Sus pasos veloces no permiten que lo deje atrás en la distancia. Corre ágilmente evitando troncos, asegurando las pisadas sobre piedras lamosas en la ribera del río, sin hacer más ruido que el salpicar del agua. Carga en sus espaldas una aljaba de cuero de venado con treinta flechas. Al acercarse, su padre le indica con las manos que aminore el paso y guarde silencio. Se aproxima a paso lento. Kandler, su padre, se encuentra en un recodo del río sobre un grueso tronco. Con señas le muestra un manatí que descansa bajo la sombra de la exuberante vegetación. Con pericia y en absoluto silencio, Kandler toma el arco que lleva cruzado en su espalda y le pide una flecha de cinco pies de largo; la acomoda en la cabuya, extiende con fuerza la flecha en el arco y la clava en la cabeza del manatí. Se escucha un rugido de dolor y el chapaleteo de las aguas. Inmediatamente vuelve a tomar otra flecha y la clava en el dorso; se zambulle en el río, lo atrapa y clava repetidas veces en el cuerpo un cuchillo de madera dura, pulida con pedernal. El agua se torna roja. La cacería del día ha sido productiva, igual que la lección aprendida por Sebastian.
Con un silbido agudo, Kandler avisa al resto del grupo de cazadores para que le ayuden a sacar la presa del agua. Poco a poco salen de la espesura de la montaña cinco miembros de la tribu. Son Ulwas, cazadores perennes, en búsqueda de su sustento desde que sale el sol hasta que oscurece. Su territorio de caza es alrededor de la laguna de Bluefields. La tribu está formada por treinta hombres, setenta mujeres y niños. Cae la tarde y deben reagruparse. Caminan en fila hacia su lugar de descanso. Kandler, el jefe, va adelante seguido por el resto de cazadores, las mujeres más atrás cargan utensilios y las presas del día y, no muy lejos de ellas, marchan los niños. Sebastian camina con ellos, recién ha cumplido los doce años.
Luego de tres horas de marcha silenciosa llegan a un ceibal, sitio definido para pernoctar en la densa selva de bosque húmedo tropical. Se agrupan alrededor de los gigantescos árboles en busca de refugio. Mientras su padre, junto a otros cazadores, procede a desmembrar a los animales cazados durante el día, Sebastian busca a su madre para ayudarle con la carga. Kesha se encuentra agotada y él lo sabe. Ayuda a bajar de sus hombros y espaldas calabazas, cuchillos y cujarees fabricados con arcilla puesta al fuego por ella. En el centro del ceibal dos cazadores ayudados por otros niños proceden a hacer fuego; uno de ellos frota un palito contra una tabla en cuyo centro hay un hoyito, manteniendo constante la fricción, mientras el otro deja caer yesca en el centro, recolectada por los niños en los alrededores. Segundos después el fuego cobra vida y proceden a encender una fogata.
Kesha, junto a las otras mujeres del grupo, procede a asar la carne de las presas capturadas durante el día sin adobarlas. Cada una de ellas lleva la porción correspondiente de la familia, atravesada por pedazos de madera rolliza de fuerte consistencia y la colocan en la fogata. Los hombres se juntan poco a poco en un círculo alrededor de la fogata y beben de sus calabazas una bebida alcohólica, intoxicante, hecha de plátanos maduros rancios que las mujeres machacan en hojas de trooly o quequisque mezclados con agua. Los niños se acercan al círculo y juegan corriendo y gritando. Sebastian se considera ya un hombre y ha abandonado esos juegos; ayuda a Kesha en la labor del asado y lleva a su padre pedazos de carne en la medida que se van asando. Los hombres comen hambrientos sin más utensilios que sus fuertes manos, y bajo el efecto de la bebida cantan y gritan hasta quedar exhaustos. Comparten los productos de la caza. Cansados de las marchas y los esfuerzos de la cacería pronto duermen. Cuatro centinelas hacen turno durante la noche y mantienen la fogata ardiendo para ahuyentar a las bestias de la montaña. Sebastian se acurruca en su madre y duerme junto a ella.
