He recorrido diversos lugares
preguntando a varias personas sobre el viento: qué significa para ellas, cómo
lo perciben, qué asociaciones les evoca. Les he preguntado sobre las respuestas
de sus sentidos, los recuerdos que despierta, los temores y sentimientos que
les provoca. Las respuestas que obtuve son tan variadas como los propios
vientos. Las he sintetizado, preservando el anonimato de quienes compartieron
sus vivencias. Comprenderá por qué, después de leer El Viento.
“Mi familia me ayudó, y crucé
mojada. El viaje duró más de un mes y fue horrible, una pesadilla que no le
deseo a nadie. Prácticamente viajé con coyotes, que en parte del trayecto, ya
en México, estaban escoltados por narcos. Fue un mes de terror, la mayoría del
tiempo estuve encerrada en casas que usan para traficar con personas. Pero
ahora, aquí trabajando y gestionando mis papeles, veo hacia atrás y me doy
cuenta de que la mayor pesadilla fue la que viví al lado del desgraciado de mi
exmarido. Es increíble cómo no me di cuenta antes, después de más de 10 años de
matrimonio.
Recién casada, enamoradísima, no lo
voy a negar, me volví loca por ese hombre. Quería que me quedara encerrada en
casa. Mi vida era un martirio. Pero una noche lluviosa, el viento me despertó.
Soplaba fuerte, las ramas de los árboles golpeaban el techo de zinc sin parar.
Ni siquiera eso podía hacer el desgraciado, cortar esas ramas. Esa noche, en
medio del ruido, me di cuenta. Vi una película de mi vida con él, y supe que ya
no podíamos seguir juntos. Nos divorciamos, y me dejó en la calle. Mis hijos, mis
queridos hijos, están con mi hermana. Yo aquí, luchando por salir adelante, por
ellos, por una vida mejor."
Tú sabes lo que significa el viento para un pescador, ¿verdad? Cuando salgo de madrugada, antes de las cinco de la mañana, casi siempre la bahía está tranquila, con poco oleaje. Remo desde el pequeño muelle cerca de mi casa en Old Bank. Mientras voy hacia el noreste, siento el viento fresco y suave en el rostro, ¡y ese viento me llena de vida, de energía! Es como si me diera la bienvenida cada día.
Al pasar las isletas de mangle que
bordean el canal, casi siempre hay ráfagas suaves que vienen del norte. La vela
no engaña, la izo y, maniobrando el cayuco, atrapo el viento. Una vez
embolsada, la vela se pone orgullosa, altiva, con la fuerza justa para navegar.
Y allí voy, directo a los bancos de chacalines, que a veces están frente a la
isla del Venado, otras veces entre Half Way Cay o cerca de las playas de El
Bluff y Rama Cay.
Me paso el día chacalineando, como
tantos otros pescadores. Para mí, la tarraya es como el machete para un
campesino: es mi herramienta de vida. Los pescadores de la bahía formamos una
fraternidad. Estar juntos allí, cada uno en su cayuco, es pura alegría. ¿Alguna
vez has pasado en una panga cerca de nosotros? Seguro nos has visto felices,
saludando a los que pasan rumbo a Bluefields o El Bluff. ¡Hasta nos sacan
fotos! Siempre hay pangueros que se acercan a vernos, a mostrarnos a los
pasajeros mientras trabajamos. Nos sentimos como estrellas por un momento, con
nuestra captura del día.
Y todo ese tiempo, el viento es
nuestro compañero, a veces juguetón, a veces severo, pero siempre presente. Nos
mantiene alerta, como el verdadero amo y señor de la bahía, y prácticamente lo
es. Nos afecta a todos, en el ánimo y en el trabajo. Mueve las corrientes, nos
guía. Lo mejor es cuando sopla un viento intermedio, ni muy fuerte ni muy
suave. Cuando está fuerte, espanta a los peces y chacalines; si está demasiado
calmado, el agua transparente y la luz intensa los alejan.
Al terminar la faena, volvemos a
desplegar las velas y maniobramos de vuelta a casa, hacia Bluefields y los
muelles de su bahía. Allí, al final del día, el cayuco descansa tranquilo en la
orilla, listo para el próximo amanecer."
