domingo, 30 de diciembre de 2012

ASÍ SE VIAJA AQUÍ


Siempre trato de ser puntual; llegué a la estación de buses con tiempo suficiente para tomar un microbús —interlocal expreso, les llaman— desde Juigalpa hacia Managua. “No se preocupe, en un ratito sale el próximo, ya viene en camino”, dijo uno de los ayudantes y me acerqué al grupo de personas que lo esperaban bajo el ardiente sol mañanero de la ciudad de los caracolitos negros.

Acomodé la maleta con rodillos al lado de un murito y, con la mochila en el hombro, caminando sobre los adoquines cubiertos de flores amarillas, estaba pendiente de la llegada del microbús. Eran las ocho de la mañana. Los viajeros se notaban angustiados por la espera, entre ellos reconocí a “la China” con la que entablé conversación. Noté que nadie había comprado boleto, nadie hacía fila, todos estaban regados en los alrededores. De pronto, los ayudantes anunciaron la llegada del microbús.

Sin aún estacionarse definitivamente, al abrirse la puerta corrediza todos salieron corriendo como en una estampida de novillos, formando un molote frente a la puerta donde los empujones desesperados eran la garantía necesaria para conseguir un asiento. En menos de un minuto catorce pasajeros habían llenado el microbús y cuatro personas salían de su interior. “Esos desgraciados que salieron reciben pago por conseguir asiento”, dijo “la China” con tono descontento. “El otro no tarda”, dijo el conductor cuando salió rumbo a la capital.

“Managua, Managua, Managua”, gritaba otro ayudante desde la parada de buses. Anunciaba la salida del bus ruteado de las nueve de la mañana; sabedor de la angustia que pasábamos, nos toreaba con su propuesta. “Hay asiento, a las once y cuarenta estamos en Managua”, decía. “No se desespere, el otro no tarda”, me aconsejaba “la China”. Decidí no asumir el riesgo de quedarme con la maleta frente a la puerta del microbús, evitar otra estampida y el molote; luego de despedirme, abordé el bus ruteado con un asiento garantizado.

Dos días después, a la misma hora, enfrentaba igual situación en el mercado de Mayoreo. Desde que bajé del taxi pensé en el estorbo que me ocasionaba la maleta, en la gran cantidad de personas que viajan por las vacaciones y, al encontrarme con el grupo disperso que esperaba el microbús, lo afronté directamente. “¿Y por qué no hacemos fila?”, pregunté. Nadie respondió, todos me miraban como animal raro. “¿Vamos a hacer molote?”, pregunté nuevamente. “Así se viaja aquí”, respondió una mujer que cargaba en sus brazos a una niña. Repentinamente se estacionó el microbús, abrieron la puerta y me quedé esperando el paso de la estampida. “Señor, todavía hay asiento, páseme la maleta”, dijo el ayudante al verme frente a la puerta.

Viajar en transporte colectivo es divertido cuando tenés tiempo suficiente, sin prisa, sin urgencias. Pero viajar entre molotes es repugnante. Los dueños de los microbuses y buses se hacen de la vista gorda, al igual que las autoridades que los regulan. El orden y el buen trato con los viajeros no les interesan, pero los transportistas son exigentes cuando de su bolsa se trata. Son los primeros en llorarle al gobierno por el alza del combustible, el costo de las llantas y son capaces de cualquier cosa por que les mantengan el subsidio que reciben. ¿Y los pasajeros? Bien, gracias.


Ronald Hill A.
23 de Diciembre de 2012.

jueves, 27 de diciembre de 2012

SOMOS INOCENTES


De una u otra forma todos somos inocentes. La inocencia, término que hace referencia a la carencia de culpabilidad del individuo ante un crimen, pecado o travesura, nos acompaña de por vida.

En contraste con la ignorancia, la inocencia se considera positiva, denotando una visión positiva del mundo debido a que la falta de conocimiento de las cosas proviene de carencia de maldad. La gente que carece de capacidad mental de entender la naturaleza de sus actos puede ser considerado inocente sin importar su comportamiento. De este significado viene el término inocente para referirse a un niño de corta edad carente de razón o una persona de cualquier edad, que esté seriamente discapacitada mentalmente. Se considera inocente al que no sabe y, como no lo sabemos todo, resultamos siendo inocentes.

Pero en el estado actual de la realidad, del avance tecnológico, del flujo constante de información, de los atropellos a que somos sometidos por los poderosos, la inocencia va desapareciendo. Claro está que aquellos que se llaman Inocente o Inocencia nunca desaparecerán.  Tengo varios amigos y amigas que por el nombre son inocentes: “los Chentes y las Chentas”, pero en la realidad son bandidos, traviesos, no les queda el nombre como anillo de matrimonio al dedo.

Los inocentes tienen su día. Para la iglesia católica es el 28 de diciembre y se conmemora la matanza de todos los niños menores de dos años en Belén, ordenada por Herodes con el fin de deshacerse del recién nacido Jesús de Nazaret, el niño Dios, pues.

En esa fecha debemos estar alerta porque se realizan bromas de toda índole. Los medios de comunicación tergiversan las noticias dando rienda suelta a su sentido del humor. No te asustes ni te alegres si sale en primera plana “Se murió Chávez”, “Regresan alcaldía a liberales en Nueva Guinea y reparten tierras de alegría”, etcétera, etcétera. Otros, muchos que están pendientes de ese día, no prestan ningún bien, sean objeto o dinero, debido a que el prestatario es libre de apropiarse de los bienes. Estate alerta, no vayas a caer como inocente palomita.

¡Feliz día de los Santos Inocentes!

miércoles, 26 de diciembre de 2012

MALABARES DE OBEAH


Sus vidas transcurrían alejadas
como en sueños opuestos.

Ella blanca como luna.
Cristiana, solidaria y socialista.
El quemado por sol marino.
Soplaba cuajadas y no bebía leche.
Obeah se interpuso en su camino,
los sentó en una mesa a hacer una lista.

Mis hijos, los pobres y luego yo, anotó ella.
El pan nuestro de cada día, agregó él.
Levantaron la mirada por las risas,
el cielo brilló con una sola estrella.

Rondón y Johnny cake, dijo ella.
Nacatamal y chicha, pidió el.
Sus pies acariciándose con disimulo,
¡Obeah poderoso!, interfiriendo el futuro.

Manos suaves, dibujó ella.
Labios finos, ojos de ocelote, para él.
Miradas acentuadas,
explorando mundos diferentes.

Un beso, una caricia, solicitó él.
Un respiro, una cama para ella.
La luz del día los despertó
alumbrando un mismo cuerpo.
¡Obeah milagroso!, creando malabares con las vidas.


