El andén de mi
puerto ha recibido pasos largos y apresurados por reencuentros, cortos y lentos
por despedidas, mierda de perros y orines de borrachos ambulantes, desgracias
que nunca terminan en su forma de U. Un barranco en un extremo acogiendo almas
desesperadas, alucinadas, precipitándose hasta caer en el fondo de la nada y,
en el otro, una fila de iglesias donde se ruega con golpes en el pecho por la vida
eterna y el perdón de Dios.
El andén de mi
puerto fue construido con pico y pala, arena blanca de mar sin tamizar, piedra
azul basáltica extraída desde las entrañas de la tierra y cemento importado en
barcos a granel. Bajo el ardiente sol caribeño su superficie azul brillaba en contraste
con la grama verde y macollas tupidas de brujitas florecidas de rosado y
amarillo. En su ancho de metro y medio, los transeúntes de diversas
nacionalidades facilitaban el paso a la luz del día con manos y reverencia
cortesanas. Pero por las noches, resplandeciendo su superficie por la luna llena
o las estrellas parpadeantes, esos mismos transeúntes formaban tumultos en el recorrido
hacia el barco con prostitutas extasiadas ante los ojos locales que observaban por
rendijas de sus casas de madera apiñadas a sus lados.
En el andén de mi
puerto se libró guerras entre bandos: los del lado de las iglesias y los del
barranco; se liberaba a los capturados luego de que se escondían entre
matorrales o en la loma del parque hasta terminar bañados de sudor cuando se
apagaban las luces de la aduana. En el andén de mi puerto desfilaron hacia el
altar novias vestidas de blanco y parejas de enamorados hacia las gradas del
parque de la loma al atardecer.
En el andén de
mi puerto nunca se celebraron marchas por la Independencia porque los que lo hacían
en el resto del país un día nos la robaron a nosotros e impusieron un nuevo
orden que todavía nos mantiene sumidos en la penumbra, hambrientos y con sed de
una verdadera autonomía. En el andén de mi puerto desfilaron grandes hombres
que un día pagaron penas de destierro en su propia patria, exiliados en la última
península habitada por el coraje con que denunciaron y enfrentaron las
injusticias.
El andén de mi
puerto ha recibido gotas de sudor derramadas por chamberos en el afán por
conseguir el pan, lágrimas de dolor en el último recorrido terrenal que nos
conduce sobre hombros a las filas de iglesias para luego descansar eternamente
frente al mar con su ronco oleaje reventando en la playa como música de fondo.
En el andén de
mi puerto viven para siempre grandes personajes, caminan de día y de noche sin
descanso alguno, se encuentran en la esquina imaginaria de Miss Lilian y se
apoderan del parque abandonado colmándolo de cantos y risas. Masayita,
Victoriano, Tiquitito y Tapalwás deambulan por el andén de mi puerto; si abres
tus sentidos un día te los puedes encontrar y te lo contarán.
10/12/2013