Cuando me trasladé con mi mujer de Managua a Juigalpa en el año 1984, vivimos en la casa de la esquina de Palo Solo, propiamente una cuadra antes de llegar al parque y mirador de Palo Solo. Allí vivimos por catorce años. Hice muchas amistades, pero al inicio, los primeros meses, no me acostumbraba; añoraba el bullicio y la vida desesperada de Managua.
En 1975 había estado en Juigalpa estudiando en el Liceo Agrícola pero no me gustó, a los seis meses, después del primer semestre, regresé a El Bluff. El siguiente año, me fui a Managua a estudiar en la UCA. Estudié en el liceo cuando a los estudiantes de primer ingreso los peloneaban y el Coronel, Adolfo Chávez, se dio el gusto de meter la tijera y dejarme pelón, después de una pelea entre los de primer ingreso y los de segundo año donde corrió sangre. “No te ahueves, yo te voy a pelonear”, me dijo días antes y, como eramos los únicos costeños, nos separamos del tumulto bajo un árbol de acacia y cerca de la llave de agua me dio dos tijerazos.
Caricatura de Octavio Gallardo |
En esos catorce años hice amistades que perduran. La gente de Juigalpa es alegre y amistosa pero te cambian el nombre, son arrechos a poner apodos. Cuando me trasladé definitivamente a Nueva Guinea tenía que viajar con frecuencia a Managua y pasaba siempre visitando la casa de la esquina de Palo Solo; lo sigo haciendo, aunque con menor frecuencia. Después de saludar a Wicho y Marina iba donde la Julita y Payin, luego me cruzaba la calle y pasaba por donde él.
Cuando recibí la noticia del accidente aéreo de mi padre, salí hacia Managua e hice parada en la esquina. Vi un tumulto de gente frente a la casa de la Julita y, al preguntar, me di cuenta que había fallecido el mismo día del accidente de White B. Hill. Fueron amigos, entablaron amistad cuando me visitaba en Juigalpa. Llegué a su casa, entré y vi su ataúd en el centro de la sala. No pude acompañarlo, viajaba desesperado hacia Utila.
A pesar de la diferencia de edad, desde que nos conocimos en 1984, nos hicimos amigos a través de Fidel, su hijo. Maestro de generaciones que se desplazaban de los diferentes municipio de Chontales hacia Juigalpa a estudiar en el Instituto Nacional de Chontales, ubicado en la esquina opuesta de su casa. Promotor incansable del deporte, de joven jugador de béisbol, historiador y escritor, continuador del legado de “Goyo” Aguilar, de amena conversación y amante de los tragos. Por su escasa cabellera, a sus espaldas le llamaban “el pelón”, pero frente a él era “profesor”. En sus años mozos hacia honor a su apellido: Gallardo. Me refiero a Octavio Gallardo.
Éramos vecinos, me cruzaba la calle para visitarlo. En el corredor de su casa siempre atendía a sus amigos y tomábamos tragos en tertulias que se prolongaban hasta altas horas de la noche. En sus charlas invocaba el acto heroico del cacique Chontal al tirarse de la cordillera de Amerrisque, en vez de rendirse ante los colonizadores españoles; decía que el nombre de América se tomó de esa cordillera. Ya tragueado repetía su frase favorita “somos de la vida”. Se acostaba y dormía con la grabadora a todo volumen en estado de repetición de su canción preferida: la maldición de malinche.
En una ocasión me llevó al bar de la Deyfilia , famoso en Juigalpa por las normas estrictas impuestas por ella a punto de tajonazos contra todo aquel que armaba escándalo, prohibiéndole de por vida la entrada a su negocio. Bajamos a la parte posterior, al ranchito de paja, nos acomodamos cerca del alero de paja y nos tomamos varias medias de ron plata, su trago preferido. Comenzó a llover y nos pringábamos. Se levantó de la mesa, tomó la media, el hielo y su vaso; me dijo: “jala la mesa para este lado”. Hice el intentó de levantarla varias veces y se reía a carcajadas. La mesa estaba empotrada en el piso de concreto.
Un día sábado por la mañana llegó a invitarme. “Vamos al lado de Apompúa, allí es fresco”, dijo. La familia que vistamos, antes de cruzar el puente, nos atendió de maravilla. Asaron carne, pollo y pasamos la tarde bajo unos frondosos árboles de mango. Ya con sus tragos, le pidió a su amigo que llamara a todos sus hijos alrededor de la mesa. Al llegar les dijo: “descubrámonos” y se quitó la gorra. De inmediato todos se quitaron la gorra mostrando su cabeza brillante sin pelos, riendo de su ocurrencia. “Para que mires pues”, dijo y se volvieron a cubrir.
Profesor Gallardo. |
En una de mis visitas, ya enfermo, le tomé una foto. Estaba sentado en su escritorio arreglando los papeles. Un caricaturista, amigo de Fidel, lo caracterizó como siempre lo recuerdo después de subir a la cordillera de Amerrisque. Ambas, la foto y la caricatura, las conservo entre las botellas de ron. Un día, su hermana Rosalina nos visitó, le mostré la foto y la caricatura y dijo: “allí está bien, allí está feliz”. “Seguro que sí”, le respondí, “somos de la vida”. Al acomodarlo en su lugar, clarito lo vi sonreír.
Ronald Hill A.
La Colina
Nueva Guinea, RAAS.
Sábado, 21 de mayo de 2011