jueves, 30 de junio de 2011

CONFUSION EN LA RED

La agregué como amiga en esa red social donde nos volvemos a encontrar con nuestros amigos de niñez y juventud, con antiguos compañeros de trabajo, con amigos y amigas de nuestros amigos, amigos “virtuales”, como se les llama. Su nombre me pareció conocido y compartimos sesenta amigos. Me llegó su petición de amistad y de inmediato me fui a su perfil; recorrí sus fotos y sus gustos.

“Una amiga más”, pensé. Con el correr de las semanas coincidimos en el chat y tomé la iniciativa de saludarla.

    Hola, ¿cómo estás? —escribí y di enter.

Pasaron los minutos y no contestaba. “Una mal educada más”, pensé y entré a los diferentes grupos a echar un vistazo en busca de algo novedoso. En Noticias de Bluefields leí sobre el acontecer de esa ciudad. En ello estaba cuando “pluump”, sonó la compu.

    Hola, mi amor —escribió.
    Hola guapa —respondí.

Eso de “mi amor” me puso inquieto, como atolondrado. Igual a un niño travieso a punto de cometer una fechoría bajé el volumen para reducir el “pluump”, por si las moscas.

    Sos un gran bandido, me dejaste esperando toda la noche —respondió.
    ¿Cuándo?, no puede ser, nunca te haría eso —escribí inquieto.
    Seguro que tu mujercita no te dejó salir.
    No digas eso —contesté.
    Es una mal educada, vieras lo que dice de mí —escribió.

“Debe estar confundida”, pensé. “Con alguien me confunde”, pero decidí seguir la conversación. Nuevamente el “pluump”, menos escandaloso.

    Quiero verte, no sabes lo mucho que añoro tu aroma.
    Es el desodorante.
    No, mi amor. Ese olorcito tuyo no se me pierde, lo estoy sintiendo en el aire.
    Como tan así. Estás exagerando.
    Esa mezcla de tabaco y colonia me eleva por los cielos, mi amor.
    Umm, creo que estás confundida.
    Tus besos, tus caricias, eso es lo que me tiene confundida.

Excitante estaba el chat. Ya iba por el quinto cigarrillo, cuando de pronto entró mi hijo Ronald a la oficina. “Ajá, estas chateado”, dijo. “Esta jaña está confundida”, respondí.  Se acercó para ver con quién chateaba y me dijo: “Papá, estás en mi página de perfil”. “Ideay, ya te he dicho que no uses mi computadora”, respondí. Inmediatamente salí de su página, entré a mi perfil y ella seguía conectada.

“Voy a seguir chateando con ella”, pensé y comencé nuevamente.

    ¡Hola, guapa!, ¿sigues allí?
    Hola, Don Ronald, ¿Cómo amanece?
    Bien gracias y vos.
    Aquí, en el trabajo, me saluda a su esposa, tengo que irme. Adiós.

Los cinco minutos de ese chat equivocado me dejaron pensando en las confusiones que se cometen diario. Por ello mi hijo se compró una mini laptop y yo le puse contraseña a la mía. Si usted se conecta en un ciber café, cierre su perfil y no permita que se guarde su contraseña. Siempre la busco, ¡cómo quisiera que continuara confundida!


Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
Jueves, 30 de junio de 2011 

lunes, 27 de junio de 2011

¡IDEAY HOMBRE!, ¿QUÉ ESTÁS ESPERANDO?

El monumento. Nueva Guinea.
La asamblea comenzó a las diez de la mañana. Al llegar a la escuelita de la comunidad pocos esperaban, pero minutos después aparecieron en oleadas, mujeres, niños y niñas, jóvenes, adultos y viejos. Don Fernando y don Melvin, líderes comunitarios, en un inicio se mostraban inquietos, pero luego de media hora conversaban sonrientes con Anselmo al ver que sus vecinos atiborraban la escuelita.

Días antes, Fernando y Melvin, acudieron a la oficina. Fueron atendidos por Anselmo y, al concluir la reunión, pasaron visitándome. “Cuidadito no llega a la reunión con la comunidad”, dijeron y se marcharon. Luego apareció Anselmo confirmando la reunión. “Vamos a ir a Río Plata, la gente quiere que nos reunamos con ellos”, dijo preocupado.

Nos hicieron pasar frente al grupo. Eran unas cien personas y muchos de ellos se quedaron de pie, alrededor de las paredes de madera mohosas, devoradas por las insaciables larvas de polilla. Los rayos de sol iluminaban tenuemente el aula como intrusos, colándose a través de los orificios de las láminas de zinc oxidado. Me dio la impresión que el piso de madera no resistiría el peso de tanta gente reunida; don Melvin dio las palabras de bienvenida y seguidamente el pastor de una de las iglesias elevó oraciones al cielo pidiendo por su comunidad, por la mejora de su escuela, por las familias, por una paz duradera, dando gracias por nuestra presencia en su comunidad, por un día más de vida. Tras cada petición, la mayoría de los presentes respondían con alabanzas y aplausos.

Luego habló don Fernando. “Somos una de las comunidades más pobres y, hasta hoy, no hemos visto, desde hace casi un año, los beneficios”, dijo volviendo a ver a Anselmo. Volví la mirada hacia él como todos. Su rostro enrojecido, sus manos inquietas y sus labios comprimidos bajo su denso bigote delataban inconformidad. Estaba acostumbrado a no ser increpado, a hablar con propiedad frente a los campesinos desde su posición de líder organizador de cooperativas y productores, sin debatir sus decisiones. Su mirada se clavaba fija en el umbral de la puerta como buscando argumentos. Su idea central y única se basaba en apoyar a la gente con microcréditos para resolver la problemática de las comunidades. “Con el crédito producirán y con las ganancias podrán mejorar las condiciones de la familia y la comunidad”, decía.