Managua, 21 de diciembre de 2012
Foto: Sergio Orozco.

lunes, 24 de diciembre de 2012

LA FIESTA DE NAVIDAD DESEADA


Les deseo una feliz navidad. Sé que ese sentimiento todos lo tenemos pero lo deseo de corazón. Esperare al Niño Dios en mi casa, con mi mujer y haremos una cena para compartir con mis hijos, nueras, yerno y nietos.

Si fuera posible, si ustedes pudieran acompañarme, serían mis invitados pero la distancia nos separa al igual que los planes individuales. Sería una gran fiesta, una fiesta ampliada como la que realizan aquellos que tienen la dicha de reunirse con sus abuelos, sus padres, sus tíos, sus primos, sus cuñados, cuñadas, sobrinos e hijos. Esa es la fiesta de navidad deseada y por ello se lo comunicó a través  este medio.

Se imaginan esa fiesta, espero que sí, porque cuando esté celebrando ustedes estarán a mi lado sin importar donde se encuentren, ya sea en los Estados Unidos, Nicaragua, México, Colombia, España, Argentina, Costa Rica, Venezuela, Perú, Chile, Francia, Bélgica, Honduras, Belice, Holanda  y Guatemala. Ustedes son casi 230,000 personas, son los que a lo largo de estos años (2010 – 2015) me han acompañado leyendo y visitando los Sueños del Caribe. Son los que me animan a seguir escribiendo, contándoles, animándolos, compartiendo mis momentos de alegría y mis penas.

Les deseo lo mejor. Un abrazo, un brindis, les regalo una sonrisa llena de buenos deseos y esperanzas.

¡Feliz Navidad!, ¡Salud!

sábado, 22 de diciembre de 2012

I WANT CEFERINA WOODY, A LA QUE LE DECIAN “LA CUMBIA”.


Muñeca de piel permeable,
fue a Corinto buscando bien por mal.
En todo malecón con envidiable
cinturazo, pero regresó al baile universal
con el leña y beicon de su natural.

Un gachumbo abajito de la lipa;
por detrás dos estopas primorosas,
eléctricas y cadenciosas
una pinta de azul el almidón para ropa,
otra suspira ilang ilang con viento en popa.

Y aunque Mayo chinguincito se obnubile
y lo manosee la tormenta,
los gnomos irredentos de su axila
y los chúcaros canechos de su vientre
bailan acompasada, pero furiosamente.

Le danza al verano de patí;
su petit mort arrincona al mandé;
su conga ataruga un yaniquec
mientras que la lluvia le pide: ¡volvé!
porque “solo quiero tu cocoquiec”.

Pedro J. Tablada
Poeta Blufileño (1948) que radica en Ocotal.

Juigalpa, Chontales

lunes, 17 de diciembre de 2012

JACARANDA: TRAVESÍA DE SUEÑOS


José Sanles Sampedro hizo varios viajes por el mar Caribe, pero el último no logró completarlo. Nació el 8 de Abril de 1924 en Galicia, España, y en plena juventud se embarcó en La Coruña hacia Rotterdam como marino mercante. Desde allí cruzó el Atlántico hasta Nueva Orleans huyendo de las secuelas ocasionadas por la guerra civil española. Visitó el puerto de El Bluff en varias ocasiones, disfrutó atardeceres en la playa del Tortuguero, noches bohemias en las cantinas, hizo amistades con los lugareños y estibadores, pero sus ojos se iluminaron cuando vio caminar por primera vez a Elena en el estrecho andén. “Hola, guapa”, le dijo al pasar a su lado y, sin palabras, ella lo cautivó con la inocencia de sus ojos negros. A partir de ese instante la travesía entre el puerto y Nueva Orleans a bordo del navío “Jacaranda” se tornaron en tormentos de marinos solitarios que buscan calmar su alma errante como barcos a la deriva, intentando afianzar el ancla en aguas seguras.

Indeciso recorría el puerto; en sus andares conoció al vasco Luis Uzcudun que trabajaba en la recién formada empresa Casa Cruz junto a San Jorge, otro vasco, que fungía como jefe de la flota pesquera. Iniciaban la construcción del edificio de la empresa pero procesaban los mariscos en una de las bodegas de la aduana. El barco “Mary Nicole” atracaba con sus bodegas llenas de hielo y zarpaba hacia Panamá cargado de riqueza marina. En ese ambiente de prosperidad para los hombres de mar, una tarde de verano del año 1961, José Sanles Sampedro desembarcó del “Jacaranda” en el muelle con la maleta de cuero, el pasaporte español y la licencia de marino vencida para quedarse de por vida.

    Era experto en hacer redes —dijo Silvio Lacayo en el corredor de su casa.

La solidaridad de sus compatriotas, Uzcudun y San Jorge, no se hizo esperar. Gracias a su arte en el manejo de la aguja y los hilos lo recomendaron en la empresa y comenzó a laborar tejiendo redes. La fortuna estaba de su lado. Luis Uscudun había contraído matrimonio con Ana Rosa, prima de Elena, la joven de ojos negros que lo cautivó. La madre de Elena, Herminia Granizo, conocida como “La Machú”, era propietaria de “La Pachanga”, una de las primeras cantinas del puerto. La familia Granizo lo acogió con la ayuda del vasco que lo invitaba a su casa y, con su acento al hablar, fue tejiendo la amistad con Leónidas, Enriqueta y Eufemia, hermanos de “La Machú”, lo que le permitía cortejar a Elena.

    En esos años prosperaba el que se lo proponía —aclaró doña Juana Angulo al mecerse en la mecedora de madera que tiene más de cincuenta años.

El auge de la pesca industrial comenzaba en el puerto con la construcción de la planta procesadora y la introducción de los primeros barcos pesqueros de madera desde Panamá, junto al trencito de la alegría. Un aspecto particular de esos barcos es que todos se llamaban Mary, entre ellos el “Mary Ana”, Mary Elena”, “Mary Gloria”. “Eso sí, ninguno Mary Juana”, agregó doña Juana Angulo carcajeándose. José Sanles Sampedro no tardó mucho tiempo en recibir su oportunidad y se hizo capitán de barco en el camaronero llamado “Lolita Rupell”; sus deseos eran capitanear al “Mary Elena”, pero lo logró hasta que cruzó el umbral de la capilla del puerto y contrajo matrimonio con Elena.

Construyó una casa de dos pisos frente a la casa de Luis Uzcudun, separados por el andén que recorre el puerto. Ese sector del puerto, la parte central, era uno de los más atractivos y alegres. La cantina de Miss Lilian en la esquina, el cine hogareño de don Alberto Gómez, la casa tienda de Toño Real y doña Estercita, y la cantina de Miss Pet, eran frecuentados por todos los lugareños y extranjeros. Junto a mi padre, amigo de los dos españoles, y mi madre, amiga de siempre de Elena porque cumplían años el mismo día, acudía por las noches a la casa de don José Sanles.