La vida mía transcurría tranquila, hasta que me di cuenta de que estaba enamorada de dos hombres. Primero fue el primero, el que me hizo sentir mujer, al que le di mi primer hijo. Todo ocurrió tan de repente. Una tarde lo vi caminando hacia mi casita, ubicada junto al callejón, en la subida de la carretera que lleva al pueblo. Mi amor no había llegado aún, andaba trabajando, ganándose el día como chambero, cargando y descargando camiones. Como siempre, lo esperaba a un lado del camino, al frente de mi casa de madera y zinc viejo, con su piso de tierra bien apisonado, que mantengo limpiecito. Ahí nací, crecí con mis hermanos, y vi morir a mis padres. Mis hermanos se marcharon, y yo me quedé sola con él.
Estaba esperando ver su figura
doblar por la esquina, cuando, de pronto, vi que subía por el camino otro
hombre. Al pasar, me dijo: “¡Adiós preciosa! Cada día estás más hermosa”, y me
dio una risa que no pude contener. Reí a carcajadas, y él también. ¡Qué locura
la mía! Él siguió su camino, pero yo me quedé con una sonrisa que no se me
quitaba. Cuando llegó mi amor, lo notó y me preguntó qué me pasaba. No dije
nada, solo lo agarré, lo empujé al aposento, y con unas ansias locas, lo
desvestí. El viento afuera parecía agitarlo todo, y dentro de mí, algo se
desató, una necesidad profunda, una urgencia que no podía detener.
Pasó otra vez. El hombre subió por
el camino, me dijo palabras dulces, y me reí con la misma locura. Y cuando mi
amor llegó, lo hice mío con esas mismas ganas desenfrenadas. Era como si el
viento, con sus ráfagas, hubiera traído consigo algo que despertaba en mí
deseos que no podía ignorar.
Semanas y meses pasaron así, hasta
que un día, sin saber de dónde saqué valor, me crucé en el camino del hombre.
Sus ojos brillaron y sus labios temblaron, pero logró decirme que se llamaba
Juan. Sentí que el corazón me explotaba en el pecho, y sin pensarlo le dije que
al día siguiente lo esperaba para darle un fresquito. Y así fue. Llegó como a
las tres de la tarde. Le ofrecí una naranjada bajo la sombra de las matas de
chagüite. Él la bebía despacio, como si no tuviera sed, mientras yo no podía
apartar la vista de sus ojos, sus labios, su cuerpo fuerte.
De pronto, comenzó a llover con
viento, una tormenta de esas que parece venir de otro mundo. El viento y la
lluvia nos azotaban sin piedad, y lo tomé de la mano para llevarlo adentro, a
refugiarnos. Apenas cruzamos el umbral, él me rodeó la cintura y me atrajo
hacia su cuerpo. No sé cómo, pero en un abrir y cerrar de ojos, la ropa fue
desapareciendo entre nosotros. Lo sentía tan cerca, tan fuerte, que todo lo
demás se desvaneció. Afuera, el viento seguía su furia, pero dentro, todo era
un torbellino distinto. Me levantó, y enredada en él, encontré lo que tanto
deseaba, al ritmo de la tormenta.
Después de ese día, todo parecía
volver a la normalidad. Él pasaba, me decía cosas bonitas, y yo le daba su
vasito de fresco. Pero detrás de la casa, entre las matas de chagüite, se
escondían todos nuestros arrebatos, que nos dejaban rendidos entre las hojas.
Ahora vivimos los tres juntos. Soy
la mujer más afortunada del mundo. El viento, ese que siempre me trae locura y
amor, nos envuelve. Dormimos en la misma cama, y nos queremos como si fuéramos
uno solo. Por las mañanas, salgo a despedir a mi amor cuando va al trabajo, y
él baja por el camino hacia sus labores del campo. Y así vivimos, en paz,
enredados en el viento, enredados en amor.
PASCUAL: Quiero ser una tormenta.
Es... raro. No sé, tal vez soy yo. Pero cada vez que me siento aquí, en este mismo lugar, algo pasa. No sé si es la gente o es el viento o es... algo más. Es como si todos, todos los que pasan, fueran una especie de... tormenta. Sí, eso. Una tormenta de viento, o algo así. ¡Eso tiene sentido! Porque... porque el viento es fuerte, y es rápido, y no lo puedes controlar, igual que las personas. No sé por qué no lo había pensado antes.