Eran tiempos de posguerra. Comenzaba la década de 1990 y miles de familias retornaban a sus comunidades, luego de abandonarlas por temor a perder sus vidas en una guerra entre hermanos. Los repatriados llegaban por miles provenientes de Costa Rica para comenzar de nuevo. La desmovilización de los contras había comenzado al igual que miles soldados del Ejercito Popular Sandinista. Los caminos se encontraban abandonados, intransitables igual que ahora; la producción agrícola y el ganado eran inexistentes, la montaña estaba devastada por el paso furioso del huracán Juana, las casas, igual que la infraestructura escolar y sanitaria, estaban en ruinas. Iniciaba un nuevo gobierno y la gente mostraba sonrisas de esperanza, aliviados por el fin de los combates, de los estruendos provocados por los obuses, del constante aleteo de helicópteros vomitando fuego en combate, de ráfagas de balas y trazadoras destellantes al caer la noche y de enterrar a sus parientes e hijos. Las heridas entre sandinistas y contras aún no sanaban, la reconciliación apenas comenzaba. Las instituciones del Estado volvían a funcionar con las uñas, sin mucho que ofrecer. La desconfianza recorría las calles, los barrios, colonias y comarcas.

Al hablar Anselmo, les dijo que su papel como cooperativista y organizador de los campesinos era apoyarlos con la producción. Los invitaba a afiliarse a su organización, por medio de la cual gestionaría recursos. Estaba convencido que eran culpables de la derrota electoral y que no merecían ser apoyados. No lograba asimilar la derrota mediante los votos ni el cambio en su rol de líder campesino, acostumbrado a organizar cooperativas en tiempos de guerra, bajo las balas.

En la oficina, días después, a regañadientes aceptó la propuesta de apoyar a la comunidad de Río Plata con la construcción de un preescolar y la reparación de la escuela. En una ocasión visitamos juntos la comunidad para ver los avances del trabajo comunitario. Pocos participaban con trabajo voluntario. “Vamos donde Fernando”, dijo y caminamos en las calles lodosas hasta su casa. Al salir al patio, frente a su casa, le dijo: “¡Ideay hombre!, ¿Qué estás esperando? ¡Nadie trabaja en la comunidad!”. Sorprendido, don Fernando respondió: “están esperando que se les pague los días trabajados, lo que prometiste en tu oficina”.

Él mismo se daba a la tarea de boicotear el trabajo comunitario con diferentes artimañas, a través de los miembros de las comunidades afiliados a su organización. Con el tiempo logró convencerse que se debía apoyar a las comunidades en otras cosas además del crédito, pero era demasiado tarde. Abandonado quedó al descubrir que sus argumentos sobre la necesidad del crédito escondían el clientelismo y el oportunismo, al desembolsarlo a su gusto y antojo entre sus allegados. Al entregarle la carta dirigida al banco con el fin de eliminar su firma de las cuentas, bajó la mirada y, sin expresar palabras, firmó temblando y nos dimos la mano. Amigos y líderes comunitarios, en esos tiempos de posguerra, lo celebraron, “¡ya era hora!, ¿qué estabas esperando?”, dijeron. 


Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
Jueves, 23 de junio de 2011

miércoles, 22 de junio de 2011

LA DEUDA SOCIAL CON EL CAMPO

Escuchaba por radio hablar sobre el problema que se enfrenta con miles de familias que abandonan el campo y que, al trasladarse a las ciudades, ejercen presión para que se les solucionen sus problemas. “Es un problema de Latinoamérica, de Nicaragua, es de todos, y nunca se podrá resolver por ningún gobierno. Es, como dice la canción, Pobre la María”, dijo el locutor. La gente del campo, los campesinos, principalmente los pobres, salen de sus parcelas y comarcas en busca de mejores condiciones de vida por el eterno abandono en que se encuentran. Siempre han enfrentado altos índices de pobreza, desigualdad, exclusión social y escaso acceso a recursos.

En el campo, los servicios de salud son inadecuados: los campesinos son atendidos por un médico o enfermera ocasionalmente, dos veces al año por medio de las jornadas de vacunación y cuando las brigadas de médicos atienden sus comunidades; el resto del año, padecen un sinnúmero de enfermedades sin poder tratarse. En el campo es donde se presentan los mayores índices de mortalidad materna y desnutrición infantil. Miles de campesinos recurren a curanderos para resolver sus problemas de salud y, al no lograrlo, deben cargar en hamacas a los enfermos, haciendo recorridos de hasta tres días para llegar a la unidad de salud más cercana de su comarca.

La educación en el campo es ineficiente debido a la carencia de infraestructura adecuada y maestros. Las aulas de estudio multigrado, en las que encontramos alumnos que cursan desde tercero hasta sexto grado, son reproductoras de una educación mediocre. Unido a ello, ningún maestro o maestra titulada desea ser trasladado al campo a sufrir junto al campesino sus carencias. Unido a lo anterior, los niños y niñas se incorporan en edad temprana a las labores agrícolas, abandonando las aulas de clase y, en la mayoría de los casos, también a la familia al alcanzar la mayoría de edad, pues van en busca de las oportunidades que faltan en sus localidades y migran a las ciudades o a otros países.

Las condiciones de las viviendas son precarias y se vive con alto nivel de hacinamiento. No tienen acceso al agua potable ni a energía eléctrica. Las mujeres deben recorrer grandes distancias para obtener el vital líquido de quebradas, ríos y ojos de agua. Se consume sin tratamiento básico, con consecuencias negativas en la salud familiar. Miles de familias no tienen la capacidad de adquirir un panel solar por el elevado costo del mismo; se ven obligados a depender del candil y la lámpara para tener un haz de luz en la vivienda.

