La última vez
que nos encontramos fue en diciembre pasado; viajaba hacia Managua y pasé parte
del día y la noche en Juigalpa siguiendo el consejo de mi mujer: “andá, nunca
salís, visitá a tus amigos”. Uno de
ellos me dio un aventón hasta la ciudad de los caracolitos negros y en
agradecimiento lo invité a almorzar donde “la Deyfilia”. Luego de despedirnos
lo llamé por teléfono. “Ya llego”, dijo y minutos después apareció Miguel Traña
Galeano como siempre: apresurado y sonriente. Conversamos toda la tarde,
revivimos pasajes de la etapa en que trabajamos juntos y nos aventuramos como
docentes bajo un ambiente de guerra y sueños vencedores de la muerte.
Ella recibió la
noticia por parte de una amiga, pero me lo dijo después. Quizás por olvido o
tal vez no quiso que saliera de noche en mi cacharpa apresurado a su vela
porque al hacerlo, horas más tarde, descubrí en sus ojos la angustia que
reconoce el dolor de quien ha perdido a un amigo. Quise llamarlo marcando su
número pero me retuve, sabía que al hacerlo escucharía la voz de Janet Tablada,
su esposa, o la de unos de sus hijos en ese momento desgarrador.
Salí a su
despedida por la mañana y en el trayecto reviví los momentos que pasamos
juntos. Desde el primer instante en que nos conocimos, cuando llegué en busca
de trabajo a la delegación de gobierno de la entonces V Región, luego de
entregarle mis documentos al delegado del Ministerio de Planificación, le di la
mano y, al comunicarme que la plaza disponible ya tenía a una persona designada
desde Managua, Miguel Traña me dijo: “no creo que aguante, le doy menos de
quince días”; así fue. Una mañana me buscaron y él se encargó de ubicarme en el
salón de la oficina, procurando que quedara a su lado porque hacíamos equipo
atendiendo el sector agropecuario, él era analista de la parte agrícola y a mi
encargo estaba la pecuaria.
Dos horas
después estaba en Juigalpa. Me atreví a llamar a su número. “Estamos en la
UNAN”, respondió su hijo. El auditorio estaba repleto de gente. En el fondo, colgada
en la pared, su fotografía y, al pie del pódium, su féretro custodiado por la
guardia de honor y coronas de flores. Quería estar a su lado al igual que los
dirigentes de la universidad y los estudiantes. Quería contar mi historia sobre
él, pero ya no formaba parte del mundo académico que le rendía honores. Luego
de escuchar las palabras emotivas de Emilio, el decano, me dirigí a hacerle
guardia de honor. Allí, a su lado, recordé su advertencia en uno de los
incontables viajes de asesoría a los municipios de Chontales en un jeep Toyota,
cuando en esos tiempos de primero se montaban los fusiles estando conscientes
que las balas de una emboscada no nos dejarían ni manipularlos. Al dormirme en
el trayecto de una palmada me despertó y dijo: “maestro, no se duerma, puede
despertarse en otro mundo”.
A las doce en
punto terminaron de rendirle tributo. Vi a Janet y caminé hacia ella. La tomé
del brazo y, al verme, de sus ojos brotaron lágrimas, nos abrazamos en el
dolor; con voz desgarrada dijo: “se nos
fue Miguel”. Miguel, el que abandonaba su escritorio cruzando el salón y se
sentaba frente a ella para cortejarla, el que después de tener los resultados
sobre el comportamiento del sector agrícola los vinculaba con el análisis que
ella realizaba sobre el comercio interior generando una visión más real, más
cruda sobre la carestía de la población que hacia colas interminables en los
centros de abastecimiento. Miguel, el mismo que guardaba silencio en las
reuniones de trabajo, pero lo retenido explotaba en palabras críticas
contenidas en sus informes. Miguel que les abría la mente a sus alumnos con sus
cátedras de economía política, matemática financiera y filosofía.
A las tres de la
tarde del 11 de abril se celebró la misa en la capilla del colegio San
Francisco. Allí estaban caras conocidas que tenía muchos años de no ver y
viejos amigos, los de una época que forjó hombres y mujeres como Miguel. Un
hombre sin apego a los bienes materiales que vivió sin pretender cargos ni
puestos de trabajo para ostentar lo que no es propio. Marchamos detrás de él y,
al llegar a su destino final, sobre una lápida nos reencontramos reviviendo
entre amigos parte de su vida. ¡Descansa en paz, Miguel!
Sábado, 13 de abril de 2013