Como todos los miércoles, llegué a las once de la mañana a la barbería Central de Nueva Guinea. Un minuto después me acomodé en la vieja silla de barbero. Llegaron dos clientes y comenzaron a platicar, a cuestionarlo todo.
¡Qué barbaridad, ya no vamos a comer carne!, dijo un señor de unos 45 años que vive en la zona cinco. ¿Ya oíste el pleito que se tienen los matarifes con el alcalde?, le preguntó al barbero. Metí la cuchara y pregunté ¿Por qué pelean?
— Por los precios —dijo al sentarse en una silla de plástico.
— Son salvajes — dijo el barbero—. Pasaron cinco años comprando ganado barato, vendiéndonos la carne al mismo precio, sin bajarle el precio —agregó mientras llenaba mis cachetes de espuma.
— Es normal —dije. Cuando sube el precio del ganado, sube el de la carne.
Llegaron otros clientes. El barbero les ofreció sentarse para evitar que se le fueran a la barbería de al lado. Ya eran cuatro en espera y todos estaban pendientes de la conversación.
— No amigo. Que se jodan —respondió el señor de la zona cinco. En cinco años compraron carne barata y la vendieron carísima. ¿Por qué no le bajaron el precio en esa época?
— Se la dan de vivos —dijo el barbero.
— ¿Por qué en ese entonces el alcalde no los obligó a bajarle el precio? —pregunté.
— El alcalde estaba estrenando la silla —dijo el señor de la zona cinco—. Ahora no lo engañan —agregó.
— No es pendejo —dijo el barbero. Anda con el cuento de gato que se quiere reelegir de alcalde. ¿Qué le parece cuñado? —preguntó.
— Es el mejor alcalde que hemos tenido en Nueva Guinea —respondí.
— Esa es propaganda de ellos —dijo el barbero. Se gastan los impuestos en ellos mismos, son más de ciento cincuenta los trabajadores de la alcaldía —agregó y sentí la fuerza de la navaja en el cuello.
— No se enoje cuñado, chiva con la navaja —le dije.
— Es el que más progreso ha traído a Nueva Guinea —dijo el señor de la zona cinco—. Mire la hermosa calle que ha hecho, hasta con rotonda, la de los cuatro evangelios —agregó.
Escuché la voz de don Víctor y levanté un poco la cabeza, pendiente de los movimientos de la navaja. Desde la acera saludó, “¡ideay ingeniero, lo he estado esperando!”, dijo y agregó, “lo de las calles es otro cuento”.
— Me acuerdo cuando Baquedano adoquinó la calle central y, con el apoyo del Proyecto Español, aprovechó para adoquinar de aquí hasta la alcaldía, una cuadra —dijo.
— Despuecito de la guerra —dijo el barbero.
— Nueva Guinea debería de tener todas sus calles adoquinadas—dijo Víctor.
— Enchapas en oro —respondí. El barbero pasaba, relajado, la brocha entalcada por mi cara. El señor de la zona cinco se levantó de la silla al ver que terminaba conmigo.
— No, amigo —dijo de pie. El alcalde prioriza los caminos rurales, prioriza el campo para que saquen la producción los campesinos.
— Cuentos, nada más —dijo Víctor. Por donde usted vaya, los caminos están desastrosos. San José, La Fonseca , Naciones, la Unión , San Francisco, donde vaya son semerendos pedreros y espere el invierno, charcales, hoyoncones son los que quedan.
— ¿Y el equipo?, ¿Qué hacen con él?—pregunté al levantarme.
— Ya no sabe cuñado —dijo el barbero—. Los vinagretes.
— El único remedio de estos males es que se levante la gente —dijo Víctor mientras el señor de la zona cinco le indicaba al barbero cómo quería el corte de cabello.
— Ahora es con el voto —dijo el señor de la zona cinco.
De pronto todos callaron. Uno de los buses que viajan a Managua no lograba dar la vuelta, saliendo por el juzgado. En el primer intento dio la impresión de montarse en la cuneta y embestir la barbería. “Ideay jodido, vas a meterlo a que lo rasure”, gritó el barbero. En el tercer intento logró virar y siguió la conversación.
— Se acuerda cuando pusimos quietos a todos los contrabandistas de madera —dijo Víctor. Esa Comisión del Medio Ambiente tenía fuerza, éramos más de cincuenta. Ahora sólo en cuentos se van. Mire usted, en Los Ángeles se reunieron todos y en nada quedaron. Los mismos despaladores piden policías para cuidar la fuente de agua.
— Y eso que han gastado platales en ese río, El Zapote —dijo el barbero.
— ¿Por qué nunca funciona la reforestación de ese río? —pregunté.
— Por lo de siempre —dijo Víctor. Cada quien hala por su lado. Los campesinos quieren todo chiche, todo regalado, no se quieren joder y los que manejan la plata compran palos caros que al final no crecen ni dan frutos. No visitan la cuenca, no hay seguimiento del trabajo. Hasta que se seque el río y nos muramos de sed van a entender.
— El alcalde ha hecho mucho por el medio ambiente —dijo el señor de la zona cinco.
— ¿Y con el otro medio, qué ha hecho? —preguntó Víctor y todos se pusieron a reír.
Me despedí de ellos. Quedé con Víctor de vernos un día de estos para platicar de su juventud en Nueva Guinea, hace unos cuarenta y cinco años. Bajé por las pedregosas calles hasta salir a la de los cuatro evangelios y pasé por la gasolinera. Me encontré a Charrasca y nos tomamos unas heladas en la gasolinera de los Panaderos. Estaba haciendo un calor sofocante, no han entrado las lluvias.
— ¿Cuándo vas a Bluefields? —preguntó.
— No tengo planes por ahora —respondí.
— Está chiva la cosa por esos lados —dijo.
— ¿Por qué?
— Corrieron a Zambrana, tu brother. Los ratones corrieron al gato, seguirán en fiesta —dijo riéndose
— Y las ratas también —le dije.
Corte de energía, otro día seguimos con esto. A cada rato los hay, ayer pasamos siete horas sin energía. En el parqueo de la gasolinera, ya a medio gas, me encontré al Chele de Dissur y platicamos del asunto.
— En Nueva Guinea deberían de tener al menos tres brigadas para estos casos —le dije. Tienen que venir desde El Rama a resolver las fallas.
— Hermanito, vieras las llantas de la camioneta cómo las ando, en el mero alambre.
— Pedí cambio de llantas, cómo vas a andar resolviendo los problemas de esa manera —dije.
— El jefe, primo, el jefe. Tengo más de tres meses de estarlas pidiendo —dijo.
Ahora sí, se descargó la batería. Nos vemos.
Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
Jueves, 9 de marzo de 2011.