Si sos uno de los lectores que insisten y preguntan por qué he dejado de escribir, tomo conciencia de ello y descubro que han transcurrido varios meses desde la última vez que lo hice. Meses horribles, meses de tristeza. Agradezco por estar pendientes, por alimentar el reto maravilloso de vencer la página en blanco, por motivar la chispa de la pasión que se siente al escribir.
Como recalentamiento te voy a
contar algo que, si somos contemporáneos, estoy seguro que te lo dieron a
probar, y desde esa primera vez no quisiste probarlo nunca más. Me refiero al
aceite de hígado de bacalao y algo nuevo que he probado en estos últimos meses,
Gifiti.
Platicaba con un viejo amigo de
origen alemán sobre la situación de su finca. Hablamos del estado de la
carretera: pésima señor, increíble, increíble señor. Dijo que el verano estaba
entrando, el invierno se aleja, la neblina de la mañana es una cortina gris que
humedece los pastos y vuelve invisible al ganado que pastorea en los
alrededores de la casa, los aleros gotean las plantas del jardín, el amanecer
se torna agradable hasta que a las nueve de la mañana calienta el sol. Observo
el atardecer sentado en una mecedora desde el corredor, no hay otro lugar mejor,
no he visto otro igual señor, increíble, increíble. Con un trago de ron se
aprecia mejor, dije. Oh señor, no me diga, no me diga, siempre tengo un
poquito, contestó y me ofreció un vaso y hielo para que me sirviera un trago de
gran reserva. No puedo acompañarlo, estoy tomando pastillas para
desparasitarme, le dije y frunció el ceño. Beba un poquito de coca cola por
favor, puede ponerle soda también, eso no le va a hacer daño, señor. Lo hice,
le agregué bastante hielo y la soda neutralizó el sabor dulce.
Tomó de la bolsa de su camisa un
puro marca Casa de Alegría elaborado en Estelí. Lo cortó en dos porciones con
un cortapuros y con un encendedor de alta presión lo encendió. Inhaló
profundamente el humo. La mesa y los alrededores se llenaron del aroma suave y dulce del tabaco. Tome
señor, tome está mitad, dijo ofreciéndome la otra mitad del puro. Gracias, pero
dejé de fumar hace cinco meses. No me diga, no me diga, increíble señor. ¿Ha
probado el Gifiti?, pregunté. ¿Qué cosa señor? ¿Qué cosa? Gifiti, un licor
hecho por las Garífunas, respondí y le pedí al mesero que nos mostrara una
botella. Nunca, dijo al tomar la botella en sus manos. Lo bueno está en sus
ingredientes, dije. ¿Qué cosa? ¿Qué cosa? Tomé la botella y leí en voz alta la
etiqueta: licor reposado en plantas medicinales, incluyendo Cuculmeca, Hombre
Grande, Quina, Uña de Gato. ¡No me diga, no me diga, señor! Yo he comprado de
algunas de esas plantas en la clínica del Japón de Managua, he oído esos
nombres, me gusta, mucho me gusta, sí señor, dijo el viejo amigo alemán y apuró
el vaso con un trago profundo, chupó el puro, exhaló el humo y degusté el aroma
mezclado de tabaco y ron.
Para motivarlo a probar el Gifiti
llamé a Manuel, un amigo que fue convencido por el garífuna promotor del ron
para que se tomara un trago tres veces al día, por la mañana antes de
desayunar, antes del almuerzo y antes de dormir, y se lo presenté al alemán.
Sí, dijo Manuel, me tomé tres botellitas y desde la primera noté el cambio, me
daba mucha hambre, me calentó el cuerpo y ahora ya no tengo dolor en la espalda
ni en los huesos, me siento mejor porque antes de dolía todo. ¡No me diga, no
me diga! Yo voy a llevar tres botellitas y las probaré cuando esté en mi casa,
dijo el alemán y pidió las tres botellas.