II
Al despertar con los primeros rayos del sol, el cantar de las aves y el chillido de los monos y congos que se desplazan en manadas por las copas de los árboles, los hombres se preparan para iniciar nuevamente la caminata en busca de presas de caza. Kandler revisa su arco, tensa la cabuya y dedica un tiempo a fabricar flechas; en una caña recta engasta una pieza de madera dura escindida, en la que ensarta una hoja de pedernal afilado amarrado al fuste con silk grass. Sebastian, a su lado, observa con atención el arte de su padre. Kesha levanta del suelo sus utensilios y elabora vestimenta para la familia con las que cubren sus partes íntimas. Ella y otras mujeres del grupo, durante las marchas de cacería, recolectan corteza de tuno, un árbol de la misma familia del caucho y el níspero; una vez desprendida, la secan y aporrean hasta que adquiere la consistencia de tela de la que cortan pequeños pedazos que se enrollan en la cintura, dejando caer los extremos para cubrirse.
Kandler es de mediana estatura, con cuerpo bien proporcionado, robusto y fuerte. Su pelo es lacio, negro y lo lleva largo cayendo sobre sus hombros. Kesha es hermosa, de caderas anchas y piernas robustas. Sus ojos son negros, brillantes y achinados, en forma de almendra. La piel de ambos es cobriza. Kesha toma hollín de la fogata y de un bolso achiote, se acerca a Kandler y pinta su cutis de rojo y negro, mientras él la pinta toda de negro. Todas las mañanas antes de partir se repite esta ceremonia entre las parejas de la tribu.
El sukia de la tribu se prepara a hacer su ritual. Toda la tribu presta atención en silencio. Clava una vara gruesa en el suelo, la atrapa en el centro con sus manos, gira alrededor de ella y al concluir vuelve a girar en dirección contraria. Después de cada giro suelta la vara, extiende sus manos hacia arriba en dirección a las copas de los árboles y pide gritando a los espíritus de la montaña que le indiquen el rumbo que debe seguir la tribu para lograr una buena caza.
Durante el ritual se escuchan lamentos de dolor, dolor de parto. Una de las mujeres del grupo va a parir. El resto de mujeres corre hacia ella. Se sienta en el suelo. El compañero de la parturienta corta una vara gruesa y se la entrega a dos mujeres que la sostienen a lo largo sobre sus hombros. La mujer se levanta del suelo y se cuelga con fuerzas de la vara iniciando así su labor de parto, un parto natural y sin dolor. El resto de la tribu, hombres y mujeres, se sientan alrededor en espera del nacimiento. Nace una bella niña. Inmediatamente todos se levantan y caminan hacia la ribera del río más cercano. La recién parida entra al río a nadar por un largo rato mientras las otras mujeres lavan a la niña. Al concluir su lavatorio, la madre se une al resto del grupo y amarra a la bebé en su cadera, cargándola así hasta que logre caminar.
Cuando la madre le entrega la criatura al padre para cargarla en sus brazos por primera vez, este tiene listas un par de tablillas que aplica contra el cráneo, sujetadas con fuerza mediante cuerdas de henequén que va acercando en la medida que la frente se aplasta. Este proceso de deformación culmina cuando comienzan a caminar, quedando la parte superior de la cabeza aplastada. Por ello, sus peores enemigos, los misquitos les llaman “laltantas” y los españoles “chatos”.
Debido a que el sukia no concluyó exitosamente su acto ceremonial, Kandler inicia la marcha de la tribu tomando la delantera y husmea el aire a su alrededor en busca de indicios que le indiquen la dirección donde se encuentran los animales para obtener una buena caza. Mal augurio, piensa el sukia.
III
Al presentir el lugar de caza, el grupo camina siempre en fila sin cruzar palabras, sin hacer el menor ruido, ya que el éxito de la misma exige silencio y mucha atención ante los diferentes sonidos de la selva. Kandler encabeza la marcha; busca rastros y huellas para perseguir a la posible presa. Atrás, distantes a unos doscientos metros, tres cazadores enseñan a los jóvenes del grupo, entre ellos Sebastian, el uso del arco, principal diversión con la que ejercitan el uso de sus armas. Usan arcos pequeños con flechas ligeras que disparan a aves del tamaño de un ganso llamadas “quams” y “curassoes”, son de la misma especie, pero de sexo y color diferentes. En el bosque abundan las aves pero estas son las preferidas de la tribu por el exquisito sabor de su carne. Si logran derribar una de estas se les permite comerlas como premio a sus destrezas y avances en el arte de la caza.
