Sus labios se buscan; ansiosos, como despistados con el paso del tiempo, se encuentran. El beso es corto, se miran y vuelven a besarse redescubriendo la dulzura añorada. Los cuerpos tiemblan, danzan y se rozan con frenesí como la primera vez. La sangre fluye hirviendo, palpitan con desesperación los corazones. La ropa se esparce alrededor de la cama y los cuerpos se sienten, se rozan y acarician. La pasión invade la habitación, los suspiros se convierten en la música que sus cuerpos siguen y enloquecen. Las manos se juntan, se enlazan por segundos, se abandonan para explorarse y reconocerse, acarician hasta el sudor que emanan y se dan cuenta: han cambiado mucho. Ella expone su sexo como una flor con el primer haz de luz después del rocío. Él humedece sus labios con el néctar, saborea la miel que vierte hasta embriagarse y ella acaricia con sutileza su hombría, la estimula cada vez más y sus sentidos se elevan al infinito por el delirio del amor.
De pronto, ella lo separa bruscamente. Se levanta de la cama con el pretexto de apagar la luz, único testigo que invade la intimidad. Enciende un cigarrillo, inhala profundamente y exhala con fuerza el humo. Lo observa como a un extraño tendido en su cama, camina pensativa dando vueltas como queriendo escapar del momento.
─ ¡Es una locura, perdóname pero no estoy segura! ─dijo moviendo la cabeza con gesto de falta. ¡No es posible que después de tantos años de no vernos, así de pronto, me acueste y haga el amor con vos! ─ concluyó inhalando con desesperación el humo.
Él se levanta. Camina hacia ella. Trata de abrazarla pero lo rechaza. Intenta tomar su mano y la niega. Se siente herido, rechazado, derrotado. Ella vuelve a la cama, toma la sábana y cubre su cuerpo. La observa pensativo, no sabe que decir. Piensa en los momentos anteriores, en la conversación que tuvieron en el bar, en la cita que acordaron por teléfono y no logra descubrir ningún detalle para que lo rechace ahora, justo en el momento en que volverían a amarse.
Se acerca a la cama, toma su ropa y se viste. Ella le da la espalda, no sabe qué decir, qué hacer. Intenta nuevamente tomar su mano. No se la niega y se las estrechan. Ella se levanta envuelta por la sábana y camina cabizbaja hacia él. Se abrazan con fuerza, como amigos. Se separaran y sus miradas se encuentran. Ríen a carcajadas como en aquello años de juventud, encienden un cigarrillo y fuman con placer. Conversan, recuperan juntos sus recuerdos. Amanece, antes de salir el sol se despiden como novios después de su primera cita.
Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
17 de septiembre de 2010.