Viven en la misma ciudad, uno en el barrio Nueva York y el otro en Pointeen, amigos
de siempre, de toda la vida, compañeros de estudios, desde el preescolar hasta secundaria. Uno se hizo
soldador y el otro relojero. Luego de muchísimos años sin verse, Joseph, el soldador,
invitó a James a desayunar. Ese día, antes de misa, James se
deshizo de todos sus achaques de viejo y, bien bañado y perfumado, con su ropa
dominguera, se presentó en la casa de Joseph.
Joseph lo esperaba en el corredor.
Se abrazaron, se reconocieron porque estaban canosos y panzones, y platicaron en la sala hasta que Doroty, la esposa de Joseph, los
invitó a ocupar la mesa del comedor. Desayunaron huevos revueltos con tomate,
cebolla y chiltoma, pringaditos con pimienta, pan de coco calientito, recién salido del horno, untado de
jalea fresca de guayaba montera hecha por las manos laboriosas de Doroty y café de palo.
Luego del desayuno volvieron a la
sala. En el aire, desde una iglesia cercana llegaban aleluyas y salmos. Doroty se disculpó y partió hacia ella. Se volvieron a reconocer como amigos de siempre, recordaron los juegos de infancia, sus viajes al Pool, a la poza del diablo, sus jalencias en el obelisco y en las pilas de Martinuz y a sus amigos de esos años, sin
dejar pasar el conteo de los que ya se fueron de este mundo.
Joseph tomó de su librero el
libro Bluefields en la Sangre, le señaló el poema Boga de Lesbia González Fornos y mostró sus dotes de declamador:
Boga el remero en el río
boga sin descansar
tiembla de hambre y de frío
tiembla de tanto pensar
piensa en el rancho
en la madre, en su mujer
y en los niños.
Tiembla de hambre, de frío
y de la absoluta miseria
en que se encuentra sumido.
Boga el remero en el río
mientras una mueca de sonrisa
en su hermoso rostro asoma.
Con furia y con fuerza impulsa los remos
mientras el cayuco avanza lento
¡qué alegría! ¡qué contentos!
todos lo están esperando.
Pero pobre el pobre remero
porque boga el cayuco en el río
completamente vacío.
La red, tan solo sin nada la red
pues hoy no pudo nada pescar.
Pobre el pobre remero
tiembla de hambre y de frío
de rabia y de impotencia incluso
el cayuco está vacío
también su estomago lo está.
Boga el remero en el río
boga sin descansar
lágrimas de dolor ruedan
ruedan por sus mejillas.
Chilló la golondrina
vuela la mariposa
y en la corriente del río
una lágrima hermosa se pierde.
Boga el remero en el río
mientras una mueca de sonrisa
en su hermoso rostro asoma.
Con furia y con fuerza impulsa los remos
mientras el cayuco avanza lento
¡qué alegría! ¡qué contentos!
todos lo están esperando.
Pero pobre el pobre remero
porque boga el cayuco en el río
completamente vacío.
La red, tan solo sin nada la red
pues hoy no pudo nada pescar.
Pobre el pobre remero
tiembla de hambre y de frío
de rabia y de impotencia incluso
el cayuco está vacío
también su estomago lo está.
Boga el remero en el río
boga sin descansar
lágrimas de dolor ruedan
ruedan por sus mejillas.
Chilló la golondrina
vuela la mariposa
y en la corriente del río
una lágrima hermosa se pierde.
James lo aplaudió con admiración por los altibajos, pausas y cadencia de su voz, la expresión corporal, principalmente de sus manos, y el entusiasmo de su viejo amigo.
Luego, una rareza en ellos, después
de muchos años, hablaron de política. Hicieron una radiografía de sus vidas y se
dieron cuenta que ninguno de ellos había participado en el Movimiento Liberal Costeño ni en la lucha contra la
dictadura Somocista, muchos menos en la Insurrección Final, ni en la Cruzada Nacional
de Alfabetización, ni en la Vigilancia Revolucionaria, ni en
los Cortes de Caña, tampoco en ninguna Marcha de Repudio al Imperialismo
Yanqui, no formaron parte de las Milicias ni dieron el Servicio Militar Obligatorio menos el Patriótico, nunca fueron a ninguna Plaza a celebrar el triunfo de la Revolución, ni a Concentraciones en el parque Reyes, a
ninguna Reunión de los CDS habían asistido, no hicieron Fila para conseguir
comida en los Centros de Abastecimiento, ni habían pedido un Aval al Secretario Político, jamás gritaron Consignas mucho menos Marchar en las calles de la ciudad
para celebrar la Autonomía ni en las protestas de los Azul y Blanco. Al final, sacaron la cuenta, no habían participado en ningún evento
importante, para bien o no, de tantos años jodida pero rejodidamente difíciles.
Dos personas insignificantes, uno relojero y el otro soldador, habían transitado durante cuarenta años por los linderos de la Revolución
y las Nuevas Victorias, posición que no respondía a ninguna
ideología, ya sea contestataria o de indiferencia hepática-biliar, sino a
causas muchos menos visibles: la Historia jamás los tuvo en cuenta. Ellos
tampoco a Ella, demás está decirlo.
— ¿Cómo
pudimos? —se preguntó Joseph.
— Sencillo, bredá: a nosotros nadie nos ve —respondió James.
Luego se despidieron, primero con un abrazo y palmadas efusivas, prometiéndose que volverían a encontrarse para seguir rememorando sus
vivencias antes de morir, luego con adioses de manos hasta que James desapareció en una esquina, porque
de allí para allá siguen siendo invisibles en la maraña de la ciudad.
20 de Octubre de 2019
Foto de Ronald Hill: Hombre remando en su canoa.
Foto de Ronald Hill: Hombre remando en su canoa.