Kandler no presta atención a estas prácticas, busca a su paso indicios de animales. Se desespera cuando siente más fuertes los rayos del sol bajo la espesa montaña. Continúa caminando y buscando. De pronto detiene la marcha. Se arrodilla a inspeccionar una huella, es de un venado y por el tamaño deduce que es de un macho adulto. Mira a su alrededor y descubre otras menos profundas. Con un silbido avisa al resto de cazadores y las muestra. Les indica que se separen en tres grupos; dos a los extremos y él al centro. Las mujeres y los niños marchan detrás de Kandler. Cuando el sol se encuentra en el cenit, Kandler observa a unos cuarenta metros de distancia al macho de largos cuernos en forma de racimos y una hembra con dos crías. Acomoda con maestría una flecha de tres pies en el arco y dispara con fuerza. La flecha vuela abriendo brecha entre el viento y el silencio del bosque. Se clava en el cuello de macho emitiendo un bramido de dolor, corriendo veloz y desesperadamente junto a la hembra y las crías sin detenerse. Kandler avisa al resto de grupo que corre hacia él, se reencuentran y luego siguen a la manada tratando de rodearla. En su huída los venados se lanzan al río buscando como fugarse nadando. Al llegar a la ribera, Kandler y seis cazadores se zambullen en las limpias aguas. Son excelentes nadadores, alcanzan a los venados, se enderezan y lanzan sus flechas como si estuvieran en tierra firme. La caza ha sido exitosa. Agotados por el esfuerzo, son ayudados por cuatro cazadores que se meten al río para ayudarles a sacar a los venados.
Se encuentran en esa tarea cuando, de pronto, escuchan un fuerte grito, un grito de alerta por parte el sukia. Ha visto a lo lejos cinco largas canoas que se dirigen a esa parte del río. Son misquitos, sus enemigos que viven en el litoral y hacen incursiones en la selva. Son más de treinta y van armados con armas de fuego. La tribu los conoce muy bien. Apresuradamente toman sus presas y desaparecen en la espesura de la selva. En ocasiones anteriores habían atrapado a veinte miembros de otro grupo de los Ulwas, luego de entablar un combate desigual por la superioridad en número y armas de guerra. Por eso huyen, les temen y no los enfrentan. Cuando atrapan a los Ulwas los venden como esclavos a comerciantes jamaiquinos que llegan a Bluefields.
El grupo se adentra silencioso y velozmente en la inmensidad del bosque. Se dirigen hacia el territorio cercano de otro grupo de su misma tribu con el fin de darles la alarma. Kandler nunca incursiona en territorios ocupados por otros, solamente en casos de urgencias. El territorio de caza está definido por las normas de los Ulwas y lo recorren cazando de manera rotativa, según el tamaño de los grupos, evitando la sobreexplotación.
IV
Al caer la noche incursionan en el territorio de Masker. Su grupo está formado por quince cazadores, treinta mujeres y cincuenta niños. Es un grupo joven y debido a ello su área de caza no incluye los ríos y sus riquezas; cazan solamente en la selva. Kandler lanza gritos al aire indicando que ha entrado a territorio ajeno. Cuando la luna destella su brillo bajo la copa de los árboles, el grupo de Masker los rodea creando un cerco a su alrededor. Ambos jefes se acercan, golpean sus pechos con los codos y juntan sus cabezas en señal de saludo y bienvenida. El resto de los miembros de ambos grupos están atentos y luego del saludo de sus jefes gritan de alegría.
Caminan juntos hacia el refugio de Masker, cada grupo en fila detrás de sus jefes. Al llegar hacen la fogata. Ambos jefes y sus principales cazadores, junto a los sukias, se agrupan en círculo alrededor del fuego. Las mujeres hacen el asado y atienden a los suyos. Comparten sus comidas en hermandad. El grupo de Masker brinda carne de wari y conejos, mientras el de Kandler aporta carne de venado y tortuga. La montaña está de fiesta, beben de sus calabazas pasándolas de manos en manos mientras los niños corren felices alrededor del fuego cantando. Conversan sobre las incursiones de los misquitos, la cantidad de cazadores que han atrapado y definen estrategias para evitarlos conjuntamente.