Los campesinos, la inmensa mayoría de ellos, no acceden a servicios de asistencia técnica e innovación tecnológica, lo que limita sus potencialidades de producción. Los rendimientos productivos por unidad de área cultivada o por unidad animal son bajos por la tecnología tradicional que emplean en sus actividades. No acceden a recursos financieros por las elevadas cargas de la tasa de interés que aplican las organizaciones crediticias, lo que ha provocado un nivel de sobreendeudamiento en el campo. La mayor parte de ellos no son sujetos de crédito por las características propias de la actividad agropecuaria que es catalogada como de alto riesgo. Hasta hoy, los modelos de desarrollo han priorizado a los medianos y grandes productores considerados como los “viables” y con asistencialismo a los pequeños, “los perdedores”.

En el campo se presentan altos índices de violencia y delincuencial. Robos, secuestros, asesinatos y abigeo son parte de una realidad que obliga al campesino a vivir en constante temor y zozobra.

A pesar de estas limitaciones, son ellos los que con su esfuerzo, en las condiciones señaladas, nos garantizan los alimentos para disfrutarlos en nuestra mesa. Granos básicos, raíces y tubérculos, musáceas, frutas y verduras, carne bovina, porcina y aviar son parte de los productos que llegan a nuestros mercados, encarecidos por una endemoniada cadena de intermediación que, sin límites, se aprovecha de las condiciones de marginalidad en que se encuentran.

Cada año escuchamos que nuestra economía crece, que los niveles de producción agropecuaria se incrementarán con relación al ciclo anterior, que tendremos cosechas record, que los niveles de exportación de los principales rubros agropecuarios han crecido y que la generación de divisas proveniente de la actividad agropecuaria aumenta.

Si crecemos cada año, vale la pena preguntarse: ¿por qué no se logra mejorar las condiciones de vida en el campo? Nicaragua acarrea una deuda social con el campo, con miles de campesinos que viven precariamente. Esa deuda social impone prohibiciones injustas, que afectan las capacidades y las necesidades esenciales para el desarrollo personal y familiar. Esa deuda social viola sus derechos consignados en la Constitución Política y, desde el enfoque de derechos, se deben promover programas y proyectos para solventarla. Solamente con ese enfoque, sin exclusión, prebendas y clientelismo político, se logrará brindar oportunidades para desarrollar el campo y reducir el éxodo hacia las ciudades.


Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
Sábado, 18 de junio de 2011

lunes, 20 de junio de 2011

MAR, SIEMPRE MAR

Dando vueltas en la cama sin conciliar el sueño, recorriendo imágenes con el fin de atraparlas, evitando que se desvanezcan de los recuerdos, el majestuoso mar se impone hasta perderme en sus aguas. No es un mar agitado, ni sus fuertes vientos con olas que revientan en la playa calman mis penas y angustias. Es calmo mar, que cambia de color azul turquesa por tonalidades amarillas y naranjas en el atardecer, al esconderse el sol entre las islas de Miss Lilian o los cayos de Utila.
           
A la orilla del mar vine al mundo. Además de mi madre, el mar siempre estuvo a mi lado. La vida de marino de mi padre me obligó a respetarlo. En mis oraciones de niño elevaba plegarias al cielo pidiendo por un mar generoso, abundante, protector, sin tempestades. Surqué sus aguas a edad temprana, disfruté su arena y sus olas en la playa de El Bluff; aprendí a admirar su belleza oculta a simple vista, sumergiéndome en las cristalinas aguas de Utila y Corn Island.
           
Descubrí los placeres de la pesca junto a familiares y amigos de infancia y juventud. En el muelle, al atardecer, junto a Gustavo, mi tío, aprendí la destreza en el uso del arpón, cazando, con el corazón desbocado, los mejores ejemplares en los cardúmenes de róbalo, frente a la casa de mi abuela Manuela, en el viejo muelle de la Texaco. Una fiesta de abrazos y gritos de alegría estallaban tras cada ejemplar atrapado que aleteaba en los tablones del muelle. Con Pablo, mi tío menor, navegando en la barra, cuchareábamos júreles y sábalo real, cuando las aguas estaban tranquilas, luego de cada periodo de fuertes lluvias. Con Pancho y Melá, en el muelle de la esquina de Miss Lilian, pasábamos las tardes en competencia de pesca por lograr los mejores ejemplares de roncadores que terminaban en la cocina de doña Juana Angulo, cubiertos de cebolla y tomate con tajadas de plátano, limón y el infaltable chile de cabro recién cortado del arbusto contiguo a la cocina.
           
Por mi abuelo Ernesto, en las diferentes visitas realizadas a la familia en Utila, comprendí que debía reconocer que en mí había una vena marina ancestral. Tres hermanos que salieron de Inglaterra hacia el nuevo mundo en busca de mejores condiciones de vida a finales de 1700, se disgregaron por el Caribe. Una línea de sangre permanece hoy en las Islas Caimán, en Belice, en Nueva Orleans y, la más cercana y conocida, en Utila. Marinos y pescadores la mayoría de ellos, surcaron las aguas del Atlántico, del Caribe y, la nueva generación, al conversar con ellos, indican los océanos en que se encuentran e imaginariamente me traslado a su lado para surcar esos mares.
           
El mar inmenso, inspirador de cuentos titánicos y aventuras, desconocido por muchos, sostuvo por más de tres décadas con su riqueza la economía de la Costa Caribe de Nicaragua, hasta que esos que no lo aprecian abandonaron las esperanzas de recuperar la economía de miles de familias que se sustentan del trabajo en sus aguas, de mestizos y creoles, de misquitos y garifunas, por cuentos de fantasías donde lo extraño priva sobre lo propio, donde las cifras pomposas de la inversión extranjera con muelles para ricos vagabundos llamados “marinas” sustituyen la pesca, un medio de vida milenario de nuestros pueblos y generadora de empleo digno, limpio y sostenible, sabiendo bien llevarlo. ¿Cuántos países no desearán tener la riqueza de nuestro mar? Basta conocer los conflictos marítimos de nuestro país para tener la respuesta.
           
