Crecí en el
Valle El Edén de Ticuantepe, libre como las criaturas del campo, dice José
Efraín Martínez Fonseca, conocido popularmente como Payín. Se encuentra a un
lado de camino con su yunta de bueyes y he salido a su encuentro. Mi mamá se
llamaba Soledad Fonseca, originaria de Ticuantepe. Embarazada viajó a San
Rafael del Sur donde trabajaba mi papá, José Tomás Martínez Morales, y allí
nací, agrega al preguntarle por sus orígenes.
Desde chavalo
anduve de guiador con mi tío Eudijes Martínez, nunca fui a la escuela porque no
me pusieron a estudiar. Viajaba a Managua guiando a los bueyes de una carreta
que cargábamos con leña, repollos, guineos y tomates para venderlos en el
mercado. En ese tiempo no se cultivaba piña en Ticuantepe y el gancho de camino
de Santo Domingo era puro zanjones; pasábamos a la orilla de la iglesia y nos
costaba coronar una subida de barrizales pero nos ayudábamos emparejando varias
yuntas de bueyes.
¿Cómo se
trasladó a vivir a Nueva Guinea?, pregunto al acariciarle la frente a uno de
los bueyes.
Mire, yo
trabajaba con Rodolfo Mejía Ubilla, el que era director del IAN (Instituto
Agrario de Nicaragua), en su finca ubicada en Barrio Nuevo, cerca de Sabana
Grande. Él era muy amigo de mi familia y cuando repartieron la Borgoña, le pedí
un pedacito de tierra. Espérate, vamos a ver cómo hacemos, me dijo. Luego, con
el paso del tiempo, se apareció y nos dijo que tenía un buen lugar para
nosotros. Vine en 1965, con el segundo grupo, junto a mi mamá, un cuñado
llamado Samuria, su mujer y tres chavalos, uno mío y dos de él. Mi mujer no me
acompaño, se quedó allá.
Le ofrezco un
refresco y le digo que me acompañe. Les da órdenes a los bueyes, se quedan
inmóviles pero no deja las varas. Nos sentamos en el corredor, le sirvo jugo
de guanábana y lo saborea sin prisa. A la orilla de un pilar ha acomodado las varas.
Hice carriles al
lado de lo que don Miguel Torres llamada la Reserva, por todo ese lado —señala
hacia el oeste y suroeste— hasta llegar a lo que hoy es la colonia Los Ángeles,
fueron más de 20 parcelas de 50 hectáreas las que dejé encarriladas, responde luego
de preguntarle sobre las primeras cosas
que hizo al llegar y seguí preguntándole sobre el después.
Luego de cinco
meses de trabajo duro me regresé a buscar al resto de la familia. Vendí mis
bueyes y otras cositas que allá tenía pero no me quisieron acompañar, más bien me
pidieron reales prestados, unos ocho mil pesos de esos tiempos, para pagármelos
cuando se vinieran para acá. Yo andaba 70 pesos en el pantalón, se lo di a
lavar a mi hermana pero se le olvidó dármelos. Hice viaje de regreso y una
señora me pagó 7 pesos por un trabajo que le hice, con esos realitos me vine.
El IAN estaba dando parcelas para ese tiempo. Me dio una de 50 hectáreas al lado
de la Pedrera y, en la zona 3, me dieron un solar de una hectárea.
¿Qué hacía en la
parcela?
Lo que podía.
Sembraba maíz, frijoles, arroz, yuca y guineos. Con lo que vendía me compré una
bestia, guarde unos realitos y me fui a buscar a mi mujer. Ya estando conmigo
quedó embarazada y uno noche, acostados en la cama, le pasó por la barriga una
terciopelo de esas que ya no crecían. Al pasarle la cola por los dedos gritó:
¡la culebra!, y me suspendí para matarla. Poco a poco le fue entrando cabanga
por su mamá y eso, más el susto por la terciopelo, hicieron que se regresara.
Se quedó
solitario en la montaña, dije.
Por poco tiempo,
responde con una sonrisa en su rostro quemado por el sol. Dos veces la fui a
buscar, le rogué y le rogué. La segunda vez mi tío me dijo que otro hombre
andaba detrás de ella. En esa ocasión me lo dijo claro, no, no, ya no me voy
con vos. Qué iba a hacer, me vine y me junté con la Jacinta. Tuvimos 6 hijos, 2
se murieron y me quedaron 4.
Soy un hombre de
campo, desde chavalo trabajo con los bueyes, con ellos he sacado madera de la
montaña, he desatorado vacas de los charcos y de los suampos, he acarreado leña
y he arado los campos. Soy arador.
Cuando me di
cuenta llegue a tener 3 yuntas de bueyes. Para entonces araba hasta 100
manzanas en un año, todas las tierras de los alrededores de Nueva Guinea, en
San Juan, Jerusalén, El Silencio, la Guinea Vieja, Río Plata, El Verdun, Yolaina, Los Ángeles
y hasta en La Gallina. Mire cómo han cambiado las cosas de entonces para acá, este
año solamente he arado 8 manzanas porque solo quieren preparar las tierras con
tractor. Así es la situación aunque mi trabajo sea más barato. Por una manzana
para sembrar frijoles cobro 1200 córdobas, 600 para sembrar yuca y ahorita
vengo de rayar media manzana donde me gané 300.
Vivo con
la Francisca al lado del Estadio. Acarreo leña para la casa, ya no le vendo al
pueblo. El gato, un chavalo que es mi entenado, me ayuda con lo que necesito
para poder vivir porque mis hijos, los hijos que me tuvo la Jacinta, me
quitaron la parcela y no me dejan poner un pie en mis tierras.
¿Qué edad tiene
don Payín?
Voy a ajustar
los 85 años según la cédula de identidad, pero mi mamá dice que me asentaron
cuando tenía 7 años.
Se ve entero,
con mucha energía, le digo. Ya quisiera llegar a su edad, agrego y me observa con mucho cuidado.
Eso mismo me
dicen todos cuando preguntan por mi edad. Así como me ve me la juego siempre,
no dejo de trabajar con mis bueyes para tener frijolitos en la casa.
Nos despedimos,
tomó las varas, y se dirigió a los bueyes que seguían en la misma posición que
quedaron al lado del camino. Les dio instrucciones y comenzaron a moverse al
ritmo que él les indica. Allá va un
hombre octogenario, quemado por el sol en el campo que labra, un luchador de
toda la vida que resiente la modernización de las labores con maquinaria agrícola que usan en la preparación de las tierras en la próspera Nueva Guinea de estos tiempos y que sustituyen el oficio del
arador de la misma forma en que sus hijos lo han desplazado de su parcela, pensé al verlo alejarse con su yunta de bueyes.
15/02/18