Era una casa inmensa con una pequeña ventecita al lado derecho de la puerta principal en la que se entretenía “La Machú” atendiendo a sus clientes y halándole la rienda a Leónidas, el papá de los “Pica Pollo”, por sus excesos etílicos. En esas visitas se pasaban la noche jugando naipes. José era corpulento, de baja estatura y de buen humor, mientras que Luis era delgado, medio cascarrabias y cojeaba al caminar, por eso los lugareños le decían “el renco Uzcudun”. Eran aficionados a jugar “Pedro” y “desmoche” con apuestas y hacían competencias entre ellos por escuchar quién se tiraba el pedo más fuerte en el salón de la casa. En una ocasión, don José Sanles nos sorprendió porque no jugó naipes; se esmeraba en la cocina preparando la cena en un perol que inundaba la casa con su aroma. Salió a sala con varios platos servidos de pescado con papas en trozos y un caldo oloroso que al degustarlo hizo chuparme los dedos.

    Todos hicieron fortuna con la pesca, en esos tiempos no había nada de droga — explicó Silvio.

Con dedicación al trabajo en la faena de pesca, sin despilfarros, con ahorros y su obstinación característica, logró adquirir tres barcos: el “Lolita Rupell”, “Coral Reef” y “Camarón 570”. Con su morena de ojos negros floreció la familia Sanles Wilson al procrear cinco hijos: cuatro mujeres y un varón. Corría la década de los años 1970 y se dio el esplendor del puerto con las exportaciones de mariscos, la generación de empleo que creaba la empresa Booth de Nicaragua a cargo de Roberto Bartlett, llamado “el diablo”, y las importaciones de diversos productos que abastecían el pujante comercio de la ciudad de Bluefields. Sus hijos, igual que todos los jóvenes del puerto, cruzaban la bahía todos los días para acudir al colegio en la ciudad de Bluefields, en una verdadera travesía de sueños. Para brindarles seguridad, en el año 1976, compró una vivienda en la ciudad de Bluefields y se trasladó a vivir con la familia a la ciudad de los campos azules mientras alquilaba la casa del puerto.

Dos años después, en el mes de Mayo de 1978, la tragedia ahogó el corazón del marino que desembarcó del “Jacaranda” buscando como establecerse al perder a su morena de ojos negros. Quedó viudo y sus hijos al cuido de “La Machú”, convirtiéndose en el pilar de la familia. Con el triunfo de la revolución sandinista se inició una progresiva debacle en la actividad pesquera por el bloqueo económico, pero José Sanles trató de sortear la adversidad convirtiendo el pesquero “Camarón 570” en un barco de cabotaje para prestar servicio de traslado de carga entre el puerto y Corn Island. La guerra contrarrevolucionaria también se daba en los mares y el puerto del Bluff era acosado por naves rápidas, conocidas como “pirañas”, que perpetraban sabotaje contra la actividad portuaria.

José, igual que muchos otros extranjeros que se asentaron en el puerto de El Bluff, fue objeto de persecución y hostigamiento por parte de las autoridades sandinistas, muchos de ellos provenientes del Pacífico de Nicaragua y desconocedores de la historia y realidad de Bluefields y el puerto. “Catearon la casa, descubrieron una radio de comunicación que iba a instalar en el Camarón 570, se la confiscaron y lo acusaron de contrarrevolucionario sin poder demostrarlo, hasta el vehículo Mercedes Benz se lo querían confiscar”, cuenta Silvio Lacayo. Ninguna de estas acciones en su contra pudo frenar su espíritu emprendedor y continuó prestando el servicio de cabotaje.

En ese ambiente difícil, las autoridades no permitían que entraran ni salieran barcos al puerto después de las cinco de la tarde. Una tarde, a finales del mes de diciembre de 1983, José Sanles, con el barco cargado hizo dos intentos de salir hacia la isla de Corn Island, pero los fuertes vientos y la marejada se lo impedían. Las autoridades le habían otorgado el zarpe pero regresó al muelle en dos ocasiones por el fuerte oleaje. El barco iba repleto de cervezas, cemento, víveres, gaseosas, varios pasajeros y la tripulación. “Un cuarto del barco iba fuera del agua”, expresó doña Juana Angulo. Antes de caer la tarde, el marino del “Jacaranda” convertido en Blofeño de corazón, hizo el último intento, zarpó decidido y nunca más regresó a su hogar.

En los primeros días del mes de Enero de 1984, a dos horas en dirección hacia la isla de Corn Island, Ubense García, capitán de barco pesquero, hizo arrastre en las aguas y al elevar redes encontró el ancla y la brújula del “Camarón 570”, junto con cajillas de cervezas. Muchas conjeturas corrieron en torno al hundimiento del barco. Para algunos habitantes del puerto, se hundió por el fuerte oleaje y la sobre carga; para la mayoría, José Sanles Sampedro, experto marino, hizo el intento de regresar al puerto al caer la noche y, desde la loma del faro, se escuchó el estruendo de un cañonazo que desbarató en mil pedazos los sueños del marino español junto a los pasajeros y sus tripulantes.

Ronald Hill A.
Jueves, 13 de diciembre de 2012

viernes, 14 de diciembre de 2012

LOS DESEOS NAVIDEÑOS


Así es, todos deseamos algo para navidad. En la medida que transcurre el tiempo nuestros anhelos se tornan complejos como la propia vida. Atrás van quedando las cartas al Niño Dios en la que pedimos nuestros juguetes preferidos, ya no son carritos, metralletas, muñecas Barbie, ni pelotas de futbol. No. Ahora es el PlayStation y una buena dosis de juegos, una serie de maravillas tecnológicas que entretienen a los chavalos sin que logren derramar una sola gota de sudor en la comodidad del sofá de la sala o en la cama de la habitación.

Los mayorcitos ya no piden la bicicleta último modelo, la pelota FIFA, el bate, la pelota y el guante de beisbol mucho menos los guantes de boxeo. Quieren el IPhone, una mini laptop, acceso a internet 24 hours at day para pasársela “conectado” con sus amigos. La ilusión del viaje a Disney World se les olvidó porque a diario lo viven.

A los dieciocho años quieren una motocicleta, aunque sea una Yailing, argumentando que así son más puntuales en el colegio pero en realidad la necesitan para pasear a la jaña y escurrirse en cómodos lugares lejos de la vista de sus padres. Y así, velozmente y sin precauciones, nos hacen abuelos a edad temprana si es que sus restos no quedaron esparcidos por el asfalto.

Si superaron esa etapa, si siguen vivos, quieren sacarse la lotería para pagar las deudas que han contraído porque, al estar acostumbrados a la vida fácil y los salarios hambrientos que reciben, si es que él y ella tienen empleo, se encuentran hasta el cuello de jaranas. El aguinaldo, el de verdad, no el Toledo, ni dos días les aguanta.