Mar colosal, mar de riquezas y leyendas. Llegará el día que calmes con tus dones las angustias de tu pueblo Caribeño. Seguiré buscándote, caminaré en tus playas, navegaré en tus aguas, escribiré sobre tus pueblos y, al partir, descansaré al lado de los míos cubriéndome de tu arena bajo el cielo azul, disfrutando para siempre la fresca brisa del puerto que me vio nacer. Mar siempre, mar.

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
Domingo, 19 de junio de 2011

miércoles, 15 de junio de 2011

EL FSLN ESTÁ DE DUELO EN NUEVA GUINEA

Escribía cuando sonó el timbre del teléfono. Era Aster, mí hijo. Por lo general no llama, nos visita por las mañanas. ¿Qué pasó?, le pregunté. “Hubo un accidente, se murió el Machín y Rosales”, contestó. Dejé de escribir. Minutos después llamó Ronald Jr. “Ya te distes cuenta, se murió el Machín”, dijo.

Marvin González González, llamado con cariño “el Machín” por su baja estatura, trabajó como conductor de Ayuda en Acción por diez años. Se convirtió en un amigo inseparable, donde yo iba estaba a mí lado. Aun, cuando viajaba a Laguna de Perlas o Kukra Hill, por el río me acompañaba. En la casa lo mirábamos como un miembro más de la familia, querido por todos. Mi nieto Alex, cuando comenzó a hablar, una de sus primeras palabras fue “Machín”.

En los frecuentes viajes que hacia a Managua también se convirtió en amigo de mis amigos. De Mariano, de Tilo, de el Pollo, de Jimmy, de todos. Cuando nos encontrábamos en un lugar de costeños o en cualquier restaurante, Marvin ocupaba una silla más. Nunca le dí trato distante como hacen muchos con los conductores, nunca lo dejé esperándome en la camioneta mientras disfrutaba con mis amistades. Nunca se sentó en una mesa que no fuera la que yo ocupaba. En los hoteles siempre ocupaba una habitación al lado de la mía. Nunca le puso peros al trabajo. Si tenía que salir de madrugada a Rivas u Ocotal siempre acudía puntual. Excelente conductor, siempre estaba atento al vehículo. Cualquier ruido extraño que detectaba en la camioneta provocaba insistencia de su parte para el chequeo. “Nunca se sabe”, decía. “Este es mi machete”.

Cuando viví por muchos años solitario en Nueva Guinea, antes de que mí mujer se trasladara con los chavalos, alquile una casa al lado de la suya. Se cruzaba el patio cuando descubría que había llegado, siempre estaba atento. En esos tiempos, bebíamos guaro junto con otros que también vivían solos en Nueva Guinea y los viernes nos trasladábamos a Juigalpa. Para no aburrirnos, todas las semanas se inventaban fiestas “de traje” y en mi ausencia estaba pendiente de la casa.

En una ocasión, al cruzarse de noche la pista de aterrizaje en busca de su casa, lo golpearon hasta dejarlo inconsciente. Cuando me di cuenta salimos disparados al hospital a verlo con otros del trabajo, entre ellos la Dra. Viñet Roses, una española que nos apoyaba en controlar un brote de Leishmaniasis y el Dr. Rigo Sampson, el “doctor de los pobres”. Estaba postrado en una camilla y al verme se levantó y dijo: “estoy bien, ya estoy listo” y cayó desmayado. Lo trasladamos de emergencia al hospital de Juigalpa con una herida profunda en el occipital.

Al cerrar el proyecto impulsado por Ayuda en Acción, en el año 2007, se trasladó a trabajar a Matiguas. Luego de unos meses regresó a Nueva Guinea y comenzó a trabajar en el Comité Departamental del FSLN como conductor de “Payo”, Rafael Rosales. Siempre daba una vuelta visitándolos y en broma le dije una vez a Payo “ideay, sólo falta que me contrates para que el equipo de Ayuda en Acción esté completo” porque junto a Marvin también trabajaban en el Comité, Wilfredo Jirón e Hilario Amador, quienes fueron promotores sociales en el proyecto.

Un día de estos, hace dos semanas, Marvin me llamó por teléfono y con entusiasmo me dijo: “te he recomendado para que manejes un proyecto de cacao que van a impulsar en Nueva Guinea, sólo vos podes manejar eso”. Gracias por acordarte de mí, le dije. “Para eso son los broders”, contestó.

El accidente ocurrió hoy por la mañana. Antes de salir al empalme de la Curva, en la bajada de la Coneja, impactaron contra una rastra. Falleció con sus manos sosteniendo el timón de la camioneta junto a Rafael Rosales y Paula Valle.

Dos amigos se han ido. Así es la vida, nadie es eterno como dice la canción. Se me han adelantado. Tengo que asistir a la vela para acompañar a sus familiares en estos momentos de dolor. Tres militantes se han ido. El FSLN está de duelo en Nueva Guinea.


Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
Miércoles, 15 de junio de 2011

martes, 14 de junio de 2011

EL PUENTE COLGANTE SOBRE EL RÍO PUNTA GORDA

El puente colgante sobre el río Punta Gorda permite el paso de miles campesinos originarios de las comunidades del sur de Nueva Guinea que salen a la colonia La Fonseca. El impacto de dicho puente ha sido notorio en lo que a movilización y comercialización de los productos campesinos se refiere. Antes de su construcción debían cargar los productos en pequeños botes y cruzar ambas riberas sorteando las caudalosos aguas en el periodo lluvioso para evitar todo tipo de accidentes. El río es uno de los más caudalosos de Nueva Guinea y forma parte de las tres principales cuencas hidrográficas del territorio con el río Rama y río Plata.


