Desde hace más de dos años, solamente la observaba y un sentimiento de culpa al pasar a su lado me llenaba; eventualmente recordaba los momentos de paz que ella me daba. Nunca la había abordado ni tocado, nunca se me había ocurrido, hasta que un amigo enamorado lo aconsejó. Manos, dedos, pies, pierna, voz y cuerpo entero disfrutaron de ella. Los primeros momentos fueron dolorosos, pero las ganas de dominarla lograron superarlo.
Con entusiasmo acudía a ella en diferentes momentos: al amanecer, a mitad de la mañana, por las tardes y en las noches de insomnio. Nunca puso peros, ni puntos, ni comas; siempre estaba dispuesta a darme paz, sudar a su lado, elevar mi voz, acoger nostalgias, sueños, esperanzas, la alegría de vivir la vida. Es especial, sin mucho decir, despertó la ilusión, el amor y la melancolía. Nunca logré dominio total en ella, a pesar del esfuerzo emprendido: manuales, cursos on line, videos, el cerro de papeles impresos para obtener lo deseado quedaron archivados. La insaciable manía de escribir la superaron y quedó olvidada.
Ayer, al pasar a su lado, decidí abordarla. La limpié con sutileza, tomé del diapasón acomodándola en la pierna derecha, con mucho esfuerzo la afiné con crujidos olvidados de las clavijas y de su boca salieron arañas que anidaban en ella. Do, Re, Mi, Fa, Sol, La Si. El dedo índice, medio, anular y meñique de mi mano izquierda quedaron ardientes, luego de oprimir las cuerdas en los trastes para formar acordes.
Estoy en ello, he vuelto a tomarla; la tranquilidad y concentración funciona como terapia. La mano izquierda es fiel conmigo, acoge mis impulsos, mis reflejos, mi pensamiento; pero la derecha es holgazana, inoportuna, se desvía del camino, no responde como espero. Conste, no es política, es la realidad, es mi relación con la guitarra acústica.
Ronald Hill A.
Miércoles, 02 de noviembre de 2011