La última vez fue hace muchos años, en su barrio negro de Old Bank. Fue al caer la noche y una de esas casualidades que, con el pasar de los años, lo sigo recordando. Quiero que vuelva a suceder, volver a vivirlo, disfrutarlo. Porque ahora, cada vez que lo materializo en imágenes, me lleno de entusiasmo.
Ella salió de su casa con su hermana mayor. Caminaron desde Beholdeen hacia Old Bank.
Vivían cerca de la capilla de San Martín, y cuando llegué a buscarla, no la encontré. “Salieron a bailar Palo de Mayo”, dijo su mamá desde el corredor de la casa de madera. Caminé hacia la punta, y noté el ambiente festivo en la calle y en los corredores de las casas.
La gente, hombres, mujeres y niños, caminaba dando adioses con manos y voces a quienes los miraban pasar desde ambos lados. En esos años no había muchos vehículos en Bluefields. La verdad, nunca recorrí sus calles en un carro.
Antes de llegar a la punta de Old Bank, a unos veinte metros, la gente se reunía en una plazoleta. Hablaban entre ellos, se escuchaban risas. Todo el ambiente se llenaba de una alegría comunitaria contagiosa, como si un hechizo los envolviera a todos al mismo tiempo.
Me detuve. La busqué con la mirada entre el gentío, pero no logré dar con ella.
Desde los corredores, las mujeres ayudaban a los mayores, hombres y mujeres de cabello blanco, a bajar las gradas. Ellos avanzaban con pasos lentos, cansados, hacia la plazoleta donde ya los esperaban con bancas de madera alineadas en la primera fila del semicírculo. Varios jóvenes trepaban a los árboles de fruta de pan, compitiendo por el mejor puesto para observar el espectáculo. Los niños y niñas corrían cortando el viento que venía desde la bahía, envueltos en su algarabía.
De una de las casas salieron varios hombres cargando el tronco de un árbol. Se dirigieron al centro de la plazoleta, donde los esperaban otros que ya habían excavado un hoyo. Entre todos lo sembraron, apretujándolo con piedras y tierra hasta dejarlo erguido, pero antes varias mujeres se acercaron con cintas de colores. Lo encintaron desde la parte superior hasta su base. Y así quedó el palo, vestido de fiesta, listo para que todo comenzara.
La música estalló de pronto. Tambores y voces se elevaron al ritmo de “singsaimasinmailo”, que parecía brotar de la tierra misma y vibraba en el aire tibio y húmedo, como un llamado ancestral. La gente se acercó con entusiasmo, cerrando el círculo humano alrededor del palo, con los ojos encendidos por la emoción y los cuerpos ya inquietos por moverse.
Fue entonces cuando apareció. Salió de la penumbra, sonriente, con una mirada traviesa que encendió mi corazón de golpe, como una llama imprevista. Llevaba una falda amplia que resaltaba el movimiento de sus caderas, con su cabello rizado en trenzas, dibujando círculos que hipnotizaban mis sentidos.
Entró al círculo formado alrededor del palo y tomó una de las cintas en sus manos con una gracia innata, natural y casi felina. Giraba en torno al tronco, y su cuerpo, sensual y orgulloso, parecía flotar con cada paso que daba al compás del Palo de Mayo. La seguí con la mirada, sin pestañear, con una emoción profunda y antigua que se apoderó de mí.
A su alrededor, hombres y mujeres se unían al baile con euforia creciente. Gritaban y reían en medio de la cadencia creciente del tambor: “mayayslasinki, mayayaoo”.
La energía colectiva era electrizante; niños brincaban al ritmo, mientras parejas se acercaban peligrosamente en una danza que era celebración y seducción al mismo tiempo.
Entonces ella me vio. Su sonrisa se amplió, cálida y pícara, mientras sus ojos brillaban con el reflejo de las luces del barrio. Extendió su mano hacia mí, invitándome a entrar en el remolino festivo que había creado con su presencia. Sin pensarlo, crucé el gentío, tomado por una fuerza irresistible, y juntos bailamos.
Giramos alrededor del palo decorado, riendo y respirando uno frente al otro, compartiendo un instante tan fugaz como eterno, tan intenso que ahora, al recordarlo, aún siento en la piel su esencia de mujer caribeña y el eco sensual de la música, “tululupasanda”, de aquella noche inolvidable.
Quiero verla bailar Palo de Mayo una vez más. Porque sé que solo en esa danza, rodeado por la alegría eufórica de nuestra gente, podré reencontrarme con aquella juventud perdida y con ella, que sigue girando, luminosa y eterna en mis memorias.
7 de Mayo 2025.
Foto: Arpillera de Nydia Taylor.