La construcción de dicho puente fue posible por la cooperación de la embajada de Dinamarca mediante el proyecto de apoyo al sector transporte PAST-DANIDA de la RAAS. El costo de la obra fue de 2.5 millones de córdobas de los cuales las comunidades beneficiarias aportaron 64 mil córdobas. La municipalidad de Nueva Guinea estuvo a cargo de la coordinación del proyecto.

Aquí les dejo el vídeo. Un antes y un después que se hizo el puente con campesinos transitando por el.








Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
13 de junio de 2011.

viernes, 10 de junio de 2011

LA MARCHA POR LA DIGNIDAD Y LA ESPERANZA

En el año 2004 escribí el artículo “Narcoactividad contra la Institucionalidad”, como respuesta al enfoque, aun persistente, de que en la Costa Caribe existe una “cultura narco” en la que los pobladores de las comunidades se confabulan con los narcotraficantes brindando apoyo con la logística necesaria y que la droga recuperada en las costas ha influido en un mayor consumo, tráfico interno y en el lavado de dinero por la fragilidad del sistema bancario. En ese contexto, utilicé como ejemplos a un joven caribeño, a un policía, a un juez administrador de justicia y a un banquero, para resaltar lo atractivo que resulta el negocio de las drogas.
           
Decía que a un joven de la costa Caribe nicaragüense estudiar no le resulta atractivo. Estudiar para qué, se cuestionan, si luego de nada sirve el título porque no consigue trabajo y si lo encuentra le pagan un salario que no cubre sus necesidades. Resulta más fácil ir a la playa a buscar un paquete de cocaína y después venderla: así resuelve las cosas de su familia. Para un policía que recibe un salario miserable resulta atractivo hacerse de la “vista gorda” ante una actividad delictiva en la que puede recibir una mordida, equivalente a más de 100 veces su salario. Para un administrador, un juez, aparte de las presiones y consecuencias que puede tener para él y su familia dictar una sentencia que castigue a un narcotraficante, se ve inmerso en una situación extremadamente difícil en la que existe un mundo de intereses y si no tiene la convicción, el carácter y la seguridad necesaria, éstos regresan nuevamente a las calles para continuar en su actividad. Para el banquero, que maneja constantemente la fórmula del capitalismo, es atractivo que ingresen en sus arcas varios millones de dólares para aumentar su liquidez y ganancias sin pensar en muchos requisitos.
           
Y las instituciones, ¿qué pasa en ellas?, me preguntaba. Son éstas las que con su actuar deben dar el valor y la fuerza necesaria a los ciudadanos: pescadores, jóvenes, miembros de la Policía, administradores de justicia y banqueros. Debe existir una institucionalidad fuerte, con principios y valores que estén por encima de cualquier obstáculo para cumplir con ellos.
           
Foto: Jesús Salgado.
La marcha realizada en Bluefields el día miércoles 8 de marzo, convocada por la sociedad civil, ha demostrado que los caribeños están hartos de seguir siendo estigmatizados como “drogadictos” y la ciudad como “cuna de delincuentes”. De igual manera, fue un total apoyo al combate frontal contra el narcomenudeo, las mafias organizadas y la gestión del comisionado Zambrana como jefe policial de la RAAS. A pesar de ello, fue relevado de su cargo y trasladado hacia Managua.
           
La Policía Nacional tiene un gran reto en Bluefields: mantener el prestigio recuperado en los últimos ocho meses luego de escándalos y muertes de agentes que entregaron sus vidas al ser asesinados por sicarios en su propio cuartel. Hoy más que nunca debe fortalecerse en esa dicha ciudad caribeña, sostener sus principios y valores en lo más alto y a cualquier costo, inclusive, si es necesario, depurando sus filas.
           
Nuestro país es catalogado como el más seguro de Centroamérica. En cada comparecencia, en cada acto público lo escuchamos. Los ciudadanos de Bluefields se han movilizado, han dejado constancia que no tolerarán más a los expendedores de drogas que envenenan a sus hijos en las aulas de clases y en los barrios. Han alzado su voz contra la delincuencia organizada, contra el tráfico de influencias, el enriquecimiento ilícito y demandan mayor seguridad ciudadana.
           
Ahora le corresponde su turno a las instituciones. La marcha de la dignidad y la esperanza es su fortaleza en la ciudad de Bluefields. Juntos, de la mano, podrán frenar esos males que, como un cáncer, si no se corrige acabará con la vida y esperanzas de todos. De lo contrario, deberán asumir las consecuencias.



Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
Jueves, 09 de junio de 2011

jueves, 9 de junio de 2011

¡CÓMO, CÓMO! … ¿DIME POR QUÉ?

Como todos los miércoles, llegué a las once de la mañana a la barbería Central de Nueva Guinea. Un minuto después me acomodé en la vieja silla de barbero. Llegaron dos clientes y comenzaron a platicar, a cuestionarlo todo.

¡Qué barbaridad, ya no vamos a comer carne!, dijo un señor de unos 45 años que vive en la zona cinco. ¿Ya oíste el pleito que se tienen los matarifes con el alcalde?, le preguntó al barbero. Metí la cuchara y pregunté ¿Por qué pelean?

    Por los precios —dijo al sentarse en una silla de plástico.
    Son salvajes — dijo el barbero—. Pasaron cinco años comprando ganado barato, vendiéndonos la carne al mismo precio, sin bajarle el precio —agregó mientras llenaba mis cachetes de espuma.
    Es normal —dije. Cuando sube el precio del ganado, sube el de la carne.

