Me encuentro
frente al negocio de Daniel Cabrera. Estoy haciendo los mandados de la casa,
pero lo visito para conocer su estado de salud. “No está”, dijo una muchacha. “Anda
en Bluefields, ya sabe, en lo de la hemodiálisis”, agregó.
Doy la vuelta y
el sol está radiante sobre la calle que lleva hacia el Pali. Allí ha
surgido un nuevo mercadito en Nueva Guinea, con negocios de todo tipo: frutas y
verduras, abarroterías, farmacias, venta de carne, queso y crema, pollos enteros
y en piezas, ropa y calzado, sorbetes, la tienda Amazona y muchos otros que son
ambulantes. Entre estos está el Pelón con su camioncito donde ofrece frutas frescas en
trozos empacadas, papayas, sandías y ceviches, y otros que ofrecen artículos
para decorar el vehículo. Y también se observan varios mendigos que se ubican frente a la entrada del Pali.
El tránsito de vehículos, por momentos, se torna pesado: se escucha el motor de las motos, de las camionetas, taxis, gritos de los vendedores, risas y silbidos.
Bajo la sombra
que da el alero del negocio del hijo de Daniel Cabrera, Javier, se encuentra
una mujer ofreciendo alimentos que lleva en un carretoncito. Todo lo que ofrece
está cubierto con un mantel y dentro de un termo.
A esta mujer la
he visto toda la vida por las calles vendiendo con su carretoncito. Me
acerco a ella para conversar sobre su actividad económica, su pequeño negocio, su
emprendimiento.
Se llama Jesenia
Castro, tiene 49 años de edad y desde hace 25 años se gana la vida vendiendo alimentos
en las calles de Nueva Guinea.
—¿Qué es lo que
comenzó vendiendo?
Comencé con atol
de trigo, arroz de leche, manjares y comiditas de cinco pesos de esos tiempos:
arroz, salpicón, guineo cocido, puré de papa.
—En ese tiempo
Nueva Guinea era más pequeña, prácticamente solo era el centro, la alcaldía, el
banco, Enitel.
Uhh sí, todo
esto que es la calle central hasta el mercado.
—Y ahora, con el
crecimiento de la ciudad, ¿por dónde se mueve?
Me muevo por las
10 cuadras del casco histórico de la ciudad, doy la vuelta y cruzo por la
rotonda los 4 evangelios hasta la gasolinera.
—¿Y cómo le va? Cuéntenos.
Pues ahorita
están bajas las ventas, se han bajado últimamente.
—Pero usted ya
tiene su clientela.
Claro que sí, en
la policía, en el mercado, en la alcaldía, en las instituciones. La gente me
espera con mi venta.
—¿A qué hora,
más o menos?
Entre las 10 y
las 11 de la mañana, no me fallan.
—¿A qué hora
sale de su casa?
Entre las 8:45 y
9:00 de la mañana.
—¿A qué hora
termina un día bueno?
Le voy a
explicar, son dos ventas las que saco. Por la mañana vendo comida: papas
rellenas, empanadas de maduro, pollo rostizado, tajadas con queso y repochetas.
Por la tarde vendo postres: atol de trigo, arroz de leche, manjar y repostería,
todo eso de la 1:45 a las 5 de la tarde. Siempre hago el mismo recorrido y mis
clientes son hombres, mujeres y niños. La gente de las colonias me compran manjares
para llevar.
—Con este
negocio ha sacado adelante a su familia, a sus hijos. ¿Tiene hijos?
No, no, soy soltera.
Vivo con mi mamá, ella tiene 70 años.
—Pero, ¿tiene
gente que le ayuda a preparar sus productos?
Si, una sobrina
que ha aprendido mucho. Ahorita ella está preparando la venta de la tarde. Para
sacar esta venta, la de la mañana, desde la cinco estamos trabajando.
—Me alegro
mucho, le digo. Siempre la he visto por las calles con su venta. La felicito
mucho y le deseo lo mejor, que todos los días sean buenos para usted.
Ella sonríe.
Usted debe conocer a mi mamá, dice. Es doña Coco, la de las Sopas Doña Coco, se
acuerda.
—Ah, ya, doña
Coco, claro que sí.
Un camión viene
rugiendo del lado Norte, pita desde la esquina, se detiene al cruzar la calle. Frente
al lugar en que estoy platicando con Jesenia vuelve a detenerse y se escucha
el pito de los taxis que no avanzan. Tres hombres se suben al camión que se
dirige hacia una colonia, va atiborrado de gente como si de sacos se tratara.
Sigo haciendo
mis mandados, pero no dejo de pensar en Jesenia. Una mujer sola que tiene
muchos años de andar con su carretoncito por las calles de Nueva Guinea, sin
importar el estado del tiempo. Estoy seguro de que fue doña Coco, la de las
sopas, su madre, la que le enseñó a preparar los alimentos y ahora ella le ha
enseñado a su sobrina. Es el "saber hacer" transmitido en generaciones.
Ese saber hacer es un factor importante para emprender junto con las ganas de trabajar. El convencimiento de que sí se puede, es lo que a Jesenia
le ha permitido transitar en el tiempo con su negocio, además de su capacidad
organizacional y de gestión, pues es ella la que administra y dirige su
microempresa. Planifica en el espacio y el tiempo porque sabe exactamente las
horas en que la población demanda sus productos (alimentos fuertes: entre 9 y
11 a.m. y postres por la tarde) y ha trazado sus rutas de venta por las calles,
enfocándose en las instituciones y el mercado.
Son las ganas de
salir adelante, tener la idea para emprender, mantener la motivación para la consecución de los objetivos trazados aunque se cometan errores,
porque estos se corrigen, se mejora, se perfeccionan y diversifican los productos
con el tiempo. Y es a través de tiempo que se logran beneficios económicos y prestigio social, el reconocimiento del emprendimiento por la sociedad. Ahora, muchos programas de gobierno apoyan con medios y recursos diversos emprendimientos, los que cuando inició Jesenia, hace 25 años, no existían.
21 de abril de 2024.
Nueva Guinea, RACCS.
Foto Propia.