miércoles, 19 de octubre de 2011

NUEVA GUINEA UNDERGROUND

Es una ciudad nueva, pequeña pero grande de corazón. Sus habitantes son trabajadores: desde el amanecer se dedican a diversos quehaceres, principalmente el comercial. De piel con piel, calor con calor, practican la solidaridad, brindan su mano al necesitado porque todos, sin excepción, en algún momento de sus vidas, han enfrentado penas, incertidumbre, fracasos, la arrogancia de los poderos que los margina, guerras y los embates de la naturaleza; torrenciales aguaceros, desborde de ríos, quebradas y vientos huracanados, como tratando de recordarles los daños causados.
           
Foto: Ronald Hill A.
En los recuerdos de los más viejos persiste la nostalgia, la utopía inspirada en los evangelios, a tal grado que han erigido un monumento en una rotonda con el nombre de “los cuatro evangelios”. Otros se preguntan, hasta hoy, por que no lograron construir “la luz en la selva” y sus respuestas siempre terminan en la guerra, el desarrollo, la modernidad, la avaricia de unos pocos que concentran su riqueza a expensan de los más humildes.
           
Las nuevas generaciones, jóvenes de ambos sexos, ya no sueñan los mismo sueños de sus abuelos; miles de ellos, por la marginación y exclusión, han abandonado sus familias aventurándose tras fantasías que bombardean sus sentidos constantemente a través de la televisión por cable y, cuando regresan del extranjero, asumen el acento y la forma de vida de extraños. Su vida cambia totalmente, se convierten en noctámbulos y perezosos. Los que son “superman”, súper mantenidos por sus padres, son visibles en oscuridad.
           
A simple vista, la actividad en la ciudad culmina temprano. Los establecimientos comerciales cierran sus puertas a las siete de la noche, cuando otras se abren y cobran vida: cantinas, bares, gasolineras, discotecas, karaokes, etcétera; si agudizas tus sentidos las puedes ver. No importa la lluvia torrencial, no importa el día de la semana, ni los cercos ni los muros, porque luego de las nueve de la noche hay vida, la vida oculta, el “underground” de Nueva Guinea. “Tienes que vivirlo, es fascinante”, dijo un amigo.

La ruta es corta con varios caminos. Muchos no aguantan el ácido por glotones, se doblan en las mesas y sus acompañantes llaman al taxi para que los deje en casa, son solidarios. Al concluir la discoteca, los karaokes y el cierre de los bares, experimentan hambre y la fritanga fría de Melvin, en el mercado municipal, los calma, aun cuando pelean con los perros flacos y pulgosos acompañados por los altos decibelios de los ronquidos emitidos por vigilantes dormilones. Ya saciados, necesitan un “plus” y recorren en motos las zonas tres, cinco, seis o siete en busca de los florecientes y solapados puestos de narcomenudeo: una tila, medio vaso de zepol, una bolsita de piedras, suficiente para continuar el resto de la madrugada.
           
Los derrochadores, en parejas o en tríos, dan su vueltecita por la licorería 7/24 del pelón que duerme con un ojo abierto y los atiende a través de la ventana. Evitan el parque central, chiva con los celadores, y sin dudarlo se enrumban hacia el puente de la Verbena. La fiesta es maravillosa, debajo del puente esconden sus motos. Las calmas aguas del río y las luces de los buses que pasan hacia Managua, resplandeciendo en las piedras, son testigos. Exaltados sus sentidos, celebran en trajes de Adán y Eva, como venimos al mundo, sin prejuicios ni temores, se respetan, no hay roce de cuerpos sin consentimiento, es una norma y debes cumplirla.

Los que conservan la cartera buscan habitaciones dobles y triples en los hoteles que mantienen llenas las refrigeradoras. Son clientes exclusivos. Las camas king size son sus preferidas porque en ellas hacen el ritual, los círculos, el pasa manos, el cambio de parejas hasta saciarse cuando sale el alba.

Otros son menos escandalosos, más tímidos, más discretos, pero más fieras. La oscuridad de la noche cubre sus pasos y movimientos. Pasan la noche pendientes de los “chat” y, a la hora precisa, cuando él se ha ido, cruzan cercos y muros como depredadores tras la presa ansiosa que los espera con la puerta del patio abierta. Abrí bien los ojos, tus sentidos te engañan: los mandamientos a tu alrededor no se cumplen, ni las promesas frente al juez ni ante el altar.

El casino, los monederos, están a su espera. Allí son bien atendidos, luego de la juerga: traguitos, boquitas y cafecito los conquistan. Las maquinas para ilusionarlos sueltan premio. Si el dinero es poco, siempre van a media, aunque sea con una moneda de cinco córdobas.

Con los primeros rayos de sol, la ciudad vuelve a lo cotidiano mientras ellos descansan. A las ocho de la mañana, la biblioteca municipal abre sus puertas; más de cuatro mil libros esperan por lectores, pero nadie acude a ella. La juventud escapa hacia otros lados, pierde gradualmente muchos valores que son sustituidos por prácticas nocivas que fácilmente los atrapan en sus redes, las redes de la vida underground.

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
Domingo, 16 de octubre de 2011