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Antigua casa de Donald Ríos. |
Las primeras
casas que construyeron los fundadores de Nueva Guinea eran de techo de suita y
paredes de guarumo: cortaban el árbol, lo rajaban en dos tapas y con las piezas
orientadas verticalmente las forraban.
A partir de
1968, el IAN instaló un aserrío en la actual zona 2, propiamente donde se ubica
la escuela “Mauricio Cajina”, para sacar la madera necesaria de las casas,
escuela y puesto de salud.
“El aserrador
era José Ángel Mendoza y los interesados, que éramos todos, ayudábamos a halar
y empujar las tucas para sacar las piezas de madera necesarias para hacer las
casas”, recuerda Donald Ríos Obando, fundador de Nueva Guinea. “Pero lo primero
que construimos fue la escuela en el terreno donde ahora es el parque central,
un puesto de salud donde está la alcaldía municipal, y la casa del telégrafo,
pegada al lado de la alcaldía”, agrega Donald.
El IAN
estableció un modelo de casa que medía 7 x 10 metros, con un pequeño alero en
la parte posterior destinado a la cocina y techo de nicalit. La parte interna
tenía cuatro divisiones para habitaciones y una sala.
El área
destinada para construir todas las casas en la entonces colonia de Nueva Guinea
fue de un kilometro cuadrado. “De esa esquina de allí donde está el PALI se
trazaron cinco cuadras al sur y cinco al norte, para luego hacer el trazo de
diez cuadras al oeste que posteriormente fueron dividas en cinco para
diferenciar las zonas del actual casco urbano”, dice Donald Ríos señalando el
edificio.
“El IAN contrató
a dos carpinteros que eran los maestros de obras. Uno de ellos era Alejandro
Herrera, un tipo bajito, moreno y laborioso, el otro un señor de apellido
Villavicencio. Ellos llegaban al terreno de uno que al inicio era de una
hectárea, pero luego de hacer los trazos de las calles quedó de una manzana
completita. Marcaban donde iba a quedar la casa, siempre distante a unos 6
metros de donde iban la calles, y le daban las instrucciones al carpintero
conforme al modelo”, recuerda Donald.
Todos trabajaban
en la construcción de las casas, se organizaban grupos de trabajo que
funcionaban bajo la lógica de la “mano vuelta”, es decir, todos ayudaban a
construir la casa de cada miembro del grupo. “El grupo mío lo formamos Marcos
Alvir, Cristóbal Mercado, José Báez, Arturo Montalván, mi tío Humberto Ríos,
Natividad Ibarra y Trinidad Paguaga. Éramos amigos, casi todos norteños. Así se
formaban los otros grupos, por origen o afinidad entre sus miembros. La primer
casa que hicimos fue la de Natividad, vieras la cara de doña Chana (Feliciana)
Cardoza, su esposa, cuando la vio terminada, le brillaba de felicidad”,
recuerda Donald.
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Casa que fue de Simón Hernández |
Le solicité a
Donald que me mostrara las casas de esos tiempos que aún quedan en la ciudad de
Nueva Guinea y con gusto lo hizo. Luego de visitar tres de ellas llegamos a la
que era de don Simón Hernández, ubicada en la zona 3, de la iglesia de la
Profecía cuadra y media al este, frente a la antigua pista de aterrizaje. Allí florecieron
sus recuerdos:
“Don Simón
Hernández era de Carazo, de una comarca llamada Dulce Nombre. Era un hombre
gordito, moreno y de pelo chirizo, tenía
cicatrices por todos lados, en la cara y en los brazos. Era muy amigable,
hablador y tirador. Le gustaba el trago que en ese entonces era prohibido pero él
se lo daba a hacer a un señor chele, gato que vivía propiamente en el “tope”
donde el rio La Guinea, mal llamado La Verbena, se une con el rio Plata. Yo
estaba chavalo, tenía unos 22 años y con Toño Báez, Cesar Báez y Lolo Palma
aquí veníamos porque teníamos segura la cususa.
La esposa de
Simón, doña Julia Dávila, era atentísima. Desde que nos miraba allá abajo que
veníamos para acá, le gritaba a Simón “allá vienen los muchachos” y nos atendía
de maravilla para que probáramos las carnes de los animales que él cazaba. Comíamos
bien, nos daba chancho de monte, venado, guardatinaja, pavones, indio viejo, nacatamales,
mondongo y cabeza de chancho en pozol. Aquí pasábamos horas y cuando anochecía jugábamos
desmoche alumbrados por candiles. Desde aquí, como es alto, teníamos una buena
vista sobre toda la pista.
En ese tiempo el
guaro era reprimido, pero el joven siempre lo busca. Como era prohibido, don
Manuel Pérez, apodado “el burro” como el camión de gasolina que tenía, vendía
de todo, incluso guaro. Nosotros comprábamos las cosas que necesitábamos en una
cooperativa que formamos, pero los que no eran afiliados le compraban a él.
Para que la guardia no lo molestara por la venta del guaro se fue a poner su
venta al lado del mojón donde
pasaba el carril cero, allá por donde es ahora la barrera, porque allí
no regía la prohibición. Cuando se nos acababa la cususa, montados iban a
comprar el litro de santa Cecilia, la del piquito rojo”.
—
¿Y tenés fotos de esos tiempos? — le pregunté.
—
Nunca pensé cómo iba a ser esto. No, no tengo.
Muchas cosas se me han olvidado —respondió Donald.
Seguimos
visitando otras casas viejas. Al despedirnos quedamos en que continuaríamos platicando para recuperar viejos recuerdos antes de que se le olviden.
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Hijos de Francisco Ríos |
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Casa de Corina Obando. |
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Don Bernabé Morales Moran en su casa. |
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Casa que fue de Catalino Artola |