Y en ese estado, con sutileza recurren a nosotros. “Que le vas a regalar a los nietos”, dice ella. ¿Cómo? ¿Y a mí quién me va a regalar algo? “Hace tu cartita al Niño Dios, tal vez te perdona todos tus pecados”, responde al dar la vuelta y alejarse. Y me deja pensando en los deseos en esta etapa de mi vida. Honestamente lo que deseo es inalcanzable, un overhall es demasiado caro.

martes, 11 de diciembre de 2012

MANIFIESTO DEL TIGRE DE PUNTA GORDA


Los resultados de cultivar
los conocimientos humanos.
Un campesino sin tierra
no puede sacar utilidad de una ciudad
De igual forma, una ciudad sin profesión
no puede sacarle valores al campo
porque ambos se pueden amar
pero no arrebatarse lo de cada quien.

Alfonso Núñez. Alias "El Tigre".
El dinero hace la paz
con la palabra dame y yo te doy.
Ahora ofrecen productos contaminados
por uso de químicos.
Es trágico para la vida de quien sea.
Por eso el orgullo del campesino
debe ser ofrecer buena cosa
y el del ciudadano deberá ser
pagar bien por lo que consuma.


El santuario del Tigre.






Alfonso Núñez
Alias “El Tigre”
Comunidad Polo de Desarrollo
Punta Gorda, Bluefields.
Fotos: Jörg Mauelshagen.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

THERE’S NO TORTILLAS


Jörg,  un amigo alemán que vivió muchos años en Honduras —aún no pierde el acento, ese “Vos” fuerte al hablar— y radicado en Tucson, Arizona, salió hacia la montaña del sureste de Nueva Guinea con el fin de visitar a varios productores que están entusiasmados con la producción orgánica y evaluar el estado de los cultivos.

Partió en un taxi a las tres de la mañana hacia la parada del mercado municipal y viajó hasta la última colonia en un IFA. De allí agarró “la lechera” y se bajó en un río donde lo esperaban con bestias.  Hizo el viaje en cuatro días, uno de ida y otro de retorno. “También caminé en el lodazal, subiendo y bajando cerros”, dijo al regresar. De inmediato, por experiencia propia, comprendí que no aguantó el roce constante de la albarda en sus nalgas y por eso decidió hundirse con sus botas de hule nuevecitas en los hoyos del camino batido por las patas de las bestias.

Mostró fotos de la travesía, los cultivos visitados, los campesinos y sus casas. “Ve vos, hay un montón de monos Congos”, dijo. “Todo el día pasan aullando en las ramas de los grandes árboles”. “Mirá vos, que linda casa, de puro coyote”, dijo al mostrarme la foto de la vivienda de uno de los campesinos que visitó. “¿Y la gente?, es tranquila, ¿verdad?”, dije. “Sí, pero al inicio tímida”, respondió y me mostró la cantimplora donde guarda una pachita de aluminio. “Luego de unos traguitos de ron, entramos en confianza”, agregó carcajeándose. En varias fotos apareció un gallo grande y rojo. “Ese gallo me despertaba tempranito todas las mañanas” dijo.

En esa plática estábamos mientras el revisaba sus correos en la laptop.  ¿Y la comida?, pregunté. “Buena vos, comida campesina, pero bien”. Luego de un rato agregó: “Ve vos, esa gente no come tortillas, sólo yuca y guineo”. “Es la época, apenas comienzan a sembrarlo”, respondí y recordó sus tiempos en Tucson como animador de un show radial en una radio comunitaria. Seleccionó unas 600 canciones y me las obsequió. “There´s no tortillas”, dijo y le dio play a la canción de Lalo Guerrero, un chicano de Tucson. Al día siguiente, a la hora del desayuno, pidió tortillas. “There´s no tortillas. Se acabaron anoche”, respondí y le puse la canción que las añora.

Aquí les dejo este vídeo de añoranza por las tortillas.




lunes, 3 de diciembre de 2012

LA DESNUTRICIÓN INFANTIL EN BLUEFIELDS


Con el objetivo de conocer el estado nutricional de niños y niñas menores de 12 años en la ciudad de Bluefields y las comunidades Kukra River, Punta Gorda y Rama Cay, la ONG española IGNELIA en coordinación con el Ministerio de Salud realizó en el año 2010 un estudio descriptivo en 3,187 niños equivalentes al 20% del universo (15,760) según el Censo Nacional del año 2005.

La información de la población infantil de Bluefields y las comunidades se obtuvo del Programa de Inmunizaciones en las Unidades de Salud a donde acuden los niños con sus madres. En las comunidades se visitó a los hogares y escuelas. Se formaron grupos focales con un mínimo de diez madres de niños en edades sujetas de estudio. Para tomar el peso de los niños menores de 2 años se utilizó una balanza de lactante previamente calibrada, y en los niños mayores se utilizó balanza de pie, ambas graduadas en kilogramos. Una vez recolectados los datos, se realizó la valoración nutricional de cada niño, calculada a través de la relación entre peso, edad y sexo.

El estudio revela que el 20.23% de los niños y niñas menores de 12 años de la ciudad de Bluefields y sus comunidades presentan algún grado de déficit nutricional, lo cual es el doble de lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) encontró en el año 2005 en el territorio nacional en los menores de 5 años. En relación a resultados obtenidos por el Programa Mundial de Alimentos en la Región Autónoma del Atlántico Sur en el 2005 (7.2%), se observa un incremento del  13.03% en el nivel de desnutrición infantil.

De la muestra total, el 48.66% fueron niñas (1,551) y el 51.33% niños (1,636). Según grupos etarios, los más afectados son los mayores de 5 años con 36.5% de peso inferior al normal. Según sexo, las niñas son las más afectadas con el 22.24% mientras que los niños presentaron el 18.33%.

Se estudió un total de 1.756 niños y niñas en las comunidades de Bluefields (55%) y 1.431 en la ciudad (45%), resultando más afectados los niños en las comunidades porque las condiciones higiénicas, de alimentación, acceso a la educación y a las unidades de salud son mucho más difíciles en el campo.

Los datos obtenidos con los grupos focales en la ciudad de Bluefields revelan que todos los días consumen arroz, frijoles, pan y plátano; 2 a 3 veces por semana carne o pollo, frutas muy poco y vegetales con poca frecuencia; el pescado 2 a 3 veces al mes. En las comunidades consumen arroz, maíz y frijoles diario; esporádicamente huevos y derivados de la leche; dos a tres veces al mes algún tipo de carne y aproximadamente dos veces a la semana pescado (en las comunidades que quedan a la orilla del mar). La duración de la lactancia materna en las comunidades dura cuatro meses en promedio mientras que en la ciudad entre dos y tres meses.

El bajo nivel de ingreso, el alto costo de los alimentos por el factor transporte y el escaso consumo de frutas, verduras, hortalizas y productos lácteos son factores que inciden en el estado nutricional de los niños y niñas de Bluefields y sus comunidades.

