Esa mañana y el día eran festivos. Detrás del patio de la casa, entre el pozo y el árbol de mango de rosa, junto a un tumulto de inmensas piedras, se elevaban cohetes y reventaban triquitraques que nos hacían despertar y salir disparados de la cama. Desde la ventana de la habitación compartida del segundo piso nos asomábamos, bajábamos corriendo para salir al patio por la puerta de la cocina y unirnos al festejo de pólvora china que el abuelo Felipe y la abuela Manuela acumulaban para la ocasión. Así comenzaba la celebración de nuestros cumpleaños. Hoy, 14 de agosto, llego a los 54 años y ese recuerdo perdura.
Ha sido un largo camino recorrido, con aciertos y errores, con penas y alegrías pero siempre con la mirada puesta en el futuro, en el porvenir. Cuando escuchó a mi mujer hablar de la niñez de mis hijos me quedo en silencio, viajo en cada uno de los detalles perdidos con el corazón entristecido. Recuerdo mis primeros años de alejamiento, de semanas y a veces meses, con sus fotos en una repisa cerca de la cama añorándolos con lágrimas en soledad. Siempre el trabajo se interpuso, con la mochila en la espalda recorriendo diferentes lugares en un ir y venir desesperado, tratando de construir un mundo mejor para otros, se llevaron esos preciosos momentos. Si pudiera retroceder en el tiempo lo evitaría, tomaría otros caminos, pero es imposible.
En el tiempo que me queda tratare que cada día sea festivo, rodeado de mis hijos y nietos. Siempre habrán obstáculos por su superar, pero el recorrido se trata de eso, aun cuando caigamos en el intento, debemos volver a levantarnos con la seguridad de que lo lograremos. Con la lección aprendida, trato de reconstruir cada día esos momentos. Llegaron mis hijos y ahora es el turno de los nietos, una nueva oportunidad. !Salud!
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
13 de agosto de 2011.