Nueva Guinea, abundancia de árboles,
ríos y praderas,
suficiente para sustentar una
familia,
comprobado por fundadores y
miles deseosos de un pedazo de tierra.
Un lugar inicialmente habitado
por nativos Ulwas
y huleros, que también confiaron
en la madera y el agua,
un juego salvaje floreciente; huellas, cascos, pezuñas y alas.
Pradera, donde la hierba es capaz
de crecer
más alta que el ser humano,
sustentado por el calor,
el frío, la lluvia y la sequía, por
raíces de hondura inimaginable.
Hoy, vidas y raíces se han
alterado por siempre,
asentamientos, concentración de
tierras, monocultivo y ganadería,
nos empujan a su vaivén hacia el Sur-Este,
caminos hacia el litoral.
El prado del Caribe central fue
arado,
sus suelos han producido en
abundancia, fundaron
colonias, parcelas y fincas que
sostienen miles de familias.
Aquí, en los senderos de las
fincas, se toca a miles de familias,
cabezas de semillas, que respiran
azul y verde, oyen la música
del insecto-hoja-pájaro, puente en el arroyo que fluye y nos conecta
Con el pasado, donde meditamos inmersos
en el flujo de la esperanza,
por la adversidad, alegría y tristeza
en estas parcelas que poseemos,
y de los que deambularon y fueron
hechizados al pasar por ellas.
5 de marzo
58 aniversario
Foto propia.