El Sistema de Salud en la RAAS tiene grandes retos para frenar y reducir los niveles de desnutrición infantil, entre otros: impulsar un programa de seguimiento a los niños desnutridos, mejorar la toma de medidas antropométricas en las diferentes Unidades de Salud, impartir charlas educativas acerca de lactancia materna y sobre el uso adecuado de los grupos de alimentos que existen en la zona.

Las autoridades Regionales deben agilizar el avance en la construcción de la carretera entre Nueva Guinea y Bluefields con el fin de abaratar el costo de los alimentos y fomentar la economía de patio al igual que granjas avícolas y porcinas.


Ronald Hill A.
Viernes, 30 de noviembre de 2012

miércoles, 28 de noviembre de 2012

LA CANTINA DE MISS LILIAN


Mister Herrera limpiaba el viejo mostrador de la cantina de Miss Lilian con un trapo, girándolo en círculos procuraba sacarle brillo a los tablones de caoba. Escuchó el tambaleo del puente de madera que unía la casa esquinera con el andén, se asomó desde el fondo y vio a dos hombres aproximarse. Encendió la bujía del centro del salón cuando las botas brillantes pisaron el corredor, provocando que las paredes de madera pintadas de amarillo amplificaran el espacio al mezclarse con los rayos del sol que entraban por la puerta. Ingresaron sin saludar, apartaron sillas de la mesa para tres situada frente a la ventana y se sentaron. La noche caía en el puerto, a través de la ventana observaban las luces de los guardacostas atracados en el muelle sobre el oleaje de la bahía y la esquina.

    ¿Desean algo? —preguntó Herrera al acercarse.
    ¿Algo cómo qué? —contestó el hombre que daba la espalda.
     Cerveza, ron o comida —ofreció Herrera.
    ¿Qué prefieres, Lorenzo?  —preguntó el hombre que estaba sentado junto a la ventana.
    Una botella de whisky —respondió Lorenzo.
    No tengo whisky, sólo ron.
    Tropical, tráenos una botella con ginger ale —solicitó el hombre que miraba hacia el andén.

De una repisa ajustada a la pared del fondo tomó dos vasos de vidrio, dos copas, la botella de ron y los colocó en una bandeja. Se agachó para levantar la botella de ginger ale que guardaba en una cajilla debajo del mostrador y, al hacer el intento de inclinarse, los músculos de su vieja espalda lo traicionaron. “¡Shirley!, ¡Shirley!”, gritó desesperado en dirección a la habitación frontal al salón. Miss Lilian, su mujer, salió de la cocina cuando escuchó los gritos y los hombres se levantaron inquietos, volviendo la mirada. En ese instante, Shirley abrió la puerta y con rápidos pasos señoriales caminó hacia el mostrador. Los hombres clavaron la mirada en Shirley mientras Miss Lilian ayudaba a Herrera; lo tomó de los hombros, lo hizo girar encorvado y lo encaminó hacia la habitación. “¡No haces caso, deja que Shirley atienda a los clientes!”, le dijo al entrar a la habitación contigua a cocina. “¡Atiéndelos!”, dijo en inglés, dirigiéndose a Shirley cuando cerró la puerta.
           
Lorenzo cambió de silla, se sentó frente al otro hombre y miraba hacia el mostrador. Shirley levantó la tapa de un cajón de madera cubierto en su interior por láminas de zinc y con una pana de aluminio sacó hielo triturado. Caminó hacia los hombres con la bandeja en su mano derecha y la pana de hielo en la izquierda.

    ¡Isidro, mira qué belleza! —expresó Lorenzo al ver los movimientos sensuales de Shirley acercándose. Se quedaron callados, observándola cuando acomodó en la mesa los vasos, las copas, las botellas y el hielo.
    ¿Desean algo más? —preguntó Shirley.
    ¿De dónde eres? —respondió Isidro. Vestía pantalón caqui, camiseta blanca y llevaba puesta una gorra. Sus botas negras militares brillaban.
    De Corn Island, soy sobrina de Miss Lilian.
    Me encantan tus ojos verdes.
    El viejo está jodido —interrumpió Lorenzo mientras llenaba las copas con ron.
    No hace caso, por eso estoy aquí, para atender a los clientes —explicó Shirley sosteniendo su cintura con la mano derecha.
    Desde hoy seremos tus fieles clientes —dijo Isidro y se tomó un trago —. Eres preciosa —agregó luego de empinarse el vaso con ginger ale y recorrer su figura esbelta con la mirada, desde los pies hasta la cabeza.

En sus carnosos labios floreció una sonrisa ingenua, su rostro brilló tras el parpadeo de sus finas pestañas dejando al descubierto el color marino de las aguas que disfrutaba en sus primeros años de adolescencia en la isla y se encaminó hacia la habitación de Miss Lilian. Al abrir la puerta vio a Herrera tendido boca abajo en la cama, disfrutando el masaje exótico que Miss Lilian, montada sobre su cadera, le brindaba sosteniendo con firmeza sus desvanecidos y enormes pechos. Sorprendida, cerró la puerta y regresó al mostrador. Escuchó el crujir de la cama y a Miss Lilian decirle a Mister Herrera: “Suck it, suck it”. De la gaveta tomó una moneda de veinticinco centavos y se dirigió a la roconola ubicada en la esquina del mostrador y el salón. Isidro la miraba con ojos encantados. Se levantó de la silla y caminó hacia ella admirándola en la posición encorvada que asumía sobre la roconola, sus gruesas pantorrillas y nalgas caribeñas lo atraían. Lorenzo seguía observando hacia el andén a través de la ventana. La noche se asentaba en el puerto.

    Qué canción buscas —preguntó Isidro.
  Ninguna en especial —respondió Shirley inclinada sobre la roconola.
   Escoge una que alegre el ambiente.
    ¿Quieres bailar? —preguntó Shirley.
    No soy bailarín pero con vos lo intentaría.

Shirley escogió la pieza luego de introducir la moneda y el plato circular de discos giró dando vueltas en el interior de la roconola. Al son de trompetas y maracas Shirley se movió al centro del salón halando de la mano a Isidro. Lorenzo miraba sorprendido a Isidro, nunca antes lo había visto bailar, mientras Shirley movía sus hombros y caderas al ritmo del merengue “el sombrero de Gaspar”. Al finalizar la pieza Isidro sudaba y, al quitarse la gorra, mostró su cabeza calva que brillaba mientras Lorenzo reía a carcajadas. Dos semanas después Mister Herrera había sanado de sus dolores de espalda y adquirió el compromiso con Miss Lilian de no seguir atendiendo a los clientes, aseguró que dejaría hacerlo a Shirley.
           
