Terminé mi siesta del mediodía –siempre
la hago pero me sentía cansado porque he reiniciado mis caminatas mañaneras después
de varios meses de inactividad– y me dispuse a ver las noticias en la tele. De
pronto ella se acercó empaquetada, perfumada y sosteniendo su cartera de mano.
“Nos vemos más tarde”, dijo.
¿Para dónde vas?
“A la calle”
¿A la calle?
Que alegre, pensé, empaquetada y va para la calle sin querer
decirme nada.
“Me quiero tomar una limonada con hierbabuena de las que preparan en el Palacio del Café. Voy con Ronald Tadashi”, dijo.
¡Invítame!
“Andá poneté los zapatos y nos vamos”, dijo.
Nos subimos al Suzuki Samurai. Ronald Tadashi iba bien portadito
en el asiento de atrás, a él lo había invitado antes que a mí por supuesto, y
pasamos viendo una calle nueva que han abierto.
“Ve que bonitas esas casas”, dijo.
También han abierto un nuevo bar, allí está, mirá, le dije.
“Qué barbaridad, una calle nueva y no pueden darle
mantenimiento a la que va para para el lado de donde vivimos, no por nosotros,
sino por las más de cincuenta casas que hay ahora, y otra cantina", dijo.
La alcaldesa dice que ya pronto
van a reparar todas las calles. La cantina es un nuevo emprendimiento en
tiempos de crisis, dije. No respondió, solamente se puso a reír.
Llegamos al Palacio del Café. No
había terminado de cerrar las puertas del jeep cuando Ronald Tadashi se
disponía a subir las gradas hacia el segundo piso. Pensé en las escaleras y en
las estadísticas de accidentes por caídas. La mayor parte de los accidentes por
caías se dan en los primeros tres escalones, tanto de subida como de bajada,
pero es al bajar cuando las caías son más peligrosas. Si no te da tiempo de
reaccionar, de agarrarte, son casi mortales en la medida de que son más
elevadas y de mayor pendiente. La escalera de acceso al Palacio del Café es de
madera con soporte metálico, en forma de zigzag con pasamos y un área de
descanso.
Al subirlas llegamos al balcón
del local que dispone de unas seis mesas, dos de ellas estaban ocupadas, más
una barra en la que te podés sentar en unas sillas altas y mirar el movimiento de
la calle, hacia la eskimería y al parque central. Ella sin dudarlo le tomó la
mano a Ronald Tadashi y entró al centro del local.
Se dirigió a una mesa ubicada a
la izquierda, en un rincón. El local es pequeño, hay unas cinco mesas y frente
a ellas un exhibidor de pasteles, jugos, agua y una barra de madera. En las
paredes cuelgan cuadros que son tazas humeantes de café. Detrás de la barra lo
habitual: refrigerador, cafeteras, licuadoras y otros electrodomésticos. A la
derecha, al fondo hay un servicio sanitario. Entre este espacio y el balcón,
hay ventanales de vidrio por lo que no te sentís comprimido y a ello contribuye
mucho el aire acondicionado. Los aromas de pasteles, licuados, alimentos y café, hacen
que te sientas en un ambiente acogedor.
Nos atendió la esposa de Marcio
Palacios Jr. Me di cuenta en ese instante que ellas habían platicado por la
mañana en el supermercado y, bueno, caí en la cuenta de que la conspiración es
enorme, todos se dan cuenta menos vos, pero no dije nada, mejor cállate y
disfrutá, pensé.
Ella pidió una limonada con hierbabuena, eso era el antojo, y una para Ronald Tadashi además de una hamburguesa
con queso para niños. La Sra. Palacios me preguntó que iba a ordenar, sugirió
un café, pero dije que solamente una rebanada de pastel de limón.
Un hombre solitario ocupaba la
mesa vecina y nos saludamos. Hace muchos años que no nos mirábamos y hablamos
de su trabajo, de cómo van las cosas y, contradictoriamente a lo que ocurre,
cierre de negocios, apertura de nuevos que duran tres a cuatro meses, señaló
que el negocio de la empresa para la que labora ha mejorado sustancialmente,
que los pedidos que le hacen de productos han crecido.
Mientras conversábamos sirvieron
las limonadas. Ronald Tadashi me dejó probarla y estaba
deliciosa. Luego le sirvieron su hamburguesa con queso y papas fritas y le abrí
la bolsita de salsa de tomate mientras ella saboreaba
la limonada como si nunca la hubiera probado, dándose el gusto que tenía, saciando
el antojo. Me sirvieron el pastel de limón y los sentí tan delicioso como el
que prepara mi hija.
Seguí conversando con el hombre y
explicó que era algo excepcional porque la empresa, una empresa grande a nivel
nacional, ha asumido varias marcas que cerraron y se fueron del país. La gama
de productos que oferta ha crecido y con ello los pedidos en las diferentes zonas
del país que visita.
Luego, Marcio se acercó a la
mesa. Nos saludamos y dijo que mis nietas, Daniela y María Fernanda, han
visitado varias veces con mi hija el Palacio del Café y que el lugar preferido
de ellas es la barra del balcón. La esposa de Marcio me sirvió un vaso de agua
con hielo y el pastel de limón desapareció del platillo minutos después.
¿Qué tenés en la cara Ronald
Tadashi?, pregunto ella. Tenía la cara llena de salsa de tomate, queso amarillo
y mayonesa y reía de satisfecho. Llamé a mi hijo Ronald y dijo que ya llegaba a
buscarlo. Lo limpió y nos despedimos de Marcio y su
esposa. También del hombre que insinuó que le va mejor que antes en la empresa
que trabaja.
Bajamos la escalera y, entre gradas, pensaba en el tiempo agradable
que pasamos, en los retos que una pequeña empresa familiar debe enfrentar en época
de crisis y, al salir a la calle, ella sonreía con la seguridad de que íbamos
a regresar por una limonada de hierbabuena en los próximos días.
07/01/2020