Tres meses han transcurrido desde
el fallecimiento de Indiana, mi hermana. Un dolor provocado por un desgarre que se llevó una
parte valiosa de mi vida, una mutilación del corazón, un vacío del ser que
permanece nostálgico, recuperando para siempre los momentos que viví a su lado.
El luto es un hoyo profundo,
donde te sumergís en las aguas de los recuerdos, convertidos en un fluido
constante que va y viene, recuerdos de cada uno de los momentos que vivimos
juntos, desde lo más profundo de la memoria, recurriendo a fotografías que ella
misma me dio cuando éramos niños, fotos que ahora las mantengo frente a mí para
que el tiempo que me queda por vivir no sea capaz de borrarlas. Ella, Tony y yo,
juntos toda la vida.
Ella surge en la vida cotidiana.
Al atardecer entre los rayos del sol y las colinas, en la lluvia, en el viento
que acaricia las hojas de los árboles de caoba, en el aroma de la grama
cortada, en el destello de las estrellas sureñas y en la luna que busca salir a
brillar en noches de niebla, en el canto de los pájaros, en la dulzura de un
mango y en los sabores de la comida que junto a ella deguste desde siempre.
Y a este dolor por la pérdida de
mi hermana se han ido adhiriendo capas de otros dolores por la muerte de amigos
y seres queridos con los que he interactuado en distintos momentos de mi vida,
en Bluefields, en Nueva Guinea, en Managua, en Juigalpa, en el extranjero. Seres
humanos valiosos que han muerto por causas naturales o por la pandemia del
Coronavirus.
Vivimos momentos de dolor, cada
quien a su manera, a su forma de ser, recordando a sus seres queridos, protegiéndonos,
cuidándonos, resolviendo los problemas cotidianos a los que nos ha sumergido
esta crisis social, económica, política y moral. Son tiempos de dolor pero
estoy seguro que saldremos del oscuro orificio más fuertes y mejores que nunca
antes.
5 de Julio de 2020