Bajó las gradas empinadas de la cocina lentamente, asegurando ambos pies en cada peldaño con tres sacos en el sobaco, levantó la mirada hacia la playa del Tortuguero, vio el horizonte azul con nubes blancas, la brisa golpeó su rostro y escuchó el retumbo de las olas reventando en la arena. Al pisar tierra roja levantó sus brazos estirando el cuerpo, buscó el canalete y la vela debajo del tambo de la casa evitando pisar el colchón de conchas de coco. Los deslizó suavemente en el bote, acomodó los sacos, subió el pie izquierdo provocando un movimiento inestable, se aferró de los bordes mientras empujaba con el pie derecho dentro del agua y, de un salto tembloroso se sentó en la tabla. Comenzó a remar sin prisa, deslizándose en las aguas hasta ver el muelle de los pescadores a su izquierda. Estiró sus piernas y crujieron, respiró profundamente y tosió, gargajeó y, luego de escupir su brazo, maniobró con el canalete en dirección al del muelle de los guardacostas.
           
¡Adiós Herrera!, gritó uno de los pescadores y él respondió levantado el canalete, moviéndolo sin volver la mirada. Cuando pasó por el muelle de los guardacostas los soldados estaban en formación y arrodillado izó la vela que se infló en un papaloteo por el viento del noreste; navegó velozmente a favor de la corriente y, como en regata, atravesó los barcos fondeados en la bahía, las pangas y pos pos lo esquivaban reduciendo la velocidad mientras los pasajeros le decían adiós con ademanes de manos. Pasó cerca del muelle de la Texaco y repentinamente giró hacia el sureste en dirección a la isla de Miss Lilian, su mujer, hasta desaparecer en la costa oculta frente a la isla del Venado.
           
En la esquina, Shirley se convirtió en la atracción de los guardias y marinos mercantes que atracaban en el puerto, seduciéndolos al bailar “el sombrero de Gaspar” e incrementando la clientela en la cantina de Miss Lilian por muchos años.

Ronald Hill A.
26 de Noviembre de 2012.

lunes, 26 de noviembre de 2012

YO CAMPESINO



Con el espeque en la mano
fui hollando los campos
para así asegurarme el pan
del cual ahora
solo de él puede sobrevivir el hombre;
mas en mi trayecto
solo encontré cadáveres:
clandestinos, amontonados, desconocidos.

No puedo cultivar en esos campos,
no puedo sobrevivir con ese pan
que ha sido fertilizado
con la sangre de mis propios hermanos.



Víctor Obando Sancho
Bluefields, 1976.


lunes, 19 de noviembre de 2012

LOS CABALLOS EN BLUEFIELDS


A muchos bluefileños no les gustan los caballos, pero los equinos circulan por las calles de la ciudad; algunos son vagabundos, andan libremente en grupos de dos o tres, y otros halan carretones de “chamberos” que se ganan la vida honestamente. Unos los desprecian porque se cagan en las calles, otros porque estropean la grama y sus jardines, muchos los asocian con los mestizos y los campesinos que viven al oeste de la ciudad, practicando en mero siglo XXI un racismo solapado que nadie se atreve a cuestionar. 

Ese racismo está a la vista, en el ambiente y en los espacios de poder. Para muchos, con la autonomía se ha tratado de borrar la contribución económica, social y cultural que los mestizos han dado al desarrollo de Bluefields. “Hay un acuerdo solapado de hegemonía racial, de los black creole sobre los mestizos hasta en las universidades”, dijo una amiga periodista. “No somos ninguna etnia, no venimos de otro lado, no nos arrojó el mar a las costas”, agregó enfurecida cuando mostré la foto de la manta que los mestizos desplegaron en el acto del XXV aniversario de la autonomía reclamando sus derechos. Pero los caballos no tienen la culpa; la ignorancia es la culpable y, como casi todos los males, tiene cura.

Hace muchos, muchos años, los caballos eran apreciados en Bluefields. “Las carreras de caballos constituían un evento grandioso, especial y popular. Además de las carreras con caballos locales había, a veces,  competencias entre caballos de Corn Island, San Andrés y Bluefields. Los dueños de caballos de carrera eran deportistas bien conocidos, tales como los señores Jack Hawkins, Nicholas Bent, Gussie Wilson, Tim Coe y Jim Bush. Algunos de los caballos más famosos fueron: Top Callon, Lady Alice, Crackerjack, Marcus Garvey, nombrado así en honor del gran caudillo negro” (Oral History of Bluefields. Hugo Sujo Wilson, 1998: 89).

En Bluefields actualmente se practica la equinoterapia que utiliza al caballo como un instrumento natural para la rehabilitación física, psíquica y social a través de la interrelación entre el caballo, el alumno y el terapeuta, teniendo como resultado mejoría, disfrute y aprendizaje. Esto se logra porque el caballo transmite ciertas características a través del lomo y sus movimientos: calor corporal (38°), impulso rítmico (90 a 110 por minuto) que se transmite al cinturón pélvico del paciente y pasa por la columna vertebral hasta la cabeza. Existen dos tipos de equinoterapia: la hipoterapia que se utiliza para personas con disfunciones neuromotoras y sensomotoras, y la monta terapéutica que se aplica a personas con disfunciones sensomotoras, psicomotoras y sociomotoras.

Con mucho esfuerzo, dedicación y entusiasmo, la ONG Entre Aguas colabora con la escuela de educación especial y Los Pipitos de Bluefields en un proyecto que ha iniciado a desarrollar la equinoterapia. Han recibido la donación de dos caballos con sus albardas; uno se llama “Tic tac” y el otro “Rocío”, y son cuidados en el predio del hospital. Ahora esta práctica lleva muchos beneficios a niños y niñas con capacidades diferentes. Así, los caballos son de mucha utilidad y diversión.

En Bluefields las personas deberían de visitar ese proyecto y apoyarlo: vale la pena ver el rostro de los niños y las niñas después de cabalgar. Hay otros, como funcionarios, políticos y racistas, que deberían lazar y montarse en los caballos cholencos que circulan libremente por las calles y dar una paseadita terapéutica por los cinturones de pobreza que acorralan a la ciudad, tal vez así se curan de las disfunciones sociales que padecen por el bien de la ciudad y sus pobladores.

Ronald Hill A.
Domingo, 18 de noviembre de 2012

jueves, 15 de noviembre de 2012

¡DISPAREN!, ¡MÁTENME SI TIENEN HUEVOS!


Llegaron en una camioneta como a las dos de la tarde, una hora antes de la marcha del domingo. Eran tres policías, una mujer de unos veinte años de edad y dos varones, uno de ellos con uniforme tradicional y el otro vestido de negro. Desde las doce se escuchaban los morterazos, uno detrás del otro, los gritos y alaridos de los manifestantes, y el sonido de la música proveniente del parque central. Se bajaron frente al portón con dos conos rojos que colocaron en el centro de la carretera de todo tiempo, uno en dirección a Nueva Guinea y el otro hacia los Ángeles. Después la camioneta dio la vuelta y regresó a la ciudad.