Kesha comparte con Yanina, la mujer de Masker. Le presenta a Sebastian y Yanina presenta a Kamira, su hija. Ambos son de la misma edad, jóvenes que pronto deberán tener pareja. Sebastian la observa con brillo en sus ojos, es hermosa, lleva el pelo lacio hasta la cintura y los pezones florecen en sus pechos. Kamira se muestra tímida y Sebastian torpe. Ambas los toman de la mano y se dirigen a la fogata. Se acercan con ellos agarrados de la mano frente a Kandler y Masker. Es un indicio de compromiso. Los dos jefes se levantan, cada cual mira a su mujer, vuelven a ver a sus hijos y ríen a carcajadas dándose golpes en los pechos. Lo festejan y brincan de alegría porque sus tribus se unirán adquiriendo mayor fuerza y dominio de territorio. Acuerdan que Sebastian debe estar preparado en las próximas veinticuatro lunas llenas para participar en el Asang – Lauwana juntos a otros jóvenes para ganarse el derecho a Karima y convertirse en guerrero. Embriagados y felices duermen junto al calor de la fogata.
V
El adiestramiento intenso de Sebastian es el foco de atención de Kandler. Se apoya de sus mejores cazadores y está pendiente de la caza para el sustento del grupo. Su hijo debe estar preparado para convertirse en un verdadero guerrero y resistir la prueba ganándose en ella a Kamira como mujer. La esperanza del grupo descansa en él.
Cada día, al amanecer, Kandler, luego de asignar a los cazadores la ruta de caza definida por el sukia, inicia el entrenamiento de Sebastian. Las primeras doce lunas llenas le enseña con firmeza a nadar, pescar y cazar.
Sebastian se sumerge en los ríos y nada de una ribera a otra con velocidad de pez, hasta que su padre le indica que ha concluido. Al ver iguanas nadadoras y tortugas, bucea hasta que emerge con ellas en sus manos. Poco a poco va adquiriendo la resistencia deseada. En la caza ya no dispara flechas a aves, ahora su padre y los cazadores le enseñan a construir arcos y flechas de diversos tamaños según la presa. Al encontrar rastros de presas grandes como wari, danto, puma y venados es el primero en perseguirlos y disparar hacia ellos. En el caso del wari, los cazadores rodean la manada y Sebastian debe clavar sus flechas en el macho dominante para disminuir su furia y reducir las feroces embestidas. Al clavar sus flechas en el puma, por lo general este sube rugiendo a los árboles y Sebastian debe subir al árbol más próximo para derribarlo con dos disparos seguidos. Todas las presas grandes, además de cazadas deben ser cargadas en sus hombros durante las marchas hasta el refugio nocturno. Sus espaldas, piernas y hombros se tornan cada vez más musculosos adquiriendo la fuerza deseada. La pesca consiste en clavar flechas pequeñas en variedad de peces a un ritmo y velocidad de segundos, con lo cual adquiere agudeza en reflejos, mirada calculadora y agilidad en sus manos.
La siguiente etapa del adiestramiento no es menos importante. Sebastian debe subir altos árboles en busca nidos de aves que contienen huevos; correr detrás de conejos y guardatinajas para atraparlos antes de que se refugien en sus hoyos. En esas largas y veloces corridas Sebastian debe soportar, sin mostrar indicios de dolor, espinas que se clavas en las plantas de sus pies así como golpes que recibe de troncos y piedras. Con el paso de las lunas llenas se ha convertido en un joven fuerte, veloz, con sus sentidos en estado permanente de alerta ante cualquier sonido y movimiento del bosque.
En las noches acompaña a su padre y los cazadores alrededor de la fogata, escucha sus historias y anécdotas. Kandler no le permite ingerir la bebida que despierta el espíritu, aún no se ha ganado ese privilegio. Kesha lo continúa acurrucando en su rezago y sana sus heridas con el apoyo del sukia, quien posee las habilidades heredadas de sus ancestros para ello. Cuando un cazador es picado por una serpiente, hace fuego y recolecta hierbas convirtiéndolas en pequeñas pelotas, las calienta para luego exponerlas alrededor de la mordida y todo el cuerpo, mientras canta con un susurro de lamento. Frota y frota susurrando el lamento hasta que la inflamación disminuye y la herida es sanada.