Llegaron otros clientes. El barbero les ofreció sentarse para evitar que se le fueran a la barbería de al lado. Ya eran cuatro en espera y todos estaban pendientes de la conversación.

    No amigo. Que se jodan —respondió el señor de la zona cinco. En cinco años compraron carne barata y la vendieron carísima. ¿Por qué no le bajaron el precio en esa época?
    Se la dan de vivos —dijo el barbero.
    ¿Por qué en ese entonces el alcalde no los obligó a bajarle el precio? —pregunté.
    El alcalde estaba estrenando la silla —dijo el señor de la zona cinco—. Ahora no lo engañan —agregó.
    No es pendejo —dijo el barbero. Anda con el cuento de gato que se quiere reelegir de alcalde. ¿Qué le parece cuñado? —preguntó.
    Es el mejor alcalde que hemos tenido en Nueva Guinea —respondí.
    Esa es propaganda de ellos —dijo el barbero. Se gastan los impuestos en ellos mismos, son más de ciento cincuenta los trabajadores de la alcaldía —agregó y sentí la fuerza de la navaja en el cuello.
    No se enoje cuñado, chiva con la navaja —le dije.
    Es el que más progreso ha traído a Nueva Guinea —dijo el señor de la zona cinco—. Mire la hermosa calle que ha hecho, hasta con rotonda, la de los cuatro evangelios —agregó.

Escuché la voz de don Víctor y levanté un poco la cabeza, pendiente de los movimientos de la navaja. Desde la acera saludó, “¡ideay ingeniero, lo he estado esperando!”, dijo y agregó, “lo de las calles es otro cuento”.

    Me acuerdo cuando Baquedano adoquinó la calle central y, con el apoyo del Proyecto Español, aprovechó para adoquinar de aquí hasta la alcaldía, una cuadra —dijo.
    Despuecito de la guerra —dijo el barbero.
    Nueva Guinea debería de tener todas sus calles adoquinadas—dijo Víctor.
    Enchapas en oro —respondí. El barbero pasaba, relajado, la brocha entalcada por mi cara. El señor de la zona cinco se levantó de la silla al ver que terminaba conmigo.
    No, amigo —dijo de pie. El alcalde prioriza los caminos rurales, prioriza el campo para que saquen la producción los campesinos.
    Cuentos, nada más —dijo Víctor. Por donde usted vaya, los caminos están desastrosos. San José, La Fonseca, Naciones, la Unión, San Francisco, donde vaya son semerendos pedreros y espere el invierno, charcales, hoyoncones son los que quedan.
    ¿Y el equipo?, ¿Qué hacen con él?—pregunté al levantarme. 
    Ya no sabe cuñado —dijo el barbero—. Los vinagretes.
    El único remedio de estos males es que se levante la gente —dijo Víctor mientras el señor de la zona cinco le indicaba al barbero cómo quería el corte de cabello.
    Ahora es con el voto —dijo el señor de la zona cinco.

De pronto todos callaron. Uno de los buses que viajan a Managua no lograba dar la vuelta, saliendo por el juzgado. En el primer intento dio la impresión de montarse en la cuneta y embestir la barbería. “Ideay jodido, vas a meterlo a que lo rasure”, gritó el barbero. En el tercer intento logró virar y siguió la conversación.

    Se acuerda cuando pusimos quietos a todos los contrabandistas de madera —dijo Víctor. Esa Comisión del Medio Ambiente tenía fuerza, éramos más de cincuenta. Ahora sólo en cuentos se van. Mire usted, en Los Ángeles se reunieron todos y en nada quedaron. Los mismos despaladores piden policías para cuidar la fuente de agua.
    Y eso que han gastado platales en ese río, El Zapote —dijo el barbero.
    ¿Por qué nunca funciona la reforestación de ese río? —pregunté.
    Por lo de siempre —dijo Víctor. Cada quien hala por su lado. Los campesinos quieren todo chiche, todo regalado, no se quieren joder y los que manejan la plata compran palos caros que al final no crecen ni dan frutos. No visitan la cuenca, no hay seguimiento del trabajo. Hasta que se seque el río y nos muramos de sed van a entender.
    El alcalde ha hecho mucho por el medio ambiente —dijo el señor de la zona cinco.
    ¿Y con el otro medio, qué ha hecho? —preguntó Víctor y todos se pusieron a reír.

Me despedí de ellos. Quedé con Víctor de vernos un día de estos para platicar de su juventud en Nueva Guinea, hace unos cuarenta y cinco años. Bajé por las pedregosas calles hasta salir a la de los cuatro evangelios y pasé por la gasolinera. Me encontré a Charrasca y nos tomamos unas heladas en la gasolinera de los Panaderos. Estaba haciendo un calor sofocante, no han entrado las lluvias.

    ¿Cuándo vas a Bluefields? —preguntó.
    No tengo planes por ahora —respondí.
    Está chiva la cosa por esos lados —dijo.
    ¿Por qué?
    Corrieron a Zambrana, tu brother. Los ratones corrieron al gato, seguirán en fiesta —dijo riéndose
    Y las ratas también —le dije.

Corte de energía, otro día seguimos con esto. A cada rato los hay, ayer pasamos siete horas sin energía. En el parqueo de la gasolinera, ya a medio gas, me encontré al Chele de Dissur y platicamos del asunto.

    En Nueva Guinea deberían de tener al menos tres brigadas para estos casos —le dije. Tienen que venir desde El Rama a resolver las fallas.
    Hermanito, vieras las llantas de la camioneta cómo las ando, en el mero alambre.
    Pedí cambio de llantas, cómo vas a andar resolviendo los problemas de esa manera —dije.
    El jefe, primo, el jefe. Tengo más de tres meses de estarlas pidiendo —dijo.

Ahora sí, se descargó la batería. Nos vemos.



Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
Jueves, 9 de marzo de 2011.

martes, 7 de junio de 2011

SUSTO EN CUERO, BOTÍN DE GUERRA


A las tres de la tarde escuchó su novela preferida, “Chucho el Roto”. “¡La historia de un hombre que protegió a los pobres y luchó contra la injusticia!, —silbidos leves prolongados—, con la presentación del galán cantante cinematográfico Manuel López Ochoa en el papel de Chucho el Roto, el hombre será menos triste si conoce la sonrisa y el apoyo de un amigo —música subliminal de piano y violín—. ¡Chucho el Roto, con la primer actriz Amparo Garrino interpretando a Matilde de Brizac!”.
           
Una hora después, al terminar el capítulo del día, llamó al chavalero. “Alístense, es hora de ir a la capilla, hoy comienza la novena del Sagrado Corazón de Jesús”, les dijo. “Pero mamá, mire cómo está de nublando, va a llover”, dijo Fausto. Salió al corredor del frente de la casa y, entre las inmóviles ramas del centenario árbol de Laurel de la India, observó el cielo oscuro. “Esta vez no se la pierden, así que se van directo”, les dijo y caminaron juntos, llenando el andén en su recorrido para asistir al novenario en el otro extremo del puerto. “Lloverá por la noche”, pensó y salió al patio a meter la ropa que secaba colgada en mecates sostenidos por una vara; la amontonó en una tina y sintió un repentino escalofrío subiéndole por el cuerpo. Caminó de prisa, cargando la ropa hacia la parte posterior, subió las gradas de la cocina y se sentó a observar la partida de los barcos camaroneros hacia la barra. Tomó su novenario del Corazón de Jesús y solitaria comenzó a orar. “Oh, Jesús mío, que dijiste En verdad os digo, pedid y obtendréis, buscad y encontrareis, llama y os abrirán. He ahí por que yo llamo, yo busco, yo pido la gracia: protege de las tempestades a los marinos en su faena, Señor, y a nosotros de los efectos del vendaval que se nos viene encima”.
           
Al concluir, tomó un balde con diez libras de maíz y bajó nuevamente las gradas. El cielo gris y los relámpagos destellantes sobre la costa del Tortuguero anunciaban la tormenta. Apresurada vació el balde en un comedero de concreto construido por Santiago, su marido, ubicado debajo del lavandero de la cocina. Tres cerdos criollos se acercaron, husmearon nerviosos y se alejaron chillando hacia el patio, eludiendo el tambo de la casa. “Estos chanchos están locos”, pensó al sentir las primeras gotas de lluvia. “Va a llover y es buen riendazo, si dejo el maíz se lo lleva la corriente”, pensó y lo recogió bajo la lluvia.

    ¡Ideay, mamá!, ¿no es que iba a ponerse a zurcir ropa? —preguntó Matilde al regresar del novenario y verla con el balde de maíz.
   No hija, me puse a recoger el maíz —contestó Rosa—. Avanzó y acomodó el balde contiguo al fogonero.
    ¿Y por qué lo recogió? —pregunto Guillermo.
    Los chanchos no lo quisieron, hijo —respondió y se sentó en una silla del comedor.
    ¿Y qué le pasó a los chanchos? —preguntó Ramón.
    No sé, hijo. Salieron espantados, chillando. ¿Y los otros, ya vinieron? —preguntó cansada.
    Sí, sólo hace falta mi papá —dijo Fausto.
    No debe tardar, ya van a dar las cinco y media —respondió Rosa. Pónganse a preparar la cena —le indicó a Matilde y Socorro.

Encendió dos lámparas de keroseno; acomodó una en la cocina y otra en la sala. A las seis de la tarde la familia compartió la cena en el comedor de la cocina. Los fuertes truenos y la rayería destellante interferían la señal de radio, transmitiéndose a través del aparato. La lluvia se intensificaba; enormes gotas acompañadas por las semillas del árbol de laurel provocaban un agudo y constante golpe sobre el techo zinc, similar al de finas piedras. Luego de cenar, Ramón y Felipe acomodaron baldes bajo las goteras, mientras Matilde y Socorro aseguraban las ventanas de las habitaciones. Santiago se asomó en la puerta posterior y descubrió la intensidad de la lluvia al ver correr el agua como en un arroyo, precipitándose sobre la carretera y la bahía. “Es un vendaval”, pensó y cerró la puerta.

  ¡Fausto, cierre la puerta de la sala! —dijo Rosa al verlo coser su guante de béisbol bajo la luz de la lámpara en la sala.
  Ve, Santiago —dijo al verlo entrar en la sala—. ¿Por qué no habrán encendido la planta de la aduana?
   Por la rayería, mujer —respondió—. Juan Ramón y Chicho le tienen miedo a las tormentas. Deben estar temblando en la cama —agregó en tono burlesco.
   ¡A la cama nos vamos todos! —dijo Rosa—. Ya saben, hagan sus oraciones para que el Sagrado Corazón de Jesús nos proteja.

Cada uno brindó las buenas noches y se dirigieron a sus habitaciones. Santiago abrió la puerta de la sala y observó la tenue luz de las lámparas encendidas en las casas de doña Manuela, Mercedes y el Coronel. Solamente identificó el ruido de los truenos y el de la corriente que bajaba desde la loma, desbordando sobre el andén, escurriéndose detrás de la oficina de Octavio Bustamante. Cerró la puerta, puso la tranca y encontró a Rosa en la cama con el rosario en sus manos. Durmieron bajo el mosquitero extasiados por el vendaval.
           
