panga hacia Laguna de Perlas. En el trayecto pensaba en lo que George dijo y no lo entendía. ¿Cómo era recolector de frutos si el bosque en todos esos territorios ya había desaparecido con su alma?, me preguntaba. Al llegar a Laguna de Perlas, le di la mano para que se apoyara y saliera al muelle porque tenía la edad de su padre cuando lloró en el bosque y, antes de despedirnos, porque se dirigía a Bluefields, le pregunté.

—Trabajo en la comisión de demarcación de tierras para los pueblos indígenas, doy charlas en las universidades de la costa y luchó junto a otros por salvar el bosque del trópico húmedo y las lapas verdes —dijo.

Su panga encendió el motor y, al girar para iniciar su viaje, George se levantó, me regresó la mirada y gritó: ¡Recolecto frutos nuevos, nuevas conciencias!

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
19 de agosto de 2010.

domingo, 15 de agosto de 2010

TIPOS DE COOPERANTES EN NICARAGUA

Nicaragua depende de la cooperación internacional para poder sobrevivir y destinar recursos que buscan como aliviar la situación de pobreza extrema en que se encuentra la mayoría de su población. Es una realidad innegable, dependemos de los recursos que organismos internacionales aportan al país como el Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo, etc. De igual manera apoyan con fondos organismos de las Naciones Unidas, de la Unión Europea, la cooperación bilateral entre gobiernos y los organismos no gubernamentales de cooperación internacional. Todos ellos apoyando a Nicaragua para que podamos salir de la pobreza. Son varias centenas de millones de dólares que entre todos destinan para que busquemos como mejorar nuestras condiciones de vida.

Si tratamos de darle una revisión a este tema podemos descubrir ciertos aspectos contradictorios del mismo. No me refiero a la creación de dependencia porque ese asunto es bastante polémico, sino a las personas que le trabajan a la cooperación, a esos hombres y mujeres de carne y hueso que en el argot popular nica les llamamos los “cheles”, no importando si son alemanes, franceses, holandeses, ingleses, españoles, daneses o canadienses.

Como en todo, hay diferentes tipos de “cheles”. Los hay entusiastas, comprometidos, dedicados, trabajadores, honrados, solidarios. A este grupo pertenecen los que saben escuchar a la gente, se ponen en su lugar, nunca engañan porque dicen lo que sienten y piensan, explican con hechos concretos sus ideas sin tratar de aparentar que son eruditos, acompañan en los retos, no sustituyen y están abiertos a que critiques su concepción de nuestra realidad sin imponer su criterio. Son transparentes en su actuar y para tomar decisiones consultan hasta que llegan a consenso. Por principios nunca buscan como representar los intereses de un Nicaragüense porque tienen claro su papel, están aquí para cooperar. Muchos de ellos estaban empleados en su país y por opción propia aplican a una organización para venir a trabajar. Estos son los “cheles cooperantes”.

Los otros “cheles” son diametralmente opuestos. Están trabajando para lo mismo pero por su actitud y forma de hacerlo se diferencian de los primeros. Muchos eran desempleados en su país de origen o su puesto de trabajo fue cancelado. Al ocupar en Nicaragua un cargo intermedio en la cooperación su vida cambia. Son prepotentes, ven por encima del hombro a sus compañeros de trabajo Nicaragüenses, toleran actitudes serviles y las promueven, hacen la guatusa, son conspiradores, creen ser imprescindibles y que solo ellos tienen la razón. No escuchan a la gente, si se presentan problemas no ayudan a resolverlos y siempre buscan culpables, nunca reconocen los logros de los demás, se aprovechan de sus cargos y contratan a sus amistades. Son expertos en buscar consultores porque así trabajan menos, no tienen principios porque se mueven entre los altos y bajos que tiene su organización en la que se acomodan rápido porque se han acostumbrado a un estilo de vida. Cuando un superior extranjero visita la organización en que labora trata de aparentar lo contrario a sus características: saluda, sonríe y da la mano pues quiere quedar bien. Lo peor es que descaradamente hablan de Nicaragua como si fueran Nicaragüenses frente a agentes externos, nos sustituyen, pues conocen bien el país porque hacen turismo permanente visitando a lo largo y ancho el territorio nacional en compañía de muchos de su tipo. Estos son los “cheles aventureros”.

Esta tipología podría fragmentarse en subtipos pero con estas dos es suficiente. Las diferencias son bien marcadas y se les podrá reconocer con las características antes descritas.

Muchos de ellos, principalmente los “cheles cooperantes” logran realizar su vida, en nuestro país, o su lugar de origen, debido a su eficiencia y méritos, lo que les permite ser promocionados dentro de su organización o en otra que los valora. Los del otro tipo andan de organización en organización, de país en país, como verdaderos mercenarios errantes, desnaturalizando la cooperación internacional y tratando de justificar su estilo de vida a través de la lucha contra la pobreza.

