La sombra del tanque de almacenamiento de agua
los protegía del sol de la tarde. En su base de concreto, elevada a la altura
de una silla normal, estaban sentados y observando las prácticas del equipo de
la Booth, llamado el Diablo.
Era un grupo de chavalos que tenían su propio
equipo de béisbol, llamado la UVA. Todos eran menores de edad y se fogueaban
con esmero para un día poder jugar con el equipo de la empresa, campeón de la
liga de béisbol de Bluefields.
Estaban allí observando las habilidades y
destrezas de los grandes, entre ellos, Charles Wilson, Woodrow Budier, Alvin
Omier, Frank Roe y Rodolfo Watts, siguiendo las indicaciones de Victorino
Castro, su entrenador y de Wilmore Hodgson, su manager.
Roberto Bartlett, gerente de la empresa Booth,
llamado el Diablo, pasó saludándolos acompañado de don Pedro Joaquín
Bustamente. Detrás de ellos iba Felipe, hijo del Diablo y Chapop. Ese día se
iba a definir la conformación del equipo y los chavalos de la UVA estaban a la
expectativa.
Siempre que daba inicio la temporada de
béisbol, tres jugadores de la UVA eran convocados por el equipo el Diablo para
jugar como novatos, lo cual estaba establecido en el reglamento de la liga. Las
aspiraciones eran altas. Entre los chavalos que estaban sentados a la sombra
del tanque, figuraban Chabelo, Mau Mau, Richard Allen y el Guerrito. Desde allí
escuchaban el ruido de los motores de la planta que funcionaban las 24 horas
del día.
A su derecha miraban hacia el plato y de frente
a la tercera base. A su izquierda estaba la casa de don Chon Benavidez y el
camino hacia la esquina de la capilla de la iglesia católica. Al fondo, más allá
del jardín central observaban las casas de Wilmore Hodgson y su bar El
Tipito, la de la Paca John y su bar el 7 Mares, y la venta y el Broadway
Restaurant propiedad de William Gómez, todos ellos muy concurridos por los
capitanes y marinos de barcos pesqueros.
Miraban el equipo que practicaba sus jugadas con
esmero, cuando se acercó a ellos don Abraham Rodríguez, llamado Tapalwás con
mucho cariño. Siempre aparecía en grupos que se reunían alrededor de la casa de
don Octavio Gómez, en la esquina de la capilla católica y en cualquier otro
acontecimiento a los que acudían los pobladores: velatorios, rezos, casamientos
y bautizos. Sus pasos cornetos se notaron al instante, así como su buen vestir
y su cara de platicador.
—El tiempo
vale oro y vuela como corre las bases ese que va dando la vuelta por la segunda
base —dijo al arrimarse al tanque.
—Ese es
pitcher, se llama Davis Hodgson —dijo Mau Mau.
—Una vez,
de joven, corrí más rápido que él —respondió Tapalwas.
—Eso fue
hace siglos —dijo Chabelo.
—No te
equivocas, fue hace mucho, pero mucho tiempo —dijo Tapalwas.
—Suéltela, cuéntela
pues —dijo El Guerrito.
“Fue hace tiempo. Me encontraba a un lado del
río Kurinwas esperando que su caudal bajara un poco después de tres días de
lluvia. Una familia me dio posada en su ranchito y allí me estuve esperando.
Miraba como hipnotizado el curso del agua que llevaba de todo: vacas, chanchos,
palos, ramas y hasta un tigre trepado en las raíces de un tronco; todos iban
zumbados, buscando el desagüe del río, en dirección a la Laguna de Perlas”,
relató Tapalwas.
—¿Qué hacía
usted por allí? —preguntó Richard.
» Eso es otro cuento, pero les quiero contar lo
veloz que era. Así que cuando bajó el agua, al tercer día, me dispuse a cruzar
el Kurinwas por la parte más estrecha, tal como me lo recomendaron los amigos
de la ranchita.
