La orden fue directa, del jefe del estado mayor de la Guardia Nacional dirigida al Coronel, jefe del cuartel en el puerto. A las nueve de la mañana fue recibida por el telegrafista. “Urgente. Urgente. Trasladar tractor D6 a Puerto Cabezas. Operación Happy Valley en marcha. Urgente”. Bajó las gradas a toda prisa dirigiéndose al cuartel y encontró al teniente Gonzalo jugando naipes. “Mi teniente, telegrama urgente de Managua”, dijo al entregárselo y se dirigió a la cocina. Al leerlo, el teniente Gonzalo se levantó de prisa, calzó sus botas negras de tubo, tomó la camisa caqui del respaldar de la silla, subió las gradas de prisa acomodándosela y quince minutos después se encontraba en el corredor de la casa del Coronel.
— ¡Es urgente, mi Coronel! —dijo en posición firme, haciendo el saludo militar con la mano derecha mientras con la izquierda extendida mostraba el telegrama.
El Coronel lo tomó, arrastró una mecedora de la sala sin ofrecerle asiento y pidió una limonada con hielo.
— ¡Y hoy domingo!, ¡qué ocurrencia! —dijo meciéndose.
— ¡Espero órdenes, mi Coronel! —respondió el teniente.
— Suban el tractor en el lanchón Higgins. Asegúrenlo bien, lo enviamos a Puerto Cabezas hoy por la tarde.
— Xenón es el único que puede hacer esa maniobra —respondió el teniente.
— Búsquelo, debe estar en una de las cantinas —dijo el Coronel al subir las gradas hacia la sala.
— No está en el Puerto, se fue a Bluefields a ver los juegos de béisbol —dijo el teniente Gonzalo, dejando la posición de firme sin el permiso del Coronel.
— ¡Vaya a traerlo!, ¡menciónele Happy Valley, teniente!
Xenón, como buen cubano, era aficionado al béisbol. Llegó al puerto de El Bluff a finales de año 1962 proveniente de Panamá. Luchó en Cuba durante el gobierno de Batista contra la guerrilla de Fidel Castro y era instructor militar de los futuros combatientes, principalmente estudiantes cubanos de clases acomodadas adversas al régimen comunista en Monkey Point. Por órdenes superiores, el cuartel de la guardia facilitó condiciones al destacamento de Xenón, compuesto de seis miembros, habilitándoles una vivienda pintada de color rosado a orillas de la pista de aterrizaje, en cuyo sótano tenían un arsenal de armas para ser utilizadas por la brigada 2506 en la invasión de bahía de Cochinos.
A las diez de la mañana, el teniente Gonzalo entró al estadio de Bluefields con dos alistados. Recorrió el pasillo de las gradas en dirección al jardín derecho buscándolo entre la multitud, regresó detrás del home plate y se dirigía a la otra sección cuando lo vio salir de los servicios higiénicos. Xenón era alto, recio y de tez blanca. Usaba una cadena de oro gruesa sobre su camisa guayabera, pulsera en la muñeca derecha y reloj de oro.
— Vengo a buscarlo por órdenes del Coronel —dijo el teniente.
— ¡Espera, déjame ver el juego! ¡Ven, vamos pa’ya! —respondió señalando el lugar que ocupaba en las gradas.
— ¡Es urgente!, ¡Happy Valley!
Al escuchar esas palabras el semblante de Xenón cambió totalmente. Sabía a qué se referían. La operación daba inicio. En el trayecto hacia El Bluff se imaginaba en su Cuba querida, en los clubes nocturnos de la Habana celebrando con sus compañeros el triunfo de las fuerzas anticastristas. Bajó de prisa de la panga y le indicó al teniente Gonzalo que atracara el lanchón a orillas de la carretera para proceder a subir el tractor. El teniente Gonzalo le respondió que el lanchón estaba listo en el área del muelle que ocupaban los guardacostas. Volvió la mirada hacia el muelle y notó la fuerza de la corriente. “Alista el lanchón, ya llegó con el tractor”, dijo y se dirigió frente al taller del maestro Lacayo donde se encontraba estacionado.
La actividad del muelle se detuvo por el lento avance del tractor. Xenón aceleraba el motor entusiasmado dejando a su paso un humo denso y las huellas de la oruga que rechinaba sobre el concreto manchado de alquitrán. En su rostro la sonrisa delataba sus ansias acumuladas, a punto de convertirlas en realidad y, al llegar al otro extremo, hizo girar el tractor preparándose para el abordaje. Observó la corriente y se bajó a inspeccionar la rampa abierta. El Higgins estaba amarrado de ambos lados de la popa con el motor encendido en marcha hacia delante. Palpó las cadenas que sostenían la rampa sobre el muelle y notó un leve movimiento por la fuerza de la corriente.
— ¡Coño chico, es mejor subirlo por la carretera! —gritó regresando la mirada hacia el teniente Gonzalo.
— ¡Combatiente, déjese de pendejadas!, ¡aquí o allá tiene que subir el maldito tractor! —gritó el teniente.
Xenón volvió la mirada y descubrió al Coronel junto a los miembros del cuartel que lo observaban. Se llenó de coraje y decidido subió al tractor. “Un combatiente por la libertad no se echa pa’tras”, pensó y avanzó lentamente. Imaginaba su entrada triunfante en la Habana cuando la oruga hizo contacto con la rampa, aceleró nuevamente metiendo la pala y, al sentirse seguro, volvió a acelerar avanzando un tercio del tractor. Sintió un poco de inestabilidad. Aceleró para meterlo en el fondo y de pronto la amarra de babor se reventó provocando que el Higgins se moviera paralelo al muelle por la fuerza de la corriente, quedando el tractor en la rampa. Las cadenas no soportaron el peso y súbitamente cayó al agua.
Todos corrieron al borde del muelle. Esperaban ver a Xenón nadando. Pasaron los segundos y no salía a la superficie. Un minuto después la desesperación reinaba en el muelle. “Un buzo, necesitamos un buzo”, gritó el Coronel. “¿Qué sucede?”, preguntó Barlett al bajarse del jeep militar inglés. De inmediato se acomodó la mascara y el tanque de oxigeno facilitados por el teniente Gonzalo y se tiró al agua.
Al llegar al fondo observó a Xenón con vida, prensado bajo el asiento del tractor. Con todas sus fuerzas trató de sacarlo pero fue imposible. Salio a la superficie y pidió cables para sujetar el tractor y ser jalados por el lanchón. Volvió a bajar, Xenón seguía con vida y con señas le indicó que esperara, que aguantara porque lo rescatarían. Volvió a salir y bajó con los cables pero Xenón había dejado de respirar, ahogado bajó el tractor D6.
Lo enterraron en el cementerio de El Bluff. En su lápida dibujaron un tractor. Sus compañeros alzados lo despidieron una tarde y luego salieron de Happy Valley, Puerto Cabezas, hacia Bahía de Cochinos, con mil quinientos hombres miembros de la brigada 2506. Meses después, la tumba de Xenón Viera fue profanada; buscaban su cadena, reloj y pulsera de oro.
Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
Miércoles, 18 de mayo de 2011