Las piedras trituradas ardían por el solazo y uno de ellos, el varón con uniforme tradicional, entró por el portón. “Quiero tres gaseosas”, dijo. “Por favor, cuando vengan  para acá, no los detenga, no me los ahuyente”, solicité cuando mi hijo le entregó las gaseosas. “No se preocupe, a los que vienen de los Ángeles es a los que vamos a requisar”, contestó al marcharse en dirección al reten improvisado.

Repentinamente comenzó a lloviznar, entraron al salón corriendo con las botellas vacías; se reclinaron en el bordillo de ladrillos, con la mirada hacia afuera, atentos a los movimientos en la carretera. Observé que los clientes que atendía se mostraron inquietos, todos se volvían a mirarme. Unos minutos después salieron corriendo hacia el reten porque una motocicleta se acercaba proveniente de los Ángeles.

Seguí en mis tareas, pendiente de los clientes. En la distancia, del lado del parque, los morterazos y los gritos se intensificaban cuando dejó de llover. Vi hacia la carretera y cuatro motociclistas discutían con los policías. Serví unas cervezas y, al volver a asomarme, los motociclistas habían dejado las motos y caminaban hacia Nueva Guinea. Miré hacia el lado de los Ángeles y una camioneta de tina con toldo se aproximaba. Le hicieron señas, la detuvieron y bajaron a unas veinte personas. Eran evangélicos que venían de esa comunidad, hombre y mujeres; cuando comenzaron a caminar, el pastor le gritaba al grupo “saquen las biblias”, “muestren las biblias”, mientras la camioneta los pasaba y otros motociclistas giraban, al ver el reten, regresando hacia los Ángeles.

La manifestación de los inconformes por los resultados electorales marchaba por las calles, mientras yo escuchaba morterazos y gritos contra el fraude. Los policías se mostraban nerviosos y cansados a esa hora, eran como las cuatro de la tarde. En el reten improvisado, a ambos lados de la carretera, estaban parqueadas cinco motocicletas, sus conductores siguieron su camino hacia la ciudad a pie porque no mostraron documentos y la mayoría no usaba casco de protección.

Salí al portón cuando los clientes que atendía se marcharon en sus vehículos hacia la ciudad. Un motociclista se aproximaba y el policía con uniforme negro le hizo la señal de detenerse con sus manos. El motociclista se detuvo. El otro policía, el de uniforme tradicional se le acercó mientras la mujer se quedó al lado de la carretera, observándolos. Llevaba casco puesto y la moto tenía los dos espejos laterales. Le pidieron la licencia y la circulación. Los dos policías lo rodearon, anotaron sus datos y le regresaron los documentos. De pronto, la mujer policía les indicó que le pidieran la cédula de identidad. “¡No tengo!, ¡no tengo cédula!”, dijo el motociclista. “¡Quítale la moto!, ¡que la deje parqueada!, gritó la mujer. “¿Qué?, ¡no me pueden quitar la moto por la cédula!”, respondió el motociclista. “¡Quítasela!, ¡quítasela!”, volvió a gritar la mujer mientras el motociclista encendía la moto de una patada. El policía con uniforme negro rápidamente se acercó a la moto agarrándola de la parrilla, pero el motociclista avanzó unos metros y se detuvo. “¡Disparen!, ¡mátenme si tienen huevos!, les gritó volviendo a verlos y aceleró la moto en dirección a Nueva Guinea. Los tres policías se reunieron y lo siguieron con la mirada hasta que se perdió después de la subida, en dirección al bullicio de la marcha.

“¡Viste!, ¡viste!”, le dije a mi hijo. “Es huevón, tiene más huevos que todos esos que andan por las calles”, respondió.

Miércoles, 14 de noviembre de 2012

lunes, 12 de noviembre de 2012

UN LUGAR LEJANO Y BELLO


Rod se inspiraba cuando hablaba de su lugar. “No existe otro mejor”, decía; lo repetía una y otra vez. Lo conocí en el servicio militar. Durante las largas horas que compartimos a la orilla de los ríos, bajo la espesa sombra de los árboles de Guanacaste en las montañas, conversaba de su lugar al ritmo de las ramas sacudidas por el viento y el fluir de las aguas encauzándose entre las piedras hasta caer en el fondo de las cascadas. “Es lejano, pero bello, en el horizonte se unen el cielo y la mar, la gente sonríe de felicidad”, decía. El resplandor de la luna en el agua iluminaba su rostro y florecían sus recuerdos. “Los pescadores prosperan, los niños son felices, las casas brillan de color”.

Las noches en la montaña son eternas pero Rod nos entretenía, nos contaba la historia de su lugar, hablaba de una bahía azul llena de delfines que cruzaba todos los días para ir a la escuela, de los barcos que atracaban en un muelle mencionando los colores de sus banderas, de la vida en el mar, de la comida hecha con coco, de sus abuelos, de su padre marino, de la ternura de su madre, de sus hermanos que se habían ido lejos, dejándolo solitario y de sus amigos de infancia.

Cuando recibíamos visitas, lo invitaba a compartir con mi familia. Mi madre, mis hermanas y mi padre lo adoptaron como un miembro más. Así era Rod, fácilmente hacía amistades. Entre las cosas que me llevaban siempre había un paquete para él. “Es de un lugar lejano y bello, esto es para él”, decía mi mamá y al despedirse de nosotros lo abrazaba como a un hijo, con lágrimas en sus ojos.

Los instructores militares de física, táctica, ingeniería y política, luego de las clases, llegaban en su búsqueda a la champa de plástico negro que compartíamos. Escuchaban atentos sus añoranzas y las convertían durante sus charlas en ejemplos de utopías por alcanzar. Recuerdo la primera vez que lo llamaron a romper fila. Sucedió una tarde, luego que hicimos ejercicios, subiendo y bajando una colina con la mochila en la espalda llena de tiros y el fusil cruzado en el pecho. “¡Tú!”, gritó el entrenador de táctica, un afrocubano barbudo y chaparro, y todos nos volvimos a ver. “¡Tú!”,  volvió a gritar señalando a Rod mientras los otros instructores observaban seriamente al pelotón en formación. Me volvió a ver y con un ademán de cabeza le confirmé que se refería a él. Salió hacia el frente estirando su pierna izquierda. “A partir de hoy será el jefe de la escuadra de exploración”, gritó en voz alta el instructor.
           
Por la noche, en su turno de posta, cerca de la champa, le llevé un cigarrillo. Estaba sentado bajo un árbol y comenzaba a lloviznar. Lo felicité por ser nuestro jefe de exploración, pero Rod estaba triste. “Seré el primero en morir, no volveré a ver la lluvia caer en el mar”, dijo. Hice el intento de animarlo, pero Rod estaba ausente con la mirada fija en el bosque del cerro y la lluvia mojaba su rostro.
           