Señor, escúcheme, escúcheme
señor, voy a decirle algo increíble, increíble. El viejo amigo alemán se mostró
entusiasmado. Aquí en mi finca, un hombre y una mujer joven, tienen una hija
pequeña, muy niña, de tres o cuatro años. Ellos viven en una de las viviendas
de la finca y un día ellos contaron que la niña estaba muy enferma, con muchos
dolores que de tan fuertes no podía ni siquiera dormir. El hombre con su mujer
han gastado mucho dinero, miles de billetes buscando como curar a la niña con
doctores y medicamentos, mucho dinero para ellos que son pobres, hasta el
hospital Metropolitano de Managua la han llevado sin poder hacer nada por ella.
Increíble señor, imagina usted a la mamá de esa niña, sufre mucho también ella.
En Managua el doctor dijo que no podía hacer nada, que podían aliviar el dolor
pero no curarla de artritis reumatoide. El papá me llevó a verla, ¡horrible!
señor, la niña en un rincón de la cama quejándose, sus manos inflamadas,
rodillas y brazos, ¡horrible, horrible señor! En Managua yo le conté a mi hermano y pasó el
tiempo. Un día de viaje de regreso a la finca mi hermano me entregó una botella
de medicina con un papel donde escribía como deben usarla para dársela a la
niña. Meses después el papá de la niña me dijo que le diera muchas gracias a mi
hermano por la medicina porque la niña estaba mucho, mucho mejor, que ya no se
quejaba del dolor y que podía dormir por las noches. Volvió al puro y al ron el
viejo amigo alemán y me dejó intrigado.
¿Qué medicina le dieron a la
niña?, pregunté. ¡Increíble, señor, increíble! Era aceite de un pez, ¿cómo se
llama? Mi mamá nos reunía a mí con mis hermanos en la mesa y nos daba una
cucharadita de ese aceite con unas gotitas de limón como vitamina. Era horrible
pero teníamos que tomarlo. Bacalao, a mí también me lo daban, dije. ¡Eso, eso
mismo señor, bacalao! Eso fue lo que curó a la niña, increíble señor,
increíble. Luego seguimos conversando y me despedí diciéndole que esperaba su
impresión del Gifiti la próxima vez que nos viéramos y que buscaría el aceite
de hígado de bacalao.
Dos semanas después nos
encontramos. ¿Le gustó el Gifiti?, pregunté. Oh sí señor, increíble, increíble,
muy bueno, me calienta todo el cuerpo. Y a usted señor, ¿cómo le fue con el
aceite de bacalao?, preguntó. Fui a Managua y le conté a un viejo amigo lo
maravilloso que resulta ser el aceite de bacalao, la historia sobre la niña y
se interesó tanto que él también iba a comprar. Su asistente, una chavala muy
atenta y cordial, investigó que en una farmacia de productos naturales llamada
La Naturaleza podía encontrar el aceite de hígado de bacalao. Señor, señor,
allí es donde compro hierbas para mi té, increíble, desde hace muchos años
visito ese lugar, dijo entusiasmado el viejo amigo alemán. Resulta que fui con
mi amigo y encontramos el aceite de hígado de bacalao, seguí platicándole. Al
ver mi amigo la botellita de aceite y leer la etiqueta que señala que su uso es
oral y la dosis, dependiendo si es para niños de 1 a 5 años, de 5 a 12 y
adultos y niños mayores de 12 años, me quedó viendo como decepcionado y dijo:
¡Ideay, yo creía que iba a frotarle todo el cuerpo a mi mujer con este aceite
pero resulta que es bebido! No paré de reírme por la inventiva imaginación de
mi amigo, al final compramos el aceite y otras yerbas para los males que en
esta edad nos aquejan. El viejo amigo alemán entendió la
intención del viejo amigo de Managua y se carcajeó. ¡Increíble señor,
increíble, se imagina usted si su amigo de Managua también tomara Gifiti!
Qué diría el viejo amigo alemán si se diera cuenta que conozco a varias mujeres que se toman todos los días un trago de Gifiti por la mañana y otro por la noche, pensé luego de despedirnos y verlo partir en La Pasajera.
Qué diría el viejo amigo alemán si se diera cuenta que conozco a varias mujeres que se toman todos los días un trago de Gifiti por la mañana y otro por la noche, pensé luego de despedirnos y verlo partir en La Pasajera.
#Backtowrite
Miércoles, 20 de febrero
de 2019