La fotocopia del carnet
de jubilado, extendido por el Instituto Nicaragüense de Seguro Social (INSS),
que me solicitaron en Oficina de Catastro Municipal, la obtuve gracias a una
amiga que labora en la alcaldía de Nueva Guinea. Caminaba en dirección a la Oficina
de Administración Tributaria en busca de una fotocopiadora.
—Y ese milagro que usted anda por aquí. Me alegra verlo.
Dijo al verme frente al edifico
de dos plantas. Después de varios meses de no encontrarnos la noté más delgada,
esbelta, reluciente y amena. Se lo dije y sonrió. Le expliqué las gestiones que
hacía. Sin pensarlo dijo que la acompañara y me condujo hacia una oficina donde
hizo una copia del carnet. Le di las gracias y regresé a la oficina de catastro.
En el trayecto pensaba en la cortesía, en el buen trato y en la educación que
debe prevalecer hacia los ciudadanos que hacemos gestiones en las instituciones
por parte de los funcionarios. Sí todos te atendieran de esa manera, la
situación sería diferente, me dije.
En catastro requerían mi carnet
de jubilado para proceder a efectuar los cálculos del valor del Impuesto de
Bienes Inmuebles correspondiente a mi vivienda y tener soporte para ello. Una
vez efectuados los cálculos me entregaron la notificación con una nota al pie
de página que indicaba “cobrar como pensionado”.
Con la nota en la notificación me
dirigí a la oficina de tributación. Me encontraba entusiasmado por la
exoneración de ley para los jubilados ya que todos los años, desde que construí
la vivienda, he pagado puntualmente dicho impuesto, sin recibir cobros por
multas.
—Tiene que darnos una copia de la constancia de jubilado.
Dijo el responsable de
recaudación y amablemente me llevó a una ventanilla que en un papel pegado al
vidrio indicaba que se atendía únicamente a discapacitados, mujeres embarazadas
y personas de la tercera edad. Sentadas
en sillas de plástico pegadas a la pared del recinto, varias personas, unas
veinte entre hombres y mujeres, esperaban su turno para ser atendidos en base a
un número grabado en un papelito que como un tesoro sostenían en sus manos con
otros documentos. En la pared, una pantalla de unas 50 pulgadas, pasaba
imágenes sin sonido de las diferentes obras realizadas y esquemas sobre qué son
los impuestos y para que se utilizan, una sesión de capacitación mientras se
espera el turno para pagar los impuestos.
Dio instrucciones a una muchacha
para que procediera conforme a ley. “Solamente va a pagar 20 córdobas, ese es
el valor del formato”, dijo. “Está será siempre su ventanilla”, agregó al
estrecharme la mano y retirarse.
—Por favor deme la copia de la constancia del INSS.
Dijo la muchacha y me di cuenta
que no tenía copia. Aquí siempre he sacado copias, le dije y contestó que ya no
existe ese servicio. Tiene que ir a una de las librerías que están allá afuera,
señaló con su mano en dirección hacia la calle. Se dio cuenta que no fue de mi
agrado, reconoció la expresión del rostro. No se preocupe, voy a ir llenado el
formato para no atrasarlo, agregó sonriendo.
Salí de la oficina en dirección a
la librería que está ubicada de la alcaldía una cuadra al norte, en el edificio
de la UNAG. Al entrar sentí el calor del sol de la tarde brillando en los
estantes de vidrio que muestran diferentes útiles escolares y artículos de
oficina. Di las buenas tardes y le solicité a la chavala que atiende que
hiciera dos copias de la constancia. Una impresora emitía un zumbido apresurado
al lado de dos computadoras laboriosas. Noté en el la pared del fondo reglas de
diversas dimensiones colgadas, cartulinas de colores y pistolas que se usan
para derretir silicón. En un rincón varios libros sobre leyes se mostraban en
un estante.
—Son seis córdobas.
Dijo la chavala. Saqué un billete
de diez córdobas de la billetera y pague las copias. Salí nuevamente hacia la
oficina de tributación y al llegar tuve que esperar porque atendían a otro
contribuyente.
—Listo, son veinte córdobas. Aquí
tiene su recibo y la declaración de bienes inmuebles.
Dijo la muchacha detrás de la
ventanilla.
Me levanté de la silla para sacar
la billetera del bolsillo. No la encontré. Busqué en los alrededores pensando
que se había caído de la bolsa y no estaba. Demonios, pensé, se me cayó en la
calle, la dejé en la librería, y salí de prisa a buscarla.
Corrí hasta la librería y pensaba
en qué debía hacer en caso de no encontrarla. No andaba mucho dinero, unos
doscientos córdobas, sesenta dólares, tarjetas de crédito y de débito, la
cedula de identidad, el carnet de pensionado y el de portación de arma. ¿Qué
debía hacer?, ir a reportar la pérdida de esos documentos a cada una de las
instancias que los emitieron a mi nombre me llevaría varios días en gestiones.
—Aquí está su billetera, la dejó
encima del mostrador.
Dijo la chavala que me atendió al
sacar las fotocopias y me la entregó. Abrí la billetera y la revisé. Todo su
contenido estaba en ella. Le di las gracias y regresé a la oficina de
tributación.
Al verme la muchacha de
tributación que me esperaba para que cancelara los veinte córdobas me preguntó
si había encontrado la billetera. Si, le dije, la chavala de la librería la
tenía guardada. Le entregué los veinte córdobas y me dio los documentos.
—Hoy es su día de suerte.
Agregó y salí de la oficina.
Pensaba en la suerte que había tenido y me encaminé hacia la librería. Le volví
a dar las gracias a la chavala. Se llama Leydi Ortega Mendoza y no dejaba que
le tomara una fotografía. Le dije que era para escribir sobre la honradez que
todavía existe en Nueva Guinea y al fin accedió a que lo hiciera.
La honradez es una cualidad que
deriva del sentido del honor y que se funda en el respeto a sí mismo y a
los demás. Lleva a las personas a actuar con rectitud, a no robar, ni engañar y
a cumplir sus compromisos. Por ello las personas honradas son dignas de
respeto, confianza y credibilidad. Educar a los hijos o alumnos en la
honradez implica el desarrollo de una conciencia que les conduzca a
apreciar y elegir todo aquello que representa la verdad, la integridad y
el respeto por los demás. Quien es honrado se muestra como una persona recta
y justa, que se guía por aquello considerado como correcto y adecuado a nivel
social.
Por ello Cicerón (106 AC – 43
AC), escritor, orador y político romano, dijo que “la honradez es siempre digna
de elogio, aun cuando no reporte utilidad, ni recompensa, ni provecho”.
16 de Enero de 2018
Nueva Guinea, RACCS