La Región Autónoma del Atlántico Sur (RAAS) es catalogada como la más violenta del país según informe presentado por la Policía Nacional en la reunión de mandos celebrada hace pocos días. En la RAAS se dieron en el último año 42.7 muertes por cada 100 mil habitantes, cifra superior en un 255% en relación al promedio nacional (12) y similar al índice alcanzado en la Republica de Guatemala según dicho informe. Esos datos son alarmantes, pero busquemos sus causas en la realidad histórica, política, social y económica que vive la RAAS y todo el Caribe Nicaragüense.
A los habitantes de la Costa Caribe de Nicaragua históricamente nos han mantenido en el abandono. Las cifras que revelan organismos internacionales de prestigio sobre niveles educativos, acceso a servicios de salud, energía eléctrica, empleo digno, acceso a vivienda y seguridad alimentaria, son una verdadera violación a nuestros derechos humanos, una vergüenza para la nación. Ningún gobierno, de derecha o izquierda, ha logrado mejorar estas condiciones para que disfrutemos una vida digna. Nicaragua, a pesar de reconocerse como multiétnica, pluricultural y multilingüe, viola constantemente los derechos consignados en la Constitución Política y Ley de Autonomía.
No nos dejan vivir en paz, se irrespetan nuestras formas ancestrales de autogobierno, nuestras tradiciones y costumbres en el uso y usufructo de la tierra y nuestros bosques no son respetados. Testaferros de “geófagos” penetran cada vez más en los territorios demarcados a través de la Ley de Tierras, corrompiendo las estructuras comunitarias con el fin de extraer madera preciosa mediante una red que se eleva hasta las altas esferas económicas del país, provocando altos niveles de conflictividad entre comunidades y familias que culminan en actos de violencia, balaceras y matanzas.
La riqueza de las Regiones Autónomas es mal lograda. Los recursos marinos, mineros, madereros, el potencial turístico, la cercanía con otras naciones Caribeñas, la ruta hacia los mercados por medio de mar Caribe, nunca han sido objeto de un verdadero Plan de Nación a través del cual se priorice su usufructo en función de la mejoría en las condiciones de vida sus habitantes. Grandes agentes económicos, nacionales e internacionales, actúan irresponsablemente guiados únicamente por la avaricia, ocasionando daños ambientales y empobreciendo a los pueblos del Caribe mediante triquiñuelas y soborno de las autoridades regionales con el consentimiento de las instituciones del Estado. Una Región llena de riquezas con un pueblo empobrecido, hambriento, abandonado por siglos es una de las mayores injusticias que se comenten en Nicaragua. En esta realidad lacerante encontramos explicación a la violencia impune que vive la región.
Tenemos una Ley de Autonomía, una Autonomía de papel. Nada de lo que contempla se cumple como soñaron sus impulsores y las nuevas generaciones. Los grandes partidos políticos tradicionales, en su ambición por ostentar el poder, vienen y manosean a su gusto y antojo las estructuras de gobierno en las Regiones Autónomas y a los Consejos Regionales; la mayoría de los miembros de estas instituciones tienen la mirada puesta en Managua, esperando las señales de los poderosos en lugar de ver la miseria de sus pueblos para actuar. Los concejales regionales son llamados por la población “cobra cheques” por su inoperancia y las elecciones de los mismos no tienen los niveles de participación que deberían de tener, no existe entusiasmo, los sueños se van perdiendo, se esfuman con el paso del tiempo.
La Autonomía continúa siendo un sueño inconcluso, fue sustituida por la injustica, la violación de los derechos humanos de los pueblos indígenas que viven en la zozobra, en el acoso constante de los narcotraficantes que circulan por las costas y las autoridades que los persigue en el cumplimiento del deber. Se transformó de un mundo multicolor, el logro de la unidad en la diversidad se convirtió en el mundo gris, opaco, el mundo del miedo, la inseguridad y la violencia. De pueblos triunfantes y llenos de orgullo nos hemos convertido en víctimas de la exclusión, de la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado a tal grado que se nos da el mote de narcotraficantes, drogos y delincuentes. Por el color de nuestra piel, forma de hablar y vestir somos objeto de marginación, trato de segunda, de un racismo solapado que impregna a toda la sociedad.
Los Caribeños, al igual que en el pasado, debemos enarbolar nuestra lucha histórica, nuestros sueños ancestrales de paz, libertad y autodeterminación presionando a las autoridades Regionales, al gobierno Central y Asamblea Nacional con el fin de definir una política Regional de Seguridad y Convivencia acorde a nuestra realidad que deje de convertirnos en victimas y nos indemnice por los daños históricos que hemos sufrido. De lo contrario, se perderá en la batalla contra la exclusión, crimen organizado y narcotráfico.
Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS
Viernes, 11 de mayo de 2012