El Pescafrito, llamado así desde la época de los años 80 del siglo pasado, ubicado en la esquina del mercado municipal de Bluefields, es uno de los lugares que más frecuento. Encuentro nostalgia, y la música —soul y reggae—, es muy buena, además está a la mano, sólo tengo que salir del hotel Caribean Dreams, girar a la izquierda, y entro por la puerta principal.
Tiene un ambiente a media luz, rojiazul,
las cervezas siempre están heladas y te atienden con amabilidad. La estructura
del techo es un laberinto de cerchas de madera, horcones y columnas frágiles. Las
mesas son de madera y sillas de plástico. El viernes, sábado y domingo lo he
visitado. Posee una fuerza de atracción que no puedo evitar.
Varios amigos, los hermanos
Thomas y sus esposas, Gregory y Jimmy, regresamos al atardecer de la playa de
El Bluff. Sin que lo sugiriera entraron al Pescafrito. Lo dije, “este lugar es
uno de mis favoritos”, y nos tomamos tres cervezas para postergar la sensación agradable
que deja una tarde en la playa de El Bluff entre amigos.
Luego que los hermanos Thomas
partieron se lo dije a Greg y a Jimmy. Hubo un tiempo que este lugar fue
manejado por mis padres, White Bush y Ofelia, a inicios de los años 80 cuando
se promovía en toda Nicaragua el consumo de mariscos por el bloqueo de los yanquis. Y vivían allá abajo, dije,
señalando el segundo piso de la casa de Hennington Hodgson porque eran buenos
amigos.
Luego, Greg pidió la cuenta. “Give
me the bill”, le dijo a la mesera, una morena, una black creole, joven y hermosa
que nos estaba atendiendo, la misma que me había atendido los días anteriores.
La mesera regresó a la mesa y
dijo la cantidad. Greg no dejó que aportáramos y le entregó un billete de
quinientos córdobas. La mujer fue a la barra, pagó el consumo mientras seguíamos
conversando. Regresó con el cambio y se lo entregó a Greg. Desde mi lugar,
atenuada la iluminación solamente observaba los círculos fluorescentes de los
billetes, de los córdobas de plástico. Greg los revisó a media luz y le entregó
uno. “Esta es tu propina”, le dijo.
La mesera, acostumbrada a ese
ambiente, vio la denominación del billete, uno de doscientos córdobas e
inmediatamente, sin pensarlo, dijo en inglés: estás seguro de la propina, y se
lo entregó. Todos quedamos viendo el billete. Greg tomó uno de los del cambio,
lo cambió por el de doscientos y le entregó otro de menor valor.
“Para que mirés”, dijo, dirigiéndose
a mí. “En la Costa Caribe hay gente honesta”, agregó. Sí, le dije, en Managua u
otro lugar de Nicaragua la mesera o el mesero se va y no te lo dice. “Hasta en
la mañana, de goma te das cuenta cuando revisas la cartera”, dijo Jimmy.
De seguro esta chavala es honesta
porque sus padres se lo han enseñado, quizás va a una iglesia, talvez lo ha
aprendido en el colegio”, dije. Ese es mi punto de vista, agregué, pero mejor
voy a preguntárselo y seguimos conversando.
Luego de tomarnos la cerveza nos disponíamos a partir y Greg
me lo recordó: “pregúntale a la chavala”.
Me dirigí a ella mientras salían por la puerta.
—¿Vos lo conoces a él? —pregunté al oído por la música.
—No.
—¿Por qué regresaste el billete de 200?
—Me parece que se había equivocado.
—¿Pero por qué? En otro lado no se lo regresan.
—En la vida tenemos que ser honestos.
¿Qué te dijo?, pregunto Greg en la acera, frente al hotel Caribean
Dreams.
Le han enseñado lo que es correcto.
Te fijás, todavía hay gente honesta.
También por eso el Pescafrito será siempre uno de mis lugares
preferidos en Bluefields, pensé mientras nos despedíamos.
Bluefields, RACCS.
Domingo, 14 de mayo de 2017