Ronald Hill Alvarez
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
Nicaragua

lunes, 9 de agosto de 2010

DESARROLLO DEL CARIBE: ¿HASTA CUANDO?


Ningún ciudadano de este país puede poner en tela de duda que la mayor riqueza que posee Nicaragua se encuentra en el inmenso territorio que conforman las Regiones Autónomas de la Costa Caribe Nicaragüense. Hay que enfatizar en eso cada vez más, porque hasta hoy, en los albores del siglo XXI, la población de dichas regiones no puede disfrutar de esas riquezas que la naturaleza les ha brindado al permanecer en el abandono y la miseria. Más aún, no existe una estrategia de desarrollo regional coherente que se inserte en el marco del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos de Norteamérica, con el ALBA y, con sus beneficios, poder cubrir todas las necesidades básicas insatisfechas de su población.

A finales del siglo XIX e inicios del XX la llamada Reserva Mosquita, mantenía relaciones comerciales con empresas de los Estados Unidos de Norteamérica establecidas en Nueva Orleáns y otras de las islas del caribe. Los principales rubros que se vendían eran bananos, madera, oro, coco y hule. La ciudad de Bluefields era el principal centro comercial por su cercanía al puerto El Bluff. Toda esa prosperidad motivó a promulgar el decreto legislativo que le dio categoría de ciudad el 5 de Octubre de 1903.

Después de transcurridos más de 100 años parece ser que nunca más volverán a prosperar, aun cuando el territorio y los ciudadanos del Caribe “están reincorporados” con derechos consignados en la Constitución Política de Nicaragua y en la Ley de Autonomía. ¿Por qué se da esta situación si esas Regiones tienen “memoria comercial” de larga data con el Caribe y los Estados Unidos de Norteamérica? Hoy tenemos un Estado Moderno, de economía abierta, con vínculos comerciales entre naciones como nunca antes. Existen un sinnúmero de leyes que inciden en el usufructo de la riqueza del Caribe tales como La Ley de Pesca y Acuicultura, Ley de Minas e Hidrocarburos, Ley de Tierras Comunales, Ley de Promoción e Incentivo al Turismo, Ley de Inversiones Extranjeras, leyes y más leyes.

Las mayores bellezas escénicas y paisajísticas del país están en el Caribe. La promoción del turismo es prácticamente nula. Tantos cayos, islas, lagunas, playas de arena blanca, aguas cristalinas con diversos tonos azulados, vida marítima en abundancia en miles de kilómetros de arrecifes, etc., esperan por los proyectos de inversión turística en los cuales los caribeños puedan involucrarse aportando contrapartidas a la inversión externa. Ningún país de Centroamérica posee la riqueza marítima que hay en la Costa Caribe, camarones rojos y blancos, langostas, peces en variedad sin explotarse, caracoles, moluscos, etc. que no son aprovechados al máximo, por la inexistencia de plantas de procesamiento industriales que le incorporen el valor agregado necesario y la flota de barcos adecuada manejada por pescadores de tradición milenaria propios de la región. Extensiones de tierras que no se aprovechan con proyectos que promuevan practicas agroforestales destinadas a producir hule, cacao, coco, etc. debido a los conflictos y litigios que han provocado muertes al no ser legalizadas en el marco de la ley.

Ríos caudalosos y navegables recorren de oeste a este la Regiones Autónomas. Plantas hidroeléctricas son necesarias en estos tiempos de crisis y “guerra petrolera”. Con el desarrollo de estas dejaríamos de ser menos dependiente del petróleo y, porque no aspirar a elevar los ingresos del país, exportando energía a nuestros vecinos.

Se requieren inversiones en las Regiones Autónomas. El Estado Nicaragüense debe propiciarlas destinado las partidas presupuestarias para ello, no importando si deben realizarse en un período de gobierno o más, y buscar a los mejores socios comerciales que estén dispuestos a invertir para volver a la prosperidad y bienestar en el Caribe.

Tenemos los recursos y las leyes que regulan su usufructo. Lo que hace falta es reconocer con verdadero sentido de nación que mientras esa parte de Nicaragua, la más rica en todos los sentidos, la Costa Caribe, continué abandonada y vista como un gran territorio con grupos étnicos atrasados, el país no podrá jamás salir de la pobreza. El gobierno central así como los diputados de la Asamblea Nacional, deben comprender de una vez por todas, que mientras la Costa Caribe continué así, su gestión de gobierno será un fracaso. Similar es para los gobiernos y consejos regionales, criticados frecuentemente de ser ineptos e inconsecuentes con las aspiraciones de su pueblo. ¿Hasta cuando volverá a florecer el Caribe?

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.