VI
Con la última luna llena, Sebastian está listo para participar en el Asang – Lauwana, la sobrevivencia del más fuerte. Kandler y Kesha le explican en qué consiste la prueba y le dan ánimos para que resista. Sebastian escucha atentamente y asegura que no defraudará a su tribu, que desea ganarse a Kamira, convertirse en un cazador guerrero y poder unir a ambos grupos para asegurar su sobrevivencia.
Marchan como siempre hacia un lugar secreto de la montaña, previo acuerdo entre los cuatro grupos que participarán. Cuando Kandler llega, Masker ya se encuentra en el sitio con su grupo. Esperan a otros dos grupos que participaran en el evento. Al reunirse, los jefes definen el número de participantes. Mientras ellos están reunidos, el resto de los hombres abren un claro en la espesa selva de forma rectangular; lo limpian, dejándolo sin piedras ni troncos, midiéndolo en pasos largos con una dimensión aproximada de una hectárea. Otros construyen chozas con techo de paja a los lados del claro abierto en la que los jefes pernoctarán los tres días que durará el evento. Al concluir hacen una inmensa fogata y celebran hasta embriagarse. Sebastian se acerca a Kamira y la observa más hermosa, más mujer, mientras ella lo observa más musculoso y escucha su voz más ronca. Sebastian promete pasar todas las pruebas y ella le corresponde diciéndole que ha soñado con ese momento.
Al amanecer, luego de los rituales acostumbrados, los diferentes grupos se acercan a los lados del rectángulo. Nadie puede entrar en él, solamente los competidores que entran de dos en dos. En su primera contienda Sebastian se muestra animado, seguro. La competencia consiste en mostrar las destrezas con el arco y la flecha. En el centro, un cazador lleva una jaula de madera con aves. Suelta la primera, emprende vuelo y Sebastian dispara velozmente derribándola. Se escucha un rugido, como un canto de la montaña, por los gritos de los miembros de los diferentes grupos. La contienda finaliza con seis vencedores y dos que han fallado no continuarán en el evento.
Al siguiente día la competencia consiste en mostrar la velocidad de los participantes. De igual forma, un cazador entra con una jaula que contiene conejos y se dirige a uno de los extremos. Atrapa uno. Los competidores están atentos. Lo suelta y sale corriendo. Sebastian corre velozmente detrás del animal que se desplaza despavorido por los gritos. Su contrincante avanza a su ritmo, Sebastian lo observa de reojo pero se concentra en los movimientos del conejo tratando de adivinar su desplazamiento, sabe a la perfección que luego de correr en línea recta hará un giro a la izquierda, calcula el tiempo y repentinamente, al hacer el giro, lo atrapa por las patas traseras al tirarse de cabeza al suelo. La montaña vuelve a cantar. Al concluir el día, cuatro pasan a la última prueba.
Al despertar, Sebastian se muestra nervioso. Kandler le da ánimos, le dice que todos sus ancestros han concluido victoriosos, que debe soportar hasta el final la última prueba, al grado extremo de morir en ella pero nunca rendirse. Sebastian mira a Karima y esta levanta la mano en señal de buenos deseos. Kesha lo abraza y besa su frente.
Los cuatro jefes entran primero al rectángulo. Luego entran los competidores, uno de cada grupo. El sukia mayor, el más viejo, entra después. Todos sin excepción guardan absoluto silencio afuera. Cada jefe toma de la mano a su aspirante, este al siguiente jefe y así hasta formar un círculo alrededor del sukia mayor, quien toma en sus manos sangre de una calabaza y mancha con ella los pechos y espaldas de los competidores. Al concluir, los jefes gritan al cielo y la multitud también. Todos abandonan el sitio, solamente queda Sebastian y su contrincante. La prueba es de resistencia a los golpes y al dolor.
