miércoles, 17 de enero de 2018

LA HONRADEZ EN UNA LIBRERÍA DE NUEVA GUINEA

La fotocopia del carnet de jubilado, extendido por el Instituto Nicaragüense de Seguro Social (INSS), que me solicitaron en Oficina de Catastro Municipal, la obtuve gracias a una amiga que labora en la alcaldía de Nueva Guinea. Caminaba en dirección a la Oficina de Administración Tributaria en busca de una fotocopiadora.

—Y ese milagro que usted anda por aquí. Me alegra verlo.

Dijo al verme frente al edifico de dos plantas. Después de varios meses de no encontrarnos la noté más delgada, esbelta, reluciente y amena. Se lo dije y sonrió. Le expliqué las gestiones que hacía. Sin pensarlo dijo que la acompañara y me condujo hacia una oficina donde hizo una copia del carnet. Le di las gracias y regresé a la oficina de catastro. En el trayecto pensaba en la cortesía, en el buen trato y en la educación que debe prevalecer hacia los ciudadanos que hacemos gestiones en las instituciones por parte de los funcionarios. Sí todos te atendieran de esa manera, la situación sería diferente, me dije.

En catastro requerían mi carnet de jubilado para proceder a efectuar los cálculos del valor del Impuesto de Bienes Inmuebles correspondiente a mi vivienda y tener soporte para ello. Una vez efectuados los cálculos me entregaron la notificación con una nota al pie de página que indicaba “cobrar como pensionado”.

Con la nota en la notificación me dirigí a la oficina de tributación. Me encontraba entusiasmado por la exoneración de ley para los jubilados ya que todos los años, desde que construí la vivienda, he pagado puntualmente dicho impuesto, sin recibir cobros por multas.

—Tiene que darnos una copia de la constancia de jubilado.

Dijo el responsable de recaudación y amablemente me llevó a una ventanilla que en un papel pegado al vidrio indicaba que se atendía únicamente a discapacitados, mujeres embarazadas y personas de la tercera edad.  Sentadas en sillas de plástico pegadas a la pared del recinto, varias personas, unas veinte entre hombres y mujeres, esperaban su turno para ser atendidos en base a un número grabado en un papelito que como un tesoro sostenían en sus manos con otros documentos. En la pared, una pantalla de unas 50 pulgadas, pasaba imágenes sin sonido de las diferentes obras realizadas y esquemas sobre qué son los impuestos y para que se utilizan, una sesión de capacitación mientras se espera el turno para pagar los impuestos.

Dio instrucciones a una muchacha para que procediera conforme a ley. “Solamente va a pagar 20 córdobas, ese es el valor del formato”, dijo. “Está será siempre su ventanilla”, agregó al estrecharme la mano y retirarse.

—Por favor deme la copia de la constancia del INSS.

Dijo la muchacha y me di cuenta que no tenía copia. Aquí siempre he sacado copias, le dije y contestó que ya no existe ese servicio. Tiene que ir a una de las librerías que están allá afuera, señaló con su mano en dirección hacia la calle. Se dio cuenta que no fue de mi agrado, reconoció la expresión del rostro. No se preocupe, voy a ir llenado el formato para no atrasarlo, agregó sonriendo.

Salí de la oficina en dirección a la librería que está ubicada de la alcaldía una cuadra al norte, en el edificio de la UNAG. Al entrar sentí el calor del sol de la tarde brillando en los estantes de vidrio que muestran diferentes útiles escolares y artículos de oficina. Di las buenas tardes y le solicité a la chavala que atiende que hiciera dos copias de la constancia. Una impresora emitía un zumbido apresurado al lado de dos computadoras laboriosas. Noté en el la pared del fondo reglas de diversas dimensiones colgadas, cartulinas de colores y pistolas que se usan para derretir silicón. En un rincón varios libros sobre leyes se mostraban en un estante.

—Son seis córdobas.

Dijo la chavala. Saqué un billete de diez córdobas de la billetera y pague las copias. Salí nuevamente hacia la oficina de tributación y al llegar tuve que esperar porque atendían a otro contribuyente.

—Listo, son veinte córdobas. Aquí tiene su recibo y la declaración de bienes inmuebles.

Dijo la muchacha detrás de la ventanilla.

Me levanté de la silla para sacar la billetera del bolsillo. No la encontré. Busqué en los alrededores pensando que se había caído de la bolsa y no estaba. Demonios, pensé, se me cayó en la calle, la dejé en la librería, y salí de prisa a buscarla.

Corrí hasta la librería y pensaba en qué debía hacer en caso de no encontrarla. No andaba mucho dinero, unos doscientos córdobas, sesenta dólares, tarjetas de crédito y de débito, la cedula de identidad, el carnet de pensionado y el de portación de arma. ¿Qué debía hacer?, ir a reportar la pérdida de esos documentos a cada una de las instancias que los emitieron a mi nombre me llevaría varios días en gestiones.

—Aquí está su billetera, la dejó encima del mostrador.

Dijo la chavala que me atendió al sacar las fotocopias y me la entregó. Abrí la billetera y la revisé. Todo su contenido estaba en ella. Le di las gracias y regresé a la oficina de tributación.

Al verme la muchacha de tributación que me esperaba para que cancelara los veinte córdobas me preguntó si había encontrado la billetera. Si, le dije, la chavala de la librería la tenía guardada. Le entregué los veinte córdobas y me dio los documentos.

—Hoy es su día de suerte.

Agregó y salí de la oficina. Pensaba en la suerte que había tenido y me encaminé hacia la librería. Le volví a dar las gracias a la chavala. Se llama Leydi Ortega Mendoza y no dejaba que le tomara una fotografía. Le dije que era para escribir sobre la honradez que todavía existe en Nueva Guinea y al fin accedió a que lo hiciera.

La honradez es una cualidad que deriva del sentido del honor y que se funda en el respeto a sí mismo y a los demás. Lleva a las personas a actuar con rectitud, a no robar, ni engañar y a cumplir sus compromisos. Por ello las personas honradas son dignas de respeto, confianza y credibilidad. Educar a los hijos o alumnos en la honradez implica el desarrollo de una conciencia que les conduzca a apreciar y elegir todo aquello que representa la verdad, la integridad y el respeto por los demás. Quien es honrado se muestra como una persona recta y justa, que se guía por aquello considerado como correcto y adecuado a nivel social.

Por ello Cicerón (106 AC – 43 AC), escritor, orador y político romano, dijo que “la honradez es siempre digna de elogio, aun cuando no reporte utilidad, ni recompensa, ni provecho”.

16 de Enero de 2018
Nueva Guinea, RACCS