Al despertar, se incorporó silenciosa. Con la palma de los pies buscó las chinelas en el piso de madera y sintió la humedad nocturna recorrer su cuerpo. Se acomodó la bata y sobre sus hombros colgó una toalla seca. De puntillas avanzó hacia la puerta y, antes de salir a la sala, al cerrarla con sutileza, vio a Santiago dormir en posición fetal justo en el borde de la cama, pegadito a la pared. Cruzó el umbral divisorio con la cocina y, al levantar la ventana plegadiza del lavandero, descubrió un cielo gris oscuro y una densa niebla que le imposibilitaba alcanzar con la mirada la isla de Miss Lilian. Encendió la radio, bajó el volumen y escuchó la hora: “radio reloj de Costa Rica, las cinco y treinta minutos”.
           
“No han cantado los gallos”, pensó al encender leña en el fogonero. Tomó una porra de aluminio, sacó agua del cántaro, vació en ella una bolsita de café Estrella y, mientras hervía, abrió la puerta de la cocina. Una corriente húmeda la obligó a cruzarse de brazos, bajó la mirada y observó el manso oleaje terroso reventar sobre las piedras azules protectoras de la carretera que bordeaba el patio trasero. El aroma del café hirviendo la invitó a saborearlo en la mesa arrimada a la pared del baño y recordó que los cerdos habían salido espantados, chillando enloquecidos al caer la tarde, abandonando las diez libras de maíz que les había servido en el comedero debajo del tambo. “Milagro que no están cerca del lavandero”, pensó.
           
La radio anunció las seis de la mañana al terminar de preparar el desayuno. Tomó un cajón de madera cubierto con malla donde criaba ocho pollitos y bajó las gradas. Sacó uno a uno los pollos. Las gallinas llegaron corriendo y salieron en desbandada llevándoselos, alejándose del tambo. ¿Qué será, hasta las gallinas se corren?, se preguntó. Se agachó para asomarse hasta el fondo y descubrió un bulto oscuro en la parte frontal de la casa que se desplazaba paralelo al borde del tambo. “Un animal”, pensó y subió de prisa las gradas dirigiéndose a su habitación.

 ¡Santiago, Santiago!, ¡levántate, levántate! —gritó desde la puerta. Santiago seguía en la misma posición. Al escucharla se dio vuelta.
   ¡Qué molestas, no me podés ver acomodado! —dijo estirándose.
   ¡Apúrate hombre! ¡Un animal está debajo del tambo! —dijo insistente al acercarse Fausto.
   Oí a tu mamá, está viendo animales tan de mañana —dijo Santiago.

Al ver que Santiago no le creía, salió al corredor y caminó con temor sobre el piso de madera acompañada por Fausto que, incrédulo y sonriente, la observaba. “Por allí, allí abajo está el animal”, dijo. Santiago salió al corredor al ver su insistencia.

   ¿Y cómo es el animal? —preguntó Santiago, abotonándose la camisa.
   ¡Yo qué sé!, es oscuro como los capotes de los guardias —contestó Rosa sin dejar de mirar el piso.
   ¡Ay mujer!, esos son tus hijos que metieron capotes viejos en el tambo —dijo incrédulo Santiago.

A Rosa le temblaban las manos y con un nudo en la garganta le relató lo que había sucedido con los cerdos y las gallinas. A regañadientes, Santiago bajó las gradas de la cocina y con un flash light alumbró debajo del tambo en la dirección donde Rosa insistía que había visto un animal. Al verlo echado, gritó: ¡es un tigre!, ¡un tigre enorme! Subió las gradas temblando y Rosa apresurada levantó al resto de los chavalos que aún dormían, indicándoles que salieran de la casa mientras Santiago corría despavorido donde el Coronel a darle aviso del tigre. Los chavalos se aglomeraron en el andén frente a la casa y vieron llegar al Coronel sofocado, limpiándose los ojos y empuñando una pistola Browning 9 milímetros en la mano derecha. ¿Dónde está el tigre?, preguntó.
           
Desde el andén se escucharon los primeros nueve disparos. Después de los primeros cinco, un tumulto de curiosos, niños, mayores y viejos estaban a la expectativa. De pronto Jorge apareció con su rifle 22 y se dirigió cauteloso detrás de la casa desde donde disparaba el Coronel y se escucharon otros cinco disparos de pistola. ¡Ya está muerto!, dijo al ver a Jorge.
           
Montados sobre las ramas del árbol de laurel, Fausto y Guillermo vieron a Mcrea sacar al tigre. Un tigrillo de un metro de largo y cuarenta centímetros de alto que presentaba solamente un orificio de bala en el cuello. El Coronel le ordenó al Mandador que lo descuartizara. Lo colgaron en la parte alta del tambo de las patas llenas de arena y, con sumo cuidado, le quitó el cuero que entregó al Coronel como botín de guerra.
           
Con el paso de los años, el Coronel cambió de casa, mudándose a la de dos pisos que construyó en el otro extremo del puerto, frente a la cabaña. “Allá va el tigre”, dijo Rosa al verlo pasar por el andén cargando el cuero curtido incrustado en un cuadro de madera.


Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
Lunes, 06 de junio de 2011

jueves, 2 de junio de 2011

ENTREVISTA A SINFOROSO VELASQUEZ, PEQUEÑO PRODUCTOR DE NUEVA GUINEA.

En visita a su parcela, Sinforoso Velásquez nos explica la producción que obtiene y los problemas que enfrenta. En el año 2004 se destacó como el mejor productor de maíz a nivel nacional al obtener un rendimiento promedio de 60 quintales por manzana. El ex-presidente Bolaños le hizo público reconocimiento en Nueva Guinea.

   ¿Y que te dieron de premio? —le pregunté después de la entrevista.
   ¡Una tontera!, una bomba de mochila, un silo y una grabadora —respondió sonriente.

Aquí les dejo el vídeo de la entrevista años después.


Nueva Guinea, RAAS.
Jueves, 02 de junio de 2011