La conocí por uno de sus escritos. Recuerdo sus bellas descripciones, sus imágenes como grabadas en óleo, su corazón palpitando en el papel, en cada frase y su anhelo por convencer de que somos un mismo pueblo, separado por líneas imaginarias llamadas fronteras. Un pueblo que celebra las mismas fiestas, que disfruta las mismas comidas, los mismos lagos y volcanes, los mismos ríos serenos, la misma música, el mismo cielo, el mismo sol y la misma luz plateada de luna que embruja a su mismo mar. Un pueblo que sufre los mismos embates de la naturaleza: terremotos, inundaciones y huracanes. Un pueblo que sufre, día a día, golpes poderosos, las pisadas de animales jurásicos en combates frenéticos por ostentar el poder hasta saciarse de la misma sangre. Un pueblo con los mismos rostros, los mismos ranchos, los mismos árboles y las mismas flores. “Qué bella es”, pensé.
Luego, con el paso de los meses, participamos en el Festival de Blogs de Nicaragua. Y de allí para acá, nos hicimos amigos. Tiene una amplia sonrisa, de lentes que no necesita para observar con pasión la vida que transcurre a su alrededor. Nos comunicamos por correos, luego a través de mensajes en Facebook y al final por Skype. Al escuchar su voz recordé aquellas imágenes y, al verla, descubrí la alegría y grandeza de su corazón. Nunca coincidimos para estrecharnos la mano ni para conversar acompañados por nuestros cigarrillos y una buena taza de café, gustos que compartimos.
Siempre hablamos de nuestras pasiones: escribir. Ella tiene su blog, 1001 trópicos. Ella es Mildred, Mildred Largaespada. En una de nuestras pláticas me dijo que se iba definitivamente para España, a Córdoba, donde vivirá. “Voy por avión hasta Madrid y luego en tren hasta Córdoba”, dijo.
Estoy seguro que la nostalgia por sus pueblos la acompañará y desde lo más profundo de su corazón nos regalará en sus escritos, sentimientos renovados de esperanza en el futuro posible, enriquecidos de deseos para ver un día a sus pueblos libres de cadenas y botas sucias que los pisotean. El viaje será difícil, deja una parte de su corazón. La otra se va con su marido y sus hijos. La imagino pensativa, en el avión y en el tren. Las mismas imágenes, los mismos pueblos que describió resurgirán en su trayecto.
Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
21/12/2011 10:53 a.m.