» Me fui caminando río arriba y llegué a un
estrecho de unos 30 metros. Revisé el cruce y decidí atravesar por unas
inmensas rocas que sobresalían del lecho del río y que estaban dispuestas en
toda su anchura. De un salto largo, más largo que Zamba Larga, me paré en la
primera piedra. A unos dos metros estaba la otra y de un salto caí en ella.
Sentí una leve sacudida, pero pensé que la corriente era capaz de socavar lo
que se opusiera a ella, así que salté hacia la otra. Me encontraba más cerca de
esta orilla que de aquella, así que salte una, dos y tres rocas.
» Ya estaba en la mitad del río cuando siento
que la roca se mueve, que se va un poco de lado como que quisiera levantarse
del lecho del rio y brinco hacia la otra que se mueve y veo hacia atrás y no
están en su lugar las que había cruzado. Sentí mi piel como erizo de mar, los
oídos me zumbaban como si tuviera cien grillos a mi lado, no me sentía la
cabeza y el corazón me palpitaba como bombo de banda de música. ¡Dios mío!,
¿Qué es esto?, me dije, y sin pensarlo dos veces, salté hacia la siguiente piedra
que se levantaba, luego hacia la otra, pero con una velocidad que nunca antes
había experimentado.
» Iba volando sobre las piedras, tan rápido que
apenas las tocaba con los pies, y así casi llego a la otra orilla cuando brinco
en la última, y antes de caer en ella, veo que se mueve de lugar y me doy
cuenta que es una tortuga de río gigante, inmensa, de unos tres metros de ancho
y resbalo en el agua. Al lado de ella parecía un enano, dio la vuelta y me dio
un coletazo que me aventó hacia la orilla del rio. Subí el borde agarrado de los
matorrales y cuando volví la vista hacia las rocas, es decir a las tortugas
gigantes, habían desaparecido”.
—¿Piedras
que se vuelven tortugas gigantes? —preguntó Mau Mau.
—Por esta
—dijo Tapalwas. Mostraba la cruz con sus dedos de la mano derecha.
—Ya
quisiera yo poder volar así sobre las bases —dijo Richard.
—¡Muchachos¡,
¡allá viene Polo! —dijo Chabelo.
Eddie Bendlis Dixon, llamado Polo, era el
manager del equipo de la UVA y se dirigía hacia el grupo que se había
conformado detrás del plato. Allí estaban Victorino Castro, Wilmore Hodgson, Morsby
Taylor, llamado Tuly y capitán del equipo, Roberto Bartlett, Elías Jureidini,
representante del equipo y Polo.
—De seguro están
poniéndose de acuerdo sobre los que vamos a jugar esta temporada con el equipo
El Diablo —dijo El Guerrito.
—Don
Tapalwas, ¿Qué era lo que andaba haciendo en Kurinwas? —preguntó Richard.
—¡Miren!,
¡miren!, Polo nos está llamando —dijo Chabelo.
—¡Vamos!,
¡vamos!, ¡apurémonos!, ¡apurémonos! —dijo Mau Mau.
—¡Ideay¡,
¡esperen!, ¡esperen!, les voy a contar qué andaba haciendo en Kurinwas —dijo
Tapalwas, entusiasmado por continuar contando su aventura.
—¡Otro día
nos cuenta esa guayola! —dijo el Guerrito mientras los cuatros corrían hacia el
lado de primera base donde se encontraba Polo.
—¡Incrédulos!,
eso es lo que son ustedes —gritó Tapalwas y se encaminó hacia el lado de la
casa de don Chon Benavidez para dirigirse a su vivienda ubicada en el callejón pegado
al cerco de la capilla de la iglesia católica.
Esa misma tarde los chavalos de la UVA festejaron
en el Broadway Restaurant la incorporación al equipo de El Diablo de tres de
sus miembros: Richard Allen, El Catracho y Mau Mau. Jugaron en la temporada de 1974, año
en que el equipo volvió a ser campeón en la liga de béisbol de Bluefields.
sábado,
12 de febrero de 2022
Serie:
Las Guayolas de Tapalwas.
Foto: Equipo El Diablo, 1974.