A muchos bluefileños no les gustan los caballos, pero
los equinos circulan por las calles de la ciudad; algunos son vagabundos, andan
libremente en grupos de dos o tres, y otros halan carretones de “chamberos” que
se ganan la vida honestamente. Unos los desprecian porque se cagan en las
calles, otros porque estropean la grama y sus jardines, muchos los asocian con
los mestizos y los campesinos que viven al oeste de la ciudad, practicando en
mero siglo XXI un racismo solapado que nadie se atreve a cuestionar.
Ese racismo está a la vista, en el ambiente y en los
espacios de poder. Para muchos, con la autonomía se ha tratado de borrar la
contribución económica, social y cultural que los mestizos han dado al
desarrollo de Bluefields. “Hay un acuerdo solapado de hegemonía racial, de los black creole sobre los mestizos hasta en
las universidades”, dijo una amiga periodista. “No somos ninguna etnia, no
venimos de otro lado, no nos arrojó el mar a las costas”, agregó enfurecida
cuando mostré la foto de la manta que los mestizos desplegaron en el acto del
XXV aniversario de la autonomía reclamando sus derechos. Pero los caballos no
tienen la culpa; la ignorancia es la culpable y, como casi todos los males,
tiene cura.
Hace muchos, muchos años, los caballos eran
apreciados en Bluefields. “Las carreras de caballos constituían un evento
grandioso, especial y popular. Además de las carreras con caballos locales
había, a veces, competencias entre
caballos de Corn Island, San Andrés y Bluefields. Los dueños de caballos de
carrera eran deportistas bien conocidos, tales como los señores Jack Hawkins,
Nicholas Bent, Gussie Wilson, Tim Coe y Jim Bush. Algunos de los caballos más
famosos fueron: Top Callon, Lady Alice, Crackerjack, Marcus Garvey, nombrado
así en honor del gran caudillo negro” (Oral History of Bluefields. Hugo Sujo
Wilson, 1998: 89).
En Bluefields actualmente se practica la equinoterapia que utiliza al caballo
como un instrumento natural para la rehabilitación física, psíquica y social a
través de la interrelación entre el caballo, el alumno y el terapeuta, teniendo
como resultado mejoría, disfrute y aprendizaje. Esto se logra porque el caballo
transmite ciertas características a través del lomo y sus movimientos: calor
corporal (38°), impulso rítmico (90 a 110 por minuto) que se transmite al
cinturón pélvico del paciente y pasa por la columna vertebral hasta la cabeza.
Existen dos tipos de equinoterapia: la hipoterapia que se utiliza para personas
con disfunciones neuromotoras y sensomotoras, y la monta terapéutica que se
aplica a personas con disfunciones sensomotoras, psicomotoras y sociomotoras.
Con mucho esfuerzo, dedicación y entusiasmo, la ONG Entre Aguas colabora con la escuela de educación especial y Los Pipitos de
Bluefields en un proyecto que ha iniciado a desarrollar la equinoterapia. Han
recibido la donación de dos caballos con sus albardas; uno se llama “Tic tac” y
el otro “Rocío”, y son cuidados en el predio del hospital. Ahora esta práctica
lleva muchos beneficios a niños y niñas con capacidades diferentes. Así, los
caballos son de mucha utilidad y diversión.
En Bluefields las personas deberían de visitar ese
proyecto y apoyarlo: vale la pena ver el rostro de los niños y las niñas
después de cabalgar. Hay otros, como funcionarios, políticos y racistas, que
deberían lazar y montarse en los caballos cholencos que circulan libremente por
las calles y dar una paseadita terapéutica por los cinturones de pobreza que
acorralan a la ciudad, tal vez así se curan de las disfunciones sociales que padecen
por el bien de la ciudad y sus pobladores.
Ronald Hill A.
Domingo, 18 de noviembre de 2012