martes, 7 de diciembre de 2010

ROSTRO EN GLORIA, CUERPO EN PENA

La vio caminar hacia él
y se acomodó en una banca del parque a esperar su paso.
La observó en silencio: ojos negros almendrados;
una Biblia en su mano izquierda, sostenida a la altura de los pechos;
pelo negro, corto, pelo de lluvia;
una blusa manga larga mostraba sus manos, finas con dedos limpios;
falda larga hasta los tobillos cubiertos con calcetines
y pies calzados con zapatos sin tacón.

Al pasar y seguirla con la mirada
descubrió su cintura de abeja
y el movimiento florido de sus nalgas,
al vaivén de su andar seguro.
“Es un ángel”, pensó.

Al día siguiente
se acomodó en la misma banca,
a la misma hora, a esperarla.
Transcurrieron las horas y no apareció.
“Subió al cielo para no regresar”, pensó
con el corazón dolido.
Los días pasaron y siempre acudía a la misma banca.
Su ángel no aparecía.

Un día jueves,
con la ilusión de verla,
apareció por el mismo camino.
Se levantó de la banca
y caminó a su encuentro.

La admiró de frente
y se dio cuenta del significado de la gloria
al contemplar su rostro.
Se quedó sin palabras.
“Es un ángel”, pensó.

Dio la vuelta
y la siguió
como un fantasma por las calles lodosas de Nueva Guinea,
hasta que entró
a la iglesia del Séptimo Día.

Desde entonces acudió
al culto todos los jueves, sólo por verla.
Pasaron días, semanas y meses, hasta que la conquistó.
Regado dejó su juramento de creer
en la santa iglesia católica, apostólica y romana.

Descubrió escondidas,
bajo su vestimenta y rostro en gloria,
las penas sedientas,
ardientes de su cuerpo.


Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
2010