Ahí está. Mira a esa mujer. Esa, la de
chaqueta roja. Es como... un torbellino, pero no de los que arrastran casas. Es
más como... no sé, como uno que solo quiere moverse. Tal vez ni sabe a dónde
va, pero sigue avanzando. Sí, como esos tornados pequeños que no rompen nada,
pero igual giran y giran. Todo su cabello se mueve, y yo... no puedo dejar de
mirar. Es como si todo lo que arrastra su viento me envolviera a mí también.
¿Qué estará pensando? Seguro no está pensando en mí. Nadie lo hace. Pero su
viento... siento que me arrastra un poco. Me marea.
Luego, está ese hombre. El del pelo
despeinado, ese... es como un huracán. Lo puedo ver, lo puedo sentir. Va
rápido, pero no hacia mí. Es más como si fuera a arrancar todo lo que está a su
alrededor. Un viento violento. Y está tan... enojado. ¿Está enojado? No lo sé,
pero parece. Tal vez solo está cansado, o tal vez tiene algo atrapado dentro
que lo está matando. ¡No puedo saberlo! Pero lo siento. ¡Puedo sentirlo! Como
si su viento me golpeara en la cara. Odio eso. Me da miedo. No quiero ese tipo
de viento cerca de mí. Pero tampoco quiero que se aleje... no quiero estar
solo.
La mujer vieja... ella es...
diferente. No se parece a los demás. Su viento es como... no sé... suave, casi
inexistente. Como si fuera una brisa que no importa. Pero no, no es así. Sé que
es importante. Sé que ese tipo de viento se mete en los rincones más oscuros,
en los lugares donde nunca llega nadie. Está ahí, pero nadie lo nota. Me
pregunto si ella sabe lo importante que es su viento. Yo lo sé. No sé por qué
lo sé, pero lo sé. Quizás ella también lo sabe. Tal vez por eso camina tan
lento, como si su viento estuviera cansado de empujar.
Un niño... ese niño que pasa
corriendo... él es como un ventarrón, uno de esos que no puedes predecir. ¿Por
qué corren los niños? ¡Siempre corren! Y su viento es como... como... ¡No lo
puedo explicar! Es un desastre, como si no supiera lo que hace, pero al mismo
tiempo... sí lo sabe. Es libre. Su viento no tiene reglas. Desearía ser como
él. Desearía que mi viento fuera así, que no me atara a esta maldita silla, a
este maldito lugar. Pero no puedo. Mi viento está... atrapado. Siempre
atrapado.
Un grupo de gente pasa, pero no
puedo... no puedo concentrarme en todos. Son como una gran tormenta, todos
mezclados. Voces y pasos y... ruido. No me gusta cuando el viento es así. Es
confuso. No sé de dónde viene ni adónde va. Me hacen sentir pequeño. Muy
pequeño. Como si todo este viento fuera a aplastarme. Odio eso. Odio sentirme
así. Quiero salir corriendo, pero no puedo. ¡No puedo! Porque mi viento no se
mueve. Nunca se mueve.
¿Qué clase de viento soy yo? ¿Soy
una tormenta? No lo sé. Creo que no. Creo que soy más como... nada. Una hoja,
tal vez. Una hoja que el viento arrastra de aquí para allá. Pero ni siquiera.
Porque ni siquiera me arrastran. Estoy quieto, siempre quieto. Los demás tienen
vientos, tienen tormentas. Yo solo... miro. Miro y siento como me pasan por
encima. Ni siquiera me ven. Soy invisible. ¿O soy un viento que aún no ha
empezado? Tal vez cuando lo haga... no sé. ¿Qué pasa cuando una tormenta se
despierta de golpe? ¿Destruye todo? ¿Me destruirá a mí también?
Pasan más personas, más tormentas.
Todas diferentes, todas iguales. La chavala de la bicicleta... su viento es
juguetón. Me gusta ese tipo de viento, pero no lo entiendo. No puedo. No sé
cómo jugar con el viento. El hombre del sombrero... su viento es seco. Me
reseca la garganta, me hace toser. No me gusta.
Y yo... ¿qué hago aquí? ¿Por qué
sigo mirando? ¿Por qué siento que soy menos que todos esos vientos? No quiero
ser menos. Quiero ser una tormenta también. Pero no puedo. No puedo...
Relatos del Viento
10 de octubre de 2024
Foto cortesía de Noticias de Bluefields.