Sebastian avanza al centro, se agacha apoyando sus manos sobre las rodillas, exponiendo su espalda y grita “yañ al yañ” (“yo soy hombre”), mientras el otro responde “añ bik al yañ” (“yo también”) y comienza a golpear la espalda con sus nudillos, con toda la fuerza que emana de su cuerpo. Sebastian comienza a tambalearse poniendo sus manos en el suelo, pero resiste gritando “yañ al yañ” y vuelve a su posición inicial. Su contrincante continúa golpeándolo y gritando. En esos momentos de intenso dolor su mente vaga por el bosque, se siente un puma, un danto, un cocodrilo, un ave y piensa en Kandler, en su pueblo, en Karima. Al agotarse su contrincante de dar tantos golpes, la espalda de Sebastian está enrojecida y emana sangre. Se levanta adolorido, buscar la mirada de su padre, no la encuentra, solamente la de Karima quien le sonríe. Su adversario adopta ahora la posición para recibir los golpes de Sebastian. El puma que lleva dentro da zarpazos, en danto pisotea, el cocodrilo se mueve veloz y el ave grita “yañ al yañ”, mientras el otro responde “añ bik al yañ”. Su mente se nubla, su fuerza se incrementa y en uno de sus golpes quiebra el omoplato izquierdo del oponente, desprendiéndosele la clavícula y el húmero emanando sangre. El oponente cae derrotado, no vuelve a gritar. Sebastian lo ha vencido. Adolorido en su espalda y puños levanta los brazos en señal de victoria. La montaña emite su canto de alegría. Busca a su padre, lo observa levantando su arco en señal de victoria y regocijo.
Luego los siguientes oponentes entablan su prueba. Kesha y el sukia atienden a Sebastian. Su estado no es grave, solamente tiene moretones en su espalda y dolor. El sukia aplica en ella brebajes de yerbas para aliviarlo. Luego que los otros luchadores concluyen, es llevado al centro del rectángulo. El Asang – Lauwana tiene dos ganadores. La prueba ha concluido. Kandler se acerca, toma su arco y aljaba y se la entrega a Sebastian. Masker se dirige al centro con Kamira tomada de la mano. Llega hasta Sebastian y se la entrega juntando sus manos. Kamira toma hollín y achiote que lleva en un bolso y le pinta la cara de rojo y negro mientras que Sebastian pinta la de ella de negro. La ceremonia significa que desde ese momento son pareja para siempre. Todos gritan, brincan de alegría y la montaña festeja.
VII
La marcha la encabeza Sebastian. El grupo esta formado por cien cazadores, ciento cincuenta mujeres e igual numero de niños. Dominan un territorio que se expande desde la laguna de Bluefields hasta Wawashang. Viven a la defensiva evitando el combate contra los misquitos que portan armas de guerra. Los restos de Kandler, Masker, Kesha y Yanira descansan en paz, sus espíritus los acompañan en sus largas marchas de caza.
Sebastian es un fuerte guerrero y hábil cazador. Su pelo lacio hasta los hombros muestra canas. Sus hijos, el mayor de ellos, lo acompaña en la marcha. Se llama como su abuelo, Kandler. Kamira le ha dado otros dos hijos, una bella joven y un varón que tiene doce años. Sus ritos y costumbres son los mismos. Los peligros son mayores y se mantienen en estado permanente de alerta ante cualquier susurro del viento.
Con el paso del tiempo han abandonado la costumbre de poner tablillas en la cabeza de los recién nacidos para evitar ser reconocidos por sus enemigos. A pesar de ello, el acoso es permanente y deciden realizar como siempre el último Asang – Lauwana para que los vencedores formen nuevos grupos, grupos menores para su sobrevivencia.
Siglos después, luego de la cacería insistente por parte de los misquitos para esclavizarlos, los Ulwas tuvieron que emigrar hacia otros territorios. En la actualidad se les considera parte de los Sumos y un grupo pequeño de ellos vive en Karawala, una comunidad de mil setecientos habitantes que hablan el Ulwa y recrean sus tradiciones. Uno de sus habitantes más viejo, llamado Kandler, sueña que un día su idioma Ulwa sea la principal herramienta de educación de los niños en la escuela de la comunidad para que vuelvan a cantar en la montaña como sus ancestros.
Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
31 de diciembre de 2010