Es alegre, de
conversación rápida.
Su lengua materna
canta, embelesa,
y esa cadencia la
lleva aún al hablar.
Viene de Krasa, un
pueblo escondido
en un recodo del río
Coco,
a 270 kilómetros al
oeste de Waspam,
lejísimos de aquí.
Allá dejó su familia
materna y paterna.
Combatió a la contra
con el Ejército,
y desde 1985 se asentó
en estas tierras.
Nunca volvió: le
encantan la humedad y el lodo.
Ha hecho de todo, que
yo sepa:
wachimán, agricultor,
cowboy, hacelotodo.
Es buen chambero, pero
si uno se descuida,
habla todo el santo
día
como si no pasara
nada.
Se libró de muchas
penurias:
hambre y abandono,
del Grissi Signiss y
la Liwa Mairen,
esas cosas que su
gente carga
aunque él diga que ya
es de aquí.
Siempre lo veo
temprano, por las calles,
saliendo de su trabajo
de vigilante;
a veces en el mercado,
el mirador de la
plaza,
el parque central, el
zonal, o la alcaldía.
Es sandinista hasta la
muerte —lo dice con orgullo—.
Y cuando nos cruzamos,
desde que me divisa,
camina feliz al ritmo
de sus pasos rápidos.
“¡Adiós, Waspuc!”, le
digo, y se ríe.
Siempre lleva algo en
su mochila.
Es atento, servicial,
de los buenos.
Su nombre es Wilber
Panting Wilson,
llamado sencillamente Panting
por sus camaradas, amigos y conocidos.
Es una pantera del río
y de la montaña del
trópico húmedo.
El implacable
tiempo,
simplemente, no le
hace nada.
La Colina.
11 de Mayo de
2025.
Foto propia.
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