jueves, 6 de octubre de 2011

DÍAS DE ROSQUILLAS

Elisa Martínez
El día de doña Elisa Martínez comienza antes del amanecer: despierta a las tres de la mañana, revuelve el maíz con trozos de queso, carga su carretón y se dirige al molino del mercado municipal de Nueva Guinea. A las cuatro y media está de regreso en la cocina de su casa y comienza a preparar la masa agregándole crema y margarina. Su hija, su nuera y una empleada se ponen a enrollar, hacen las rosquillas, viejitas y empanadas, mientras el horneador atiza el fuego del horno para que, una hora después, comience a recibir las primeras bandejas.

Doña Elisa prepara la masa obtenida de las cincuenta y cinco libras de maíz en cinco porciones en la medida que se va enfriando, porque sale caliente del molino y está pendiente del trabajo de los otros. En el día hace tres horneadas y una tostada, introduciendo en el horno tres veces todas las bandejas. A las seis de la tarde concluye el trabajo del día.

Lunes, miércoles y viernes repite la rutina. En esos días, sus fieles clientes acuden a retirar sus encargos a partir de la una de la tarde. “No saco venta a las calles, aquí las vendo todas, gracias a Dios. Me vienen pedidos de hasta dos mil quinientas rosquillas que las envían a familiares que viven en los Estados Unidos”. Domingo, martes y jueves se dedica a nesquisar el maíz. Comienza a hacerlo a partir de las once de la mañana. “Lo pongo a cocer con cal, no lo dejo muy cocido y apenas pela, lo bajo del fuego”, explica. Entre las dos y tres de la tarde lo deja escurriendo en una pana colador para molerlo al amanecer.
           
Aprendió a hacer rosquillas ayudándole a una cuñada que es de Somoto. Al inicio hacia poquito, unas quince libras de maíz, no tenía quien le ayudara. Lleva quince años ganándose la vida con sus rosquillas. “En los años ochenta no podía hacerlo porque todo era controlado”, dice doña Elisa. Aprendió a hacer rosquillas somoteñas, pero se dio cuenta que a sus clientes le gustan más las que ella hace. Cuando pregunté por la diferencia existente entre las somoteñas y las de ella, me dijo: “Las somoteñas se hacen con el maíz sancochado, le ponen queso entero y muchos le agregan huevo. La masa queda demasiado suave y hay que pasar hasta dos días tostándolas para que queden bien”. “Una vez vino una muchacha de la universidad, estudiante de administración, para hacer un estudio de mi negocio. Le di toda la información, la misma que usted pide, y al final, salió diciendo que no progreso porque soy analfabeta”, comentó con desconfianza.
           
Los costos en que incurre doña Elisa ascienden a C$ 34,526 equivalentes a 1,529 dólares a la tasa de cambio oficial. Estos costos han sido estimados con base en los doce días del mes que elabora sus productos. Los insumos empleados son maíz, queso, crema, margarina, dulce, canela y cal. También se incluye la leña y el pago del molino. La mano de obra empleada corresponde a la del horneador, tres ayudantes (dos familiares, su hija y nuera) y el trabajo de ella. Los insumos equivalen al 74%, la mano de obra al 21%, mientras que la leña y el pago del molino al 5%.

Los ingresos se han calculado con base en las cinco mil unidades que produce en cada horneada. De ellas, el setenta por ciento corresponde a rosquillas, mientras que el restante treinta por ciento se divide entre viejitas y empanadas en igual proporción. Al mes vende un total de 42 mil rosquillas, 9 mil viejitas y 9 mil empanadas. Las rosquillas y viejitas son vendidas a un córdoba, mientras que las empanadas a dos. Sus ingresos totales ascienden a 69 mil córdobas, equivalentes a 3,040 dólares.
           
La utilidad neta de Doña Elisa es de 126 dólares por cada día de rosquillas, mientras que a la semana asciende a 378 y al mes a 1,511 dólares. Su relación costo–beneficio es de 1.99, es decir que, por cada dólar invertido recupera 0.99 centavos de dólar, casi el 100 por ciento. Por supuesto que su utilidad está sujeta a la variación de precios de los productos que emplea. “Hace unos meses compraba el maíz a 850 córdobas el quintal, ahora, al salir la cosecha, lo compro a 320. El precio del queso siempre sube y baja. No dejé de hacer rosquillas por mantener el negocio y no perder a mis clientes”, dice doña Elisa.
           
Doña Elisa tiene un negocio exitoso y no amplía su capacidad de producción, no por ser analfabeta, sino porque se siente satisfecha con sus resultados. El éxito se encuentra en el “saber hacer”, en su experiencia, en la recíproca colaboración voluntaria de los miembros de su familia, en la conciencia de que son parte de una misma realidad; el reconocimiento de objetivos e intereses compartidos que le dan fuerza a su actividad productiva en el entorno familiar. Es otro ejemplo de la economía popular que predomina en nuestro país donde el factor comunitario es vital. “Con estos días de rosquillas me gano la vida, no necesito trabajarle a otro, esto me da para vivir”, dijo sonriente.

Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
Domingo, 02 de octubre de 2011