Martes,
26 de marzo de 2013
Todo ha
terminado, aunque para mí es el inicio. El futuro que me espera es incierto,
¿hasta cuándo podré sanar las heridas? Espero con ansias despertar liberada
sin esta manía de las malditas pastillas, sin ahogarme hasta desfallecer entre
latas y botellas de cerveza, sin despertar aturdida, sin percibir su aroma en
la almohada, su figura grabada a mi lado. Es un largo camino, pero al final… al
final... ¿qué? No quiero regresar a lo mismo… no puedo ceder a mis impulsos:
una mirada, una sonrisa, una caricia de manos… debo controlarme. ¡No más
salidas desenfrenadas! ¡No responderé nunca más sus mensajes seductores! La
tentación siempre ha sido mi mayor enemiga.
7:00 a.m. Lo digo y se cumple: dos llamadas al salir de la ducha. Primero Diyenia, con su
frescura de siempre, dándome ánimos, carcajeándose; al escucharla pareciera
estar a mi lado, ¿se ríe de mí?... “¿Qué pasó loca?, la gira es a Bluefields por
la carretera, nos vamos el jueves y regresamos el domingo, alista la tanga que
vamos de cacería, tenés que probar la leche de coco, ¡jajaja!, anímate”.
Segundos después, Zahaira, al menos ella con su dulzura me pregunta “¿cómo
amaneciste?, ¿ya desayunaste?”, pero vuelve a lo mismo, a tentarme, a
provocarme: “¿qué vas a hacer?, nosotros nos vamos a la finca, vinieron mis
primos de Costa Rica, Julián te va a encantar, es un amor, un caramelo, lástima que seamos
primos, si te parece lo llevo por la tarde a tu casa para que lo conozcas,
¡anímate!”.
Animarme,
anímate, eso nada más. Una sonrisa, una mirada esquiva y vuelvo a lo mismo.
Tengo que controlarme. Si pudiera gritar mis penas, un consejo neutro me vendría como anillo al dedo.