Hoy por la mañana fui a hacer las compras para
la casa, ya saben, los productos básicos, alimenticios y de higiene personal,
principalmente. Siempre que voy hago una lista que ella me la dicta mientras le
voy recordando si tiene o no tal o cual producto, diciendo el nombre de cada
uno de ellos, desde las verduras hasta las pastas, los lácteos, granos básicos,
aceite, jabón y así hasta que tenemos una lista de más de veinte productos.
Cuando voy de compras me lleno de entusiasmo
tratando de frenar los pensamientos negativos sobre los sucesos que se dan
repetidamente en el proceso rutinario de lograr el abastecimiento de la casa.
Debo frenarlos porque siempre se dan hechos que, al regresar a casa, me hacen
pasar el día medio molesto, desmoralizado, pensando en que, de una simple
acción como comprar, surge una nube negra que pasa por mi cabeza por varios
días.
Y no me refiero únicamente al precio de los
productos, cada día gasto más por la misma cantidad de productos, o a la
carencia de algunos sin encontrar sustitutos adecuados, sino a la actitud que
muchas de las personas con las que obligatoriamente debes interactuar en el
proceso de compra. Y debido a esa actitud es que dejamos de frecuentarlos,
dejamos de ser sus clientes porque se olvidan que lo más importante que tienen
no son los productos que ofrecen, sino los compradores que los requieren.
Por ejemplo, compro verduras en el mercado,
siempre en el mismo tramo y cuando no encuentro lo que busco me cruzo a otro
donde me atienden de mala gana. Si existieran más tramos ofreciendo lo mismo,
mayor competitividad, la actitud de ellos sería diferente. Pero para ello
faltan muchos años mientras seguiremos en lo mismo, el futuro es cada vez más
incierto para todos y por ello se olvidan de que somos el objeto de su negocio.
Creo que he comentado que a veces he olvidado
ciertas cosas que he comprado y que me doy cuenta de ello al regresar a casa.
Una vez dejé olvidada la cartera en una librería, en otra ocasión dejé la
tarjeta de débito insertada en el cajero automático de un banco, en otra el
medicamento en el mostrador de una farmacia y otras cosas más que he olvidado,
pero en casi todas esas ocasiones el olvido ha sido por corto tiempo, lo que me
ha permitido reaccionar con rapidez y recuperar el objeto olvidado con mucha
suerte y porque las personas involucradas han sido honestas.
En el caso de la tarjeta de débito, cuando
regresé a la sucursal bancaria, apurado y casi seguro que no la encontraría, y
que debía de notificar al banco, me encontré con la gran sonrisa del vigilante
que muy amablemente la había guardado luego que un cliente que usó el cajero le
dio aviso que había una tarjeta insertada. Te imaginas los tramites que tenés
que hacer al perder la cartera con todos tus documentos o la tarjeta del banco
si un ladronzuelo la ha encontrado y luego te vacía la cuenta. Ni pensarlo.
Pero de olvidos hay más y entristece. Sabías
que después de llegar al final, luego que morimos, permanecemos en los
recuerdos de nuestros seres queridos hasta dos años después, luego gradualmente
nos vamos difuminando en la memoria de ellos, eventualmente buscan fotos para tratar de anclar nuestro recuerdo, pero luego de transcurridos 15
años ya casi nadie nos recuerda. Por ello el afán de muchos de dejar huellas en
esta vida, para bien o para mal, mientras que la mayoría únicamente queremos
una buena sepultura donde nuestro recuerdo dure más allá, aunque sea mediante
una lápida fuerte y sólida al lado de nuestros familiares.
Así de sencillo es, luchamos toda una vida por
nuestras metas, entramos en conflictos por ellas, sufrimos, rehacemos nuestros
planes de vida luego de los fracasos, nos invade la incertidumbre
constantemente, tomamos nuevas decisiones, actuamos y vivimos permanentemente en ese ciclo y, cuando nos damos cuenta, se
nos ha olvidado vivir la vida, esa misma que se nos escapa de las manos sin
poder dar vuelta atrás.
Imagen de internet.