A partir de ese momento dejamos de compartir la alegría y el miedo, la superación de los obstáculos en las marchas, los cigarrillos, el pinolillo y los caramelos. Nos despedíamos al salir el sol, luego de desayunar arroz y frijoles sancochados; Rod se unía a la escuadra de exploración, guiándola entre la montaña en absoluto silencio, comunicándose mediante señas y avanzando lentamente con pasos de felino. ¿Qué piensas cuándo estás al frente?, le pregunté una noche, después de largas horas de caminata. “Ya no pienso, sólo quiero regresar”, dijo.

Un mes de octubre marchábamos sobre una cordillera y nos emboscaron. Escuché las primeras ráfagas sobre la vanguardia y pensé en Rod. Las tres escuadras que iban detrás avanzaron hacia el frente. Yo iba en la segunda. Al llegar al sitio de la emboscada, una hondonada entre las colinas, lo vi tendido en el suelo, ensangrentado, me arrodillé a su lado, sosteniendo su cabeza. “Tienes que visitar mi lugar”, dijo y dejó de respirar. 
           
Visité ese lugar lejano y bello veinticinco años después. Debía cumplirle a Rod. Recorrí por diez horas una trocha que lleva a su lugar. “Es lejano, pero bello”, recordé las palabras de Rod. Crucé la bahía, recorrí un andén, vi sus costas, la lluvia mezclarse con el mar, hablé con su gente, sus marinos y visité los muelles. En el viaje de regreso, no dejaba de pensar en Rod y lo que encontré en el lugar que para él siempre fue bello: una bahía sucia sin delfines, casas viejas, barcos hundidos en los muelles convertidos en chatarra, marinos en tierra, niños y niñas abandonados por sus madres que emigran a otros países en busca de trabajo, muchachas bellas prostituidas, alcohólicos y drogadictos que mendigan, falsedades que los mantienen marginados.
           
En mis recuerdos, Rod vivirá por siempre en la montaña, entre la sombra de los árboles y a la orilla de los ríos, porque no podría sobrevivir entre las ruinas de ese lugar lejano y bello. Descansa en paz, Rod.

Viernes, 09 de noviembre de 2012

jueves, 8 de noviembre de 2012

NOS GANAMOS LA BAHIA Y LA VIDA


Ingresé al barrio “el Canal” de Bluefields por un callejón. Un grupo de niñas y niños se aglomeraban alrededor de un pozo comunal, reían y gritaban a la espera de su turno para hacer girar la rueda de la bomba de mecate, mientras el agua se escurría entre las cubetas por el delantal del pozo. Avanzando por el estrecho andén sobresalían casas de madera construidas sobre tambo y un aroma marino, costero, pesado. Repentinamente el recorrido se tornó en un interminable zigzag hacia la bahía, cuyas aguas ennegrecidas se adentraban debajo de las casas en las que flotaban botellas y bolsas de plástico; en los pequeños patios sobresalían conchas de ostiones, regadas y amontonadas.

Un poco más al fondo estaban ellos y ellas, sentados en cajillas de plástico frente al volcán de ostiones, tomándolos con su mano izquierda cubierta por guantes viejos y con la derecha sosteniendo un cuchillo que velozmente los abría, raspando la concha interna color nácar, extrayendo la carne y depositándola en pequeños recipientes llenos de agua azulada. Desde la estructura de madera de una casa inconclusa, separándonos el andén, me senté a observarlos, disfrutando su pericia y el aroma que el intenso sol mañanero evaporaba.

Recordé a dos negros creole que en el pasado lo hacían: Brooks y la Melá. Ahora son mestizos, mujeres, hombres, la mayoría adolescentes. “Desde que tenía ocho años los pelaba, sigo haciéndolo ahora que tengo veinte”, dijo Modesta Dormus como respuesta sobre el número de personas que se dedican a la actividad. Trabajan en seis grupos compuestos por cinco personas cada uno y, en promedio, cada grupo les compra a los pescadores diez canastos cada dos días.

En la bahía de Bluefields, los bancos de ostiones más importantes se localizan en la parte norte, cerca de Halfway Cay y al sur de Rama Cay, a menos de un metro de profundidad durante la bajamar. Entre ellos, los más importantes son Bella Vista, Santa María, Coco Cay, Halfway Cay, Hone Sound, Punta de Lora y Cayo Wanu. Tradicionalmente los pobladores de Rama Cay, los Rama, principalmente mujeres y adolescentes, viajan a los bancos en cayucos llevando de una a tres personas. Los cayucos llevan velas hechas de tela o plástico negro. Las pescadoras calzan botas cortas o sandalias, ambas de goma, mientras que sus manos pueden ir con guantes o descubiertas. Caminan en los bancos con el agua hasta los muslos o la cintura, recogen los ostiones con sus manos y los depositan en los cayucos. Al regresar, descascaran lo suficiente para alimentarse con esa fuente de proteína animal y el resto lo venden por canastos.

“A veces alquilamos cayucos para pescarlos”, explicó Modesta. “Es pesado, nos cuesta sacarlos casi todo el día”, agregó. Obtienen un litro de ostión por cada canasto (30 kilogramos). La carne de ostión es lavada en panas de plástico y luego depositada en bolsas del mismo material con las que abastecen a comerciantes del mercado municipal y vendedores ambulantes que los ofrecen por las calles de la ciudad. Ellos los envasan en botellas de plástico de un litro o un galón que les solicitan propietarios de restaurantes y bares, o vendedores que a su vez los ofrecen en el muelle o en el aeropuerto a 150 córdobas el galón.

“¿Y las conchas?, ¿qué hacen con ellas?”, pregunté. “Con ellas nos ganamos la bahía y con la carne la vida”, expresó Modesta sonriente. En los alrededores, los tambos de las casas están cubiertos de conchas de ostión y los andenes de acceso a las casas son construidos con ellas. “Es un buen abono, ¡miré!, ¡miré estos chiles de cabro!”, dijo mostrando los sanos y florecientes arbustos plantados a la orilla de las gradas de su casa. “A veces vienen compradores de concha, vendemos el saco a 18 córdobas, hacen cal, pero la mayoría la usa para hacer rellenos en los patios o andenes”, agregó mientras cerdos, patos y gallinas se alimentaban de los residuos amontonados, todavía húmedos, como aves de rapiña. Al verlos, pregunté: “¿quiénes los apoyan?”, “nadie, nadie, sólo nuestras piernas y manos”, respondió Modesta.

Luego de conversar con Modesta y los chavalos que pelaban ostiones seguí caminando hasta el pequeño muelle del barrio “el Canal”. Observando el horizonte en dirección a Punta Masaya y Rama Cay, recordé a la Melá despidiéndome en el muelle municipal con un galón de ostiones en sus manos y sus palabras: “no seas pinche, vieras lo que cuesta”.

Ronald Hill A.
Miércoles, 07 de noviembre de 2012