Sale de casa y siente el aire fresco en el rostro, apenas
despierta el día. Camina con pasos rápidos, aunque no tiene prisa. En el
mercado acomoda productos en los exhibidores, pero a veces desearía que se
detuviera todo, que el tiempo le diera un respiro. Otra noche sin él en
casa... ¿Hasta cuándo voy a seguir así? Su mente divaga
—¡Buenos días, doña Carla! —le grita un vecino desde la otra
acera.
Ella levanta la mano y responde con una sonrisa automática,
casi sin detenerse. —¡Buenos días! —. La sonrisa se queda en su rostro unos
segundos más, hasta que vuelve a apagarse cuando retoma su ritmo. ¿Cuántas
veces más voy a tener que fingir que todo está bien?
Sigue caminando. Va por la acera rumbo al mercado.
—¡Hola, doña Marta! —responde al saludo con otra sonrisa.
Unas pocas palabras amables, y sigue su camino. Siempre tan animada, como si
la vida nunca le pesara. ¿Cómo lo hace?
Pero su mente vuelve rápido al mismo lugar, como una piedra
rodando cuesta abajo. Anoche, otra vez él no llegó... Debí haberme
acostumbrado ya, pero no puedo. ¿Qué hago con esto?
Pasa frente a un puesto de venta de celulares y repuestos.
Un joven de unos veinticinco años siempre espera verla en su camino al mercado.
—¡Buenos días, Carlita! —le dice el joven. —¡Siempre tan linda
y hermosa! —. Abandona la acera y camina por la calle de adoquín. Carla responde con una amplia sonrisa sin
fijar su mirada en la del joven. Si supiera el tipo de vida que tengo, no seguiría
diciendo lo mismo de todos los días.
Pasa frente a una tiendita y la dueña, una señora mayor, le
lanza un saludo: —¡Qué guapa, Carla! ¡Siempre tan trabajadora!
—Gracias, doña Chela. Que tenga buen día. —La sonrisa es
casi un reflejo ya, sin esfuerzo. Pero adentro, su estómago se revuelve. Trabajadora...
Sí, trabajo, pero no sé cuánto más puedo aguantar esto.
Desde la esquina mira el monumento de Nueva Guinea. Sus pensamientos se apuran, quiere encontrar respuestas, pero se encuentra con las mismas dudas. ¿Y los niños? ¿Qué vida es esta para ellos? Mi mamá los cuida, pero no es justo para ella tampoco. Ella ya tuvo su parte. Ahora soy yo quien debería sostener todo, pero me estoy cayendo por este borracho mal nacido. Ya es demasiado, hoy le saco sus cosas de la casa.
Cruza la calle y mira el ajetreo de la gente en el mercado.
El bullicio de siempre, el ir y venir de los clientes, los vendedores ofreciendo
sus productos. Toma aire profundo y endereza los hombros. Aquí vamos, otro
día, como si nada.
—¡Carla, buenos días! —le dice uno de los encargados
—¡Buenos días! —responde ella con una sonrisa amplia,
impecable, como si no hubiera estado repasando su vida rota los últimos veinte minutos. Porque en el mercado no hay espacio para exponer lo que lleva por
dentro.
15 de octubre de 2024
Foto: Internet